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Fútbol x 3

mirá, esto sólo se puede escribir escuchando a gardel, que también tenía triple nacionalidad, la cuestión es que el partido del viernes pasado es por lejos lo más emocionante que he vivido en mucho tiempo, por lejos, sufrir como corresponde, junto a amigos uruguayos que vinieron por casa para también sufrir como dios manda, junto a milo que con la natural empatía argentina hinchaba por nosotros, en la canícula de parís, botellas y botellas de agua terminadas, los morochos bombardeándonos, lugano que sale, terror inmediato, uruguay desarmado, marcando como moscas, el rusito está cagado, a arévalo le cuesta, cavani muy bien, le digo que retiro todo lo dicho anteriormente, suárez comienza a ganarse mi admiración, fucile falta amarilla y el juez que se gana en casa todos los calificativos posibles, idas y vueltas, uruguay no aprovecha los corners, vamos nosotros che, los grones nos clavan el primero con un gol que delbono clasificaría de uva, la puta que los parió, no pueden ligar tanto, me cago en dios, termina el primer tiempo, tengo un estrés tan grande que me voy al baño, meto la cabeza bajo la canilla y frente al espejo en un momento me doy cuenta de que me estoy afeitando, segundo tiempo, seguir sufriendo, gol de forlán, gritos, saltos, afonía, ventana abierta, algunos vecinos del edificio de enfrente que se asoman al balcón, la mini vuvuzela que gané en un sorteo ensordece, sí, señores, tienen vecinos uruguayos armando quilombo a estas horas, así es, sigue el partido, uruguay sigue desarmado pero aguanta, ataca, hay que hacerlo, no se da, alargue, gyan es enorme, realmente enorme en todo sentido, no puedo dejar de pensar que ese grone enorme le metió el segundo a los gringos, casi hace lo mismo con nosotros, ya nadie tiene piernas, nadie, se vienen los penales, por suerte se vienen los penales porque el golero de ellos es una mantequita, vamos todavía, falta, no podés, falta no, no queda nada, falta no, terminalo, la viste sólo vos grandísimo aborto de simio, pero falta, centro, desorden incomprensible, que gol que no que sí que la sacan que qué pasó penal no juez hijo de la re... que roja suárez roja no podés ser tan hijo de puta replay sí suárez roja claro...

en un momento así es difícil no convencerse de que la mala liga de uruguay en el fútbol tiene algo de cósmico, que no se puede estar condenado y maldito a ese punto, luego viene la historia conocida, gyan erra el penal, increíblemente errado, grande, grone, sos un grande, gracias, luego mostró lo que podía hacer, pero era tarde, porque tiraron dos masitas que muslera atajó (gran sentido del humor de ese pibe, hay que ver sus declaraciones posteriores) y después el loco abreu, la panenka, inmenso, incredulidad, mirarse y no saber qué hacer, estamos entre los cuatro, estamos entre los cuatro, gritos, alegría, salir a festejar, sí, pero adónde? caminar por ahí, tirarse hasta la mouffetard, más tarde al sena, cerca de notre dame, enterarse días después de que los cien uruguayos que viven en parís estaban festejando en otro lado, ahora viene el martes, vamos todavía

*

alguien tendría que decirle a los franceses que el fútbol no es el rugby y que su ignorancia futbolística es tan grosera que harían bien en dedicarse a otra cosa (bolita, crochet, palabras cruzadas, trabalenguas...), leo comentarios en la prensa, tan fair play políticamente correcto boludo que da asco, criticando la trampa de suárez, uno dice que cómo puede ser que la mano de suárez sea más legítima (sic) que la de titi henry, vos fijate lo lejos del tarro que se encuentra la micción de ese cristiano que habla de un partido de fútbol como si estuviera analizando el bloqueo criminal de gaza,  dan pena, realmente dan pena y dan ganas de decirles cuán poco entienden de fútbol, cuán sosos son sus comentaristas, que además —salvo un sureño que comenta en tf1— son muy ignorantes y despreciativos, dibujados, puesto a elegir un calificativo les diría dibujados, dedíquense al rugby o, mejor aún, disfruten con el mundial de petanca, que acaba de empezar, por ahí cachan un poco de qué viene la mano

