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Vuelta a casa

   De todo lo escrito yo amo sólo aquello que alguien escribe con su sangre.  Escribe tú con sangre y te darás cuenta de que la sangre es espíritu.
   No es cosa fácil comprender la sangre ajena: yo odio a los ociosos que leen.
   Quien conoce al lector no hace ya nada por el lector. Un siglo de lectores todavía y hasta el espíritu olerá mal.
   El que a todo el mundo le sea lícito aprender a leer corrompe a la larga no sólo el escribir, sino también el pensar.

Así Habló Zaratustra, Del leer y el escribir
Friedrich Nietzsche

*

I'm just a poor wayfaring stranger
While traveling through this world below
Yet there's no sickness, no toil, no danger
In that bright land to which I go

I'm going there to see my father
And all my loved ones who've gone home

Wayfaring Stranger

Lecturas

Tan interesante como una (memorable) nota al pie, en este rincón, desde hace un tiempo, comencé a acumular, al decir de Bioy, registros de jardines ajenos.

La constancia últimamente está de saldos, en casi todos los órdenes de esto que los más optimistas llaman vida.

Muestra de poesía peruana

avanzan sobre mí largos hombres y cabras

Rossella di Paolo, El desierto de Orem

*

la luna bailaba en el aire
alta y compacta como una tableta
la noche final en que Lao Tse dictó su libro
ante las puertas de la gran ciudad dormida

Mirko Lauer, Sobrevivir

Flaubert

Por ahí a alguien le interesa. La Université de Rouen tuvo la gran idea de digitalizar los manuscritos de la novela Madame Bovary. Se encuentran en la dirección http://bovary.univ-rouen.fr/. También están los escenarios y los borradores de la novela, y una transcripción del copista (hermosa caligrafía) también corregida. Realmente vale la pena. En el sitio se cita una carta de Flaubert a Louise Colet, fechada el 15 de abril de 1852, que dice: "cuando mi novela esté terminada, dentro de un año, te llevaré el manuscrito completo, por curiosidad. Verás mediante qué mecánica complicada logro escribir una oración." Basta hojear los manuscritos para ver hasta qué punto esa mecánica era complicada.

La langue littéraire

Extraído de aquí, traducción mediante:

"El estilo es todo": la consigna lanzada por Flaubert repercutió durante todo este período [desde mediados del siglo XIX], retomada lo mejor posible (Céline hizo de ella su credo) hasta Claude Simon.

No sin ambigüedad. En efecto, Gilles Philippe señala que la misma palabra "estilo" cubre dos herencias diferentes. La primera está "encarnada por Maupassant y los "clásicos": para ellos el estilo no es en principio una realidad personal sino la búsqueda estética de una adecuación perfecta entre un enunciado y un contenido a expresar"; Gide, Camus, Montherlant o Yourcenar son representativos de tal exigencia de legibilidad. La segunda es "aquella de Proust y de los "románticos": para ellos el estilo es una firma irreductiblemente personal que traduce en palabras una "visión""; tanto para Céline, Aragon, Queneau como para Claude Simon, la lengua debe ser un "laboratorio" y no un "conservatorio". Sucede que en cualquiera de los dos casos, los escritores comulgan en una verdadera "religión de la oración".

Me gustó mucho la contraposición de laboratorio y conservatorio, dos estados de la misma cosa a menos de un desplazamiento temporal.

Espejo

Yo también lo noto cada vez más. Cuenta Borges en "El congreso":

Noto que estoy envejeciendo; un síntoma inequívoco es el hecho de que no me interesan o sorprenden las novedades, acaso porque advierto que nada esencialmente nuevo hay en ellas y que no pasan de ser tímidas variaciones.

Cuadernos

Año 95, anotado en el margen de la última carilla, casi como al descuido, una frase que refleja una época aforística y lejana.

Hasta la nuez más hueca quiere ser cascada.

La llanura de Dotán

De prosa limpia, la novela de Juan Martín Castellonese congrega tres historias construidas, de manera inteligente, en torno al improbable tesoro Masilotti. La primera voz es la de Arturo Roo, el narrador, curioso Licenciado en Historia que suele desvariar sobre una vieja traición y su teoría excéntrica de los ciclos de la Historia, que evoca, acaso vagamente, el eterno retorno nietzscheano. Luego, el hilo conductor, la búsqueda de Clara Masilotti, quien a comienzos de los cincuenta viaja desde EEUU a Uruguay, con el objetivo de encontrar, mapa en mano, un tesoro escondido por su abuelo en el Cementerio Central de Montevideo. Por fin, las aventuras de este abuelo, Michele Masilotti, supuesto hijo del Papa Pío IX, formando filas junto a Garibaldi para refutar el indigno sitio de Oribe y los rosistas.

En una novela histórica como “En busca de Klingsor”, de Jorge Volpi, el lector no podrá evitar por momentos olfatear el polvillo de tiza, el aula pesada como un mundo, el narrador-docente. Con destreza de orfebre, Castellonese acierta en su acercamiento a la Historia, que hace recordar las mejores novelas de Alejandro Paternain: el enorme trabajo de documentación se pliega al texto sin dejar relieves.

Para quienes, como yo, se criaron en una familia más bien decimonónica, las descripciones del Montevideo de los cincuenta no dejarán de ser motivo de nostalgia. Del texto, el lector sensible sabrá apreciar ciertos cambios estilísticos que acompasan el paso del tiempo y notar en qué medida el retrato da la clave narrativa. Sin agobiarlo, el autor exige de su lector un trabajo de síntesis. Hace bien. Los lectores flojos (hembras, según Cortázar) merecen todas las llanuras menos ésta, una novela histórica con un final para el que el calificativo de perfecto no resulta un elogio, una novela que añora la infancia, los amores perdidos, un Montevideo que ya no es y que presumiblemente nunca fue.

No conozco segunda novela de Castellonese, lo cual no deja de ser una pena.

