Mostrando las entradas con la etiqueta subterráneas. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta subterráneas. Mostrar todas las entradas

Pasos

Se acaba de ir Camélia Jordana y su non non non (combien de fois faut-il vous le dire avec style : je ne veux pas sortir au Baron ?). Trivial. Tan trivial como un diploma de honor, remedo de medalla, campeonato de bolita y margaritas sobre una mesa no servida aún. Ya sé, no me digás, tenés razón, se parece mucho a un primer paso y esto no va en clave de escupir en la sopa. Pasa que estaría tan bien no salir de la burbuja (je ne veux pas prendre l’air, non non non), quedarse tras la gran máscara, servirse otro vino y brindar con los amigos.

Años

Envejecer es también claudicar, aceptar la repetición como norma de la estupidez, bajar las ventanas que algún romántico o imbécil había dejado abiertas esperando el pájaro que nunca vino. Envejecer, para algunos, es resignarse a aceptar, Pareto mediante, que la que va a contramano no es la cuarta parte de la humanidad.

Fantasía (toma 1)

Abrió por tercera vez el ventanal y se quedó mirando el edificio de todas las noches, combinación de ventanas como fichas encendidas o apagadas en un gran panel, la misma televisión que aturdía seguramente a una pareja de ancianos, el cuerpo de la mujer que como en un ritual se duchaba todas las noches a la una de la mañana.
–Qué culo formidable –murmuró poco convencido mientras terminaba el vaso de vino, sabiendo de sobra que a esa distancia cualquier cosa podía ser tanto formidable como prescindible. Como siempre: la perspectiva, un culo del cual desde tan lejos se podía estimar a voluntad si valía oro o barro.
–Juicios a distancia –dijo sirviéndose otro vaso y yendo a sentarse–. Dios nos libre y guarde.
En el comienzo no es una fantasía, largo arpegio yendo y viniendo y terminando en un Re, restos de olas que mueren ante las patas indiferentes de albatros y botellas rotas, una playa que no identifico pero que puede ser Piriápolis en invierno o Le Touquet andá a saber cuándo. Casi las 2:22 AM, los ojos cerrados, la revisión involuntaria, peso que se va, imágenes, una moza unirrostramente asiática pregunta para quién es el té verde, me sirve el bol de chirashizushi, me agradece y no sé por qué, cultural, debe ser cultural, cultura capricho del tiempo, leyendas al milímetro, cultura y acento inconfundible, luego salir, pagar y salir y caminar bajo la garúa tenue, París cada vez más sucio, ir a ver muebles, preparar la mudanza, es domingo y está abierto, Francia se desangra y allí enfrente veo a una bichicome sentada hablando disimuladamente por celular y yo me siento cada vez más lejos de este mundo.
Rascándose la barba sucia, Esteban se puso de pie, volvió a acercarse al ventanal abierto, con el vaso en la mano. Sabía que todo eso era absurdo, tan absurdo como suponer que porque hoy fuera su día sería el día y que él finalmente vendría, un capricho, coincidencia, destino, corrompida palabra, por eso lo mejor era seguir tomando, observando el edificio de enfrente, recurriendo a la Biblia como a la sangre y por qué no a la carne, todo tan absurdo en esa noche absurda, un payaso anunciando a los deudos el deceso, eterno doble discurso, maquillaje barato, largas filas de cíclopes que durante el sermón aplastan cabezas pero recogen dientes de oro.
Lo que suena es la Fantasía en Re menor K.397. Lo que me espera mañana es de nuevo el pozo, el vampiro laboral, la monotonía de lo imprevisible, como lo es ahora volver a ver los Glens de Antrim, las putas de Belfast (pero eran niñas, más que las de La Habana), una señora muy anciana y húmeda que cuenta historias a media voz en una de las casitas del Ulster American Folk Park, el volante a la derecha, como Francia, como Hadopi, como Edvige, como Loppsi 2, como mi raya ante el espejo, como encontrar un papelito perdido que dice: “Modigliani: Portrait Chaïm Soutine”, como el mismo espejo al que le preguntaba esta mañana qué discusión pueden tener árboles y pájaros.
–Peor la tribu de la fe, en la versión que se te ocurra, barbudos, rapados, con túnica, boinita negra o danza a cuatro manos, todos con la única verdad, un desprecio ejemplar hacia lo que cante otro Verbo. Y no me joden los sectarios gordos en alpargatas de oro, tribunos sin rostro, me joden las hormigas, los que forman filas a campo abierto, bajo rigor de rocío o curtiendo al sol una piel que hay que evitar pero no se puede porque el cuerpo, pese-a-todo, late y pide carne. ¿Nunca te pusiste a pensar que el planeta está a una de cantar la última flor y que sólo el quince por ciento de las personas son ateas o agnósticas?