*

y hablando de la natural empatía argentina, asisto con incredulidad a la ondita antiargentina que tiene lugar en tierras orientales, que se parece mucho, para variar, a ignorancia, rencor viejo y complejo de inferioridad que más de un uruguayo tiene con los argentinos a quienes inconfundiblemente asocia a los porteños... basta haber sacado un poco la cabeza de un pueblito como montevideo —entrañable, cálido, pero provinciano a reventar— para darse cuenta de que argentina no son los porteños babosos, que los argentinos en general nos quieren y que, cuando se trata de fútbol, hinchan mayormente a muerte por uruguay.. ¿que hay quienes nos tratan de provincia? imbéciles hay en todos lados pero basta tener un poco de mundo, no mucho, por ejemplo haber ido hasta rosario —cuyo parecido con montevideo golpea—, para comprender cuanto tienen uruguayos y argentinos en común

estar entre los cuatro es motivo de felicidad, sin duda, pero es también motivo de exacerbación de un club de giles que están agazapados esperando para llenarse la boca y darle al caído y encima auto coronarse como humildes, ante el bolazo absoluto que se corre sobre las declaraciones de maradona sobre si uruguay está en el mundial, llueven comentarios de mierda, realmente de mierda, de gente que no sólo es ignorante -basta haber seguido mínimamente a maradona para conocer el respeto del tipo por uruguay- sino que ni siquiera se preocupa por confirmar que la información es fidedigna, un mensaje que rescato de la gilada, humilde gilada, por supuesto, dice lo siguiente:

q paso diego maradona?, vs q hablabas tanto de uruguay ahi tenes, ahora nosotros estamos en la semifinal y ustedes volviendo para su casita, y bueno sera q tienen q aprender de los uruguayos, q NO somos agrandados, y somos muy humildes. AGUANTE URUGUAY!!!

nooooo, no somos agrandados para nada, somos infinitamente modestos, si es que la aclaración resulta necesaria, tan humildes que hasta les hacemos la gamba de mostrarles el camino: aprendan de los uruguayos

leo que supuestamente da silveira y romano habrían reaccionado frente a estas "declaraciones" de maradona, si es así, cabe preguntarse sobre la noción de profesionalismo, pero bueno, entre provincianos modestos no nos vamos a andar buscando pulgas

por si algún gil que de milagro caiga por acá quiere calentarse con argumentos, leo en le monde una encuesta que presenta sólo las dos opciones siguientes:

luego de la neta victoria de alemania sobre argentina, ve usted à la mannschaft ganar la copa del mundo ?

a. sí, nadie puede detener a este equipo talentoso y realista (72,3%)

b. no, españa y países bajos siguen siendo candidatos más serios a la victoria (27,7%)

cherchez l'erreur...

Tan fácil, fácil, no es...

Viejo y cansado, el hocico tibio no se despega del ventanal. Séptimo piso. Más allá el gris, la monotonía de autos y paraguas, los cuervos como manchas, dueños de los árboles. Como siempre, más allá del ventanal pero más acá de la insulsa lamida del Sena que me deja sin ganas de nada, estúpida manera de ahogarse en una ciudad que durante meses no ofrece tregua ni sol. Todo para ver, todo para hacer, pero seguir en cambio debajo de la coraza y la escarcha, filtrando a diario café y vino y vodka y oporto y muscat y kilómetros de letra impresa frente al mismo rostro ajeno repetido en mil gestos. Es cierto, Europa no está tan lejos. Pero Chinaski murió hace tiempo. Gran prostituta, paraíso de las mujeres, infierno de caballos... Aire, por favor.

Polizón en un barco de carga, mi abuelo llegó a Montevideo buscando oro. Venía de Galicia. Tenía catorce años. Mucho antes de que yo naciera él ya había vivido sus mil oficios, sus mujeres y penurias, el desarraigo. Sé que murió en su cama, el corazón indiferente ante la aguja y la adrenalina, sin piernas, viejo y cansado, añorando las rías, la muñeira, un buen pulpo á feira. No lo conocí.