Cuando en tierras extrañas miro triste

Bueno, ocurre otra cosa: yo estaba en el año sesenta y uno en Austin, Texas –un territorio que yo quiero mucho– y había un señor paraguayo. Y me hizo oír unos tangos. Yo estaba avergonzado, se llamaban A media luz, La cumparsita, no recuerdo los otros… Y pensé: qué horror, voy a tener que simular que me gustan y a mí me parecen una vergüenza. Luego me di cuenta de que estaba llorando. Es decir que mi cuerpo lo sentía de otro modo.

Imposible contarlo de mejor manera. Pero eso ya lo sabés, vos que también pernoctás bajo este cielo que no es el cielo de tu tierra, vos sabés muy bien por qué recluido en el baño luego de una reunión con un potencial cliente, Herr Doktor evocó, durante cinco minutos que le parecieron un desahogo eterno, esta confesión que Borges le hace a Carrizo en sus memorables Conversaciones.

Es así y ya lo cantaba la épica en noches remotas. Está el momento en el que el fiel falla y la balanza se te va al quinto carajo, instantes en los que una foto o un perfume, sea de monte o de calle empedrada, pesan más que las frutas y la mirra que has ido acumulando en tu plato cotidiano. Poco importa que luego te recuperes, que le digas al día y al espejo que la vida es el mundo y que –como es sabido– sigue andando, así que mejor volver a la oficina porque tenés una lista obscena de pendientes. Poco importa porque luego, preferentemente de madrugada y a solas con un oporto o un Saint-Émilion, cuando la vida se hace carne, los otros pendientes, los que realmente importan, aparecen de nuevo y te empieza a importar que esta luna no brille como aquella, la que de noche blanca corría pero hace años no ves más.

Todo empieza de mañana con la curiosidad casi infantil de algunos compañeros de trabajo, ¿música popular uruguaya?, ¿no es igual que en Cuba? ¿es como Shakira?, cosas así. Herr Doktor se propuso, con mucho gusto porque una cosa es el destierro y otra la estupidez, confeccionar un compilado más o menos decente. En el mensaje enviado se vio disculpándose de un repertorio a la Prévert, hablando de milongas, gatos, bagualas y chamarras, payadas, vidalitas y zambas, mencionando la murga y confesando su poco amor por ella. Hubo una breve historia de mestizajes, del esclavismo, y, a falta de ejemplo concreto, hubo hasta Clara de NTVG y Negra murguera de la Bersuit. Quiso explicar más pero temió la enciclopedia inútil. Se limitó a mencionar algunos artistas, colocando a Zitarrosa al frente, por mejor, por poeta, por su voz, por sus arreglos de cuerdas y los sinfónicos también. Y, como de costumbre, Herr Doktor terminó hablando de las dictaduras, del exilio, de un sufrimiento que duda puedan siquiera evocar.

Y luego la piedra ahí mismo, todo el día el bloque en el estómago, en el pecho, sube y baja, en cada correo, cada intercambio, pregunta o respuesta o chiste, el almuerzo obligado y la reunión con el potencial cliente. La piedra incrustada, salvaje, mientras el hombre le habla de costos y beneficios y ventajas fiscales y él oye al Pepe Guerra que le canta al oído, cuando en tierras extrañas miro triste, pero poco puede hacer, todo obliga a la cabeza en alto, a la percha empresarial, el hombre le plantea escenarios diferentes y él sabe que tiene que dar una respuesta en cada caso, y lo hace y lo hace bien, además, sonriendo con la piedra ahí mismo, dibujando con las manos mientras la piedra se mueve, mientras el Pepe Guerra sigue cantando, mirando triste la lejanía azul del horizonte, y Herr Doktor siente al mismo tiempo que el hombre, pese a ser un perfecto monigote, se va transformando en un cliente mientras la voz del Pepe Guerra ablanda el bloque poco a poco, otros vagan sin consuelo por el mundo, ya la piedra, porosa y blanda, duele menos, diez minutos más y la reunión por suerte termina y ya puede ir al baño tranquilo a acordarse de las confesiones de Borges, a tratarse de cualquier cosa frente a un espejo que ha conocido tiempos mejores, a recordarse –como si hiciera falta– que la única certeza que no conoce distancias es el lento lamido de la sombra, lo cual lo conforma muy poco pero ahora no importa porque tiene que volver a la oficina, a los pendientes, a eso que unos pocos optimistas llaman vida.

Estilo

Porque no sucede sólo en literatura. Acalorando la gola de la 12 descamisada, Palermo realizó ciento cincuenta goles más que Maradona. Nadie inferiría, sin embargo, que Palermo es mejor jugador que el barrilete cósmico: cualquier mortal que aprecie el deporte sabe que Maradona es por lejos el mejor fútbol que jamás haya honrado una cancha. Sería igualmente curioso oír a alguien cuestionar que la canción Aserejé es más conocida que la Música Funeral Masónica de Mozart. Lo que tampoco creo que cuestione un individuo con un mínimo de sensibilidad es que esta última convoca un estado espiritual que la primera ignora. En un plano más prosaico, disfruto comprando mi baguette en la panadería de la esquina porque tiene el mejor pan del barrio, mucho mejor que el de la panadería del Monoprix, que también es pan.

Es cuestión de gustos, sin duda, pero sobre todo es cuestión de estilo. El de Maradona, el de Mozart y el del maestro panadero de la mencionada boulangerie. Y como otras veces, hoy es igual: siempre que voy a escribir sobre la cuestión del estilo literario, abandono el ejercicio por considerarlo de perogrullo, palabra repulsiva si las hay. Luego me doy cuenta de que el carácter de trivial se lo concedo yo: me resulta superficial proponerme un mal calco de lo que Castillo afirmó con lucidez: el estilo de un escritor es su manera de vivir, no de escribir. Yo creo, ingenuamente acaso, que el estilo es una voluntad que se corresponde con una manera de percibir un idioma y su expresión. ¿Manera de percibir la vida? No lo sé, pero no me extrañaría. En todo caso, en el juego de fronteras que se da entre lengua y habla deambula alguien que se proponga escribir decentemente.