–¿Y vos nunca pensaste, pichón de Werber, que no son hormiguitas sino soldados contentos?
–Claro que sí. Por eso te digo que el mundo es una gran mierda.
–El mundo es absurdo, Esteban.
–El mundo no existe. Existimos nosotros, vos, yo, esta mesa, los raboteurs de parquet ahí, el vaso de vino que no aceptás desde hace más de tres horas.
–Nosotros –el visitante se quedó en silencio mirando la botella sobre la mesa–. Con algo de suerte, espectadores. El tiempo pasa y nos borra.
–El tiempo no pasa, pasamos nosotros. Lo sabés muy bien.
Lo mejor de esta Fantasía de Mozart es el indeciso scherzo que, inesperadamente, se mueve como una suricata hacia la mitad de la composición, una composición que, ahora que lo pienso, es en sí una enorme suricata, tan acorde a la imagen de los astronautas tomando su propia orina, disonancia, entre la Madre Teresa y Mengele ocurre un mundo que se me escapa, algo que tal vez podrá explicar un imposible mestizaje de neandertales y cromañones y brindemos por la vieja Lucy.
–Hace años que no sé lo que es levantarme y sentir el pecho limpio, mirar por la ventana, ver el sol en lugar de esos Übermenschen tomando helado y coca cola mientras sacan a pasear sus miserias por el parque más cercano, hablando del tiempo, de los buenos tiempos, cuando el amor no era una operación bursátil, cuanto todavía cogían como Dios manda, vivían por algo, todo lo que esperaban era buen trigo y pescado.
–Siempre te ha quedado bien el asfalkote, siempre te ha quedado bien el recuerdo, viejo malvón crecido en Belvedere. ¿No estarás adornando la memoria?
–Festinger no pasaba de un mediocre de mierda. La disonancia cognitiva es un himno al gregarismo. Prefiero infinitamente reafirmarme en mis erratas, a riesgo de que el Karma realmente exista y un día se me pasen todas las facturas que fueron derecho a pasivos sin que yo dijera esta boca es mía.
No, no es una suricata enorme, al principio es más bien una tarántula, horror y elegancia, imagen cruel, violenta, azar y religión, juicios maniqueos decididos por dados algo pegajosos, la semiótica en versión Braille, llega a ser lo que eres, barro y polvo y tickets de bus y un edificio-pecera que no puede representar mejor el cliché capitalista. Sigo leyendo a John Perkins, enterándome de primera mano lo que todos sabíamos de primer bolsillo.
–Ni tan arrepentido ni encantado. Y hubo tiempo de melancolía, de creer que aún por ahí capaz que. Idioteces, en definitiva. Luego la ciudad me fue hundiendo en sus rutinas, horarios de oficina, el corte de pelo mensual o la vigilia entre guadañas y confeti.
–Y vos te creías que llevabas las riendas y encima que ibas a algún lado, muñeca, pulpo, Leguisamo solo, dando vueltas en el mismo potrero de siempre, calesita viva, espectáculo para niños y borrachos y soñadores, indigna forma de perder el tiempo mientras en África se mueren de hambre y todavía hay tanto problema por resolverse.
–Exacto.
–¿Te duele Andrea todavía?
–No es tanto ella como el fastidio de lo repetido, otra vez el mismo sketch mal actuado, ir acomodando el recuerdo, dejando crecer el desapego, las ganas de olvidar, las mismas ojeras en el espejo, cigarrillos y vino como si fuera el último día.
Cuando la locura, una jubilación o una 45 son destinos que te dan absolutamente igual, cualquier arañazo para arrancarte de este hastío de nuevo siglo, de la Historia, esa puta carroñera, de tu cara en el espejo que no deja de decirte que cada día estás más viejo y que si vos no te hacés cargo, la otra lo hará en algún momento, para alegría de gusanos y ciertos vecinos, si es que no son la misma cosa. La Fantasía se deja morir, muere, no puede hacer otra cosa que morir, muere pero otro tema comienza.
Tell me true, tell me why was Jesus crucified…

San Vicente

Una puerta derribada, a lo largo del tumulto las manos moviéndose en lo alto, sobre el coro que satura el aire, manos que se agitan como un manto oscuro, dolido, fuego y locura. Carnaval de San Vicente. Semilla de toda incertidumbre, antigua, obstinada amiga que te come rabiosa el hígado en noches como ésta.

