Fantasía (toma 1)

Abrió por tercera vez el ventanal y se quedó mirando el edificio de todas las noches, combinación de ventanas como fichas encendidas o apagadas en un gran panel, la misma televisión que aturdía seguramente a una pareja de ancianos, el cuerpo de la mujer que como en un ritual se duchaba todas las noches a la una de la mañana.
–Qué culo formidable –murmuró poco convencido mientras terminaba el vaso de vino, sabiendo de sobra que a esa distancia cualquier cosa podía ser tanto formidable como prescindible. Como siempre: la perspectiva, un culo del cual desde tan lejos se podía estimar a voluntad si valía oro o barro.
–Juicios a distancia –dijo sirviéndose otro vaso y yendo a sentarse–. Dios nos libre y guarde.
En el comienzo no es una fantasía, largo arpegio yendo y viniendo y terminando en un Re, restos de olas que mueren ante las patas indiferentes de albatros y botellas rotas, una playa que no identifico pero que puede ser Piriápolis en invierno o Le Touquet andá a saber cuándo. Casi las 2:22 AM, los ojos cerrados, la revisión involuntaria, peso que se va, imágenes, una moza unirrostramente asiática pregunta para quién es el té verde, me sirve el bol de chirashizushi, me agradece y no sé por qué, cultural, debe ser cultural, cultura capricho del tiempo, leyendas al milímetro, cultura y acento inconfundible, luego salir, pagar y salir y caminar bajo la garúa tenue, París cada vez más sucio, ir a ver muebles, preparar la mudanza, es domingo y está abierto, Francia se desangra y allí enfrente veo a una bichicome sentada hablando disimuladamente por celular y yo me siento cada vez más lejos de este mundo.
Rascándose la barba sucia, Esteban se puso de pie, volvió a acercarse al ventanal abierto, con el vaso en la mano. Sabía que todo eso era absurdo, tan absurdo como suponer que porque hoy fuera su día sería el día y que él finalmente vendría, un capricho, coincidencia, destino, corrompida palabra, por eso lo mejor era seguir tomando, observando el edificio de enfrente, recurriendo a la Biblia como a la sangre y por qué no a la carne, todo tan absurdo en esa noche absurda, un payaso anunciando a los deudos el deceso, eterno doble discurso, maquillaje barato, largas filas de cíclopes que durante el sermón aplastan cabezas pero recogen dientes de oro.
Lo que suena es la Fantasía en Re menor K.397. Lo que me espera mañana es de nuevo el pozo, el vampiro laboral, la monotonía de lo imprevisible, como lo es ahora volver a ver los Glens de Antrim, las putas de Belfast (pero eran niñas, más que las de La Habana), una señora muy anciana y húmeda que cuenta historias a media voz en una de las casitas del Ulster American Folk Park, el volante a la derecha, como Francia, como Hadopi, como Edvige, como Loppsi 2, como mi raya ante el espejo, como encontrar un papelito perdido que dice: “Modigliani: Portrait Chaïm Soutine”, como el mismo espejo al que le preguntaba esta mañana qué discusión pueden tener árboles y pájaros.
–Peor la tribu de la fe, en la versión que se te ocurra, barbudos, rapados, con túnica, boinita negra o danza a cuatro manos, todos con la única verdad, un desprecio ejemplar hacia lo que cante otro Verbo. Y no me joden los sectarios gordos en alpargatas de oro, tribunos sin rostro, me joden las hormigas, los que forman filas a campo abierto, bajo rigor de rocío o curtiendo al sol una piel que hay que evitar pero no se puede porque el cuerpo, pese-a-todo, late y pide carne. ¿Nunca te pusiste a pensar que el planeta está a una de cantar la última flor y que sólo el quince por ciento de las personas son ateas o agnósticas?
–¿Y vos nunca pensaste, pichón de Werber, que no son hormiguitas sino soldados contentos?
–Claro que sí. Por eso te digo que el mundo es una gran mierda.
–El mundo es absurdo, Esteban.
–El mundo no existe. Existimos nosotros, vos, yo, esta mesa, los raboteurs de parquet ahí, el vaso de vino que no aceptás desde hace más de tres horas.