Hoy de mañana volví al consulado español. Es fácil ser polizón con diplomas y cuentas en el banco. Desde hace meses pienso en mi abuelo, siento de nuevo la curiosidad de conocerlo, de vivir algo que acaso se pareciera al arraigo. Esta mañana, en contrapartida a ese gran silencio, un funcionario español con quien terminé hablando en francés por motivos desconocidos me extendió un papelito. Dice que en diez días recibiré otro papelito en el que podré continuar amontonando sellos de colores. Me aseguran que debería sentir algo positivo. Sonrío en silencio, sabiendo con una tristeza absurda que en realidad hubiera preferido conocer a mi abuelo.

Y así sigo, viejo y cansado, la manta hasta las rodillas y el hocico tibio pegado al ventanal. Aire, por favor.

Puedo

Puedo entender lo de la segunda vuelta, Mujica es tanto pintoresco como voluble, boca de vieja o calderita de lata, y a más de uno lo asusta el viento, la vespa y esa barba sucia que promueve la dispepsia de señoras bien formadas y habituées de tardes de rummy canasta. Basta recorrer brevemente las fotos de los editorialistas del panfleto El País para entenderlo.

Puedo entender lo del voto epistolar, en el fondo el adagio es si te fuiste, lola, chito, al rincón. Otras versiones de lo mismo, que buscan un argumento, refieren a la inconstitucionalidad, cuándo no. En la misma línea pero más sinceros, están quienes dicen que si votás estando en el exterior no sufrís o disfrutás el gobierno elegido. Esto último no está muy lejos de los argumentos básicos de tipo familia, patria y tradición. Dejando de lado el punto de ejercer un derecho como ciudadano, basta conservar una propiedad en Uruguay o tener una jubilación, por ejemplo, para sufrir o disfrutar de cualquier gobierno. Basta que decidas volver a Uruguay poco después de una elección nacional para lo mismo. Basta estar de viaje en el momento equivocado para... ¿Nos jugaremos al caso por caso? No creo, a cabecitas así los grises les rompen el esquema.

Hace muchos, demasiados años, un amigo –ingeniero, inteligente, profundamente cristiano– puteaba a boca de jarro a Jorge Gestoso porque desde el exterior criticaba a Uruguay. Para mi asombro absoluto, mi amigo concluía que por haberse ido no tenía derecho a opinar. Hablar, votar, variaciones de un mismo gesto. Todo esto puedo entenderlo.

El domingo pasado, con Milo escuchamos la radio, atentos como –pensé– cuando mi viejo escuchaba en una radio a galena la final del Maracaná junto a su familia y más de un vecino. Puedo entender el bajo nivel de la campaña porque escuchando la radio recordé el bajo nivel de la comunicación y –salvo raras excepciones, y una frecuenta este antro– de los comunicadores en general. Sería difícil explicar lo que siento cuando constato una-vez-más cuán bajo está el techo, cuando veinticinco años después, ya adulto y a once mil kilómetros de distancia, veo que siguen agitando el cuco del te van a robar la vaca, la parcelita, la china. Tristeza es poco. Desgarro es exagerado. Desolación se le acerca bastante. En todo caso, eso también puedo entenderlo.

Lo de la ley de caducidad no.

Lanzarote

Porque Houellebecq tiene razón pero se equivoca. Cierto, en Lanzarote no hay mucho para hacer. Cierto, casi todos los turistas son alemanes o nórdicos. Cierto también, el Jardín de los cactus es una estafa adornada por especímenes de morfologías repugnantes, aunque muchas de ellas perfectamente fálicas (“De la vagina dentada al pene espinoso: bitácora de un largo periplo”, Freud, 1918, eds. Amorrortu). Pero qué más pedir luego de meses y meses de gris, frío, cemento e historias de recesión y chômage que hacen cada vez más invivible París. Porque, justo es saberlo, es jodido vivir en París, oh vanitas. Hace un año Rodia perfumó con sus ocurrencias la ciudad luz. Con acierto me confesó que no había ciudad más linda pero que jamás viviría en ella. Tiene razón.