Y no te importa, seguís abriendo camino, las manos en alto, juego de caderas, carnaval, San Vicente mártir de los cuervos danos una hora más de borrachera, un pacto nuevo, la última carta a jugar.

Qué importa ahora aquella herida como Prometeo, eterna y lustral, no nos verás sombrero en mano pidiendo limosna, nosotros los de la nueva sangre, nosotros hermanos de Baco y todos sus caprichos, moriremos en movimiento, en tu mismo molino cuya piedra hacemos girar, San Vicente, guerra y carnaval.

Otra puerta a la distancia, tumulto, manos, caderas, carnaval y fuego, locura, otra puerta derribada, el coro que sigue sonando, la sombra de Prometeo a lo lejos, estás solo y la botella ya vacía.

Notas a la canción
Carnaval de San Vicente
de Cesaria Evora

De coyunturas y otros males menores

Vacío de todo. Desde hace semanas, pasando hoja tras hoja. Gesto cansado y mecánico en un cuaderno ya casi ajeno. Borrones apenas, esfuerzos inútiles, tristes grises. Solo en la burbuja. La sala, opaca, se deja ganar por el saxo alto. Brubeck. Cuarteto. Take five. Del otro lado de la ventana, la garúa fina, helada, acuarelosa, también gris, se filtra poco a poco y llega a los pies del canapé. Quién dijo que todo está perdido, te preguntás estúpidamente mientras el saxo acentúa el azul. No sabés por qué pero es azul, un azul que se acerca al índigo y te hace sudar un poco las manos, sentir la garganta seca mientras intentás distinguir algo en la oscuridad, comprender de qué modo, azul, índigo, estúpido, garúa, gris, Desmond obliga al oporto. Savonner la planche. Serruchar el piso es savonner la planche. Y viceversa, aunque el contexto, depende, como siempre, vos me entendés. Hace rato que te están enjabonando la tabla. Lo sabés, lo ves, te da rabia. Intuís que tu añorado anarquismo primitivista no te ayuda. Demasiado Zerzan por este mes, te decís algo convencido, mientras observás por la ventana a los cuervos alinearse sobre la enorme antena de la vecina. También oscuros, garúa, arteros, parecen otear el horizonte. Les falta fumar y hablar de la vida. Les falta ponerse corbata. Les falta acercarte un saludo porque con cuervos hace meses que venís almorzando, reuniéndote, disertando en seminarios, pretextos mínimos para ofrecerles la tabla que enjabonan con todo el gusto del mundo, entre sonrisas y deseos de buen viento. Pero su único horizonte es el espejo. Estás harto de la impostura y no pensás mover un dedo porque hace rato que estás buscando la puerta de salida. Pero lo mismo la rabia. Y no pensás mover un dedo por aquello de las margaritas y los chanchos. Pero lo mismo no te lo esperabas. Y no pensás hacer otra cosa que quitar el cuerpo y seguir camino porque, pese a todo, seguís siendo fiel a tus berretines taoístas, y porque sabés perfectamente que la resistencia es también punto de apoyo, flanco ofrecido, una falencia. Pero te cansa y te deja vacío. Quién dijo que todo está perdido. Segunda copa. Honrás una vez más la inscripción del anillo de Salomón. Dios guarde la leyenda. De momento decidís volver a la música. Take five. Cuarteto. Brubeck. De momento sabés lo que vas a seguir haciendo. Lo mismo que desde hace semanas. Pasar hoja tras hoja en el mismo gesto cansado y mecánico. Vacío de todo y a la espera. Vacío, vacío, tres veces vacío, disfrutando anacrónicamente de un mejor día, uno azul pero distinto, azul de prusia, sol y pájaros, decimocuarto arcano mayor, la Paz, ese gran hotel de paso.


El jardín del amor

Cementerio de hijos naturales. No hay ninguna cruz pero sobran flores. Evocación del poema "The garden of love" de William Blake. Garúa y se oye una música en sordina. Creo adivinar la Pasión según San Mateo de Bach, coro final (Wir setzen uns mit Tränen nieder), pero yo no lloro ni me postro y no sé si es que no puedo o que ya no me interesa en lo más mínimo. A mis costados, el pasto crecido, algunos sapos, la noche. Y por todos lados, flores.