–Nosotros –el visitante se quedó en silencio mirando la botella sobre la mesa–. Con algo de suerte, espectadores. El tiempo pasa y nos borra.
–El tiempo no pasa, pasamos nosotros. Lo sabés muy bien.
Lo mejor de esta Fantasía de Mozart es el indeciso scherzo que, inesperadamente, se mueve como una suricata hacia la mitad de la composición, una composición que, ahora que lo pienso, es en sí una enorme suricata, tan acorde a la imagen de los astronautas tomando su propia orina, disonancia, entre la Madre Teresa y Mengele ocurre un mundo que se me escapa, algo que tal vez podrá explicar un imposible mestizaje de neandertales y cromañones y brindemos por la vieja Lucy.
–Hace años que no sé lo que es levantarme y sentir el pecho limpio, mirar por la ventana, ver el sol en lugar de esos Übermenschen tomando helado y coca cola mientras sacan a pasear sus miserias por el parque más cercano, hablando del tiempo, de los buenos tiempos, cuando el amor no era una operación bursátil, cuanto todavía cogían como Dios manda, vivían por algo, todo lo que esperaban era buen trigo y pescado.
–Siempre te ha quedado bien el asfalkote, siempre te ha quedado bien el recuerdo, viejo malvón crecido en Belvedere. ¿No estarás adornando la memoria?
–Festinger no pasaba de un mediocre de mierda. La disonancia cognitiva es un himno al gregarismo. Prefiero infinitamente reafirmarme en mis erratas, a riesgo de que el Karma realmente exista y un día se me pasen todas las facturas que fueron derecho a pasivos sin que yo dijera esta boca es mía.
No, no es una suricata enorme, al principio es más bien una tarántula, horror y elegancia, imagen cruel, violenta, azar y religión, juicios maniqueos decididos por dados algo pegajosos, la semiótica en versión Braille, llega a ser lo que eres, barro y polvo y tickets de bus y un edificio-pecera que no puede representar mejor el cliché capitalista. Sigo leyendo a John Perkins, enterándome de primera mano lo que todos sabíamos de primer bolsillo.
–Ni tan arrepentido ni encantado. Y hubo tiempo de melancolía, de creer que aún por ahí capaz que. Idioteces, en definitiva. Luego la ciudad me fue hundiendo en sus rutinas, horarios de oficina, el corte de pelo mensual o la vigilia entre guadañas y confeti.
–Y vos te creías que llevabas las riendas y encima que ibas a algún lado, muñeca, pulpo, Leguisamo solo, dando vueltas en el mismo potrero de siempre, calesita viva, espectáculo para niños y borrachos y soñadores, indigna forma de perder el tiempo mientras en África se mueren de hambre y todavía hay tanto problema por resolverse.
–Exacto.
–¿Te duele Andrea todavía?
–No es tanto ella como el fastidio de lo repetido, otra vez el mismo sketch mal actuado, ir acomodando el recuerdo, dejando crecer el desapego, las ganas de olvidar, las mismas ojeras en el espejo, cigarrillos y vino como si fuera el último día.
Cuando la locura, una jubilación o una 45 son destinos que te dan absolutamente igual, cualquier arañazo para arrancarte de este hastío de nuevo siglo, de la Historia, esa puta carroñera, de tu cara en el espejo que no deja de decirte que cada día estás más viejo y que si vos no te hacés cargo, la otra lo hará en algún momento, para alegría de gusanos y ciertos vecinos, si es que no son la misma cosa. La Fantasía se deja morir, muere, no puede hacer otra cosa que morir, muere pero otro tema comienza.
Tell me true, tell me why was Jesus crucified…
Javier CoutoJavier Couto (Montevideo, 1974) es narrador. En 2010 obtuvo una mención de honor por Voces (cuentos) en el XVII Premio Nacional de Narrativa “Narradores de la Banda Oriental”. Su novela Thot fue finalista del Premio Minotauro 2013 (Editorial Planeta). En 2014 obtuvo una mención de honor con su libro de cuentos Del otro lado, en el Concurso Literario Juan Carlos Onetti 2014 y la primera mención en el Concurso Internacional de cuentos Julio Cortázar.

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