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Nuevas generaciones

No vino del MIT, tampoco de Nokia o de la tierra del sol naciente, mucho menos del prodigio llamado computación cuántica. Para hacer frente a la crisis y alentados por criterios ecológicos, investigadores de la Universidad del Ferrol presentaron el lunes pasado en el Salón Mundial de la Tecnología, en París, su revolucionario modelo de teléfono celular que funciona a monedas.

Su mecanismo, tributario de los antiguos teléfonos públicos que aún hoy adornan las calles españolas, no presenta mayores complicaciones: una ranura situada en uno de los costados del dispositivo permite a un usuario alimentar el crédito de su teléfono celular.

Este producto del mejor ingenio español presenta como virtud —en palabras de Manuel Sánchez, jefe del proyecto— la imposibilidad física de realizar llamadas telefónicas cuando no se tiene un duro, vamos, además de su rasgo ecológico, hombre, pues el cacharro no necesita de esas tarjetas de recarga que tanto contaminan un planeta en extinción.

Su estructura ha sido publicitada como inviolable y cumpliría todas las normas de seguridad pregonadas por la Unión Europea. Los investigadores prevén una red mundial de centros en los que los usuarios podrán acudir a fin de que la empresa telefónica pertinente recolecte las monedas consumidas.

Ajenos a las críticas sobre el problema de encontrar cambio en estos días tan virtuales y el peso que adquiere el adminículo a medida que se utiliza, los investigadores realizaron una demonstración de su primer prototipo, cuyo nostálgico nombre es El pesetín, ante un público mayoritariamente francés que dudaba entre la perplejidad y la carcajada. Rápidamente los niños han descubierto que además de teléfono, con el reservorio a medio llenar, el teléfono sirve también para emular una maraca. El semanario Charlie Hebdó de hoy trae una nota poco amistosa sobre el dispositivo, adjunta de varios chistes gráficos. En uno de ellos se ve un conjunto musical español armado de teléfonos y una pancarta que reza Los pesetines.

Los últimos rumores indican que los investigadores habrían desarrollado un nuevo modelo, que se llamaría El diferido, cuyo crédito se alimenta de manera directa con cheques al portador. Contactado por nuestro equipo esta mañana, Manuel Sánchez no ha querido pronunciarse sobre esta hipótesis, aduciendo que lo primero será lograr implementar una versión comercial de El pesetín. Entre tanto, los principales operadores telefónicos y las grandes marcas de teléfonos celulares no han querido decir palabra, lo cual, dado el caso, no deja de ser una falta de comunicación inaceptable.

Destino

Yo le dije lo de siempre, jugué a las mínimas variaciones acostumbradas, pero la ansiedad de algo importante la traía en las ojeras y en un fastidio mal ocultado. Mal de amores. Sí, pero hace tanto tiempo ya, dígame algo interesante. Amantes, uno en especial. Sí, lo sé, pero eso no tiene importancia, rotan como veletas. La mesa con la bola de cristal en el centro daba el kitsch digno de las viejas películas. La penumbra facilitaba la confesión. Lo único que pude leer en sus manos fueron sus anillos de oro, una vida sin esfuerzos y mucho sudor. Es cursi decirlo así pero era tal cual. Me apliqué a mi coreografía con esmero. Su marido. Ah, el muy miserable. Sí, déjeme seguir, su marido, su marido, oh. Cerré los ojos como si hubiera visto una aparición y temblé un poco. En el manual se denomina trance súbito y siempre surte efecto. Luego fui confirmando con un titubeo aproximativo. Su marido va a morir atropellado. Dios mío, ¿cuándo? Cerré los ojos, crispé mis manos. Hoy mismo. ¿Está segura? La mesa se movió y temblé de espanto ante la idea de una aparición. Vi su pierna, me tranquilicé. Volvió a exigirme. ¿Está segura de que va a morir atropellado? Sentí el alivio en su pregunta, eso sí pude sentirlo, y caí en trance nuevamente. Luego deshundí mis ojos y volví a confirmar. Un aire de inminente felicidad me despeinó un poco. También es cursi como imagen pero fue tal cual. No, no puedo asegurárselo por escrito. No, tampoco, aunque pague usted más; no hay más que el servicio VIP.

Un gesto extraño, el índice impertinente, los mil euros tirados sobre la mesa y el grito de más le vale que sea cierto todo lo que me dijo o nos volveremos a ver. Supe que había hecho un juramento. Mi secretario apareció luego de mis dos palmadas. Acompaña a esta señora hasta la puerta, Destino. Gracias.

Él volvió preparado y fue sólo un intercambio de miradas. Le di los doscientos euros convenidos para estas situaciones, las llaves del coche y lo envié a hacer valer su nombre.

La excepción confirma la regla

Curioso cómo un detalle le puede arruinar la digestión a cualquiera. En España la compañía "Pepe's Uey", buscando unir lo lúdico a lo culinario, acaba de anunciar la comercialización de sus ingeniosas olivas bravas sin hueso. Nombre de dudosa eficacia publicitaria, la compañía se compromete a que cada lata de aceitunas sin carozo cuente siempre con -exactamente- una que albergue al susodicho. La noticia ha sido recibida con regocijo por niños perversos y más de un dentista de barrio.

Honrando la sangre española, el Rastro de Madrid ha visto nacer la primera tómbola de las olivas bravas. De reglamento sencillo, el juego tiene como ganador al afortunado que consiga comer la aceituna con carozo. La inversión es escasa; el escenario, de lo más austero. Una mesa al aire libre, la lata abierta encima y una extensa cola de ambiciosos que por un euro eligen la aceituna, y luego de persignarse y encomendarse a algún santo cierran los ojos y se llevan el preciado elipsoide a la boca.

Las variantes no se han hecho esperar y en la Rambla barcelonesa, donde el juego ilegal es tan profuso como turistas y estatuas vivientes, los rumanos proponen un doble o nada: quien encuentre el carozo puede retirarse con el premio o bien acertar de una escupida a un blanco colocado a una distancia imposible. Si acierta, se lleva el doble del premio. Si pierde, debe desembolsar el equivalente del mismo y no tiene derecho ni al carozo.

Por desgracia la Organización de Consumidores y Usuarios ha logrado terminar con esta fuente de gozo popular luego del creciente número de casos de atragantamiento de niños y viejos y despistados de todo pelaje. En el fondo, ha declarado Jaime Bernstein, presidente de "Pepe's Uey", esta decisión es un atropello a la libertad de empresa y al derecho a la excepción, sobre el cual, según comentan fuentes allegadas, Bernstein había decidido erigir el promisorio imperio de su empresa familiar.