No hablo ni de género ni de corrientes literarias; considero al estilo transversal a ambas supersticiones. Tampoco hablo del estilo como incapacidad. Promover floripondios como los que hace un tiempo cité de Federico Andahazi no constituye una toma de posición sino una falencia: ese hombre no puede –aunque quiera– escribir mejor (Woody Allen dice que la ventaja de ser inteligente es que siempre se puede simular ser imbécil, mientras que lo contrario es absolutamente imposible). Tampoco importa a estas líneas, por secundario, que esa incapacidad sea aplaudida en plaza pública y festejada edición tras edición. Eso es ceniza y sombras de las que se encarga el tiempo.

Hablo entonces del estilo como voluntad de escritura. Si la función de un escritor –la que él se atribuye– consiste sólo en vehicular información para lograr que un mensaje llegue a un receptor determinado, el estilo puede considerarse un ornamento, un estorbo, posiblemente un capricho. En este limitado paisaje, un Pollock literario estaría condenado al fracaso. La conclusión sería desoladora: el libro Exercices de style de Queneau resultaría un exceso, las acrobacias de Perec se calificarían de herejía, el resumen de la obra de Neruda cabría en el espacio de una página. No me molesta que un escritor se permita un lenguaje coloquial: me desagrada que no se dé cuenta y que en el texto se note esa ignorancia. Propongo como ejercicio contar cuántas veces fruncen el ceño los personajes de la novela El código Da Vinci.

En su Teoría del túnel, Cortázar contrapone el escritor-Balzac al escritor-Flaubert. Puesto a elegir, simpatizo largamente con el segundo grupo: sufro la superstición según la cual un escritor de narrativa cuya prosa sea más bien llana (léxico pobre, construcciones gramaticales simples, tropiezos en el ritmo, escasa intuición para juegos pragmáticos) es, en el mejor de los casos, un escritor correcto. Hay ciertas construcciones que deploro y que pueblan páginas de bestsellers y de la última promisoria opera prima. Emir Rodríguez Monegal desprecia a Felisberto Hernández como escritor. Entre sus vagos argumentos anota que Hernández escribe “parados” por “de pie”, lo cual le parece inadmisible. Igualmente inadmisible me parece a mí ese error de principiante, pero ojalá los errores más graves que se ven fueran de ese calibre. El leísmo deferente de las traducciones españolas es insultante, y poco me importa lo que diga la RAE.

Si, al mismo tiempo, la función que se atribuye un escritor es escribir como se debe escribir, Fortuna nos castiga con cosas como: “En medio del páramo se alzaba, como una torta abandonada, la gran casa de la Compañía Ganadera, rodeada por un césped absurdo, defendido contra los abusos del clima por la esposa del administrador, quien no pudo resignarse a vivir fuera del corazón del Imperio Británico y siguió vistiéndose de gala para cenar a solas con su marido, un flemático caballero sumido en el orgullo de obsoletas tradiciones.” Aire, por favor.

Me aburren los escritores que antes de sentarse a escribir sacan el frac del armario, se ajustan la corbata y miran al horizonte. Ejemplos, mal que me pese, abundan, y el citado en el párrafo anterior no es de los peores. Lo que sucede en el fondo es que detesto la novela puramente informativa, logorrea de predicaciones y de cuando en cuando un desliz de “buena literatura”, el adjetivo cantado, las descripciones de siempre (siluetas que se recortan, fisonomías al detalle, masturbaciones paisajísticas). Es decir que siento repulsión frente al lenguaje malamente llamado literario, la necesidad de reducir (rebajar) a metáforas de cartón para el gran público un texto que podría ser algo como: "repetirlo repetirlo repetirlo hasta la afonía un solo grito frente al barranco a lo lejos el valle sólo el valle luego una tribu el fuego el posible encuentro". ¿Por qué no dejarlo así?

Difícil continuar porque estas apreciaciones me resultan evidentes. Es preferible referirse de nuevo a Castillo, a dos mínimas de su libro Ser escritor:

- Lo que llamamos estilo sucede más allá de la gramática. No es lo mismo decir: "ahí está la ventana" que "la ventana está ahí". En un caso se privilegia el espacio; en el otro, el objeto. Toda sintaxis es una concepción del mundo.

- Cuidado con Borges, Kafka, Proust, Joyce, Arlt, Bernhard. Cuidado con esas prosas deslumbrantes o esos universos demasiado intensos. Se pegan a tus palabras como lapas. Esa gente no escribía así: era así.

Ritmo

Esa paloma con los huevos desparramados sobre la azotea, esa paloma de papel y mármol, esos huevos de papel y mármol, o de cal y yema, de donde saldrán más gallinas sagradas que crucen la medianoche, con un ala baja y la otra abierta. Mientras, yo, también, me presento y viajo, el pelo hasta el suelo, el vestido que me sigue por los suelos, y en la mano, la luna de ayer, el alhelí embrujado, de los años sesenta.

Marosa di Giorgio/Papeles salvajes

*

Yo esperaba a Clide en la esquina de la academia, vos me pediste fuego y a esta altura ya no nos queda la menor alternativa: esa escena íntegra un poco golpeada por el viento, un poco la primera entre nosotros, está a media cuadra de los fogonazos del cine, apenas algo adelantada a ese carro-carro con la yegua blanca o bastante después porque si mal no recuerdo hubo cartas (algún par de ellas), hubo eyaculación precoz y arrepentimiento, montones de caras, de manos, cierto clínico infinito que me palmeaba un hombro para despedirme en el crepúsculo contra unos vidrios opacos, camas desiguales y orgullo con voz alta y sonora, el timbrado y dejá, volvete, el mártir, no puedo con tanto resplandor en el camino de cintura, me hace mal, las ganas barco a la manera muy simple de Gonzalito.

Néstor Sánchez/Siberia blues

Lecturas

Breve reseña de los últimos libros leídos.

