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Vuelta a casa

   De todo lo escrito yo amo sólo aquello que alguien escribe con su sangre.  Escribe tú con sangre y te darás cuenta de que la sangre es espíritu.
   No es cosa fácil comprender la sangre ajena: yo odio a los ociosos que leen.
   Quien conoce al lector no hace ya nada por el lector. Un siglo de lectores todavía y hasta el espíritu olerá mal.
   El que a todo el mundo le sea lícito aprender a leer corrompe a la larga no sólo el escribir, sino también el pensar.

Así Habló Zaratustra, Del leer y el escribir
Friedrich Nietzsche

*

I'm just a poor wayfaring stranger
While traveling through this world below
Yet there's no sickness, no toil, no danger
In that bright land to which I go

I'm going there to see my father
And all my loved ones who've gone home

Wayfaring Stranger

Pasos

Se acaba de ir Camélia Jordana y su non non non (combien de fois faut-il vous le dire avec style : je ne veux pas sortir au Baron ?). Trivial. Tan trivial como un diploma de honor, remedo de medalla, campeonato de bolita y margaritas sobre una mesa no servida aún. Ya sé, no me digás, tenés razón, se parece mucho a un primer paso y esto no va en clave de escupir en la sopa. Pasa que estaría tan bien no salir de la burbuja (je ne veux pas prendre l’air, non non non), quedarse tras la gran máscara, servirse otro vino y brindar con los amigos.

Diez

Sólo los Beatles pueden calmar un poco esto que se parece mucho a una fractura incurable. Tres semanas canadienses más tarde, vuelta a la oficina, agitada pecera sin rumbo, tarima ocasional por la cual es conveniente honorar piruetas de cuando en cuando porque —después de todo— para algo a uno le pagan lo que le pagan.

Hace poco le contaba a un amigo —que tiene la curiosa costumbre de abortar unilateralmente las conversaciones— que la crisis es vieja, estructural (la voz de Lennon en Anna (go to him) es conmovedora) y tiene demasiado gusto a insatisfacción. Es cierto. Otro amigo dice que su hermano dice que ningún trabajo es bueno. También es cierto.

En uno de los mejores momentos de su carrera, Gabriel Batistuta declaró que el fútbol no le gustaba sino que era su profesión. De inmediato suavizó lo declarado pero ya había mostrado la hilacha. Tout compte fait, diez años de estudios universitarios y de postgrado para descubrir que todo te importa tres huevos, hay que ser un perfecto imbécil. Diez páginas de currículum que hace un buen rato me parecen más un acta de defunción que un motivo de alegría de madre que habla del nene o de profesional que cuelga su abanico de diplomas por la casa, cuestión de que el visitante vaya entendiendo qué terrenos transita.

Por suerte existen los Beatles, capaces de rescatar esta mañana. Por suerte existen otros salvavidas, algunos ya mencionados por el viejo poeta de Úbeda en su Más de cien mentiras. Por suerte.

Primavera

Como siempre que termino un curso, además del cansancio me quedan más dudas que otra cosa. Restaurante universitario. Almuerzo solo. Zitarrosa canta por encima de mi espalda doblada. 

Madre, por los médanos blancos, sin decir nada, se fue mi padre. 

Hay que ser un tipo infinitamente quebrado por dentro para entender a ese gran monstruo que cada vez que canta deja huellas. Salud, viejo, a vos tampoco te conoceré. Pero sin duda es más fácil conversar contigo que con algunos estudiantes, signo de que por los salones que frecuento el único que cambia de edad soy yo.

Dudas, decía. Me pregunto si esta indolencia generalizada es real, resultado de una generación absolutamente idiotizada por la tecnología o simplemente la proyección de alguien que cada vez cree menos en todo. Ayer fue la segunda vuelta de las elecciones regionales. La derecha se comió una trompada muy disfrutable. El Primer Ministro dice que asume su parte de responsabilidad y que las reformas continuarán su curso. ¿Por qué nos toman? Ah, nostalgia de un mayo del '68 que no viví. 

Madre, por los médanos blancos viene descalzo ese dios verde.

Y pese a todo salió el sol. Dieciséis grados, París excedido, escotes y minifaldas como si hubiera un tiempo a recuperar. Leo La décroissance est-elle souhaitable ? (de Stéphane Lavignotte) convencido de principio a fin de que el ser humano es, ante todo, profundamente inmediato y por ende idiota. Pienso en Thoreau, en Nietzsche, en Zerzan, en Chomsky, la soledad es atroz. Pan y circo, escotes, minifaldas, la vieja Europa va tan mal como cualquiera. 

Madre, por los médanos blancos han remontado tres barriletes.

Mis amigos se casan y descasan, tienen hijos, plantan banderas preciosas, ajenas, inalcanzables. Yo compro una guitarra, desempolvo el método de Sinópoli, que tras quince años de sueño me devuelve las mismas partituras, vuelvo a tocar valses, estudios y preludios de Tárrega, de Sor, de Villa-Lobos, me divierto como un chico.  Falto de banderas, intento los puentes. Mi madre era profesora de música. En casa siempre hubo un piano, guitarras, un acordeón-piano, un arpa y kilos y kilos de partituras que yo leía casi estúpidamente sentado en el jardín. 