Por un efecto de moda, en las últimas semanas se ha afirmado que algunas empresas de preservativos manejarían la idea de introducir en el mercado paquetes de profilácticos basados en el mismo principio: todos perfectos, uno imperceptiblemente roto. Hasta el cierre de nuestro semanario ninguna de las compañías ha confirmado o desmentido el rumor que, salvo casos aislados, no ha sido muy bien recibido por el público. Creemos que porque la tómbola del condón resulta más difícil de llevar a cabo. Además de la Organización de Consumidores y Usuarios, y las buenas costumbres, claro está.

Barométrica espiritual

Apuntes para una publicidad de los años ’50, cuando un buen jingle hasta podía cotizar en bolsa.

(voz en off; primer plano de una iglesia indefinida, ecléctica; se alcanza a ver el cartel con el número de calle: doce sesenta y ocho)

Si se te ha colmado el alma de mierda, oh hermano, acude a nuestra sede, ven, únete y entona con nosotros la canción de la barométrica espiritual, cuyas primeras estrofas rezan como sigue.

(dentro de la iglesia; coro de monjes gregorianos aunque uno toca la guitarra y varios tienen pandereta; todos cantan)

y lleva fondo de guitarra
y nuestro coro invade lento
y con perdón de la gansada
se va llevando el excremento

oh hermano no hay blasfemia
ven y prueba, verás que es bueno
resultados garantizados
o devolvemos tu dinero

mal de amores, una distimia
una gripe o ese juanete
nuestro canto, aseguramos
es superior a tu retrete

(suena un teléfono; el coro se detiene y el monje de la guitarra atiende)

–Barométrica espiritual, escucho. Sí, señora, por supuesto que aceptamos tarjeta. Y hasta puede pagar en tres cuotas sin recargo. Venga nomás a nuestra sede en Valencia doce sesenta y ocho.

(pausa de medio segundo; los monjes se miran entre sí, satisfechos)

–Sí, señora, también cura el empacho. Y traiga su canario sin problemas, ya veremos lo de la patita triste. Tome nota: Valencia doce sesenta y ocho.

(el monje cuelga; todos miran hacia el cielo, que es en realidad la bóveda de la nave principal de la iglesia; una luz tenue aparece en lo más alto, insinuando un mensaje ambiguo)


FIN

Fragmento

¿Hablás kikongo? Curiosa manera de acercarse porque desde lejos el pelaje y tanto rouge mostraban que a ella kikongo le sonaría a modernoso juego de quiniela o, con algo de suerte, a duda de mellado. Pero Esteban se acercó así, preguntándole si hablaba kikongo, idioma largamente conocido por sus caprichos variados en cuanto a producción morfosintáctica. Y ella no dijo nada hasta la tercera insistencia, cuando se decidió a mirarlo y preguntarle si tenía fuego.

-¡Kulala! -dijo Esteban.
-A mí no me insultés- respondió ella con el cigarrillo en la mano.
-No, no, así se dice fuego en la poesía kikonga. Kulala refiere a una danza rápida y el famoso poeta Tchikaya U’tamsi lo usa para crear una imagen en torno al fuego. Es también un piropo. Algo atrevido, por cierto. Disculpame, soy antropólogo. Esteban.

Ella dudó un momento ante la mano extendida, el cigarrillo apagado temblando indeciso en la mano, cercano a la boca, a tanto rouge.

-Mirá -dijo-, lo que hagas de tu vida privada no me importa. ¿Tenés fuego?

Energías renovables

ed elli avea del cul fatto trombetta
Dante/Infierno XXI

Como la imaginación no tiene límites, el cantón suizo de Friburgo acaba de instalar los primeros cinco mil inodoros ecológicos, prodigios que capturan el metano emitido por las flatulencias durante el universal acto. Digno ejemplo de precisión suiza, su mecanismo de aspiración y filtrado despacha el preciado intangible hacia un complejo sistema de cañerías que desembocan en un reservorio central, a fin de congregar el esfuerzo popular por aquello de que la unión hace la fuerza, viceversa y otras loas oportunas que el lector ocurrente y voluntarioso de nuestro semanario sabrá imaginar.

Según fuentes del Ministerio de Economía, por cada inodoro instalado un hogar recibirá una rebaja en sus impuestos cantonales en relación a la cantidad de metano registrado. Como era de esperarse, entre las primeras repercusiones el periódico La liberté (29/9) cita el aumento sensible del spam conteniendo chistes fáciles sobre el dispositivo, la generalización del consumo de comidas de olla, así como una disminución de la venta de antiflatulentos, motivo de la huelga general de los laboratorios especializados en el rubro.

La Canciller de Estado del cantón, Danielle Gagnaux-Morel, conocedora del adagio según el cual la analogía mueve el mundo, presentó esta mañana en rueda de prensa el estudio de un dispositivo idéntico para mascotas, que podría comenzar a utilizarse hacia fines de este año. De dudosa factibilidad, la noticia es desde ya gran esperanza de peatones, patinadores callejeros y usufructuarios de espacios verdes, pese a la batalla legal prometida por Brigitte Bardot, quien aboga abiertamente —citando el artículo quinto de la Declaración Universal de los Derechos de los Animales— por el derecho de los susodichos a deponer como se les antoje y, si cuadra, a los cuatro vientos como Dios manda.

La nieve

Está nevando, repitió el hombre, apelando de nuevo al chiste que lo exonera del tipo que está sentado esperando a que lo atienda el médico y justo el aire acondicionado empieza a escupirle en la cabeza pedazos de corcho o hielo, no se sabe bien qué, una sustancia viscosa y blanca que le cae en el pelo, en la cara –un copito en la punta de la nariz–, en los hombros, se le desliza por la ropa y sigue cayendo en su pantalón, en los brazos de la butaca, en el piso. Está nevando, dijo por tercera vez y cambió de asiento. Claro, si está nevando, cómo no va a cambiarse.

Ahora el temporal amainó y el tipo volvió a su lugar inicial. Quizá quiso ir y sentarse y decir (sentir) como Miguelito: ¡já!, gané. Muy bien, señor, muy bien. Y cómo no ganar si casualmente vino el dios del clima disfrazado de secretaria y decidió que no nevaría más, control remoto mediante. El tipo fue y se sentó tranquilo, miró a la secretaria con algo que bien podía ser agradecimiento, hizo un gesto nervioso, quizá orgulloso, seco, casi marcial, como si se acomodase el cuello de una camisa apretada y molesta, miró hacia delante y se sintió vencedor, mientras sacaba con disimulo un sombrero del bolso.