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Los lanzaroteños hablan con un acento venezolano-cubano muy gracioso. Pueden confundir un acento montevideano con el chileno, por cuanto quizá de oído un corcho, quién te dice. La geografía, agreste, volcánica, de isla lamida pero seca, contrasta violentamente con los resort & spa que, desperdigados, ofrecen a los turistas de piel blanquísima y cachetes rosaditos un relax cinco estrellas.

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Anclamos en Costa Teguise. No sé si será la temporada baja, pero acá el estilo es de promotores que te arrastran verbalmente de la oreja hasta el restaurante X que, por supuesto, es el mejor. Recuerdo por momentos el agobio de la Habana, donde poner un pie en la calle equivale a un grito de ¡taxi!, dos pasos más es un ¡cigarros! cigars! y al llegar a la esquina ya tuviste el catálogo completo (además del obligado quiz de nacionalidades: ¿italiano? ¿alemán? do you speak english?).

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La isla se deja recorrer completamente en dos días, tres como máximo. Su arquitectura fue dictada por el turismo a tal punto que es difícil decidir qué es originario y qué plástico y lucecitas de colores. Muchos circuitos prefabricados, los suficientes cazabobos, la misma sensación aérea que alguna vez odié en Ibiza, en Varadero, en la fría isla de Chiloé. Su arquitectura fue dictada por César Manrique, tanto vivo como muerto, una suerte de Páez Vilaró pero más inclasificable.

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Puestos a jugar el juego, las visitas son escasas pero interesantes y podrían prescindir del discurso destinado a germanos (salve, ansiedad enciclopédica), pesada exégesis geológica que va muy lejos sin llevarnos a ninguna parte. La Cueva de los verdes y el Parque nacional de Timanfaya, junto con la inefable vista que desde la costa norte se tiene de la isla Graciosa, son lo mejor. Borges despreciaba el adjetivo inefable por estéril. Borges, al igual que Rodia, tiene razón.

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Cueva de los verdes, paraíso de espeleólogos, envidia enormísima del personaje que te hace la visita de la Gruta de los cuervos, en Treinta y Tres, el que te inventa el misterio con los ovnis y los masones y te habla de unos grillos blancos únicos en el mundo pero que después andás pateando en cualquier campo de Treinta y Tres.

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Luego la isla se desgrana en algunas playas un poco insulsas, de arena negra, demasiado europeas aunque sin llegar a claustrofobias como la côte d’azur o la costiera amalfitana, playas a las que la baja temporada otorga esa tristeza indefinida de los viejitos bailando en el Argentino Hotel de Piriápolis, tristeza perfectamente capturada en la película Whisky.

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Nos quedaremos entonces con el paisaje lunar del Timanfaya, con la sencillez de la gente, con su lejano desprecio por los godos, con su –para mí– incomprensible orgullo por saberse primeros pobladores –ellos dicen fundadores– de San Felipe y Santiago de Montevideo, nuestra tan querida Santa María. Nos quedaremos, principalmente, con la higuera que plantó Hilario, aquella que creció pero jamás dio fruto, unos dicen que a causa del calor de la tierra, otros, con quienes formo filas, que tan sólo para sustentar una historia de la cual difícilmente se puedan sacar conclusiones morales.

Lágrimas

La tristeza lame lentamente las últimas gotas de vino. La copa vacía. Lágrimas gruesas, orgullo vitícola u otra forma de indagarse en un espejo borroso, en pleno Copenhague. Something is rotten en la imagen que le devuelve, alguien que nunca fue y que ya tiene treinta y cuatro años y sigue buscando a tientas un camino, un descanso, una tumba. Puede sucederle en La Habana, bajo rigor de canícula, en una Lisboa que cubría a Gandhi con flores de jacarandá, o en tierras de Hamlet, en casa de Søren, anfitrión burgués a la medida de un film de Berlanga. La charla se mueve indecisa del francés al inglés, del incomprensible danés a unas pocas palabras en español que los comensales festejan como los niños sus primeras escatologías. La gran terraza tiene vista al mar, a un agua que no huele como la de Montevideo porque jamás podría oler tan entrañable. Camarones. Arenques. Papas y cebollas como cuando los vikingos. Mucho vino. Más lágrimas en una velada que honra la formalidad distendida del danés.

