Noches de pensión

Herr Doktor conoce por lo menos cinco. La peor, por lejos, un agujero abominable en un impreciso punto de Concepción, parada obligada en la ruta Santiago-Puerto Varas. Recuerda con nitidez las toallas mugrientas, el techo semicaído, un baño invadido por hongos y festejado por cucarachas.

Luego hay una en Treinta y Tres, descanso del trecho Cerro Arequita-Quebrada de los cuervos ejecutado valientemente en el viejo Ascona. Habitación minúscula y de caprichosa disposición, junto al televisor de la tía Gregoria pululaban algo como souvenirs infectos y adefesios que bien podrían ser arte o simplemente mugre. La pieza olía a sopa recalentada, a sulfato de bario. El baño, cúbico, congregaba de manera misteriosa lavabo, w.c. y lluvero, que debían ser usados según combinaciones prodigiosas.

La tercera, en el D.F. de México, tuvo el atrevimiento de llamarse hotel. Al llegar a la recepción, Herr Doktor se creyó en un edificio abandonado. El recepcionista, reptiloide, supo hacer gala de lo mejor de la viveza chilanga (sin igualar a otro, igualmente reptiloide, de Guanajuato). La habitación ofrecía una alfombra verde mugrienta y rota, una cama que no era sino un paralelepípedo de cemento sobre el cual descansaba algo que algún surrealista borracho osaría denominar colchón, un baño casi tan grande como la pieza. Casi tan sucio también. Desde el balcón se podía ver una iglesia tapiada, curioso presagio.

Difícil encontrar presa más fácil que un turista que llega a Venecia sin alojamiento ni guía. En la estación de trenes, el veterano lo convenció con cuentos de una novia uruguaya en un tiempo remoto, que, para peor, Herr Doktor creyó al detalle. La habitación olía a humedad de una manera tan triste que le cuesta disociar Venecia de ese sentimiento (además Aznavour, se entiende). Un equipamiento mínimo y un vago sentido sanitario salvaron un poco la plata. En agosto de 2007, trillando al azar la ciudad de los canales, se dio de frente con la misma pensión. Por curiosidad, caminó el largo corredor hasta llegar a la misma pieza, testigo de berrinches de una imposible ex novia. Desde la ventana abierta venía el mismo, exactamente el mismo olor a humedad, tan triste que justificaba el tarareo conocido. Que c'est triste Venise au temps des amours mortes. Que c'est triste Venise quand on ne s'aime plus...

La pensión más intrigante se sitúa en Lyon e indiscutiblemente en la twilight zone. No tanto porque ésta también tuviera berretines del hotel que no era, sino por su atmósfera, vaya palabra. La pieza era el arquetipo de una habitación de película de terror: lámparas como candelabros entre kitsch y Vlad Draculea, mobiliario antiguo y largamente apolillado, un lavabo fuera del tiempo. Del lado humano (o algo así) dos elementos a destacar: una señora de pelo muy blanco que se encargaba de servir el desayuno. Además de inmortal, por vampira, era una envenenadora de larga data, se veía. Pero lo mejor, lo impagable, lo increíble por absurdo pero que ahí no sólo tenía sentido sino que era necesario es el recepcionista. Para empezar estaba muerto. Pero, como conviene en estos casos en los que se debe comerciar con los vivos, simulaba lo contrario. Algunos signos refutaban su propósito: obeso e infinitamente pálido, siempre sentado, sólo sus brazos se movían para ejecutar las acciones requeridas por su función. A su costado ocultaba un tanque de oxígeno, pese a fumar todo el tiempo, incluso cuando atendía (lo cual está prohibido pero andá a discutirle a un muerto). El mejor momento: atendiendo a un cliente, pucho en boca, hablando al mismo tiempo, le sobreviene un ataque de tos. Lentamente se saca el pucho, se lleva la mascarilla de oxígeno a la boca, aspira dos o tres veces, vuelve el pucho a su lugar y continúa atendiendo a un atónito cliente.

Y ahora le toca esta otra en Santa Cruz de Tenerife, sólo de paso, no tan sucia pero igualmente triste, jaulita de ancianos, tumba sin nombre. Mañana será otro día y esas paredes azules con manchas blancas, algo descascaradas, no serán más. Mañana, si el insomnio le da un poco de tregua, será un día de sol y de recorrida en auto por una isla que promete mucho.

En cuanto a las pensiones, los motivos que las congregan suelen ser similares: lugares de paso, con mala iluminación, camas individuales, paredes pintarrajeadas con un mal gusto que no se inventa, manchas de humedad como lunares, olores violentos, insectos, techos y pisos y baños insalubres. ¿Ejercicios de mentira y estafa o formas de vivir la vida? Habría que pensarlo un poco. En todo caso Herr Doktor suele repetir, sin que nadie sepa hasta qué punto habla en serio, que conviene conocer algunas pensiones, cuestión de disfrutar luego –si Fortuna lo permite– el merecido golpe de péndulo.
Javier CoutoJavier Couto (Montevideo, 1974) es narrador. En 2010 obtuvo una mención de honor por Voces (cuentos) en el XVII Premio Nacional de Narrativa “Narradores de la Banda Oriental”. Su novela Thot fue finalista del Premio Minotauro 2013 (Editorial Planeta). En 2014 obtuvo una mención de honor con su libro de cuentos Del otro lado, en el Concurso Literario Juan Carlos Onetti 2014 y la primera mención en el Concurso Internacional de cuentos Julio Cortázar.

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