Puntos de vista

He presenciado muchísimas discusiones entre lingüistas, pero la de hoy tuvo berretines de épica. Porque cuando lo que se discute es la terminología, entre lingüistas corre sangre. Ejemplifico caricaturizando. Coloque una manzana sobre una mesa. La manzana es verde y la mesa, de roble. Es todo lo que hay en una sala que no existe porque el resto es la nada o el todo, discusión que no abordaremos aquí porque estamos en el sector lingüística y no filosofía.

Intuimos que es con perfidia que Juan comienza diciendo que la manzana es una fruta. Pedro, de inmediato, hace saber a los contertulios que, Magritte mediante, ese objeto es una instancia concreta de una clase del mundo que, casualmente, se denomina, en español moderno (pausa enfática antes de decir moderno), manzana. En respuesta, Juan de seguro cita a algún griego -puede ser Zenón, por ejemplo, o Aristóteles, que es un favorito en el área- y procede a opinar que el procedimiento que lo lleva, a él, a aceptar la manzana en tanto manzana consiste en la aceptación de la lengua como reflejo de una realidad en la que significado y significante son, en su modesta opinión (pronuncia modesta con engolamiento), independientes de toda instancia enunciativa. Pedro, que no prestó atención porque está pensando en cómo darle profundidad a su proselitismo sin que parezca tal, sale al cruce hablando de un fenómeno paradigmático mediante el cual una manzana y una pera no son lo mismo pero andan ahí. Ahí en tanto clases pero no instancias, ojo al gol (cejas en alto, lento rotar de cabeza para cubrir la sala con la mirada).

En general estas discusiones llenan el espacio y el tiempo como la masa el molde. Se pasa inevitablemente por una fase de echarse la culpa, de acusarse entre todos de embarrar la cancha con definiciones inútiles, con referencias descontextualizadas. Unos quince minutos más tarde, cuando la sangre ya ha corrido lo suficiente y ambos siguen hablando de lo mismo pero, bajo ningún concepto, de lo mismo, Juan, con presumible alevosía, menciona al pasar que la equivalencia pera-manzana no se corresponde en términos estructurales puesto que, sabido es, una es una esferoide y la otra una simple pera. Pedro, casi poseso, previene que según Corquivart, 1960, tratado general de lingüística y afines, ediciones Manolito, página 78, tercer parágrafo; según Corquivart la palabra peroide podría existir como resultado del mismo mecanismo que vuelve caducas las de por sí no muy sostenibles pretensiones de Juan. Este último, un poco hastiado ya, comenta que el estructuralismo frutal jamás dio resultados y que sus alegres voceros no hicieron sino tomar unos pocos ejemplos harto convenientes.

No dejan de sorprender los buenos modales. Porque esta gente te cava una fosa y te entierra de pie, sí, pero para agarrar la pala se ponen guantes blancos.

Si todo sigue su curso natural, vendrá un compacto de diez minutos en los que se intentará, infructuosamente, discernir si, en realidad, la manzana está sobre la mesa o la mesa debajo de la manzana. La cuestión no es menor porque sirve para distinguir roles y funciones, que, bajo ningún concepto, son la misma cosa, atento Casco. Alguien desde la tribuna acotará que todo eso (probablemente índice en alto), todo eso sin haber atacado el problema del color de la manzana, que es verde pero no uniformemente, por lo tanto no es verde, cuestión que le arruina la ataraxia a cualquiera.

Curioso que el desenlace sea más o menos siempre el mismo. Los bandos formados, la charla va derivando según caprichos, autores y vientos verbales, hasta que en algún momento llega Eva y se come la manzana, punto inicial de una historia que, si no me equivoco de auditorio, más o menos todos conocemos.

Historias

Transcribo un pasaje del último correo de Arturito, en el que me cuenta una historia incomprensible de un amigo.

“Y entonces es como te digo: convencido de que la fidelidad, además de cumplir con el efecto doppler, no es una cuestión de principios sino más bien un entorpecimiento de fines, el tipo embiste contra casi todo ejemplar del sexo opuesto, a condición de que verifique ciertos requisitos que, para mi gusto, más que mínimos son propios de un plan de emergencia.

Pero ahí va él, loco de la vida, si no fuera porque ante sus inminentes treinta y siete años, zas, le vino un ataque de paternidad y aunque el mundo siga andando y su loca algarabía, nada que hacerle, el tipo quiere un vástago. Porque el hombre es árabe y un hijo es ley. Porque el hombre es hombre y busca trascender. Porque el tipo quiere y qué sé yo.

Curioso lo que sucede en casos así, en los que terminás conociendo un poco más a alguien. Híbrido de Keynes y Mary Scioli, mi amigo comienza a perfilar una solución a su dilema según unas oscuras leyes de oferta y demanda sentimental. Así lo vengo viendo desde hace meses, calculadora en mano, deshojando probabilidades.

La princesita de esta historia se llama Nada y esto no va en clave de alegoría, negro: la mina también es árabe y los viejos habrán pensado que era un lindo nombre; después de todo los árabes comerciaron el cero, así que no embromés. Pero Nada vive en Siria y él en Francia, por lo que no es nada fácil, si me permitís el chascarrillo cuartetero, que se presta: ¿no es nada fácil? ¿nada no es fácil? ¿fácil no es nada? En fin, esta aberración de interrogantes me hace acordar a un blog que frecuentás.

Además de Nada, la troupe se conforma por Dima, Mariana, Nejiba, Louise y la traductora de alemán. Nacionalidades primero. Dima también es siria, Mariana nació en Grecia, Nejiba es tunecina, Louise, inglesa, y la traductora de alemán, creo que francesa. No te me marees todavía con las pretensiones geoamorosas de este tipo porque el melodrama recién arranca.

Hace una eternidad, en Siria, mi amigo fue pareja de Nada pero la dejó por otra piba. Según él, cito, porque la piba era un monumento y tenía mucho dinero y él era joven (¿y necesitaba el dinero?). En fin, cuestión que cuando la Paris Hilton de Damasco le dio el voleo cantado, mi amigo se vino a Francia. Pasado un buen tiempo, estuvo en pareja con Dima —ex compañera de estudios de Nada—, quien, a su vez, cedió a presiones familiares y lo dejó por un francés con guita. Abstenete de comentarios, oh fanático del karma, porque, pese a todo, un par de años más tarde, mi amigo estableció una relación de pseudo-amigo-amante con Dima sin que esto le impida a ella continuar hasta hoy con el franchute, que por lo visto muy despierto no es.