Madre, por los médanos blancos viene bajando un carro de mimbre.

Alguien tendría que haberme explicado, hace muchos años, que la vejez es exógena aunque el cuerpo traicione. Lo constato, aunque yo me sienta igual que hace quince años, en el trato que se me dispensa a veces. Pero me siento igual, o casi, pese a creer cada vez menos, huellas de otra canción, más antigua, más de fondo. 

Madre, me he vuelto viejo.

Tan fácil, fácil, no es...

Viejo y cansado, el hocico tibio no se despega del ventanal. Séptimo piso. Más allá el gris, la monotonía de autos y paraguas, los cuervos como manchas, dueños de los árboles. Como siempre, más allá del ventanal pero más acá de la insulsa lamida del Sena que me deja sin ganas de nada, estúpida manera de ahogarse en una ciudad que durante meses no ofrece tregua ni sol. Todo para ver, todo para hacer, pero seguir en cambio debajo de la coraza y la escarcha, filtrando a diario café y vino y vodka y oporto y muscat y kilómetros de letra impresa frente al mismo rostro ajeno repetido en mil gestos. Es cierto, Europa no está tan lejos. Pero Chinaski murió hace tiempo. Gran prostituta, paraíso de las mujeres, infierno de caballos... Aire, por favor.

Polizón en un barco de carga, mi abuelo llegó a Montevideo buscando oro. Venía de Galicia. Tenía catorce años. Mucho antes de que yo naciera él ya había vivido sus mil oficios, sus mujeres y penurias, el desarraigo. Sé que murió en su cama, el corazón indiferente ante la aguja y la adrenalina, sin piernas, viejo y cansado, añorando las rías, la muñeira, un buen pulpo á feira. No lo conocí.

Hoy de mañana volví al consulado español. Es fácil ser polizón con diplomas y cuentas en el banco. Desde hace meses pienso en mi abuelo, siento de nuevo la curiosidad de conocerlo, de vivir algo que acaso se pareciera al arraigo. Esta mañana, en contrapartida a ese gran silencio, un funcionario español con quien terminé hablando en francés por motivos desconocidos me extendió un papelito. Dice que en diez días recibiré otro papelito en el que podré continuar amontonando sellos de colores. Me aseguran que debería sentir algo positivo. Sonrío en silencio, sabiendo con una tristeza absurda que en realidad hubiera preferido conocer a mi abuelo.

Y así sigo, viejo y cansado, la manta hasta las rodillas y el hocico tibio pegado al ventanal. Aire, por favor.

Milonga sentimental

Todavía puedo recordarme, casi imberbe, sentado a la espera del partido, imitando como un idiota el hand shaking de un módem 14.400, el chiste fácil, un diálogo que caracoleaba lento. Han pasado más de doce años y todavía puedo recordarte, igualmente imberbe y sentado a la espera del mismo partido, cordial ante el idiota desconocido que imitaba algo que bien podría ser un módem o una cascabel borracha, el chiste fácil, un diálogo que ya luego fue largo y, por lejos, inteligente. Varón, vos también leíste El Libro desde el alfa hasta el omega. Habló el ángel cuando la mano de Abraham iba a ser sobre Isaac. Varón, cada cual entierra sus muertos, pero a veces no hubiera estado nada mal que apareciera el mismo ángel en aquel Moriah llamado Montevideo, cuando cayó el chaparrón que se anunciaba hacía años, una tarde infame de la que después sólo quedaron días y más días de horizonte y yerma.

*

milonga pa' recordarte
milonga sentimental
otros se quejan llorando
yo canto por no llorar
tu amor se secó de golpe
nunca dijiste por qué
yo me consuelo pensando
que fue traición de mujer

Embrión en formol

Como siempre, todo sucede en un tren. Difícil explicarte, a vos que cada vez venís menos porque últimamente hay poco y nada, difícil decirte que en realidad hay bastante pero se parece mucho a un embrión en formol: futuro asegurado, calidad de vida dudosa. ¿Triste borrón? Y travesía del desierto también.

Jornada agotadora en Grenoble. Presentación. Charla. Contactos. Y la eterna impostura, lujo de mariposa empalada en plena lepidoteca, brillo de roble apolillado, mirar de reojo el reloj, desear el techo, aire, sentir los hombros pesados, Atlas y otros oscuros.