Niels, historiador indefinible que habla un francés de enciclopedia, admira a Napoleón y canta las diez plagas a la memoria de Nelson, le pregunta sobre los indígenas en Uruguay. Refiere Salsipuedes, la traición, los largos años previos de vaivén obsceno del general infructuoso. Siente una vergüenza rabiosa, vuelve a llenar su copa, más lágrimas. Con el resto es más fácil, hablan lingüística, hablan política, discuten Karen Blixen, el museo Lousiana (oh, Cézanne and Giacometti, what a perfect combination...), intercambian idiosincracias de vitrina como los niños figuritas. Sonríen mucho.

Y luego el ritual obligado del 23 de junio, bajar a la costanera a ver cómo se quema a las brujas, a presenciar esa comunión que logran los villancicos, las grandes fogatas, un sol que da batalla hasta pasadas las diez de la noche que no es.

Terminado el fuego, vuelta a casa de Søren para un postre y un lugar común: el tango, por el que anfitrión y Lita confiesan devoción e innúmeras clases de baile. Les pregunta, con la seriedad de la ironía que se quiere un rito, si lo bailan a la japonesa, con la rosa en la boca. Søren trae un disco, selecciona un tema. En una disonancia cognitiva digna de una Kawasaki en un cuadro del Greco, oye a Gardel cantar La canción de Buenos Aires, mira hacia la rambla, sabe que está en Dinamarca y que más allá pernocta Suecia, admite que es el verdadero tango, acepta el tambaleante milounga de Søren, cierra los ojos y ve Puerto Madero, ciertas calles de Palermo, las casas conversando con el agua en el Tigre, hay algo en tus entrañas que vive y que perdura...

Vacía la copa. Ya es de noche y sólo quedan unas lágrimas. Un espejo borroso. Los grillos al otro lado de la ventana del dormitorio. Una imagen que no puede ser la suya y que la tristeza viene a borrar lentamente.

Montevideo

Las vacas que se escaparon
de los palos y los dueños
aún andan por las barriadas
vagando como en un sueño

Fernando Solanas

*

Notas tomadas en 2004. Aún vigentes, duelen menos. No cambió la ciudad sino el torpe amanuense. Gallego, cachila y sombrero, sos extranjero tanto como yo. Nacido en A Coruña, mi abuelo llegó a principos del siglo veinte, de polizonte y catorce años, tras un Montevideo en cuyo puerto, según mentaban, se recogían pepitas de oro. No lo conocí. A mis otros abuelos tampoco. Mi desarraigo es, primero, familiar; luego, geográfico.

Llegué la semana pasada. Me juré que, un día, los ingenieros viales que han deshonrado a esta ciudad serán ejecutados en plaza pública, si no es que la muerte les ha otorgado antes otro destino, acaso más digno. En escasos cinco días fui fiel a mis rituales. Compré libros, mayormente por reflejo, y charlé un rato con los bouquinistes de Tristán Narvaja. Por momentos no pude evitar que me ganara esa tristeza que quemaba y venía de abajo, de algo que tenía que ser el píloro porque el spleen, según creo, es una superstición. Circe, que acertó a obsequiarme Valfierno, asocia mi gabardina a cierto personaje novelístico del cual, hoy, prefiero recordar una confesión: "Por más que me pese nunca seré un indiferente como Etienne".


*

Al otro día de haber vuelto de París, Santiago Strada iba en un taxi camino a una casa desconocida en el barrio Jacinto Vera, escuchando despreocupadamente al taxista, que lo ponía al día de las principales noticias del país. Mirando por la ventanilla, devolvía indiferente alguna pregunta sobre quién era ese jugador nuevo en Peñarol o cómo se podía entender que Uruguay pudiera quedar de nuevo descalificado para el mundial. «Y con lo mal que ligamos, maestro», se quejaba del otro lado de la mampara el conductor, mientras metía otro bocinazo y agregaba un «Laputaqueteparióporquénotefijáspordóndecarajomanejáshijodeputa.»