El trío que sigue es de corte tentempié. Con Mariana compartió unos años de estudios en Francia y desde hace casi un año comparte otras cosas, aunque según los caprichos de la muchachita, más impredecible que el clima últimamente. Nejiba —nieve en árabe— es masajista y nunca entendí cómo apareció en su vida. La manera en la que mi amigo le dijo que le parecía una tonta fue: lo que pasa es que vos y yo compartimos intereses diferentes: a vos te gusta la moda, la farándula, los reality shows... Asegura no comprender por qué lo tomó a mal, aunque eso no impide que el sutil muchacho la siga viendo y la tenga en el banco de suplentes. A la traductora de alemán la conoció en un tren, volviendo de Alemania, lo cual tiene bastante sentido. Relación más bien satelital y aleatoria, mi amigo le atribuye escasas probabilidades.

El caso de Louise, once años más joven que él, es más intrigante. Desde el vamos, hace casi un año, me dijo que no le gustaba, que no le atraía y, principalmente, que no la soportaba. Luego, misterio magno mediante, comenzó a salir con ella. Hace cinco meses, Louise se fue de misión a África. Alivio total, música, guirnaldas. Sin embargo, hasta el día de hoy se siguen hablando y él, a toda costa, le deja creer que son pareja, idea que a ella le permite sobrellevar sus días más oscuros, que en el Sudán, al parecer, son legión.

Te evito el otro chiste fácil porque en realidad te hablé de una princesita. En julio pasado, luego de resolver su situación legal en Siria, es decir pagarle un dineral a la dictadura siria para que no lo siguieran considerando un desertor, el tipo pudo volver a su país después de ocho años. Visitó familia, amigos, vecinos, perros, piedras, y en la mitad de un tour de ex novias se topó con Nada. Y ante mi repulsión por lo kitsch de esta historia, en efecto, mi viejo: diez años después el amor resurgió. Volvió a verla en diciembre pasado, nuevamente en Siria, muy contento de que su marido estuviera en el ejército. Mi amigo jura por Alá y todos los mártires que los dos están enamorados pero que es una historia imposible. Tiendo a creer que el hijo de Nada puede ser un impedimento de orden mayor, cuando no el marido, que tal vez sea Mayor. Porque si bien él quiere un hijo, varios indicios me hacen pensar que quiere uno propio.

Teniendo en cuenta que estas cosas suceden, en su mayoría, en paralelo, entenderás ahora por qué necesita una calculadora. Yo, que he sido esencialmente monotarea en este sentido, aunque con yuxtaposiciones temporales tendiendo a prodigiosas, le repito de cuando en cuando que abandone los cálculos y se encomiende a Alá, que es grande. Pero me parece poco probable que lo haga porque, según dice, aún no ha ido a la Meca. En mis momentos más cínicos le sugiero que establezca un harem. Me trata de envidioso.

Por ahí tiene razón.”

No entiendo lo del efecto doppler, pero allá él y sus piruetas; peor aún es que no logre entender del todo la historia. Mea culpa. De momento sigue Gardel cantando sublime tango: Esta noche para siempre terminaron mis hazañas. Un chamullo misterioso me acorrala el corazón...

Campings III

Al tipo le dicen el cabeza y se lo tiene bien ganado. Pero el mote va más allá de una simple constatación estética pues entraña un juicio negativo sobre sus capacidades cognitivas. Me decido a preguntarle a Arturito.

–Maestro, aparte el pucho y digamé: ¿por qué estas tendencias tan frenológicas y poco hipocorísticas?
–Hablame en castilla, viejo –responde sin bajar el libro-. Ese pibe, pese a haber subvencionado a la Bayer él solito, no despierta cariño alguno. Y no me vas a decir que tiene todas las luces funcionando.

Supongo que algo de razón tiene. El problema es que se instalaron demasiado cerca y el cabeza huele realmente mal. Como una bola de naftalina, pero naftalina radioactiva, si cuadra. Y se empieza a ventilar de una manera que ni las cucarachas, porque una cosa es la bomba hache pero otra cosa es el muchacho este, el bombardeo a los kurdos un poroto señores, un poroto. Y hablando de eso, justo ayer leíste, con dos días de atraso, que ahorcaron a Hussein. Y vos estúpida y mentalmente anotaste: Saddam, amigo de los cetáceos, mientras recordabas a Willy. Pero lo peor fue a la noche, cuando te vino un ataque de amor épico y murmuraste a una distancia más que prudencial: prefiero su cadáver a su ausencia. Y no hablabas del viejo barbija. Otra noche, más dura y arenosa, en una servilleta enorme, con mano titubeante por aquello de in vino veritas, llegaste a anotar la siguiente letanía de forúnculos (senti)mentales: “La resignación como método de vida o heurística de supervivencia. Ansiar la montaña pero conformarse con verla desde el llano diciéndose que después de todo aún se puede meter los pies en la laguna.” Luego te dormiste sobre la mesa, remedando los mejores Goya guerra civil.

Campings II

Esa misma tarde, al volver de la playa a las 20 horas, se nos ocurre pasar por el supermercado tan sólo para constatar que hay una cola de treinta minutos, simple peaje para un panorama desértico, breve herencia de termitas. ¿Queso parrillero? No están trayendo. ¿Carne? Cómo no, ¿costilla o vacío? ¿Picaña? No, señor, no tengo. Y vos por dentro dudás si entendió o pensó en la especie pygocentrus, otra que la sonrisa de la mona lisa, pibe, si vos vieras la que tenía un cliente (no la mona lisa sino una piraña; y en plena oficina; política empresarial, supongo). ¿Y sabrá que las hienas no se ríen? Pero con voluntad se fríen, señor, y ahora me despeja que tengo clientes de verdad para atender. Siguiennnnte. Y como este diálogo imaginario no te satisface en lo más mínimo, te convencés de una estancia frugal, colesterol, salud y yerbas así, y vas y te topás con duraznos a $60 el kilo y pensás que deben de haber sido cosechados a mano y con guantes de tul pero lo mismo están semi podridos. Con tres bobadas te arrimás a la caja y tu primera hipótesis es que la cajera está medicada. Rápidamente enumerás los ansiolíticos, hipnóticos y sedantes que conocés y te proponés un sorteo mental que con suerte validás si le descubrís el blister en un bolsillo o en la cartera. Pero tu intento es fallido, aunque el tiempo te dio de sobra porque eso no fue normal sino más bien una pompa financiera cuando no fúnebre (porque el boliche, así, che). Convencido de que la cajera hace a diario gárgaras con dormicum, te retirás lentamente, por una cuestión de no desentonar, berretines rítmicos o temor de levantar el polvillo y la resaca locales y, además de molestar, ensuciarte. Y todo sigue lento, como engomado.