Desplazarse por este camposanto húmedo es tan posible como inútil. Todo para ver; nada para rescatar. Desfile detenido indefinidamente en el tiempo, en un tiempo que ya no es el mío ni el tuyo ni el de nadie más que todos los hijos naturales que aquí, mudos, comparten origen y destino. Ahora Goyeneche canta mi corazón. Y así sigue este mal sueño, hacia el hondo bajo fondo. Lleno de tumbas, lápidas sin cruces pero bañadas en flores. Vuelve el poema. Vuelve pero no hay capilla, sin embargo. Sólo un sueño muerto where I used to play on the green...

*

I went to the Garden of Love,
And saw what I never had seen;
A Chapel was built in the midst,
Where I used to play on the green.

And the gates of this Chapel were shut,
And ‘Thou shalt not’ writ over the door;
So I turn’d to the Garden of Love
That so many sweet flowers bore.

And I saw it was filled with graves,
And tomb-stones where flowers should be;
And priests in black gowns were walking their rounds,
And binding with briars my joys & desires.

Dicotomías sangrantes

Como las tortugas y los peces, privilegio de pocos, canciones que aflojan los lacrimales pese a capas y capas de pintura vieja, enduido y malos recuerdos. Suena "Puede ser" de Pequeña Orquesta Reincidentes, tema que de por sí justifica la existencia del grupo y el deslucido título de esta entrada. Pero va quedando poco en el tintero, algo como restos de vinagre en la ensaladera vacía, multitud de sellitos amontonados en un pasaporte bastante rendido. Morocha de ojos negros, vientre, madrugada. Las mudas comparecencias, largos años de boomerangs, todas las marcas de esta baraja conocida de memoria. Artista, caníbal, ladrón. Puede ser que estés frente a un árbol, un muro, tal vez un pozo onettiano y murmurante.

Puede ser o puede que no.

Un año

Cómputo estúpido y telúrico, noción de pasaje, larga cuchillada que dejó una herida que no se quiere aún cicatriz. Tiempo de revisión. Queda mayormente desorden, platos sucios, flores que terminaron muriendo por negligencia. Quedan también botellas vacías, palabras a medio decir en un diálogo que nunca fue de águilas, demasiado tiempo en el que las dinámicas se repitieron como los mimos principiantes. Queda, a fin de cuentas, una mesa distante en la que una baraja ahora está completamente boca arriba pero ya a nadie le importa. Encima de la mesa descansan unas sábanas que sugieren un trapo de piso. En el suelo pueden verse las almohadas, casi deshechas. La lista de horas es larga y bastante insólita, justo es decirlo.

Una noche entera de pesadillas, de ver insectos y parches y figuras de colores, de oír voces y retorcerse en la duermevela, de terror de arañas y tamborileo en el pecho. Noche de parches, en definitiva. Y ahora, un año después, parche tras parche, no se ven más que remiendos. Tal vez por eso Calamaro, en esta mañana sin número, sigue cantando el mismo tema. Debería dejarte. Irme lejos. No volver.

Y por más que la esperanza sea una lechuza de cuello largo, sobrevive una rabia indecible por haber rebajado de quinta a segunda algo que prometía laureles y cimientos salomónicos. Toque de queda para una noche larga y bien oscura. Después de un año, lo único que realmente queda es ansia de rincón, de perro aplastado y salamandra, rincón con olor a arpillera y baldosas frías, en el que una mano marcada de ceniza acaricia el hocico húmedo y rendido.

CYAP cual escarpín

Y cada cual da su propio tono. Inteligencia y sentido del humor, condiciones sine qua non. Por el resto, que soplen vientos y fluctúen mareas, puedo sobrevivir. Porque el problema de siempre sigue siendo la gangrena por negligencia y cualquiera con las tuercas más o menos ajustadas lo sabe de memoria. Pero en cuestiones de tuercas (y sobre todo ajustadas), ya se sabe.

Cambiando un poco de perfil, vaya un ejemplo. Hors d'oeuvre de caviar. Una delicia. Comida incompleta. Aburrimiento seguro incluso en el corto plazo. ¿Entendés? ¿Completitud? Quizá. Cuando menos variedad o complemento; no el mismo tono pero algo que forme un armónico. Armonía, eso sí, sin duda alguna.