En el palm suena la Bersuit. La argentinidad al palo. Milo es argentina, porteña, incapaz de decir championes o agua jane, cosas tan naturales, y quizá porque ahora pienso en ella sean estas líneas, estos garabatos que se arrastran frente a mí mientras me digo que no es ni la Argentina ni el Uruguay ni el dulce de leche ni un buen asado de tira –pero qué bien vendría un poco de picanha– sino un detalle de calendario. No hace mucho cumplí cinco años de residencia en Francia. Es cierto, hubo un impasse oriental de casi dos años en el medio, largo martirio de escenas repetidas, distimia como látex y también papelerío, jueza y finalmente un acta de divorcio que hoy ocupa un lugar privilegiado junto a otros diplomas que, justo es decirlo, también en buena ley he ganado.

Pero no es sólo un detalle de calendario. Me es triste escribirlo pero conozco mucho más Francia que Uruguay. Excepción hecha de la Corse y del DOM-TOM, he puesto un pie en cada región francesa. Difícil explicarte los motivos. Cuestión de trenes, tal vez. Sin embargo, la única vez que crucé el Río Negro fue para ir a San Gregorio de Polanco. Y todo era clandestino, clandestino e inocente, un imberbe de veintidós años mirando cómo una niña de dieciséis lo afeitaba frente al espejo del baño.

Pausa. Parada de quince minutos en Lyon. Y baila, baila, baila una danza rara. Tan Beatles, arreglos perfectos, tema de Bersuit, gran descubrimiento.

Y quisiera decir que es sólo una ignorancia geográfica. Quisiera. Por supuesto que desde esto que también es una burbuja sigo las noticias, me sigo enfureciendo y alegrando en medidas aleatorias, mando la papeleta, espero que llegue. ¿Y si hay plebiscito? Quiero creer que no viviré, desde lejos, una remake del voto amarillo.

Hace no mucho, en Montevideo murió Eros, un gato que vivió con nosotros más de quince años. Te parecerá estúpido pero la burbuja tiene esas cosas, las ausencias te golpean más, porque si imaginás que la ausencia acumulada como un silencio insoportable te prepara mejor… A la distancia, la certeza de la ausencia es la certeza del vacío aunque vuelvas, oh borrón de Ulises. Y eso se digiere despacio, rumiando, como la prosa de Nietzsche o el strudel. Zitarrosa dice que si estar vivo es viajar hacia la muerte, la vida es una viuda que sonríe. Actualmente estoy leyendo Morirás lejos, de José Emilio Pacheco. Zitarrosa, inmenso, canta murió mi madre, yo estaba ausente. Difícil que pase un día sin que piense en cosas así. Por eso me resulta curioso escribir que en general voy bien, que las ciclotimias han –tenuemente– entregado las armas, que esto es realmente una burbuja y yo disto mucho de ponerme a escribir mi Walden, pese a que con Milo cada vez pensemos más en un pavillon alejado de tanto ruido.

Te parecerá trivial y sin embargo tendrías que ver hasta qué punto están sembrados los campos franceses. Y si supieras hasta dónde ciertos lugares de la Camargue se parecen a Rocha (nota: hacer abstracción de caballos blancos y flamencos; otra: recordar el verso de Cortázar: de un vuelo de flamencos quemando un horizonte de bañados).

Y esto termina por aquí, sabrás comprender, incompleto, larvario, desordenado, cuestión de estar a tono con el sintagma que Rodia poco apreciará, no tanto por lo de embrión sino por el complemento preposicional, justo él, que suele entregarse a los caprichos de la morfotáctica y de la última tontería tecnológica, mientras lee a Shakespeare, gran quimera, y disfruta como una perra en celo.

Casa sola

Por las noches te vuelvo a ver, no hay tiempo ni consuelo, sólo una almohada sucia, unas pocas fotos, el oporto, tu voz que vuelve a llamarme desde el baño. Nostalgia. Noche y nostalgia y como siempre un aeropuerto. Hacía frío y garuaba. Nos dijimos lo poco que quedaba por decirse. Era otoño, era abril, el comienzo de un camino desierto, el amor castigo, sin sombra ni futuro. ¿Y qué decirse después de todo? Lo mejor fue tu espalda, verte una última vez, la violencia apagada de un Hopper, el pelo suelto, embarcar hacia la sonrisa impersonal, tenga usted buen viaje, un asiento, un baño, desahogarse, y ahora tu voz desde este otro baño, en esta casa demasiado lejos y tan sola.

Cuando en tierras extrañas miro triste

Bueno, ocurre otra cosa: yo estaba en el año sesenta y uno en Austin, Texas –un territorio que yo quiero mucho– y había un señor paraguayo. Y me hizo oír unos tangos. Yo estaba avergonzado, se llamaban A media luz, La cumparsita, no recuerdo los otros… Y pensé: qué horror, voy a tener que simular que me gustan y a mí me parecen una vergüenza. Luego me di cuenta de que estaba llorando. Es decir que mi cuerpo lo sentía de otro modo.

Imposible contarlo de mejor manera. Pero eso ya lo sabés, vos que también pernoctás bajo este cielo que no es el cielo de tu tierra, vos sabés muy bien por qué recluido en el baño luego de una reunión con un potencial cliente, Herr Doktor evocó, durante cinco minutos que le parecieron un desahogo eterno, esta confesión que Borges le hace a Carrizo en sus memorables Conversaciones.

