De prosa limpia, la novela de Juan Martín Castellonese congrega tres historias construidas, de manera inteligente, en torno al improbable tesoro Masilotti. La primera voz es la de Arturo Roo, el narrador, curioso Licenciado en Historia que suele desvariar sobre una vieja traición y su teoría excéntrica de los ciclos de la Historia, que evoca, acaso vagamente, el eterno retorno nietzscheano. Luego, el hilo conductor, la búsqueda de Clara Masilotti, quien a comienzos de los cincuenta viaja desde EEUU a Uruguay, con el objetivo de encontrar, mapa en mano, un tesoro escondido por su abuelo en el Cementerio Central de Montevideo. Por fin, las aventuras de este abuelo, Michele Masilotti, supuesto hijo del Papa Pío IX, formando filas junto a Garibaldi para refutar el indigno sitio de Oribe y los rosistas.
En una novela histórica como “En busca de Klingsor”, de Jorge Volpi, el lector no podrá evitar por momentos olfatear el polvillo de tiza, el aula pesada como un mundo, el narrador-docente. Con destreza de orfebre, Castellonese acierta en su acercamiento a la Historia, que hace recordar las mejores novelas de Alejandro Paternain: el enorme trabajo de documentación se pliega al texto sin dejar relieves.
Para quienes, como yo, se criaron en una familia más bien decimonónica, las descripciones del Montevideo de los cincuenta no dejarán de ser motivo de nostalgia. Del texto, el lector sensible sabrá apreciar ciertos cambios estilísticos que acompasan el paso del tiempo y notar en qué medida el retrato da la clave narrativa. Sin agobiarlo, el autor exige de su lector un trabajo de síntesis. Hace bien. Los lectores flojos (hembras, según Cortázar) merecen todas las llanuras menos ésta, una novela histórica con un final para el que el calificativo de perfecto no resulta un elogio, una novela que añora la infancia, los amores perdidos, un Montevideo que ya no es y que presumiblemente nunca fue.
No conozco segunda novela de Castellonese, lo cual no deja de ser una pena.
En una novela histórica como “En busca de Klingsor”, de Jorge Volpi, el lector no podrá evitar por momentos olfatear el polvillo de tiza, el aula pesada como un mundo, el narrador-docente. Con destreza de orfebre, Castellonese acierta en su acercamiento a la Historia, que hace recordar las mejores novelas de Alejandro Paternain: el enorme trabajo de documentación se pliega al texto sin dejar relieves.
Para quienes, como yo, se criaron en una familia más bien decimonónica, las descripciones del Montevideo de los cincuenta no dejarán de ser motivo de nostalgia. Del texto, el lector sensible sabrá apreciar ciertos cambios estilísticos que acompasan el paso del tiempo y notar en qué medida el retrato da la clave narrativa. Sin agobiarlo, el autor exige de su lector un trabajo de síntesis. Hace bien. Los lectores flojos (hembras, según Cortázar) merecen todas las llanuras menos ésta, una novela histórica con un final para el que el calificativo de perfecto no resulta un elogio, una novela que añora la infancia, los amores perdidos, un Montevideo que ya no es y que presumiblemente nunca fue.
No conozco segunda novela de Castellonese, lo cual no deja de ser una pena.
6 comentarios:
jahey: estará en París entre setiembre y octubre? quizá viaje por allá por allá por esas fechas y sería un placer conocerlo personalmente e invitarle un trago
barato. un trago barato. :-)
sokon, siempre he conjeturado que ud. en realidad no existe (recuerdo haberle preguntado a zeta si él no era en realidad sokon), por lo que será un gusto conocerlo, comprobar que existe y tomar una con ud. (lo de "una" es un decir), pongamos una birra blanca belga o un buen porto o lo que ud. prefiera
avise cuando tenga fecha definida
estaré llegando la semana del 14/9, pero me imagino que me tomará por lo menos una semana adaptarme y ver de que va la cosa; pienso que la semana del 21/9 sería estupendo
le mando un mail cuando esté por allá :-)
perfecto, espero el mail entonces (tiene mi dirección?)
No puedo seguir adelante con esta farsa, jahey.
Sokón m no existe. Soy yo.
Me emocioné al saber que llegó al final de La llanura...
Sé lo que detesta ud. los finales. Y el hecho, no solo de que llegara a leerlo, sino que lo haya disfrutado, me provoca una sensación que aún no he acabado de rotular.
En cuanto a sokón m, me atrevo a decirle que gusta de la cerveza; casi que no puede resistirse a degustar una buena belga.
sokón m: ¡Qué alegría que se vaya! ¿Va en viaje de vacaciones o de negocios? Capaz que le encargo un libro (aunque a Rodia le dije lo mismo y al final no le encargué nada...)
Gracias por el post, jahey.
Tomo nota de las plefelencias de Sokón, Zeta, gracias por avisar.
Lo bueno del final de la novela es que obliga a redimensionar todo lo leído previamente. Muy bien logrado, en serio.
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