Y así sigue todo, escuchando "Oleo de una mujer con sombrero", canción que da el tono de este post.

La flor del cardo

Confirmado: nunca podrá trabajar de marronero. Difícil tarea la de elegir sabiendo que la culpa le gana por goleada y sin el mayor esfuerzo. Aunque haya el buen reverso de saberse plaga nacional en tierras de optimistas, lo mismo el baldazo de agua fría. Él quisiera sacarse el yelmo de una vez por todas y ceder al útero, una cuestión de dimensión o complacencia plástica, misterio ovular o enigma de esfinge, no sabe muy bien, como tampoco sabe exactamente por qué ella olía a albahaca y eso lo excitaba de una manera inexplicable. Y ella aprendió tanto de la vida y de las costumbres de los coleópteros. Y si tan sólo eso fuera suficiente. Y si tan sólo... Y si...

Todas mis angustias me las tengo bien ganadas, había murmurado algo convencido mientras descorchaba la segunda botella de vino. Luego había comenzado a preguntarse qué hacía así, después de todo, infeliz como una piedra y pensando en títulos de telenovelas baratas, perfectamente interpretables por Natalia Oreiro, gran ídola gran en Rusia (ojos enormes y azules de Elenita Ivanova al mencionar el nombre de nuestra querida actriz). Declaro bajo protesta de decir verdad que los datos asentados son ciertos, volvió a decir, imitando un acento mexicano e imaginándose a sí mismo como Patrick Poivre d'Arvor versión guignol.

Inútil maniobra. ¿Y si la solución fuera realmente retorcerse hasta el cansancio para desembocar sin pena ni gloria en una noche blanca y abierta? Conoce los caminos que conducen a la felicidad soga, salamandra o poliedro según el día y el viento y los deshace caminando hacia atrás y escupiendo por si acaso. Se dice dispuesto a rever su postura si alguien traza a la perfección la diferencia entre los valles de la Loria y Brujas. Sabe de sobra que su mejor escudo es la palabra perfección.

No hay como estar profundamente cansado o borracho o ambos para olvidarse de todos los problemas. Período de grumos. Todo se junta y coagula de mala manera. Y encima viene con ritmo de sevillana. Que vivan las procesiones que van por dentro.

Difícil tarea la de elegir sabiendo que.

La valse à sale temps

Desactivados los mecanismos de negación, le duele darse de frente, en pleno jardín, con dos estercoleros que nunca había siquiera prefigurado. Primero, a la derecha, la legión de veces en las que ella no estuvo a la altura de los hechos, el triste papel que supo jugar en momentos clave, asistiendo de brazos cruzados a muertes evitables, trombinoscopio de caras afligidas y renuncias silenciosas que no fueron sino un largo, inflexible desierto. Segundo, a la izquierda e igualmente importante, ciertas reacciones que evidencian un espíritu mal perdedor y ocasionalmente vulgar.

Constata, sin el menor asombro, que lo que más le duele es haberse dado cuenta tan tarde.

C’est la vie, c’est la vie / qui dit non, qui dit oui
C’est la valse à sale temps / reine des emmerdements
*
Éteins l’abat jour, mon amour.

Amores Alka Seltzer

Nuestro amor duró tres días. De esa manera ella había sentenciado algo que se parecía mucho más a la profunda necesidad de llenar un vacío que al amor. Pero el amor, esa palabra... palabra que en ciertas bocas no pasa de ser un cachorrito con moño rosa, mantita y serpentinas verdeazuladas.

El amor, un compilado de fracasos, se había dicho él poco convencido mientras hojeaba un artículo de la última Reader's Digest. Repentinamente iluminado por el aborto que Sarí Harrar y Rita DeMaría se habían encargado de ciscar a los cuatro vientos y dos columnas, le gustaba imaginarse cómo la revista terminaría vendiéndose al kilo en la feria del Parc Brassens, por no imaginar sino un ejemplo local.

Y si bien entendía a la perfección que en cuestiones tales, cuando las generales de la ley no comprenden, todo asienta jurisprudencia, no dejaba de pensar en ella y su bendito amor de tres días.

Hace un tiempo ella pernoctaba en su casa. Por las madrugadas, acostado boca arriba en el insomnio solitario, acercando su oído al de ella lograba oír el ruido del mar.

La noche solía ser calma pero ya anunciaba la tormenta.