Es así y ya lo cantaba la épica en noches remotas. Está el momento en el que el fiel falla y la balanza se te va al quinto carajo, instantes en los que una foto o un perfume, sea de monte o de calle empedrada, pesan más que las frutas y la mirra que has ido acumulando en tu plato cotidiano. Poco importa que luego te recuperes, que le digas al día y al espejo que la vida es el mundo y que –como es sabido– sigue andando, así que mejor volver a la oficina porque tenés una lista obscena de pendientes. Poco importa porque luego, preferentemente de madrugada y a solas con un oporto o un Saint-Émilion, cuando la vida se hace carne, los otros pendientes, los que realmente importan, aparecen de nuevo y te empieza a importar que esta luna no brille como aquella, la que de noche blanca corría pero hace años no ves más.

Todo empieza de mañana con la curiosidad casi infantil de algunos compañeros de trabajo, ¿música popular uruguaya?, ¿no es igual que en Cuba? ¿es como Shakira?, cosas así. Herr Doktor se propuso, con mucho gusto porque una cosa es el destierro y otra la estupidez, confeccionar un compilado más o menos decente. En el mensaje enviado se vio disculpándose de un repertorio a la Prévert, hablando de milongas, gatos, bagualas y chamarras, payadas, vidalitas y zambas, mencionando la murga y confesando su poco amor por ella. Hubo una breve historia de mestizajes, del esclavismo, y, a falta de ejemplo concreto, hubo hasta Clara de NTVG y Negra murguera de la Bersuit. Quiso explicar más pero temió la enciclopedia inútil. Se limitó a mencionar algunos artistas, colocando a Zitarrosa al frente, por mejor, por poeta, por su voz, por sus arreglos de cuerdas y los sinfónicos también. Y, como de costumbre, Herr Doktor terminó hablando de las dictaduras, del exilio, de un sufrimiento que duda puedan siquiera evocar.

Y luego la piedra ahí mismo, todo el día el bloque en el estómago, en el pecho, sube y baja, en cada correo, cada intercambio, pregunta o respuesta o chiste, el almuerzo obligado y la reunión con el potencial cliente. La piedra incrustada, salvaje, mientras el hombre le habla de costos y beneficios y ventajas fiscales y él oye al Pepe Guerra que le canta al oído, cuando en tierras extrañas miro triste, pero poco puede hacer, todo obliga a la cabeza en alto, a la percha empresarial, el hombre le plantea escenarios diferentes y él sabe que tiene que dar una respuesta en cada caso, y lo hace y lo hace bien, además, sonriendo con la piedra ahí mismo, dibujando con las manos mientras la piedra se mueve, mientras el Pepe Guerra sigue cantando, mirando triste la lejanía azul del horizonte, y Herr Doktor siente al mismo tiempo que el hombre, pese a ser un perfecto monigote, se va transformando en un cliente mientras la voz del Pepe Guerra ablanda el bloque poco a poco, otros vagan sin consuelo por el mundo, ya la piedra, porosa y blanda, duele menos, diez minutos más y la reunión por suerte termina y ya puede ir al baño tranquilo a acordarse de las confesiones de Borges, a tratarse de cualquier cosa frente a un espejo que ha conocido tiempos mejores, a recordarse –como si hiciera falta– que la única certeza que no conoce distancias es el lento lamido de la sombra, lo cual lo conforma muy poco pero ahora no importa porque tiene que volver a la oficina, a los pendientes, a eso que unos pocos optimistas llaman vida.

Sombras nada más

Te veo de nuevo en el dormitorio, tu largo cuerpo descansa en la cama, estás dormido. Tu ropa sigue sobre la silla, nada ha cambiado, estás muriendo lentamente como cada mañana, tarde y noche desde 1984. Sentado desde aquí, a los pies de la cama, asistiendo rabioso, impotente a tu lucha inútil, venís a mí como el Cristo de Mantegna, gris y vencido, con tanto dolor sin horizonte, balbuceos y agonía, que no puedo, yo, que ya me siento viejo y quisiera ser tan sombra como vos para estar contigo, para que esto que es mi agonía muera también de una vez por todas, yo en la duermevela no puedo, suena el despertador, estoy en otro dormitorio a casi once mil kilómetros de distancia, hace años que no estás y debo ir a trabajar.

Lágrimas

La tristeza lame lentamente las últimas gotas de vino. La copa vacía. Lágrimas gruesas, orgullo vitícola u otra forma de indagarse en un espejo borroso, en pleno Copenhague. Something is rotten en la imagen que le devuelve, alguien que nunca fue y que ya tiene treinta y cuatro años y sigue buscando a tientas un camino, un descanso, una tumba. Puede sucederle en La Habana, bajo rigor de canícula, en una Lisboa que cubría a Gandhi con flores de jacarandá, o en tierras de Hamlet, en casa de Søren, anfitrión burgués a la medida de un film de Berlanga. La charla se mueve indecisa del francés al inglés, del incomprensible danés a unas pocas palabras en español que los comensales festejan como los niños sus primeras escatologías. La gran terraza tiene vista al mar, a un agua que no huele como la de Montevideo porque jamás podría oler tan entrañable. Camarones. Arenques. Papas y cebollas como cuando los vikingos. Mucho vino. Más lágrimas en una velada que honra la formalidad distendida del danés.