Autocrítica

Me encuentro con un colega y discutimos un rato sobre los proyectos de cada uno. Se permite realizarme sugerencias varias, que anoto con interés y palpando la criba por una cuestión de rigor automático. Animado, retribuyo con algún apunte sobre sus trabajos, principalmente en aspectos bibliográficos y cruzándolos con otra disciplina, cuestión de ganar en perspectiva. Su rostro cambia ligeramente pero el tipo mantiene la figura como un Lord. Intuyo que no le agrada la idea de hospedar mis apuntes y haciendo gala de un mecanismo que conviene dominar en estos ámbitos, a saber el de despejar la cancha groseramente, le indico que mis sugerencias apuntan a prevenir ataques de ciertos colegas que suelen pulular por los pasillos con la guadaña en una mano y la botella de champagne en la otra. Muy español él, me recuerda estos versos del Siglo de Oro, pertenecientes a un plagiador de Quevedo:

ni me inquieta y os absolvo
si pensáis que es mierda en polvo
me resulta indiferente
si decís mierda caliente

No sé qué responderle pero intuyo que en este caso mi asentimiento gracioso ha sido lo más adecuado.

Alopecia

« La carrera que se desató en la comunidad científica, dio a conocer una sustancia que provoca la alopecia: la Dihidrotestosterona o DHT. Su inhibición sería la clave del éxito en la lucha contra la calvicie. »

De un recorte de diario


Leo en esta deficiente traducción de “Desandarás el desierto”, opera prima de Slim Ben Ahamed, moralista tunisino, elegante traductor del Corán y poeta de ocasión, que “los peores errores parecen repetirse en la Historia al amparo de un carbónico macabro”. Esta tesis, respaldada hoy mismo por Ricardo Bálsamo, mi vecino de enfrente, admite varios reparos y sin embargo, creo, no hace sino confirmar la condición humana.

No recuerdo cómo encontré el artículo periodístico, pero el estilo refinado de ciertas elucidaciones y, sobre todo, su materia principal, me hicieron pensar en mi vecino y aprovechando el domingo y el escampe crucé a llevárselo. Confieso que también crucé porque don Bálsamo practica la testarudez a guisa de deporte extremo y yo quería poder darme el lujo de preludiar un relato con el célebre alea iacta est: es sabido que cuando alguien se convence de que para eliminar el flagelo mundial de la alopecia, más conocida como calvicie y denominada comúnmente pelada por nuestros congéneres poco proclives a nomenclaturas pomposas, es necesario inhibir a DHL, se encuentra desde el vamos en serios problemas. Resulta indiscutible también que podemos establecer, con un mínimo margen de error, los pasos que seguirá de aquí en más el señor Bálsamo.

A los evidentes e iniciales cuestionamientos morales, puesto que un sistema de mensajería no es más que un incesante trazar de puentes, se sucederán otros de orden más bien organizativo, pues este vecino siente y sentirá en su fuero más íntimo que la moral está muy bien, pero ser pelado es un castigo repudiable.

Como primera medida, no calvo pero atormentado por la caída de cabellos, comenzará por editar uno a uno sus perfiles de comprador cibernético, procediendo a la sustitución de la forma de envío de los productos en cuestión. Sustituirá el servicio a inhibir por otros similares, resignándose, llegado al caso, a la entrega por vía normal. Luego de horas de navegación entre menús confusos, formularios mal diseñados y consideraciones ininteligibles en cuanto a la seguridad de la transacción a realizarse, comenzará a darse cuenta de que una actitud tan arrojada y consecuente como unilateral y feble no le servirán para desbancar como si nada a un servicio de envergadura mundial.

Este ser mortificado procederá entonces a un plan más acorde a la situación y se decidirá a cercar al enemigo en su ciudad, presumiendo que su éxito conllevará a la gestación espontánea y mundial de otros fenómenos similares, y el efecto dominó logrará un rotundo paf que resonará en todos los rincones del globo, para que de esa manera todos podamos festejar, al fin y como corresponde, el fin de la calvicie.

Así, apelará -verbo por demás oportuno- a sus amigos más cercanos y a su fiel esposa, ilustre conocedora de sus deambulares nocturnos e insistentes observaciones frente al espejo (llegando incluso al colmo del doble espejo para lograr una imagen más cruenta de su cada-vez-más-despejada realidad). Planteará el caso claramente y sus amigos darán un sí falto de dilación alguna, a lo que su esposa, cuyo sí es tácito e irrevocable, descorchará un buen champán y todos brindarán por el éxito de la misión.

La fase de entrenamiento del comando se verá precipitada por el aumento inesperado de la pérdida de cabello del jefe, debido a los nervios que sufrirá nuestro paladín, por aquello de los evidentes e iniciales cuestionamientos morales, que no resultarán tan evidentes y de iniciales tendrán poco, sumados al fresco olfatear del peligro inherente a la causa emprendida.

Las primeras medidas, consistentes en profusas intentonas por entorpecer la movilización de la flota de los vehículos de entrega de la empresa, se mostrarán rápidamente insatisfactorias al ya casi calvo héroe, quien optará por prácticas más disuasivas. El comando sesionará y casi por unanimidad (un voto en contra y dos abstenciones) llegarán a una resolución de corte conmovedor. Sin embargo, el primer secuestro a un distribuidor le mostrará al grupo la honda preocupación de la empresa por sus empleados y tras semanas de sordos intentos de negociación, lo devolverán a la sede central, a las cinco de la mañana, desnudo y encapuchado con un sobre manila tamaño gigante, sellado al peso para entrega local, en clara muestra de reprobación.

Dos días más de cavilaciones serán suficientes para que nuestro tan querido vecino pierda el último cabello, arrancado por él mismo en un arrebato de furia ante la indiferencia de la empresa causante de la calvicie. Esto lo llevará a tomar una decisión extrema: en tanto jefe del movimiento de liberación de los pelados notificará a sus auxiliares la fecha del emplazamiento de un coche bomba frente a la sede de la maléfica compañía.

Es claro que sus auxiliares, respaldados por el amor de su amistad y el voto de matrimonio, lo enviarán redondamente a freír espárragos y le sugerirán la concurrencia a un psiquiatra, palideciendo el sentimiento de camaradería y la irrevocabilidad misma del apoyo conyugal. Su esposa, presumiblemente, aprovechará la ocasión para abandonarlo de una vez, yéndose con un miembro del disuelto comando, profuso en cabellos y poco afecto a los espejos.