Cannibale - Didier Daeninckx

Si bien el estilo es forzadamente literario -horror, horror-, me sorprendió mucho que el relato estuviera basado en hechos reales. En efecto, en 1931 se realizó la Exposición Colonial en el Bois de Vincennes, pegadito a París. Curiosamente, días antes de la inauguración, se murieron unos cocodrilos en esta abominable muestra de tolderías que presentaba a indígenas, legado colonialista, como frutos bien lustrados. La historia se centra en una tribu de canacos (Nueva Caledonia), imbécilmente presumidos (y obligados a parecer) caníbales, que son canjeados por cocodrilos al circo Höffner, sito en Francfort-sur-le-Main. La historia traza paralelismos entre esa experiencia y los movimientos independentistas que medio siglo más tarde se levantarían en Nueva Caledonia.

Ni d'Eve ni d'Adam - Amélie Nothomb

Tercer libro leído de Nothomb, mismo cuadro clínico: apenas comenzado a leer, imposible abandonarlo. Es la otra cara de la moneda de su famoso Stupeur et tremblements: la misma francesita enamorada del Japón (país en el que nació) y sus vaivenes de toda índole. En este libro, en vez de ser denostada en su trabajo se dedica a establecer una particular relación de pareja con un nipón. Dicho sea de paso, Nothomb fue muy hija de puta con el pobre Rinri, que en el peor de los casos era un banana; sus autojustificaciones hacia el final de la novela resultan de gran mezquindad.

Cosmétique de l'ennemi - Amélie Nothomb

Cuarto libro. Liviano. Por momentos un poco aburrido (se salvó por poco del abandono). Ciento veinte páginas de un diálogo que desemboca en algo totalmente inesperado. Lo terminé hoy en el almuerzo, diciéndome que era un desenlace muy estúpido y de amateur. En el epílogo descubrí que era una ficción creada en torno a un episodio real, profundamente violento. Volví a casa pensando en eso.

H.P. Lovecraft - Michel Houellebecq

Lo leí en total desacuerdo de la primera a la última página. Houellebecq destila un romanticismo molesto en cada página y sobrevalora de manera imperdonable a Lovecraft, quien me sigue pareciendo un autor menor. Releí Dagón para confirmarlo.

Rashômon et autres contes - Ryûnosuke Akutagawa

Leí algunos cuentos y todavía estoy por entender el xeito del que habla Eco sobre que sólo los japoneses saben cuándo reírse al leer Rashōmon (¿o hablará de la película?). Yo no sé; no soy japonés, lo cual me alivia tal vez en ambos sentidos posibles. La oralidad es el registro utilizado por un narrador que se permite libertades hoy imposibles.

Lionel Jospin, le temps de répondre - Entretiens avec Alain Duhamel

Confirmo lo que intuía: Lionel Jospin es lo más inteligente que le pasó al Partido Socialista después de Miterrand. Y conste que no soy socialista. El libro, perfectamente calculado, data de principios del 2002, antes de que Jospin sufriera una derrota impensable frente a Le Pen.

Haiku érotiques - Traduits du japonais et présentés par Jean Cholley

Muy bueno. Pensé varias veces armar un post al respecto pero no tuve el tiempo suficiente para escribirlo evitando caer en el chiste fácil. El libro adjunta varias imágenes que ilustran la época en la que los haiku se escribieron.

Kawabata-Mishima: correspondance

Cartas muy curiosas, todas preludiadas por uno o dos párrafos de disculpas y fórmulas de politesse que sólo las culturas milenarias. ¿Por qué a Rodia le gusta tanto Mishima? ¿Por qué éste, al firmar, vacila entre su verdadero apellido y el literario?

Eco y lo falso

Umberto Eco es de los pocos intelectuales vivos que admiro sin reparos. Supongo que lo admiro en parte por respeto a su conocimiento y en parte -y tal vez principalmente- porque desdeña de la impostura, sayo tan caro a los so called intelectuales.

Literariamente hablando, leer El nombre de la rosa y El péndulo de Foucault fueron experiencias de enriquecimiento que perdonan largamente que La misteriosa llama de la reina Loana se haya extinguido a las ciento veinte páginas y caído en el olvido, vaya ironía. Como semiólogo, su Tratado de semiótica general es al mismo tiempo complejo y sólido, respetable, digno de la mayor atención aun para sus detractores. Y sin embargo lo que a mí más me gusta de Eco son sus ensayos, difícilmente clasificables. Por eso Apocalípticos e integrados. Por eso El superhombre de masas, Entre mentira e ironía y ahora La guerre du faux (la guerra de lo falso), desparejo compendio de publicaciones periodísticas, bastante bien estructurado y con una aclaración del propio Eco a modo de paraguas frente a sus propias contradicciones, inherentes a un investigador que va refinando sus opiniones según pasa el tiempo y cambia el viento.

La recopilación cubre un período de veinte años que comienza en 1963. Entre las fuentes de los artículos se encuentran los famosos Corriere della sera y Espresso (del cual provienen la mayoría de los artículos). De las seis secciones en las que se organiza el libro, mi preferida es "Leer las cosas", de la que extraigo fragmentos del artículo "Cómo presentar un catálogo de obras de arte".

Este irónico ensayo desarrolla un conjunto de instrucciones destinadas a un prefaciador de catálogos de arte (PCA). La tesis de Eco es que, al contrario que en el mundo de la literatura o el cine, en el que un crítico tiene un impacto mitigado -es decir acotado- sobre el éxito de una obra, en el caso de las exposiciones de arte el PCA puede crear o destruir un artista. Comparto plenamente la tesis de Eco si hablamos de arte moderno y contemporáneo, en el que usualmente toda obra va acompañada de un discurso que la explica, porque, justo es decirlo, esta curiosa epifanía discursiva suele ser más importante que la obra en sí.