Niels, historiador indefinible que habla un francés de enciclopedia, admira a Napoleón y canta las diez plagas a la memoria de Nelson, le pregunta sobre los indígenas en Uruguay. Refiere Salsipuedes, la traición, los largos años previos de vaivén obsceno del general infructuoso. Siente una vergüenza rabiosa, vuelve a llenar su copa, más lágrimas. Con el resto es más fácil, hablan lingüística, hablan política, discuten Karen Blixen, el museo Lousiana (oh, Cézanne and Giacometti, what a perfect combination...), intercambian idiosincracias de vitrina como los niños figuritas. Sonríen mucho.

Y luego el ritual obligado del 23 de junio, bajar a la costanera a ver cómo se quema a las brujas, a presenciar esa comunión que logran los villancicos, las grandes fogatas, un sol que da batalla hasta pasadas las diez de la noche que no es.

Terminado el fuego, vuelta a casa de Søren para un postre y un lugar común: el tango, por el que anfitrión y Lita confiesan devoción e innúmeras clases de baile. Les pregunta, con la seriedad de la ironía que se quiere un rito, si lo bailan a la japonesa, con la rosa en la boca. Søren trae un disco, selecciona un tema. En una disonancia cognitiva digna de una Kawasaki en un cuadro del Greco, oye a Gardel cantar La canción de Buenos Aires, mira hacia la rambla, sabe que está en Dinamarca y que más allá pernocta Suecia, admite que es el verdadero tango, acepta el tambaleante milounga de Søren, cierra los ojos y ve Puerto Madero, ciertas calles de Palermo, las casas conversando con el agua en el Tigre, hay algo en tus entrañas que vive y que perdura...

Vacía la copa. Ya es de noche y sólo quedan unas lágrimas. Un espejo borroso. Los grillos al otro lado de la ventana del dormitorio. Una imagen que no puede ser la suya y que la tristeza viene a borrar lentamente.

Milonga de contrapunto

...si me duele la violencia más me duele el pachequismo canta alfredo y tiembla esta mano porque estoy volviendo a montevideo y a mí me duele uruguay un desarraigo de pie negro vivir desmembrado en dos o tres países sentir en español pensar en francés expresar como puedo mi incapacidad de habitar un imaginario festejado por übermenschen en alpargatas impreciso territorio en el que deambula la infancia mi infancia cuando una higuera era un niño comiendo higos y ese niño era yo descalzo en el fondo de la casa de mis padres hoy la higuera está seca tierra o terruño arcadia desdibujada largo sueño post-dictadura que nunca fue pero en el que respiran familia y amigos todo lo que vale la pena y sin embargo un adverbio como casi y el tiempo lo terminan arruinando cómo decir que estoy triste sin pronunciar la palabra tan manoseada que me vigila a diario y con la que he pactado tablas hace años estoy triste me duele no puedo ser más yo aunque no encuentre palabras para esto y mirar al cielo sea un gesto inútil yo he nacido en este suelo no hay más patria para mí en este suelo crecí como mi padre y mi abuelo pero hoy estamos de duelo milonga y hasta el más potro al ver el dolor del otro se ablanda aunque sea un momento para mí no hay sufrimiento más grande que el de nosotros...

Sol interno

No detesto a los niños que sufren sus terrible twos. Criaturitas. Pero les guardo un pero. Uno rojiblanco, erguido, infranqueable y manso al mismo tiempo. Me sobran los motivos y el de ahora es un buen ejemplo: tren, mañana de frío, libro en el pecho, todo demasiado bien como para ser columpiado violentamente desde cierta blandura a este iluminado vagón por un berrido impertinente y de dos años y medio máximo. Criaturita. Dios lo guarde. Y, de ser posible, lejos de mí.

En la duermevela divagaba sobre la teoría del sol interno tan atendida por los nazis, repasaba la Sociedad Thule, me mezclaba con las enseñanzas del Don Juan de Castaneda, recordaba a René, médium-chamanista-curandera que me crió una buena parte de mi infancia, mientras mi madre se dejaba explotar por un circunciso, rasgo que mi padre insistía en recalcar al menos una vez al día.

Como siempre, en los trenes y en los aviones la nostalgia es implacable. Hoy vuelve tu imagen y con ella todos tus caprichos, todos los berretines que René jamás supo anticipar. Tal vez no sea culpa de nadie. Cómo ibas a saber que, al igual que Don Juan para domar la Yerba del Diablo, alguna vez, a escondidas, planté un bulbo en tu honor. Estabas muy ocupada mirando tu adolescencia pasar frente al espejo, planificando salidas con los chicos del colegio, weekends en Punta del Este, Navidades en Nueva York, cenas con papá en restaurantes comilfó, mientras un servidor, sin credenciales ni modales, sin un mango e imposiblemente imberbe, la veía pasar desde un gallinero inmundo.