«La finesse autochtone, quoi…», se dijo Santiago sin que le causara gracia. Comenzaba a darse cuenta de que volver no era tanto un regreso sino un lento proceso de ajuste que en realidad le parecía un repliegue. La arquitectura, los ruidos y los olores, el trato de la gente, la falta de educación, los medios de transporte, la comida, los hurgadores, el jet set y la farándula que por momentos le parecían monigotes de mímicas parafinosas apareciendo en revistas y por el paralelepípedo detestable, la lentitud de los periodistas al hablar; en todo había algo nuevo que (y tomar conciencia de eso era lo que más le angustiaba) era en realidad una ausencia que siempre había estado pero que nunca había visto.

*

Para el período de aclimatación su lista de tareas se conformaba por (a) esperar a que se realizaran los trámites del puesto que le habían prometido, (b) recorrer disquerías y librerías, (c) visitar el Cementerio del Norte y (d) caminar Montevideo para ponerse al día, tarea que en dos días dio por concluida. Con no poca pesadumbre se iba sintiendo vencido por la oferta cultural, las formas de hablar, el lenguaje como un pez en un acuario, plagado de latiguillos detestables, una prosodia en la que le parecía vislumbrar un ruinoso calco del acento porteño que tan bien le queda a los porteños pero a los montevideanos para qué, la incómoda hermandad callejera, el desinterés y la desidia generalizadas, el régimen de la espera, el notemetás como método, las puertas que nadie se dignaba sostener, los ruidos del tránsito, la contaminación sonora de la ciudad, que notaba por primera vez. Ya tenía un equipo de audio (una de las primeras medidas que había tomado al llegar) y se había instalado austeramente en el apartamento de la calle Scosería que Gabriel le había conseguido, consciente hasta la médula de que su examen inicial no pasaba de superficial y pequeñoburgués, y no era nada que no pudiera solucionar una botella de buen oporto, un corrido de Los Tigres del Norte o un pasaje sólo ida a París.

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No veía un sol como ése desde principios de agosto y hacía cuatro años que no sentía un calor tan pegado al cuerpo. Se subió al ómnibus en Bulevar Artigas y Colorado, y saludó instintivamente al conductor, que le devolvió una mirada y un silencio, mientras arrancaba antes de cerrar la puerta, y subía el volumen de la radio en la que sonaba una cumbia plancha que a Santiago le resultó vomitiva. Dudó en dirigirse a la gente con algo que bien podría comenzar: «contra la impermeabilidad hipopotámica del honorable público», pero, intuyendo un honorable público ejemplarmente hipopotámico y poco propicio a discursos ultraístas, decidió pagarle el boleto al guarda (que de seguro también era sordomudo), tomar asiento y camuflarse con el paisaje que le hacía recordar a los comedores de papas de Van Gogh. Al sentarse, ajeno a la cumbia plancha, a Ingrid, al par de mongoloides responsables de ese transporte capitalino, a Montevideo, y reviviendo la sensación de ahogo que le había causado el cuadro cuando lo vio por primera vez una Navidad en Amsterdam, sintió como si una mano le empujara la cabeza y lo forzara a mirar algo. Entonces vio por primera vez a Sol, con dos cuadernos bajo el brazo.

*

Y en ese pleno diciembre, con treinta y dos grados yo todavía traía el invierno en los huesos, en la mirada, en las imágenes de un Montevideo que iba redescubriendo sin misterio ni emoción, repitiéndome peccata minuta ante cada choque cultural que más bien me parecía una pasada de aplanadora, temiendo lo que me deparara la cotidiana, insoportable condición de existir.

*

En algún momento se metió en un bar a desayunar. Estuvo media hora leyendo un diario con desgano, enterándose de la novedad nacional, que le parecía que de novedad tenía poco y de nacional demasiado.

Ciudades

No estoy lejos del día en el que cada ciudad nueva será una ciudad más y no una ciudad menos. Espero con paciencia ese momento, que estimo en siete años, cuestión de darle un aire de cuarentena a ese punto de inflexión. Dejando de lado cuestiones elementales, puedo prescindir de muchísimas cosas en la vida menos de escuchar música, viajar y leer, en orden decreciente de necesidad.

Quizá ese momento coincida con mi asentamiento decisivo en algún lugar. Porque algo que también ansío, pero con menos paciencia espero, es jubilarme de gitano de una buena vez por todas y para siempre.