Para prefaciar una obra, la motivación que deberá encontrar (sic) un PCA puede ser, según Eco, una de las siguientes:
a. corrupción (poco usual)
b. contrapartida sexual
c. amistad (en los dos versiones: simpatía real e imposibilidad de rechazar)
d. regalo de una obra del artista
e. admiración real del trabajo del artista
f. deseo de asociar su nombre al del artista
g. compartir intereses ideológicos, estéticos, comerciales en el desarrollo de una corriente o de una galería de arte
Decretada esta especie de taxonomía motivacional, Eco considera un caso de estudio hipotético: el pintor Jambonneau que desde hace treinta años pinta fondos ocres con, en el centro, un triángulo isósceles azul cuya base es paralela al borde sur del cuadro, sobre el cual se superpone en transparencia un triángulo escaleno rojo, con una inclinación sudeste en relación a la base del triángulo azul. El PCA deberá tener en cuenta que según el período histórico (entre 1950 y 1980) el artista dio a sus obras los títulos siguientes:
1. Composición
2. Dos más infinito
3. E = mc2
4. ¡No es sino un comienzo!
5. El nombre del Padre
6. A/través
7. Retorno a Kant
Eco opina: "¿Cuáles son las posibilidades (honorables) de intervención para el PCA? Fácil si es poeta: dedica un poema a Jambonneau. Por ejemplo: Como una flecha/(¡Ah!, cruel Zenón)/el impulso/de otro dardo/parasanga trazada/de un cosmos enfermo/de agujeros negros/multicolores. La solución es prestigiosa para el PCA, para Jambonneau, para la galería, para el comprador."

En uno de los los varios estilos de prefacio que presenta, para mi gran placer y estupefacción Eco se lanza en una cruzada pseudo científica cuando propone que un ECA con formación científica podría escribir: "Los triángulos de Jambonneau son grafos. Funciones composicionales de topologías concretas. Nodos. ¿Cómo pasamos de un nodo U a otro nodo? Es necesario, como se sabe, una función F de evaluación, y, si F(U) es inferior o igual a F(V), hay que desarrollar para todo otro nodo V, U, en el sentido en que engendramos nodos derivados de U. Una perfecta función de evaluación satisfará entonces la condición según la cual si F(U) inferior o igual a F(V), entonces d(U,Q) es inferior a d(V,Q), dónde, por supuesto, d(A,B) es la distancia de A a B en el grafo. El arte es matemático. Tal es el mensaje de Jambonneau."

Un tal prefacio estaría perfectamente alineado con el ethos y el pathos del pituto Cantero. Después de leerlo unas quince veces, me convenzo de que es un malabarismo que no está tan lejos de intentar encontrar un camino de distancia mínima entre dos nodos aplicando el principio de optimalidad (que, como se sabe, se cumple si no hay distancias negativas).

Otras proposiciones apelan al Pierre Menard de Borges, a la teoría de las catástrofes de René Thom, a la interpretación política, a la metafísica y a la psicología gestáltica, pasando por Lévi-Strauss, Mao, Sartre, Berkeley y su estúpido esse est percipi, Pollock, la Gioconda... Y todo más o menos en la misma bolsa.

Creo que los dos ejemplos presentados dan el tono del ensayo, que es uno de los tonos posibles del libro. Que Eco se dé el lujo de escribir cosas así me lleva a decir que desdeña de la impostura del clásico intelectual, esas hienas de papel, lo cual, sabiendo que se ha movido principalmente en el ambiente académico, no es poco. Hasta el nombre del supuesto autor es un mal chiste: Jambonneau en la versión francesa, Prosciuttini en la italiana, yo podría haberlo traducido como Jamonetti o Jamonardo.

En cuanto a "Cómo presentar un catálogo de obras de arte", luego de una guitarreada muy mastropieresca que corresponde a la última posibilidad del PCA, el artículo, irrisorio, termina de la siguiente manera: "Lo cual establece, más allá del criterio de practicabilidad y eficacia, un criterio de moralidad: basta decir la verdad. Naturalmente hay maneras y maneras."

Relatividad (de la teoría a la práctica)

El sexo no aparece en la obra de Borges. Se salva, acaso y muy tangencialmente, Ulrica. Si hay otros ejemplos, los desconozco y serán bienvenidos. No sorprenderá a nadie que Borges tuviera razón: al proyectar una antología pornográfica, el maestro, que mil veces ha dado fe del trajín de la poesía, en perfecta métrica se inspira:

La señora de Pérez y sus hijas
comunican al público y al clero
que han abierto un taller de chupar pijas
en la calle Santiago del Estero

Bienaventurados sean los huelguistas

Yo te conjuro, antigua serpiente, en nombre del juez de los vivos y de los muertos...

Tiempo de saldos, los estantes no alcanzan. Como en la feria literaria del parque Brassens venden los libros al kilo, cuesta bastante poco traerse cualquier porquería que te llame un poco la atención. El domingo pasado tropecé con un libro en español titulado Secretos vaticanos y no me lo traje ni por el autor -Eric Frattini, qué tal, encantado-, ni por su sugerente y poco alentador subtítulo: en el Vaticano, todo lo que no es sagrado es secreto; creo que me lo traje simplemente porque estaba en español.

Este tardío vástago del códice no pasa de un compendio de preguntas y respuestas que tienen poco del osadas que promete un tal José Manuel Vidal en el prólogo. Y sin embargo, no está nada mal para lograr que cuaje un perfil posible (y real) de la iglesia católica. Estas líneas carecen de aires de wikipedia, máquina de certezas tan bien aceitada y con la censura al orden del vía (ver la última a Rebelion.org), y se basan estrictamente en el contenido del libro, publicado en 2003.

Empecemos por la santidad. De los 111 papas, sólo 76 fueron declarados santos. Redondeamos entonces en un 32% de papas no santos, lo cual alimentará dudas, en los influenciados por el maligno, sobre la consistencia de la santa institución. Es cierto que el proceso para elegir un candidato a santo es tedioso: existe, por supuesto, una Comisión (porque las vías de Dios son misteriosas pero la de sus ministros burocráticas), se designan un abogado del Diablo y un abogado de Dios que disponen, cada uno, de cuatro investigadores para estudiar al candidato, etc. Pero, ¿qué son esas menudencias de papeleo para un papa? ¿Faltan promotores post mortem? ¿Qué les sucede a las Comisiones? ¿El abogado del Diablo ejerce su oficio como Dios manda? ¿Cómo es posible que exista un abogado de Dios?