Él, como un verdadero defensor de causas no perdidas sino por ganar, proseguirá imperturbable su camino de gloria, pero su accionar solitario será tan desafortunado que este santo patrón de los desposeídos de frondosas cabelleras será sorprendido en pleno acto por los oficiales dispuestos para estos (y otros) casos, quienes tendrán la amabilidad de conducirlo a patadas a la seccional más próxima (entre protestas, porque después de todo era un artículo periodístico el que hablaba de inhibir a DHL), y de allí a una cárcel, donde, cada vez que su pelambrera pretenda siquiera asomar para ver si hace frío, el peluquero de turno (ese monstruo frío y mecanizado) lo alivianará en cinco minutos de sus complejos. El juicio que condenará a nuestro guerrero será seguido implacablemente por la prensa. Su esposa volverá con él al grito de siempre estuve, cuestión de no perder sus quince minutos de fama. La gente no se pondrá de acuerdo sobre la culpabilidad y el tema se tratará en el parlamento. Será, de seguro, objeto de charla en peluquerías.

Como al señor Bálsamo le profeso muchísimo cariño y simpatía, quizá algún día un guardia le entregue un paquete de mi parte, enviado vía DHL, indicándole de seguro: « Dale pelado, firmá la entrega ». En lo que a mí respecta, desde ya voy pensando qué enviarle. De momento, y a modo de emblema de esperanza, estoy pensando en un peine verdeazulado.

Sir George Everest

La excelencia no se compra. La genialidad mucho menos aún. Quizá la primera se pueda cultivar, ya sea en cunas de oro, en trastornos narcisistas o vía loterías cromosómicas. Quizá.

En su rol docente, el hombre asiste con una cierta cotidianeidad a la verificación de lo antedicho, pues lo que se intenta forjar ya tiene forma y –para bien o mal– contenido. Muchas veces, gracias a enormes brazadas verbales y silogismos poquito a poco, logra que las meninges del estudiante permeen y en algún momento llega el zás claro claro era así cómo no me di cuenta. Pero no son menos las ocasiones en las que constata que le está hablando a una pared. Y aunque muchas veces, mitad convencido, mitad resignado y triste, remite su función a la de un simple pero necesario enduido, de vez en cuando, metido hasta el cogote en una explicación intrincada, comienza a sentir un frío profundo, dureza de manos y pies, labios partidos, súbito encogimiento de hombros. Es cuestión de segundos y por ahí aparece George Mallory, quien siempre saluda cortésmente e invariablemente dice en perfecto rioplatense:

-¿Qué hacés, flaco, cómo andás? Che, decime, ¿aquellos puntitos a 8.848 metros más abajo son estudiantes?

Entre hormiga y frustrado, el hombre responde que no sabe pero que probablemente sean transeúntes o algo como majuga o relleno paisajístico o inquietos jalones o casualidades de esas inevitables pero igualmente gelatinosas. Sin embargo, admite íntimamente y en silencio su fracaso. Recuerda a Moisés, a Mohandas Gandhi, a Artigas y frente al primer espejo se trata de perfecto incapaz durante minuto y medio, tiempo más que suficiente para caer en la cuenta de que en realidad, más allá de su irritante nivel de exigencia y de sus imbéciles presupuestos de pequeño burgués, la excelencia no se compra y la genialidad mucho menos todavía. El hombre piensa, en algo que tiene gusto a juramento o a régimen inquebrantable, que la primera es una actitud de vida y la segunda un don divino o un golpe de suerte, según el grado de escepticismo del magistrado actuante.

El Gran Peso

Y pensar que algún día he de morir. Imposible rebajar a palabras la profunda sensación de paz que me genera la idea. Optando por lo dramático, lo imagino como el final de una presentación relativamente importante (p.ej: una defensa de doctorado). Luego de deliberar, el jurado se presenta grave ante mí y dictamina: “Espichaste, pibe. Estás oficial y redondamente muerto.”

Mi alegría es indescriptible pero me contengo por una cuestión de mantener el tono ominoso y sombrío del recinto. Sin embargo, doy fervientemente la mano a cada uno de los miembros, musitando un “muchas gracias, ha sido un gusto” con una seriedad muy poco acorde al apretón de manos que le está destrozando los dedos. Y después de saludar a todos, me dirijo hacia la puerta (siempre imagino una puerta). La abro. Y tan sólo para irme tranquilo, me doy vuelta y pregunto: “¿Ya está, no?”. Todos asienten en silencio y yo grito algo así como un “¡IUJUUU!” bastante estúpido pero qué me vas a decir si estoy muerto, ¿eh?

Y despojado del Gran Peso, ahí sí que comienza el jolgorio...

El futuro será inalámbrico

Gran frustración para el joven manos de tijera.

Me gustan los aviones

"Crisis de los 30 enmarcada en una personalidad analítica hiperracional, entre otros rasgos" y "egocéntrico inofensivo" son de las cosas más bonitas que me han dicho en este último mes. ¿Y el vínculo entre ambas, además de su valor de verdad? Enigma de esfinge.

En el equipo de audio, Clara, de enetevegé. No miento si confieso que la semana pasada me dediqué durante días a escuchar casi que exclusivamente dos temas, ambos de los Buitres: Milonga Rante y Carretera Perdida. Este último rompió todos los récords y sonó 15 horas de corrido en casa. ¿Y?, me dirás. Nada, negro, nada. Eso. ¿Y para qué hacés eso de escuchar repetidamente una canción?, me dirás mordiendo amenazantemente un escarbadientes y con un aire cancherito que desde ya te aviso que podés ir dejando en la puerta. Porque es como si el tiempo se detuviese. Largo de explicar. Tsunami y té de hongos y afuera fuegos de artificio mientras Papá Noel confiesa en el noticiero central su pasado de stripper. ¿Cachás? Ya me parecía.

Dos semanas es mucho o poco, según interrogues a una falena o al Cósmico. Arturito sigue misteriosamente en Francia y quien escribe estas líneas recuerda las quesadillas y los tamales chez Jorge con singular gula. No será Porto Alegre, pero en el fondo siempre he intuido que P.A. no es más que una figura que podría igualmente resolverse con Arcadia o el boliche El Resorte porque el asunto viene por otro lado y eso se huele de lejos.

Como este antro tiene amigos varios ya y todos resultan por demás ingeniosos y capaces de agregar más títulos de futuros posts, aquí va una lista que conformamos entre chats y correos con Circe y Eunice. Tómese a título ilustrativo, por supuesto.