Promesas

Las promesas no comprometen sino a quienes creen en ellas. Anoto esta artesana traducción del dicho “Les promesses n’engagent que ceux qui y croient”, atribuida a un barbero que había puesto un cartel que decía: “Mañana se afeita gratuitamente”. Y el cartel estaba todos los días.

Otra leyenda urbana, me digo, como el amor o la cebada de malteada. Y van…

En los auriculares, Ray Charles, drown in my own tears, o in his own tears, peu importe… Y en el spleen mismo un blues que te la debo.

El domingo pasado salí a caminar por mi antiguo barrio. Sabía que había una misa televisada en Notre Dame pero llegué tarde. En algunas calles pude ver todavía el rastro de unos zapatos que regalé el año pasado. La puerta del edificio en el que vivía estaba (al fin) pintada. Sonreí satisfecho. En el supermercado de abajo seguía el mismo árabe dando órdenes y una nueva flota de extranjeros en las cajas. Perfectamente renovables, cual todo extranjero aquí y cual enano de Olmedo allá. La mejor panadería del barrio: intacta. Dos años ya, pensé. Todo un hueco, como el del estómago… pero debe de ser el spleen, mi viejo, el spleen de acá, mon semblable, mon frère. Un hueco de casi dos años que se resolvió en el instante mismo en que llegué al CDG. Ni hablar de lo que vino luego: olores, arquitectura, ritmo, cultura, costumbres, hijo pródigo… Dos años. Demasiado tiempo.

El otro día discutía con un par de amigos muy vagos, tomábamos cerveza y arreglábamos el mundo y por ahí surgió el tema de la fidelidad. No nos pusimos de acuerdo, como suele suceder cuando uno intenta arreglar el mundo cerveza mediante. Yo recordaba todo el tiempo la frase de Píndaro: llega a ser quien eres. Y aunque tan fácil, fácil no es...

I know it's true, into each life some rain, rain must pour… Y por ahí también revolotea el "Promises" de Clapton, cuya letra es todo lo contrario de la de Charles pero viene bien porque yo no sé por cuál de ellas decantar todo esto que sigue haciendo bulto y ya no da para más. Y ahora viene el "No saben qué decir", de Buitres, fijate vos un poco. Y mirá qué pertinente, che. Aunque hace rato ya que creer en juramentos no está de moda.

Volviendo al tema de las promesas, en mi barrio de infancia, Venancio, un quiosquero alcohólico y bastante peculiar, tenía un cartel siempre presente que decía: “Mañana se fía”. Gracias a él constaté un día que el mañana no existe realmente. Pero ahora pienso que por ahí, después de todo, el mañana sí existe.

Esta entrada tiene un aire jironado que no deja de ser un atavío fiel. En última instancia no había prometido nada. Y aunque lo hubiera hecho, ya se sabe, las promesas no comprometen...

I'm so blue here without you. It keeps raining more and more…

México

Y fue por eso mismo que quedamos con Arturito de encontrarnos en México.

—Y mirá, negro —me había dicho por teléfono desde París—, que a mí el DF me descompone en tres minutos. Así que a moverse un poco. Te llevo un pote de foie gras y la última de Les Inrocks. Vos aportame una grappamiel, no seas piojo.

Difícil moverse en una ciudad de 40 x 30 km, en la que la informalidad es emblema y la altura y el smog no ayudan y uno anda días y días como un perfecto idiota, con la cabeza partida al medio y la nariz sangrando de cuando en cuando. Así que ahora, al amparo de un vino demasiado joven, el perfecto idiota comienza a permear en algo que del otro lado del espejo se puede verbalizar como una posible e incompleta aproximación por palabras clave: ahorita, tantito, dizque, mano, mande, chile, mole, tortilla, sumido, fresa, chido, híjole, órale, ándale, rico, joven...

El fracaso está cantado y sólo queda confesar que del DF me queda esa sensación de inaprensible, la casa de Trotsky, los murales de Diego Rivera y el impresionante museo de antropología. Del resto del país, con el energúmeno en cuestión pudimos visitar Guanajuato (tumba de cartógrafos), Taxco, Teotihuacán y Cuernavaca. Cuentos hay muchos pero, puesto a seleccionar peculiaridades, me animo a esbozar la lista siguiente.