No comment(s)

En un documental sobre las corporaciones, Michael Moore insiste en denominar la Fanta como la Coca Cola de los nazis. Cuenta una pequeña historia que luego, algo asombrado, verifico y amplío.

Por otro lado, curiosidades. Con no poco estupor descubro que Kevin Johansen tiene una versión de la Chanson de Prévert, que en realidad no es ni de él ni de Prévert ni de Kosma sino de Gainsbourg. La escucho una vez y media, tan solo para exorcizarla escuchando repetidamente la versión original un tiempo equivalente a diez horas, lo que hace que hasta los gatos se alejen de mí a causa del aburrimiento. Johansen, cuyo mejor tema, para mi gusto, es Candombito, canta bien en francés, con un acento ligeramente abierto y una gran deuda con el fonema [y] que le da un toque latino divertido.

Y por lo demás, todo sigue en orden, en orden decreciente. Como dice la vaca sagrada Serge: obsedé ? affirmatif; sexuel ? ooh ooh ooh. Coexistencia de casualidades y cosas que se caen de su propio peso. Lejos de todo, entre estocadas epistolares y paquebotes cibernéticos, desde mi ventana veo palomas, cuervos, viejas en pijama, antenas que de un momento a otro cederán ante la fuerza de la tormenta. Y tanto fuera como dentro: viento, puro viento.

Algún día sabrás

lo que ha sido vivir. En fin. Imposible explicar lo profundamente irracional, lo pulsional, lo increíblemente estúpido pero tan muerto y tan vivo que da asco. Lo mejor es conseguir una buena alfombra y seguir metiendo debajo a la espera de Anubis, a la espera de ese momento en el que -lo visualizo perfectamente, el tipo hasta se sonríe porque me adivina de lejos- le entrego el paquete completo, bien cerradito y hasta timbrado au cas où, Gran Peso y afines, y me tomo los vientos sin decir agua va.

Porque mientras Yann Arthus-Bertrand tiene una foto aérea tomada en Jaipur, Rajastán, India, en la que hay, secándose al sol, telas de algodón similares a alfombras, a Pablo, un hermano, la canción “Con la frente marchita” le movía ciertas profundidades que ni él mismo intuía. Y se quedaba estúpidamente triste pese a que aquello también estaba muerto y vivo y daba asco y tema de charla.

Esta noche escuché la versión de Adriana Varela y comprobé que yo tampoco me conozco lo suficiente. Conozco Jaén, sin embargo. Pero no el mar andaluz. Y aún así, no creo que importe demasiado. Puede haber sido la comida, el bandoneón, la previa a las elecciones o alguna carambola astrológica. En definitiva poco importa porque la ropa, la de la vieja Europa y la mía también, se sigue secando al sol como las telas capturadas por Yann Arthus-Bertrand.

Agostos

Lo que pasa es que cuando terminás al fin por comprender que la persistencia de un agosto puede reducirse a una perspectiva hemisférica, ya todo está perdido. Y entonces seguís camino como antes; o tal vez un poco peor, pateando las mismas piedritas de siempre pero sin que ahora te importe adónde carajo van a parar; alma de estorbo pero jamás alma estorbo, animula vagula blandula, huésped y promesa de algún agosto mejor. En fin. Generosos son quienes asisten a este destierro voluntario, aunque más no sea curioseando de reojo, quizá con pudor, o con butaca, morbo y acaramelado el pop. No tengo agradecimientos pero sí hambre de espejo. Ya lo dijo Osho desde su mansión en Poona: un ascetismo tercermundista y citadino es una empresa arruinada de antemano. Luego vino el resto, que es bastante conocido.

Y es que en terreno de ruinas y escombros puedo jactarme de obras varias. Deconstruir y destruir no son operaciones ni idénticas ni intercambiables y precisamente por eso es que consta en mi reducida foja que tengo más de Derrida que de Shiva. Y aún así, tengo más de quiróptero que de cualquier otra cosa.

Una manera de describir relaciones es mencionar la figura que las partes del conjunto (que sería, presumiblemente, la figura) van formando. No sé si Cortázar confunde metaexistencia con existencia o soy yo de nuevo que en los momentos más inesperados salgo hablando del metacarpo y del metatarso. En todo caso, a mí me gusta verlas como microsistemas que se van acomodando (de preferencia simbióticamente) en una poltrona de lo más cómoda y somnífera: cuestión de meses para que todo cristalice en una rutina pegajosa y el olor a podrido no se soporte. Entonces pala contra escombros porque el estar no puede quedar así. Revolverse a como dé lugar para buscar el golpe de péndulo. He mencionado anteriormente, aunque sin citarlo, el principio del ritmo del Kybalion:


"Todo fluye y refluye. Todo tiene sus períodos de avance y retroceso. Todo asciende y desciende; todo se mueve como un péndulo. La medida de su movimiento hacia la derecha es la misma que la de su movimiento hacia la izquierda. El ritmo es la compensación."