  1. Nunca me fijo en las patillas de un hombre
  2. Todo en 2': tribulaciones de un precoz
  3. Oiga, deberíamos asociarnos ud. y yo
  4. Sólo me duele cuando lo toco
  5. Ya va a salir: manual de autoayuda para el estreñido
  6. ¿En qué sentido me lo dice?
  7. Documentos perdidos
  8. A no ser que sean de látex
  9. Una media en la cabeza
  10. Y sí, soy una perra: confesiones de un sosías de Lassie
  11. Acomodalo, dale
  12. Un placer hacerlo reír
  13. Cuando el tiempo era una promesa
  14. La novia de América
  15. Siempre tan modesta
  16. Sus motivos tendría
  17. Casamiento, hijos y que la banda siga tocando
  18. El día menos pensado
Hace poco, bajando unas escaleras junto a Rodia, se me ocurrió que habría que recopilar un conjunto de "últimas frases". En ese momento me vino a la mente: "¿Y está cargada?". Rodia agregó: "¿Qué camión?". Otras me vinieron a la mente mientras volvía caminando a casa: "Pero no muerde, mirá", "Bue, cortemos el cable rojo entonces", "Qué cornisa más linda, viejo", "¿Cuántas personas resiste este ascensor?", "No, el cinturón de seguridad me dificulta la digestión"... La idea promete y una búsqueda muy ligerita en Internet no me dio la pauta de que se encuentre fácilmente un documento de tal valía. Dicho sea de paso, en la wikipedia ya se encuentra cualquier cosa. ¿Se ha preguntado ya alguien la verdadera diferencia entre la wikipedia e Internet?

Y la canción sigue sonando. La lleva bien pegada al corazón / se alegra de nunca despedirla / Pero no va más por la orilla caminando / porque sabe que era hermoso entre los dos...

Basado en hechos reales

Y lo mismo es curioso porque que cada vez que el tipo va a alimentar cuervos al Jardin des Plantes, la escena se repite. Hay al principio miradas de viejas desconcertadas, niños absortos, alguna pareja que sonríe paternalmente; en última instancia París es un museo de neurosis en el que, por ejemplo, cualquiera puede departir quince minutos con un clochard sobre las teorías de Hawkins o sobre entomología forense sin que quede muy claro si alguno de los dos tiene la menor idea de lo que dice el otro, además de que el idioma, las buenas costumbres y el mal olor, detalles que no ayudan, pero un tipo que alimenta cuervos, enfin bref

Luego la casualidad se muestra intención, el tipo quiere definitivamente alimentar a los cuervos y además parece asumirse sin ningún tipo de prejuicio, y de golpe, en una ciudad en la que la indiferencia raya en el virtuosismo, comienza a sentir la condena instalada en ciertas miradas, la venganza solapada del espíritu gregario, gestos vagos que se coagulan y desaprueban como quien espanta disimuladamente una mosca en un cocktail u opina con displicencia sobre el tamaño reducido de la Gioconda, residuos de un vómito largo y espeso que se denomina generalmente buenas costumbres y el hombre, contra por principio y con una extraordinaria concentración de genes de quiróptero, contrarresta con una convicción innegable aunque más bien titubeante, en medio de una docena de cuervos que lo rondan como la parca y le dan un aire entre tenebroso y desfile de llamadas. Termina rápidamente el primer pan, saca un segundo de su bolso y se aplica a su tarea con un aire de evangelizador de última hora.

Parecerá exagerado pero luego de terminado el segundo pan y con un tercero ya descocado la situación es insostenible: todos los niños se han reunido a mirarlo, las parejas ya no sonríen paternalmente, y la señora de capelina blanca sentada en el banco de enfrente a la izquierda lo mira de mala manera mientras arroja algo indescifrable desde esa distancia a un grupo de palomas y torcazas, levanta un poco los hombros, lo señala con el mentón como diciéndoles a las palomas que ese hombre de ahí, vestido de gris y alimentando los cuervos, está redondamente loco, por expresarlo en términos geométricos.

–Bicho mezquino y sagrado como cualquier otro –le comenta el tipo a uno de los cuervos que tiene sobre el hombro derecho–. Jesús, el bautismo, Mateo tres dieciséis, me querés decir qué puede tener de sagrado un plumífero que por naturaleza es desconfiado, que picotea a diestra y siniestra como un perfecto idiota. Además esa posición, toscamente erguida, ni Juan Pablo II en los descuentos caminaba así, tambaleándose torpemente como si a cada rato se fuera a caer. Venime con Noé… después de mí el diluvio, che.

¿Consuelo de los que viven siempre arrastrados por la rutina? Ni idea. Además, nunca se sabrá si la vieja lo oyó, hizo la gran HAL 9000 o simplemente buscaba camorra, pero la primera piedra al tipo le dio en plena frente despejada. Ya la segunda fue una confirmación y la tercera tenía gusto a pitorreo. Dejando de lado las asociaciones léxicas más bien baratieri, el tipo mira a la señora como exigiendo una explicación y recibiendo una sonrisa lejana por toda respuesta. Evalúa cuidadosamente la proeza de despejar los cuervos que lo zumban en un radio estable, para ir a increpar al geronte. Su balance costo/beneficio, justicia/laissez-faire-laissez-passer es interrumpido por algo que se le prende de la mano a la búsqueda de un pan que se terminó. A la sensación lacerante sigue un calor húmedo. La cuarta piedra, en plena frente nuevamente, viene a confirmar que las treguas duran poco, sobre todo aquellas que involucran palomas. Ahora sí, furioso, indignado y sin saber muy bien dónde está, el tipo intenta incorporar el espíritu de Jack Bauer. Es inútil. Ni siquiera puede incorporarse él mismo, a causa de todos los cuervos que tiene encima.

–¡Mierda! –acota escupiendo una pluma y sintiendo el cuerpo un poco apolillado pegado al banco–. Ni que fuera foie gras, un crottin –segunda pluma esputada– o un Saint Emilion, ¡vieja de mierda!, es sólo un poco de pan –quinta piedra; una puntería elogiable.

Ya convertido en un Pollock tridimensional rabioso, el tipo quisiera de todo corazón, ante esa señora y los otros que idénticamente infieren como quien liba, eructar un stop lujosamente rojo y blanco y hacerse al costado, cuestión de ganar a nivel cromático y dejar pasar los carromatos repletos de saltimbanquis, los cardos, las cartas astrales jamás solicitadas, la lluvia, el aburrimiento de los domingos, las cuerdas sobre las que descansan ciertas milongas, la voz de Gardel y otras cosas que le vienen a la mente en momentos así. Pero no logra moverse y quizá sea un poco tarde ya. Nadie sabe exactamente si los cuervos lo han comido o simplemente lo ocultan. Hay quienes acotan que bien puede ser una imagen acorde a sus últimos estados de ánimo. Otros opinan que al tipo lo que le gusta, en el fondo, es evadirse cueste lo que cueste, y que le suele salir bastante bien. Arturito aux trois poils postula que lo que le hace falta es otra cosa, y hace repetidamente un gesto incomprensible con la mano derecha que hace recordar a una lavandera, quizá a la bella y graciosa moza, o a un jugador de tejo cuando empuja el preciado elemento.