Curiosos los papas no santos a los que se les dice su santidad, curioso hueco que deja el 32%, curioso que el último papa santo, Pío X, haya muerto hace casi cien años. Y es que la sacrificada vida de un papa moderno ha de dejarle poco tiempo libre, pobre santo. El Vaticano no pasa de ser una cárcel de cristal, con su piscina olímpica (muy usada por Juan Pablo II), su sauna, su solárium, su gimnasio, sus canchas de tenis, el famoso helipuerto. Y si el papa se estresa entre bulas y servicios, un paseíto a Castel Gandolfo, modesta finca papal a la que puede ir a tomar un poco de aire y pensar en los africanos subsaharianos, los campesinos chinos y los indios de baja casta, herejes todos por igual. Porque el clero es un ejemplo de austeridad. El papa, que no puede ser juzgado por hombre o tribunal alguno, no tiene sueldo asignado y la legislación vaticana le prohíbe tener cuentas a su nombre. Visto de otra manera, porque el hombre se mueve en nuestras mismas tres dimensiones que cotizan en modernos denarios, no deja de ser una rock star que tiene un asistente que se encarga del famoso al César lo que es del César. Bajando en la jerarquía eclesiástica, austeros pero coquetos, los cardenales usan trajes que valen entre 3.500 y 4.000 euros y deben tener siempre dos prontos para ser utilizados: uno de calle y otro para ceremonias especiales, oh soberbia, capital pecado.

Te ahorro los beneficios fiscales de los habitantes del Vaticano y también las historias de censura que hubo -leete sobre la de Pío XII, ferviente franquista, contra la música de Puccini- y pasamos a las intrigas palaciegas. Se sabe que el mejor espionaje lo realiza el Mossad. El Vaticano, que juega con Dios de su lado, no se queda atrás. Su servicio de espionaje se denomina la Santa Alianza -hermoso eufemismo- y el de contraespionaje, Sodalitium Pianum. Como mínimo ejemplo, el Russicum es el departamento que formaba a los sacerdotes que se infiltraban en la antigua Unión Soviética, arrojándolos a veces en paracaídas para que se mezclaran con la población. Los documentos del Russicum están depositados en el Archivo Secreto, dos plantas subterráneas blindadas a más de veinticinco metros bajo tierra. Concluyo, prematuramente acaso, que es una versión moderna del estilo parabólico de Jesús, que actuaba a modo de filtro para los no iniciados. Pero más vale dudar ante locas pasiones como querer ingresar al blindado recinto: el Vaticano, ejemplo de vanguardia, eliminó la pena de muerte de su Constitución (Ley Fundamental) en 2001. No dramaticemos, la última ejecución tuvo la bendición de Pío IX en 1868, cuando decapitaron a un par de imberbes por un atentado con bomba que mató veinticinco personas.

Fortuna no quiso que el libro nos contase las virtudes del bombardero Ratzinger, que en esa época se limitaba a cardenal y se divertía con ejercicios tales como dirigir el juicio contra Leonardo Boff, sacerdote franciscano autor de varios libros en los que promovía la idea de establecer una teología para los pobres y necesitados, intentos que fueron apostrofados por Karol Wojtyla al clamor de marxismo, ideología del Diablo.

Es fama que los aportes de Juan Pablo II a la iglesia católica y al mundo en general son innúmeros. Quisiera rescatar, por ejemplo, que lo primero que solicitó el recién coronado pontífice fue que pusieran receptores de televisión en todos sus aposentos y que le instalaran una pequeña sala de cine para proyectar películas. ¡Rojo!, gritaría el papa mientras miraba La lengua de las mariposas y pensaba en Leonardo Boff.

Pero hay más, como, por ejemplo, autorizar el texto oficial para el rito de exorcismo, cuyo comienzo abre esta entrada. Dicho sea al pasar, no me parece menor que haya visto dos veces la película El exorcista.

Entre otros valiosos aportes del goleador Wojtyla se encuentra la encíclica Centesimus Annus, en la que defiende el sistema capitalista frente al "fracasado" sistema comunista de la URSS. El hombre se empeña en explicar cómo evitar el capitalismo salvaje. Estoy convencido de que los Chicago Boys y los Tigres Asiáticos han de haber temblado en sus sillas giratorias -enormísimas las de estos últimos- al leer, ávidamente, el texto. Los resultados de la viabilidad de un desarrollo capitalista con un control ético a través de la moral católica (sic) se pueden verificar revisando las últimas evoluciones del CAC 40, del DOW JONES y del precio del barril de petróleo. A la vista del caso que le ha hecho el mundo al gran polaco, me digo que su mayor acierto fue el título de la encíclica.

Y como te decía en el título, bienaventurados sean los huelguistas. Un aporte mayor de Juan Pablo II consistió en la creación de la Oficina de Asuntos Laborales de la Santa Sede, encargada de la mediación laboral con los trabajadores del Vaticano. Pero no creáis, mortales, que el pontífice pergeñó la oficina por mera devoción burocrática. Lo hizo como respuesta a la primera huelga que el personal laico (sic) realizó, el 25 de enero de 1989. Un sindicato creado y mantenido por el (santo) patrón. La idea promete.

Y sí, lo sé, me imagino lo que estás pensando si llegaste hasta acá: detayes: lo que verdaderamente importa es la fe.

Amélie Nothomb

Me pasó algo similar con su Stupeur et tremblements: lo encontré en la recepción de un hotel en Marsella, una tarde de bochorno en la que hacía tiempo antes de tomarme el tren de vuelta a París, y una vez comenzado no pude dejar de leer. Obligado por la hora a dejar el hotel, dudé en robarlo pero me dije que lo podría conseguir camino a la estación. Tuve suerte en una librería de mala muerte y casi lo terminé en el viaje.