El mariachi es de Jalisco y en Jalisco nadie se raja porque rajarse es de cobardes. Tiens, tiens...

A los grillos se les dice chapulines. Se los come fritos. Se venden en bolsas en la calle y en los mercados.

Mismo destino estomacal tienen los jumiles (ver foto debajo), sólo que estas inmundicias se comen vivas y yo ya me imaginaba la sensación de las patitas en la lengua. Memorable la cara de R2D2 ante una chava que insistía en hacerle probar los movedizos y repugnantes insectos. Pese a su lamentable estado, supo mantener intacto el poco orgullo que le va quedando.

No quedan excluidos de una buena dieta los gusanos de maguey (ver foto debajo). Yum yum.

Tierra de entomófagos entonces. Pero no es todo porque el país es también un caldo de cultivo para tanatólogos de paso y almas en pena. Las catrinas dan fe de ello.


La historia es larga pero este post se quiere indicativo. Por lo tanto, queda como ejercicio averiguar qué son los alebrijes.

Arturito ya volvió a Francia y dijimos de reencontrarnos el año próximo, hacia fines de marzo. Y mientras algunos se preparan para el gordo de fin de año o para hundirse hasta el fondo en las merecidas vacaciones, yo prefiero seguir con el mismo tema musical, cuestión de ir tomando impulso para el gran salto (¡Mal! ¡Mal! ¿Cómo, no va hacia atrás? ¡Sí! Pero entienden mal a ese hombre cuando se quejan de eso. Va hacia atrás como todo aquel que quiere dar un gran salto). Lo mío va por el lado de la cardiología extrema; nada que hacerle. De tan predecible doy asco y sin embargo, un rato cada día, ya ves, te engañaría con cualquiera, te cambiaría por cualquiera. Ni tan arrepentido ni encantado de haberme conocido, lo confieso; tú, que tanto has besado, tú, que me has enseñado...
Desde Francia, Arturito de los tres pelitos me manda un mail del cual posteo una parte:

"Flaco, disculpa de antemano, pero te debo las tildes. Mira, te cuento que en la puta vida habia visto una euforia y chauvinismo tan a flor de piel por un partido de fobal. Aca hay un dicho que bate 'mas chauvinista que Chauvin'. (Disculpa tambien la forma pero me estoy matando a Adriana Varela y el tema Don Carlos.) Fui con un grupo de amigos a ver el partido en un barcito en la rue Serpente, a 100 metros de la plaza de Saint Michel. Todavia sigo sordo del griterio. Todavia fascinado de ver que una ciudad tan encorsetada como Paris puede zafarse sin que medien la Fête de la musique, la Techno Parade o el 31 de diciembre, eventos en los que supe participar varias veces pero que no se comparan a lo de ayer. Claro que hay mucho de subirse al mismo carro que no hace dos semanas se escupia y maldecia al grito de no llegamos ni a la esquina con este equipo de mierda. Lo que mas me impresiona es el enajenamiento, los silbatos, la ciudad casi azul porque todo el mundo se habia calzado la camiseta, la gente en la calle o en el metro interactuando sin el clasico estrenhimiento parisiense, los desaforados que se fueron a tirar a la fontana de Saint Michel y a corear como los barra bravas mas violentos 'mais ils sont où, mais ils sont où, mais ils sont où les portuguais !!!!'. Salvando el hecho de que ningun hincha de Portugal fue, que yo sepa, lastimado, los pintas tenian un aire de Venimos de los aromos de la cabeza (eeeeza) que te la debo. En fin, hermano, que la antropologia y la filologia dan para mucho en estos casos. Para el domingo ya tengo mi camiseta asegurada. Allez les bleus, carajo ! Intentare a la vuelta llevarte birra blanca, que alla nunca encontre pero vale sobradamente la pena; principalmente si se toma como agua sufriendo 30° en una ciudad donde rara vez hay viento. Aunque ayer de noche, te admito, soplaba y soplaba."

Cambia el tenor del blog, pero por Arturito tengo cierta debilidad.