En Uruguay, el tipo no ha visto cuervos como los del Jardin des Plantes, aunque le han dicho que los hay. Una verdadera lástima porque conoce una panadería del barrio en la que hacen un pan estupendo.

El olvido

"Ardua tarea la fellatio entre conejos", alcanzo a leer en esta deficiente versión de Desandarás el desierto, ópera prima de Slim Ahamed, célebre moralista argelino, elegante traductor del Corán y cunicultor de estirpe en sus ratos libres. Las ilustraciones en sepia resultan por demás reveladoras.

Librado a extrapolaciones de bajo presupuesto, me quedo pensando en Tales de Mileto y en los castores, y aprovecho para cambiar de canción porque hace exactamente tres horas y media que vengo escuchando Van Diemen's Land. Nada que hacerle, del ritual de siempre a averiguar sobre la isla de Tasmania, un paso. Luego vienen las historias de convictos, la comprensión de la canción de U2, el granito más de arena a un bagaje florido e inútil que cada vez pesa más y sirve para menos. Hoy todo está en Internet. Y si no se encuentra en Internet, siempre se puede intentar con el DSM IV. Los escapismos están a la orden del día y se compran por catálogo.

Puede ser la edad, el cambio de estación o la falta de hierro, pero de cuando en cuando me da por trenzarme de los pelos con los recuerdos. En la ruleta de las pelotudeces al por mayor, hoy salió el tema moradas. Noto, con no poca tristeza y mirando de reojo el blíster de supradyn, que los recuerdos se mezclan y confundo fácilmente rostros y geografías. Una frase que rememoro en un jardín, la ubico posteriormente en un entrepiso y en boca de otra persona. El sillón en el que conocí lo más parecido a la felicidad en realidad nunca existió. Podría hacer el esfuerzo por hilvanar todo correctamente, pero se me ocurre un lujo de funámbulo en seguro de paro.

Por eso, ahora que me mudé una-vez-más voy a intentar catalogar un poco mejor, cuestión de seguir apilando un montoncito que después, en cualquier noche de insomnio como ésta, se pueda golpear despacito con la palma de la mano para sentir que después de todo algo se tiene realmente.

De momento sigo pensando que la portera del edificio al que me mudé tiene algo de títere perverso. Quizá sea la sonrisa de dientes chiquitos y apretados, o el pelo encrespado y prendido como rabioso al cuero cabelludo; apostaría más a esos ojos de raposa indecisa. En todo caso tiene algo que me hace pensar en la prima mayor de Chucky o en una sobrina de Jorge Pacheco Areco.

¿Blasfema Borges cuando postula que lo único que no existe es el olvido? Habría que preguntarle a Slim Ahamed, a ver qué piensa. Arturito de los tres pelitos está vacacionando en el primer mundo, y su opinión no sorprendería a nadie.

Plancha se nace, no se hace

Extraigo, no sin asombro, la siguiente cita del libro "Du papyrus à l'hypertexte", de Christian Vandendorpe:

« La lecture à haute voix fut longtemps la forme normale de lecture, et ce travail d’oralisation était souvent confié à des esclaves dans la Grèce et la Rome antiques. Au IVe siècle de notre ère, l’évêque d’Hippone rapporte dans ses Confessions combien il avait été surpris, rendant visite au vieil Ambroise, de constater que celui-ci lisait sans même remuer les lèvres. »

(La lectura en voz alta fue durante mucho tiempo la forma normal de lectura, y este trabajo de oralización era a menudo confiado a los esclavos en la Grecia y Roma antiguas. En el siglo cuarto de nuestra era, el obispo de Hippo Regius registra en sus Confesiones cuánto se había sorprendido, durante su visita al viejo Ambrosio, al constatar que éste leía sin siquiera mover los labios.)

El viejo Ambrosio es San Ambrosio, quien afirmaba que la guerra era el gran enemigo de la raza humana, no la virginidad. Supongo que el I want you to make love, not war, de Lennon lo desorientaría un poco.

De algún rincón mugriento del recuerdo emerge un comentario muy Piaget que me hizo al respecto una psicóloga que quiero mucho: a los niños se les enseña a leer oralizando y la eliminación del soporte oral se hace progresivamente. Interiorización del lenguaje, si recuerdo bien la lección tan inesperada como oportuna.

Entretanto, importándole un reverendo bledo si a la humanidad entera la niñez le duró más de treinta siglos, del otro lado del mostrador y en camiseta, Arturito de los tres pelitos se ríe de todo esto y me comenta que el problema de la oralización (el tono irónico es criminal) es, en el fondo, el mismo que el del pterodáctilo sub nocte: todo el mundo habló de las garras pero el mago se olvidó de pintarle las alas.

Como de costumbre, no entiendo qué quiere decir, pero le vuelvo a llenar el vaso, a ver si se tranquiliza un poco. Hay esas personas a las que basta decirles que uno tiene vocación de bonzo para que de inmediato se desnuquen por arrimarnos amablemente un fósforo, ese tipo de ayuda puñalada grácil, servilismos felones (fruta freferida de los gangosos), amores que matan.

Cuesta creer que los esclavos en la Grecia y Roma antiguas se viesen confinados a la lectura, cuando basta una lectura de la realidad cotidiana del Uruguay para elucidar en dos segundos que la cultura plancha (la correlación es alevosa, lo sé) se vería en problemas si tuviera que lidiar con La Eneida, por no poner más que un ejemplo que viene a colación del sub nocte que el mongoloide que tengo al lado acaba de expectorar impunemente. Apenas si pueden deletrear desafíos como "ferrocarril" (ferocaril, vo), "se" (si), "borracho" (hic); pronunciar las eses al final; etc.

—Los planchas: ¡qué desperdicio de dientes! —me comenta Arturito de los tres pelitos, que ya vació el vaso y mira la botella con cariño—. Los chilenos se comen las consonantes con más estilo y apetencia, si me permitís la comparación, negro.

Tiene razón. "Plancha se nace, no se hace", canta el bardo en el Cerro, con la mandíbula inferior tan amortiguada que sería la envidia de cualquier pithecantropus erectus que se precie de tal.

Queda como ejercicio imaginarse una tribu plancha encargada de difundir la cultura escrita, con la libertad del caso. Ante el aluvión de estos pintorescos pregoneros, los filólogos ya se van calzando las escafandras y ajustando los estribos. La exégesis corre riesgo de volverse un deporte extremo. Y Christian Vandendorpe difícilmente se entere: seguirá en Ottawa, muriéndose de frío, feliz en su ignorancia, y escribiendo buenos libros.