Hace unas semanas compré Hygiene de l’assassin, de la misma escritora. Comencé a leerlo y de inmediato todo paréntesis era un castigo. Casi la integridad de la novela consiste en diálogos. En más de la mitad, sus interlocutores son Prétextat Tach, misántropo premio Nóbel de literatura a punto de morir, y Nina, periodista que va a su casa a entrevistarlo en algo que tiene más de terapia detectivesca que de curiosidad periodística. El argumento es sólido y Nothomb nos ahorra, aunque jugando al límite, más de una agnición que lo arruinaría por completo.

En la que es su primera novela, Amélie Nothomb se da el gusto, egocentrismo colosal de Prétextat Tach mediante, de despreciar a todos quienes ejercen la literatura sin rigor. El cinismo de su premio Nóbel le permite, por ejemplo, tratar el estilo en un momento de tensión dramática: el escritor dice que ya está déchu (venido a menos), que desde hace sesenta y cinco años y medio no hace más que venirse a menos. Nina le responde que en ese caso quiere verlo venirse aún más a menos y le ordena, utilizando el imperativo de déchoir, que se venga a menos. Tach responde, indignado: ¡Usted no puede decir eso, es un verbo defectivo!

Hacia el final, por primera vez el premio Nóbel se permite realizar un comentario que en el mejor de los casos es un lugar común muy cursi. Ante la burla de Nina, él responde:

“Quizá sea eso la Inmaculada Concepción: decir las palabras más cercanas al mal gusto, permaneciendo en una suerte de milagroso estado de gracia, eternamente encima de la pelea, encima del griterío irrisorio.”

A la vista de tanta cursilería que se escribe hoy, ojalá fuera siempre así.

Sabato

No me gusta como escritor. Bastante menos como ensayista o presunto filósofo. Respeto, sin embargo, su integridad política y humana, su sentido del compromiso, aunque a veces huela un ansia de figurar, un políticamente correcto. En septiembre de 1999, compartí la lectura de El túnel con el descubrimiento del metro, en París. Por mera coyuntura sentimental, supe comulgar con la alienación de su personaje principal. Tengo un buen recuerdo de sus páginas, pero a su culminación siguió el alivio. Los dos últimos libros que leí de Sabato son Antes del fin y El escritor y sus fantasmas. El primero me pareció digno de abominación, por arrogante y patético. El segundo, terminado hace algo más de un mes, un inclasificable, calificación debida más al tiempo que me supondría ahora encontrar un buen adjetivo que a una hipérbole oculta y festejable. Hace algunos años, indefenso, comencé la lectura de Sobre héroes y tumbas. En un cuaderno, a modo de ficha, anoté: “oh là ! no sabría bien qué decir. Barato y cursi por momentos. Interesante en otras ocasiones.” Su lectura me regaló un adjetivo: sarmentoso, empleado para describir una mano. Pasada la página doscientos, el libro cayó de mis no sarmentosas manos, y como un caído regresó a la biblioteca del Instituto Cervantes. Sobre la relación de Sabato y Borges me enteré leyendo el libro de Orlando Barone, titulado Diálogos: Borges/Sábato. No suelo formar filas en el clan de los arrepentidos, pero no consigo perdonarme no haber comprado, esta última vez en Montevideo, la biografía de Borges escrita a escondidas por Bioy durante años. Aquí algunos extractos en relación con esta entrada.

Parricidio y patrifagia

El argumento de la novela no necesita mayor explicación: por sus páginas transcurre la vida de una horda de cromañones hacia fines del Pleistoceno. The evolution man, de Roy Lewis, del cual leí la traducción Pourquoi j’ai mangé mon père, realizada por el célebre pero por mí ignorado Vercors, es ante todo una novela divertida.

Los diálogos, columna vertebral de la historia, mantienen siempre un equilibrio entre humor y tensión narrativa y el autor acierta en un manejo elástico del tiempo gracias al cual asistimos a la dominación del fuego, al descubrimiento del arte, al perfeccionamiento de los instrumentos de caza, a la sorpresa ante la exogamia, a los torpes intentos por domesticar la fauna.

El prólogo revela que Lewis imaginó su novela en un encuentro con Louis Leakey, en África. Al preguntarle al famoso arqueólogo cómo se podrían traducir en palabras ciertas pinturas rupestres, éste, impotente ante la palmaria necesidad de un nuevo lenguaje, danzó. En esa interpretación vehiculada como baile, Lewis habría presentido el potencial cómico que presupone la explicación de esas vidas con los instrumentos de nuestra civilización, en particular mediante el lenguaje.

Existen dos mecanismos claves en el texto: la definición de personajes mediante arquetipos y la violación flagrante de todo realismo. El lector podrá interactuar con el jefe de la horda, Eduardo, el inventor-investigador progresista, Vania, el tío reaccionario que no cesará de repetir su back to the trees, los hijos: el cazador monotemático, el artesano que ideará el capitalismo, el artista, el psicólogo –el narrador– preocupado por los sueños y las sombras. El autor se permitirá incluso la aparición inesperada del tío Ian, remedo demasiado evidente de Marco Polo.

En cuanto al realismo, orgullosos de su superioridad ante el australopiteco e incluso el neandertal, sus personajes son conscientes de las glaciaciones, de las épocas prehistóricas, de la ley de selección natural, pero también de la geografía presente: África, China, Pirineos, Sahara, Palestina, Arabia, América, son algunos de los nombres mencionados. En este juego de anacronismos, que registra la novela en la sátira pero que no degenera nunca en caricatura, el autor encuentra un camino fácil para expresar a través de los personajes sus propias reflexiones. Así, Roy Lewis puede hacer que Eduardo diga, sin fisuras, que “la alternativa dialéctica es un método científico perfectamente respetable”.