Fluir. Mover. Poner la casa en orden. Ciertamente la perspectiva es un lujo de dioses. Pero al menos podemos poner la casa en orden, prepararnos para el próximo agosto, que por ahí es mejor que los anteriores.

De taquito

Ya lo dijo el famoso capitán de la selección brasileña y hasta ahora nadie lo ha refutado: conócete a ti mismo y luego huye raudamente. En fin. Este fiel errático anuncia una balanza perfectamente inútil que no es sino un casse-croûte de otra de las tantas noches en vela que me suelen acompañar. Porque lo sabían tanto Anubis como todos los perros que aguardaban hambrientos: no se puede vivir acrobateando el corazón y pretender salir ileso. Y más aún: algún día tendremos que aceptar lo perfecto como algo inalcanzable. ¿Cuestión de asíntotas? Quizás. Ya los eléatas hablaban de estas cosas. Zenón, ¡geronte e hirsuto!, vos y tu lanzamiento de piedra, primer acercamiento a las series tan sólo para corroborar que la piedra, después de todo, llegaba. ¿Pero qué sucede si el árbol justo está plantado al costadito de tu epitafio? Tant pis, mon vieux. Joderse y tomar quina.

¿Y te parece este el lugar para sacar a relucir aquella sensación de surrealismo cuando el conferencista (un filósofo vivo... algo cercano al oxímoron, si me preguntan) comenzó a argumentar auxiliándose en la paradoja de la flecha? (No reclames la tilde porque te largo el par de galgos anfibólogos que tengo atados en el fondo) Lo mejor fue almorzar posteriormente con él y poder comprobar que era innegablemente un Anthony Perkins devaluado a fuerza de los tigres asiáticos y reducido a acordoneazos por los tigres del norte.

Y hablando de animales, ¿los perros no eran en realidad Ammit, quien, bien visto, era un carroñero pero lo que se dice un carroñero justo? Las enciclopedias de los primeros años. Juguetes. Juguete de ocasión. Milonguera inalcanzable que se ha pegado al vidrio pero sigue del otro lado, calco de automatismos, reciprocidades increíblemente agazapadas, capuccinos y zapatillas. Si yo soy amigo del mar y de todo cuanto es de especie marina...

Mujer, hijos y siete sellos, esto sólo nos lleva a recordar al maestro: no hay fenómenos morales sino interpretaciones morales de los fenómenos. Y hablando de maestros: ¡qué fenómeno Sócrates!

Ícaro

¿La gran Ícaro o idioteces de medio pelo? ¿Una decisión de no descender o simple ignorancia? ¿No saber que aunque esté nublado, igual a la primera de cambio te bajan de un chumbazo sin preguntar quién vive?

En mi casa los recuerdos vagan como ectoplasmas, obedecen sus rutinas, honran cómodamente sus malos hábitos, festejan algún día de sol, conversan y batallan conmigo con intensidad variable y bajo regímenes más bien pendulares. Desde hace días un monje observa silencio de pie en un rincón del estar. Indiferente a todo lo que le digo, se limita a vigilarme. Difícil saber si en su rostro hay compasión o condena. Difícil saber si no hay algo de padre que teme lo previsible, lo peor, lo todavía evitable…

Solito

—Lo que pasa es que vos tenés alma de fuelle, avivando llamitas moribundas mientras los grandes incendios te pasan al lado sin que te des cuenta. Un gil de cuarta, eso sos, mi viejo.