Estúpida y triste confesión. Yo, que te guardaba como al hermano más querido, no conseguía evitar murmurar un no seas hija de puta, no me dejes así, aunque no tenga feudo o religión, linaje presentable, semilla y viento. De víctima tengo poco: fui también un gran hijo de puta. No se puede leer tanto Nietzsche a los dieciocho años, anoto mentalmente como un vago atenuante. Ignoro si las diferencias sirven de algo en estos casos. Me consta que en la arena dejé una oreja que te alcanzó un secretario enviado por papá. Me consta también que la recibiste y la guardaste en tu cofre, bajo llave.

Pese a los dieciséis años pasados, pese a los diez que elegimos para desangrarnos lentamente, recuerdo tus pecas, tu pollera corta, un auto el carnaval del ‘93, todas las promesas que no pasaron de saliva. Recuerdo todo eso tanto como el chamanismo me lleva inevitablemente a un diciembre del ‘91, a un bulbo plantado y también a René, que jamás me habló de vos, jamás me sugirió siquiera, cuando volvía desde el santuario hacia la pieza gobernada por imágenes de indios cheyennes, sioux, apaches, que ibas a ser –perspectiva obliga– tan floja hija de puta, y que yo, para no ser menos, iba a aumentar la apuesta hasta el paroxismo, hasta volver rutina el turnarse en nuestra labor de esponjas, de recolectores nocturnos, de títeres bailando traiciones, aburrimientos y renuncias.

Y ahora que la pobre criaturita, que ha de tener un enorme sol interno, comienza de nuevo la serenata, no puedo evitar, a casi once mil kilómetros de distancia y en este vagón innundado de galos, murmurar de nuevo un no seas hija de puta, no me dejes así, aferrado a una vela sin lumbre, lleno de valijas y tan resentido.

Fin de tregua

Ahí estaba entonces, esperándome en el exacto lugar en el que la había olvidado. First time I met the blues. El cantante de los Yardbirds suena como un negro pero no lo es. Disonancia. Mientras ella se acerca sin apuro, me digo que la voz debe de ser la de Buddy Guy.

Se instala en silencio junto a mí. Recuerdo una tarde de infancia en las cercanías del puente del río Santa Lucía, un reel nuevo, una tarta de manzanas, las trenzas rubias de Patricia, mi hermana. Siempre en silencio, me acaricia el lomo como a un perro viejo y cansado. Caricia imposible y lustral. Bajo la cabeza y pienso en la felicidad, esa cosquilla. La levanto. Sigo solo en el sillón del estar. Dos fotos. El vaso de oporto por la mitad.

Arturito de los tres pelitos, atiborrado de champagne y foie gras, me grita desde la cocina, muy convencido:

–Vos pretendiste el lago de los cisnes con un gorila, mi frustrado Rothbart. Errores así no hay calendario que los perdone. El tiempo no pasa, pasamos nosotros. Lo sabés muy bien.

Ombliguismo, un roedor temblando de rabia frente al espejo. Ascendencia y descendencia en la misma nebulosa. Agitación en una placenta que nunca será. Gloria a lo absoluto. La certeza íntima de una última e inevitable soledad. La verdadera comunión.

Siete años

Y el día que casi pasa desapercibido. Siete años ya y todavía sigo viendo tu rostro desfigurado, indeciso entre verdes y marrones, edematoso, el hedor que rigoreaba la sala, la larga figura sobre cuyo pecho coloqué una estrella, y el cajón que se cerraba prometiendo unas cenizas que llegaron y pesaban más de lo imaginado.

Siete años ya y el día no pasó desapercibido. Y ya quisiera yo verte momentáneamente resurrecto, verte así para poder yo también apretarte un brazo que aún no fuera polvo y decirte todos se irán, tú quedarás viviente. Pero no soy digno de tal prodigio.

Pese a que ya no eras vos, nos vimos por última vez en Punta Trouville. Recuerdo el día soleado, el escaso viento, el río generoso favoreciendo la ceremonia. Y aunque sepa que hay cosas que se abrazan en cualquier geografía, a veces siento que no estaría mal, sólo a veces, cuando media demasiado alcohol, un perfume, una foto vieja, siento que no estaría tan mal, realmente nada mal volver a verte...

Un año

Cómputo estúpido y telúrico, noción de pasaje, larga cuchillada que dejó una herida que no se quiere aún cicatriz. Tiempo de revisión. Queda mayormente desorden, platos sucios, flores que terminaron muriendo por negligencia. Quedan también botellas vacías, palabras a medio decir en un diálogo que nunca fue de águilas, demasiado tiempo en el que las dinámicas se repitieron como los mimos principiantes. Queda, a fin de cuentas, una mesa distante en la que una baraja ahora está completamente boca arriba pero ya a nadie le importa. Encima de la mesa descansan unas sábanas que sugieren un trapo de piso. En el suelo pueden verse las almohadas, casi deshechas. La lista de horas es larga y bastante insólita, justo es decirlo.

