Te veo de nuevo en el dormitorio, tu largo cuerpo descansa en la cama, estás dormido. Tu ropa sigue sobre la silla, nada ha cambiado, estás muriendo lentamente como cada mañana, tarde y noche desde 1984. Sentado desde aquí, a los pies de la cama, asistiendo rabioso, impotente a tu lucha inútil, venís a mí como el Cristo de Mantegna, gris y vencido, con tanto dolor sin horizonte, balbuceos y agonía, que no puedo, yo, que ya me siento viejo y quisiera ser tan sombra como vos para estar contigo, para que esto que es mi agonía muera también de una vez por todas, yo en la duermevela no puedo, suena el despertador, estoy en otro dormitorio a casi once mil kilómetros de distancia, hace años que no estás y debo ir a trabajar.
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