Ya extrañaba a Arturito de los tres pelitos. Extrañaba sentir esa profunda repulsión que cualquier cambio de corriente puede transformar en ternura, condescendencia o camaradería. Porque ante mis quejas palmípedas más de una vez R2D2 antepone el argumento de pecata minuta. Poco le importa el sube y baja que va de las caricias como lenguas hasta los anuncios baldazo-de-agua-fría. Y yo acá sigo, para variar pensando en atrincherarme en la Antártida, si possible

—Te vas a cagar de frío al santo rocket, mon petit —acento del sur; mala imitación de un marsellés—. Y además no vas a arreglar nada. Vos querés entender, alimentar la misma máquina tragamonedas de siempre. Cual destino de chapulín, vas frito, te anticipo. Esa insatisfacción con tentáculos y mil ojos te perseguirá como un elemental. Si lo que antes unía fuertemente hoy no es sino ceniza sobre un plato gris, es en gran medida responsabilidad tuya. Bailes así te los buscás solito y lo más cómico es que en el fondo no te gusta bailar. Bicho raro sos, oh solitario pariente de Samsa. Triste gusano, tus anélidas convulsiones breve vida tendrán.

Lo interrumpo con un gesto porque cuando comienza a sermonearme cadenciando el vaso y hablando como Yoda, logra sacarme.

¿Y si tiene razón? No me gusta bailar, no. Pero yo y los ovillos, hélas, terror de abuelas, un chimpancé con un martillo en la casa de Swarovski. Por ahí los fuelles… et pourtant, et pourtant… (cf. Aznavour)

Betania

Y es que en Betania Jesús tanto secó la higuera como lloró conmovido. Por eso, hay que ser realmente un imbécil para no entender que aún de pie frente al vergel en flor los pies descalzos reciben impotentes la resaca. Ciertamente esta copa no pasará ni de mí ni de ella ni del breve público o de la austera salita de cinco por cuatro. Habrá que inventarse otro par de ojos, otras noches largas, años de compartir y cinchar de un carro que no solito pero sí poco a poco se fue descangayando hasta lo que es ahora: papeles sobre papeles y timbres sobre los papeles y firmas curiosamente amigadas en un espacio común y carpetas y registros y luego simplemente aire o viento, el mismo viento que mueve las hojas de una higuera que, sin frutos, todavía se sostiene y conmueve al más pintado.

Wandering, wandering in hopeless night

Debo a U2 mi primer contacto con Johnny Cash. Fuertemente impresionado por su registro tosco y dolido, durante tiempo di lugar a la idea de que Zitarrosa era el Cash uruguayo y que la brown wooden butterfly habría sido un éxito en el Madison Square Garden, analogía que, mínimamente trabajada, me resulta aplicable del otro lado del ecuador.

Y sin embargo, pese al registro y tono bíblico de la canción, el punto más alto en The Wanderer es un falsete de Bono que se levanta como una lenta bandera de tregua hacia el final de la canción. El Reino o Dios, como si la opción fuera posible, un parcelado postulable. Hay que ser un perfecto dormido o un necio elogiable para no ver que estamos al servicio, aun cuando nuestra ejecución se rebaje a una pantomima borrosa frente a un enorme y solitario espejo. No es difícil adivinar que en las loas al bambú bien puede descansar la clave del universo o el secreto de una neurosis colectiva que ha sobrevivido oralidad, rollos, códices, enciclopedias y cedés.

Tal vez poco importe hoy, cuando tanto una palabra como un cinturón como un paquete de valium pueden ser argumentos perfectamente intercambiables; hoy, que la tormenta escampó y puedo decir sin sentir la menor culpa: “Niña tonta, tan tonta. Pijama y madrugada.”; y también: “Pero él sí fue un destino. No como estas tristes marionetas rellenas de estopa y tanteando en la penumbra.”; hoy, cuando las arrugas de la frente se amigan con la persistencia de las chicharras para anunciar un mediodía insoportable y un bronceado que distará mucho del hawaiian tropic look.

¿En cuántos puntos se abre este abanico? Mientras se edifican casas inteligentes para ser habitadas por personas dignas (dignas de habitar casas tales), en filipinas, además de obedecer al español como segunda lengua, se mantienen ritos antiguos, por no hablar de las tribus australianas y recurrir al socorro fácil de Frazer.

I went out there in search of experience / to taste and to touch and to feel as much / as a man can before he repents

¿Reducir la vida a un cúmulo de experiencias? ¿Abrir la mano y pretender tomar? ¿Ser digno de? Manos calderín, todo esto debería entenderse de otra manera. Manos telaraña. Las mismas manos que avivan un fuego cansado, que rascan una cabeza atónita y semicalva, que llenan una copa hasta dejarla rebosante, que se apoyan en una vara que quisieran cayado, que tantean en la noche, buscando otras manos telaraña o calderín, y rara vez encuentran algo.