Una noche entera de pesadillas, de ver insectos y parches y figuras de colores, de oír voces y retorcerse en la duermevela, de terror de arañas y tamborileo en el pecho. Noche de parches, en definitiva. Y ahora, un año después, parche tras parche, no se ven más que remiendos. Tal vez por eso Calamaro, en esta mañana sin número, sigue cantando el mismo tema. Debería dejarte. Irme lejos. No volver.

Y por más que la esperanza sea una lechuza de cuello largo, sobrevive una rabia indecible por haber rebajado de quinta a segunda algo que prometía laureles y cimientos salomónicos. Toque de queda para una noche larga y bien oscura. Después de un año, lo único que realmente queda es ansia de rincón, de perro aplastado y salamandra, rincón con olor a arpillera y baldosas frías, en el que una mano marcada de ceniza acaricia el hocico húmedo y rendido.

Vivencias y Perdón

Desde hace meses tiene la sensación de tener una bola de estopa atragantada apenas debajo de la epiglotis. De alguna manera le deja respirar, pero poco y mal. Sin identificarla con claridad, ha aplicado todo lo aprendido hasta el momento para eliminar la molestia, sin olvidar las torpes intentonas de convencerse de que se trata de una superstición producto de una infancia signada por tristes eventos y un exceso de cebada de malteada.

Sabe ahora, sin embargo, que existe y que no es una bola de estopa sino un ovillo con, presumiblemente, múltiples puntas. Leer Si esto es un hombre, de Primo Levi, le ayudó a descubrir dos de ellas: el perdón y la forma en la que cada uno procesa los hechos que le tocaron en suerte vivir.

El autor cuenta su experiencia en Auschwitz. El libro está escrito en clave testimonial de tal manera que el narrador inhibe todo intento de acusación y juicio. El patetismo en el que hubiera sido fácil caer está evitado rigurosamente. La opción narrativa de Primo Levi está tan bien lograda que por momentos genera confusión en el lector ansioso por tomas de posición. Esta confusión se vio durante años traducida en múltiples preguntas. Primo Levi responde, en un apéndice de la edición leída, a una breve selección de éstas, de las cuales (una parte de) dos respuestas fueron fundamentales en lo que tiene que ver con la bola, la estopa, la epiglotis, la cebada de malteada y el ovillo.

Transcribo, traducidos de una traducción francesa del italiano original, los dos fragmentos reveladores.

Pregunta: En su libro no se encuentran indicios de odio hacia los alemanes ni tampoco de rencor o de deseo de venganza. ¿Los perdonó?


(...)


Sin embargo no quisiera que se tome esta ausencia de juicio explícito de mi parte como un perdón indiscriminado. No, no he perdonado a ninguno de los culpables. Y jamás, ni ahora ni en el futuro, los perdonaré, a menos que se trate de alguien que haya probado –con hechos y no con palabras– que es hoy consciente de las faltas y de los errores del fascismo, en nuestro país y en el extranjero, y que esté decidido a condenarlos y a extirparlos de su propia conciencia y de la de otros. En ese caso, sí, aunque no cristiano, estoy dispuesto a perdonar, a seguir el precepto judío y cristiano que compromete a perdonar a su enemigo; pero un enemigo que se arrepiente no es más un enemigo.

(...)


Pregunta: ¿Regresó a Auschwitz luego de su liberación?

Regresé a Auschwitz en 1965, para una ceremonia conmemorativa de la liberación del campo.


(...)


Frente al triste poder evocador de estos lugares, cada antiguo deportado reacciona de manera diferente, pero podemos sin embargo distinguir dos categorías bien definidas.

Pertenecen a la primera aquellos que rechazan regresar o incluso hablar de ello, aquellos que quisieran olvidar pero que no lo logran y aquellos que, al contrario, olvidaron todo, reprimieron todo y comenzaron a vivir partiendo de cero. He notado que en general son individuos que fueron a parar a los campos “por accidente”, es decir sin compromiso político preciso; para ellos el sufrimiento fue una experiencia traumatizante pero desprovista de significación y de enseñanza, como una desgracia o una enfermedad: para ellos el recuerdo es un poco como un cuerpo extraño que se introduce dolorosamente en su vida y que buscaron (o que buscan todavía) eliminar.

En la segunda categoría, por el contrario, se encuentran los ex prisioneros políticos o individuos que poseen, de una manera u otra, una educación política, una convicción religiosa o una fuerte conciencia moral. Para ellos recordar es un deber: ellos no quieren olvidar y, sobre todo, no quieren que el mundo olvide, pues comprendieron que su experiencia tenía un sentido y que los campos no fueron un accidente, un imprevisto de la Historia.


(...)

