Yo le dije lo de siempre, jugué a las mínimas variaciones acostumbradas, pero la ansiedad de algo importante la traía en las ojeras y en un fastidio mal ocultado. Mal de amores. Sí, pero hace tanto tiempo ya, dígame algo interesante. Amantes, uno en especial. Sí, lo sé, pero eso no tiene importancia, rotan como veletas. La mesa con la bola de cristal en el centro daba el kitsch digno de las viejas películas. La penumbra facilitaba la confesión. Lo único que pude leer en sus manos fueron sus anillos de oro, una vida sin esfuerzos y mucho sudor. Es cursi decirlo así pero era tal cual. Me apliqué a mi coreografía con esmero. Su marido. Ah, el muy miserable. Sí, déjeme seguir, su marido, su marido, oh. Cerré los ojos como si hubiera visto una aparición y temblé un poco. En el manual se denomina trance súbito y siempre surte efecto. Luego fui confirmando con un titubeo aproximativo. Su marido va a morir atropellado. Dios mío, ¿cuándo? Cerré los ojos, crispé mis manos. Hoy mismo. ¿Está segura? La mesa se movió y temblé de espanto ante la idea de una aparición. Vi su pierna, me tranquilicé. Volvió a exigirme. ¿Está segura de que va a morir atropellado? Sentí el alivio en su pregunta, eso sí pude sentirlo, y caí en trance nuevamente. Luego deshundí mis ojos y volví a confirmar. Un aire de inminente felicidad me despeinó un poco. También es cursi como imagen pero fue tal cual. No, no puedo asegurárselo por escrito. No, tampoco, aunque pague usted más; no hay más que el servicio VIP.
Un gesto extraño, el índice impertinente, los mil euros tirados sobre la mesa y el grito de más le vale que sea cierto todo lo que me dijo o nos volveremos a ver. Supe que había hecho un juramento. Mi secretario apareció luego de mis dos palmadas. Acompaña a esta señora hasta la puerta, Destino. Gracias.
Él volvió preparado y fue sólo un intercambio de miradas. Le di los doscientos euros convenidos para estas situaciones, las llaves del coche y lo envié a hacer valer su nombre.
Un gesto extraño, el índice impertinente, los mil euros tirados sobre la mesa y el grito de más le vale que sea cierto todo lo que me dijo o nos volveremos a ver. Supe que había hecho un juramento. Mi secretario apareció luego de mis dos palmadas. Acompaña a esta señora hasta la puerta, Destino. Gracias.
Él volvió preparado y fue sólo un intercambio de miradas. Le di los doscientos euros convenidos para estas situaciones, las llaves del coche y lo envié a hacer valer su nombre.
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