Hace un par de años tuve la oportunidad de ver un documental sobre la generación del 27 en el cual Pepín Bello, honrando generosamente sus raíces, se explaya en un castellano sinceramente incomprensible. No importa si el viejo Pepín fue un simple catalizador de la generación y en ese documental se siente con la fuerza suficiente como para darle con un caño todo el tiempo a Dalí, a quien la caricia más suave que le dedica lo tilda de andrógino. Tampoco importa si Buñuel algún día dijo que el surrealismo había triunfado en lo accesorio y fracasado en lo esencial. No. Lo que interesa aquí es la oposición virulenta de Buñuel hacia toda interpretación de sus películas.
Hay quienes buscan la figura en la sombra, expertos en inferencias, hurgadores de indicios. A mí me gustan casi todas las películas de Buñuel y no asombro a nadie si confieso predilecciones. Una de mis favoritas es "El ángel exterminador", que siempre viví como un cuento de Cortázar filmado, lo cual, en la vida real no quedó más que en un sueño cuando se barajó la idea de filmar "Las Ménades", que, en mi opinión, hubiera rayado en lo sublime. Me dio mucho placer encontrar años más tarde, en las Cartas de Cortázar, una en la que mostraba su fascinación por la película de Buñuel y por Buñuel en general.
"El ángel exterminador" está introducida por un texto que puede servir de golpe de péndulo a más de una inquietud bloguera:
"Si el filme que van a ver les parece enigmático e incoherente, también la vida lo es. Es repetitivo como la vida y, como la vida, sujeto a múltiples interpretaciones. El autor declara no haber querido jugar con los símbolos, al menos conscientemente. Quizá la explicación de El ángel exterminador sea que, racionalmente, no hay ninguna."
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