Separate Ways

La versión que más me gusta de este tema es una alternativa a la “oficial”. Porque a Elvis se le quiebra la voz, se le quiebra más de lo normal. Porque se quiebra, todo se quiebra, y la canción tiene sentido.

N'importe quelle légume

- a -

Atrincherado contra mí mismo, el aliento que siento no es sino mío y de nadie más. Carente, en estado básico, lamiendo lento el cardo que me salva mínimamente del horror vacui...

Y vamos...

Puedo equivocarme mil y una veces y quedarme solo con una sola vela encendida contra viento y mar, contra esa montaña de huesos, tejido, sangre, que de alguna manera debo de ser yo, tan extraño a mí mismo como mi primera foto o algún viejo vídeo familiar.

Puedo equivocarme pero a quien veo a veces en el espejo es a Pirro y él sabe y yo sé (pero por sobre todo él sabe) que desde el comienzo la suerte ya estaba echada.

- b -

...multitud de brazos, esfuerzo o muralla o potencial mensaje, acumulación de gestos como ceniza lenta, la larvaria idea de que la acumulación paulatina de basura puede ser también una inversión, una apuesta, una forma de ingresar a un territorio en el que la ley es otra y las recompensas se resuelven con una pila usada o aquella bolsa de leche vacía o los restos de cáscaras de pelones, manzanas y peras, menos que cualquier cacharpa pero igualmente sólidos y efímeros, el olvido se da pero también se construye, distancia tras distancia como elefantes en manada, miradas que se empequeñecen y se nublan y dejan de ser poco a poco aquellas que alguna vez nos hicieron estremecer...

- c -

No me capturará ni una tumba ni una cruz. No me retendrá la mano amiga ni la mejor sonrisa. No dejaré descendencia. Tampoco fotos enmarcadas o lágrimas en un cajón. Estoy, paso, pasaré, no estaré más.

Puede ser París, Nueva Caledonia o una cuneta gobernada por grillos y ranas. Me da absolutamente igual. Días de calma chicha. Disonancia y flores muertas riegan el camino. No ha habido un solo día en el que el fantasma no haya dicho presente. ¿Por qué justo vos?

El desenlace parece cantado, una hiena inmunda olfateándonos los pies. Y será cuestión de tiempo para que yo pase a ser una sombra un recuerdo un ojalá.

- d -

Asumamos que se puede imitar la tecnología pero no el conocimiento. Asumamos que aquello de si diez años después te vuelvo a encontrar en algún lugar ya está más que démodé y muerto y enterrado. Asumamos que no hay lágrimas que valgan para volver a meterse en el coche donde aquella noche en pleno carnaval la empecé a desnudar. Asumamos que es imposible deshacer en un eje que está por demás deshecho y que refleja cobardía culpar al Porto Cruz. Asumamos los calcos de errores, los calcos de juicios y travesías del desierto y tanteos al azar. Asumamos que haber descubierto a Raymond Devos me hizo pensar en cuánto podríamos habernos reído juntos. Asumamos que no se trata de eso, que aunque me haya dejado nuestros abriles olvidados en el fondo del placard, su recuerdo deja mayormente un mal gusto, que aunque en cierta forma viva, no deja de ser un acto reflejo de la misma canción. Asumamos que no se puede, aunque se intente de esta manera, llenar todos esos huecos con estopa. Asumamos que ostinato rigore es una de las mejores cosas que le sucedió a la humanidad, a la ciencia y al Renacimiento, en ese orden. Asumamos, gente, asumamos.

- e -

Abrió por tercera vez el ventanal y se quedó mirando el edificio de todas las noches, combinación de ventanas como fichas encendidas o apagadas en un gran panel, la misma televisión que aturdía seguramente a una pareja de ancianos, el cuerpo de la mujer que como en un ritual se duchaba todas las noches a la una de la mañana.
-Qué culo formidable -murmuró poco convencido porque sabía de sobra que a esa distancia cualquier cosa podía ser tanto formidable como prescindible.
Como siempre: la perspectiva, un culo del cual a esa distancia se podía estimar a voluntad si valía oro o barro.
-Juicios a distancia -dijo sirviéndose otro vaso de vino-. Dios nos libre y guarde.

Betania

Y es que en Betania Jesús tanto secó la higuera como lloró conmovido. Por eso, hay que ser realmente un imbécil para no entender que aún de pie frente al vergel en flor los pies descalzos reciben impotentes la resaca. Ciertamente esta copa no pasará ni de mí ni de ella ni del breve público o de la austera salita de cinco por cuatro. Habrá que inventarse otro par de ojos, otras noches largas, años de compartir y cinchar de un carro que no solito pero sí poco a poco se fue descangayando hasta lo que es ahora: papeles sobre papeles y timbres sobre los papeles y firmas curiosamente amigadas en un espacio común y carpetas y registros y luego simplemente aire o viento, el mismo viento que mueve las hojas de una higuera que, sin frutos, todavía se sostiene y conmueve al más pintado.