Ville-Marie

Por fin encuentro un lugar de la ciudad que me gusta realmente. Parc Jean-Drapeau, Ile Sainte-Hélène, Montréal. Hasta este banco me trajeron las olas, percibidas desde lejos. Allá enfrente los edificios, el viejo puerto, algunas grúas. Oigo los pájaros, pasan bicicletas, verde por todos lados, este parque vale el viaje.

El trato aquí ha sido excelente. Los montrealeses se me antojan gente macanuda y me parece que para estresarse en esta ciudad hay que hacer un esfuerzo. La dualidad no es sólo lingüística. Y está en todos lados. El consumismo yankee se acopla sin fisuras a la oferta francesa: encuentro todos mis caprichos culinarios en los supermercados pero el formato más chico es invariablemente XXL. La habitación de mi hotel, absurdamente grande, alberga una cama doble cuyo ancho mide dos metros. Lleva tres almohadas. Insensato.

Y la ciudad, una más a esta altura. Pero está bien así, ya no espero nada a nivel occidental, donde mi única intriga es Nueva York. Por momentos me ha parecido que recorría Dublín. Al llegar al puerto viejo creí que estaba en Londres. Por lo demás, aquí hasta el aire lleva impuestos.

Buscando libros en español terminé en la loma del monte real en una librería-tienda-etcétera atendida por argentinos. Apartando la bosta y lo ya leído, me traje Una pica en Flandes, del uruguayo Daniel Chavarría (tan uruguayo como los frijoles y la papaya) y La noche es virgen, de Bayly, abandonado dos veces por un motivo que me tendría que haber llevado a abandonar la lectura de Reinaldo Arenas —lo cual no sucedió, así que la cuestión viene por otro lado. Me traje también algo que —lo sé— hará saltar a Milo en su argentina pata mañana cuando venga.

Al salir de la librería y ramos generales, un pibe mugriento, descalzo y presumiblemente alcohólico me hizo el verso de los zapatos. Su acento era un desafío. Mientras se tomaba el pie por tercera vez, lo subía a la altura de la rodilla para mostrármelo —mugriento es el adjetivo exacto— y me explicaba que le iba la vida si no se compraba zapatos, aporté para la causa, cuestión de que se fuera a comprar un buen par de zapatos tinto, con esas cosas no se juega.

Esto es Montréal, pienso, con la esperanza de que el recorrido planeado (Tadoussac y Lac Saint-Jean entre otros) permita desenchufar de tanto cemento.

Tengo hambre, el sol empieza a pegar, es la hora, allez hop !
Javier CoutoJavier Couto (Montevideo, 1974) es narrador. En 2010 obtuvo una mención de honor por Voces (cuentos) en el XVII Premio Nacional de Narrativa “Narradores de la Banda Oriental”. Su novela Thot fue finalista del Premio Minotauro 2013 (Editorial Planeta). En 2014 obtuvo una mención de honor con su libro de cuentos Del otro lado, en el Concurso Literario Juan Carlos Onetti 2014 y la primera mención en el Concurso Internacional de cuentos Julio Cortázar.

2 comentarios:

Unknown dijo...

No pierdas tu tiempo con Chavarría. Panfleto disfrazado de novelita.
(¿sos el famoso amigo mío vareliano?
Serendipity total, no sé cómo llegué hasta acá).
Abrazo,

Fonzy.-

Javier Couto dijo...

Qué alegría, viejo, tantos años! Muy más o menos sé en qué has andado (vía artículos tuyos y alguna foto que he visto de cuando en cuando, si te gustarán los vernissage). La única consigna aquí es mantener el anonimato pero si me buscás encontrás fácil mi dirección (no logré encontrar la tuya). Escribime.

De la de Chavarría leí unas treinta páginas y desistí. No porque estuviera mal escrita sino porque se notaba demasiado que estaba correctamente escrita. Ya en el prólogo el tipo se ve en la necesidad de explicar cómo construyó la novela... Luego de ver (vía youtube) una entrevista que le hicieron hace algunos años, me dije que es como nuestro Hemingway, no?