Hacia el final, las referencias a la bomba atómica resultan demasiado evidentes. El narrador, por lo demás, se encargará de elaborar una primera doctrina de seguridad nacional. Sin embargo y por fortuna, la reflexión no se corrompe en ningún momento y Lewis nos evita la moralina, pesadumbre que arruinaría por completo la obra. La conclusión del libro coincide con la del Pleistoceno, evento, este último, que afectó a los cazadores-recolectores y me hace recordar una entrada anterior sobre John Zerzan. Permitiéndome traducir del francés, rescato como éxito del anacronismo utilizado las siguientes palabras que Eduardo dirige a su hijo Ernesto, embrión de psicólogo: “En cuanto a ti, Ernesto, te vanaglorias de saber pensar, pero es una ilusión dado que el registro de nuestros conocimientos es demasiado estrecho, de suerte que nuestro vocabulario, nuestra gramática, no llegan a extenderse, y por ende nuestra capacidad de abstracción tampoco. Es el lenguaje lo que genera el pensamiento y es mera cortesía denominar lenguaje a las pocas cien palabras que poseemos, las dos docenas de verbos que sirven para todo, la indigencia de conjunciones y de preposiciones que hacen que debamos recurrir a las interjecciones, gestos y onomatopeyas para colmar las lagunas. No, mis hijos queridos, sobre el plan cultural apenas si estamos más avanzados que el australopiteco. Y él, créanme, no está más en carrera.”

Recomendables

  • Baccino T. – La lecture électronique, Presses Universitaires de Grenoble, collection Sciences et Technologies de la Connaissance, 2004.
  • Briet S. – Qu'est-ce que la documentation, EDIT, Paris, 1951.
  • Buckland M.K. – « What is a "document" », Journal or the American Society of Information Science 48 - nº 9, 1997, pp. 804-809.
  • Coirier P., Gaonac’h D., Passerault J.-M. – Psycholinguistique textuelle. Approche cognitive de la compréhension et de la production des textes. Armand Colin, Paris, 1996.
  • Fauconnier G. – Espaces mentaux, Paris, Ed. de Minuit, 1984.
  • Foucault M. – L'Archéologie du Savoir. Gallimard, Paris, 1969.
  • Halliday M., Hasan R. – Cohesion in English. Longman, New York, 1976.
  • Kintsch W. – Comprehension. A Paradigm for Cognition. Cambridge, Cambridge University Press, 1998/2003.
  • (para Krahd) Landauer T. – « Let’s Get Real: A Position Paper on the Role of Cognitive Psychology in the Design of Humanly Useful and Usable Systems ». In Baecker R., Grudin J., Buxton W., Greenberg S. (eds) – Readings in Human-Computer Interaction: Toward the Year 2000, Morgan Kaufmann Publishers, pp. 659-665, 1991.
  • Otlet P. – Traité de documentation. Editiones Mundaneum, Brussels, 1934. Reprinted 1989, Liège: Centre de Lecture Publique de la Communauté Française.
  • Peirce C.S. – Ecrits sur le signe, rassemblés traduits et commentés par G. Deledalle. Paris, Le Seuil (coll. L’ordre philosophique), 1978.
  • Saussure F. de – Cours de linguistique générale. Paris, Payot, 1995 (Paris, Payot, 1916).
  • Van Dijk T.A., Kintsch W. – Strategies of discourse comprehension. Academic Press, New York, 1983.
  • Vandendorpe C. – Du papyrus à l’hypertexte. Essai sur les mutations du texte et de la lecture. Éditions La Découverte, Paris, 1999.

Spinoza

Revisando lecturas adolescentes me encontré con dos fragmentos que había señalado del Tratado Teológico-Político de Spinoza. Tan sólo a la vista de estos fragmentos y teniendo en cuenta la dimensión temporal (siglo XVII), no causa sorpresa que a Spinoza lo hayan excomulgado y condenado a destierro. En un plano personal me llama la atención, sin embargo, constatar cómo se mantiene la influencia de lecturas de hace quince años o más. Si bien en esta época de posmodernidad aburridísima lo que señala Spinoza resulta acaso una trivialidad, la distinción entre adulación y adoración me resulta brillante. Los dos fragmentos son:

1. No hay medio más eficaz para gobernar a la masa que la superstición. Nada extraño, pues, que bajo pretexto de religión, la masa sea fácilmente inducida ora a adorar a sus reyes como dioses, ora a execrarlos y a detestarlos como peste universal del género humano. A fin de evitar, pues, este mal, se ha puesto sumo esmero en adornar la religión, verdadera o falsa, mediante un pomposo ceremonial que le diera prestigio en todo momento y le asegurara siempre la máxima veneración por parte de todos.

2. Me ha sorprendido muchas veces que hombres que se glorían de profesar la religión cristiana, es decir el amor, la alegría, la paz, la continencia y la fidelidad a todos, se atacaran unos a otros con tal malevolencia y se odiaran a diario con tal crueldad, que se conoce mejor su fe por estos últimos sentimientos que por los primeros. (...) Al investigar la causa de este mal, me he convencido plenamente de que reside en que el vulgo ha llegado a poner la religión en considerar los ministerios eclesiásticos como dignidades y los oficios como beneficios y en tener en alta estima a los pastores. Pues, tan pronto se introdujo tal abuso en la iglesia, surgió inmediatamente en los peores un ansia desmedida por ejercer oficios religiosos, degenerando el deseo de propagar la religión divina en sórdida avaricia y ambición. De ahí que el mismo templo degeneró en teatro, donde no se escucha ya a doctores eclesiásticos sino a oradores arrastrados por el deseo, no ya de enseñar al pueblo, sino de atraerse su admiración, de reprender públicamente a los disidentes y de enseñar tan sólo cosas nuevas e insólitas, que son las que más sorprenden al vulgo. ¿Nos extrañaremos entonces, de que de la antigua religión no haya quedado más que el culto externo (con el que el vulgo parece adular a Dios, más bien que adorarlo) y de que la fe ya no sea más que credulidad y prejuicios?