Triste escribirte en esta tarde de domingo en que el sol se cuelga de los edificios, en que se ve la larga fila de autos que se muerden los talones sin tregua. Ciudad de grúas, de sol aguado, ciudad burbuja. Juntos hemos hecho y deshecho el tiempo, pero seamos francos, este antro empezó a morir cuando Arturito de los tres pelitos decidió desempolvar sus mejores camisas y su breve pero impecable conjunto de corbatas de seda italianas.
Mostrando las entradas con la etiqueta ombliguismos. Mostrar todas las entradas
Mostrando las entradas con la etiqueta ombliguismos. Mostrar todas las entradas
Pasos
Se acaba de ir Camélia Jordana y su non non non (combien de fois faut-il vous le dire avec style : je ne veux pas sortir au Baron ?). Trivial. Tan trivial como un diploma de honor, remedo de medalla, campeonato de bolita y margaritas sobre una mesa no servida aún. Ya sé, no me digás, tenés razón, se parece mucho a un primer paso y esto no va en clave de escupir en la sopa. Pasa que estaría tan bien no salir de la burbuja (je ne veux pas prendre l’air, non non non), quedarse tras la gran máscara, servirse otro vino y brindar con los amigos.
Etiquetas:
ciclotimias,
ombliguismos,
subterráneas
Diez
Sólo los Beatles pueden calmar un poco esto que se parece mucho a una fractura incurable. Tres semanas canadienses más tarde, vuelta a la oficina, agitada pecera sin rumbo, tarima ocasional por la cual es conveniente honorar piruetas de cuando en cuando porque —después de todo— para algo a uno le pagan lo que le pagan.
Hace poco le contaba a un amigo —que tiene la curiosa costumbre de abortar unilateralmente las conversaciones— que la crisis es vieja, estructural (la voz de Lennon en Anna (go to him) es conmovedora) y tiene demasiado gusto a insatisfacción. Es cierto. Otro amigo dice que su hermano dice que ningún trabajo es bueno. También es cierto.
En uno de los mejores momentos de su carrera, Gabriel Batistuta declaró que el fútbol no le gustaba sino que era su profesión. De inmediato suavizó lo declarado pero ya había mostrado la hilacha. Tout compte fait, diez años de estudios universitarios y de postgrado para descubrir que todo te importa tres huevos, hay que ser un perfecto imbécil. Diez páginas de currículum que hace un buen rato me parecen más un acta de defunción que un motivo de alegría de madre que habla del nene o de profesional que cuelga su abanico de diplomas por la casa, cuestión de que el visitante vaya entendiendo qué terrenos transita.
Por suerte existen los Beatles, capaces de rescatar esta mañana. Por suerte existen otros salvavidas, algunos ya mencionados por el viejo poeta de Úbeda en su Más de cien mentiras. Por suerte.
Hace poco le contaba a un amigo —que tiene la curiosa costumbre de abortar unilateralmente las conversaciones— que la crisis es vieja, estructural (la voz de Lennon en Anna (go to him) es conmovedora) y tiene demasiado gusto a insatisfacción. Es cierto. Otro amigo dice que su hermano dice que ningún trabajo es bueno. También es cierto.
En uno de los mejores momentos de su carrera, Gabriel Batistuta declaró que el fútbol no le gustaba sino que era su profesión. De inmediato suavizó lo declarado pero ya había mostrado la hilacha. Tout compte fait, diez años de estudios universitarios y de postgrado para descubrir que todo te importa tres huevos, hay que ser un perfecto imbécil. Diez páginas de currículum que hace un buen rato me parecen más un acta de defunción que un motivo de alegría de madre que habla del nene o de profesional que cuelga su abanico de diplomas por la casa, cuestión de que el visitante vaya entendiendo qué terrenos transita.
Por suerte existen los Beatles, capaces de rescatar esta mañana. Por suerte existen otros salvavidas, algunos ya mencionados por el viejo poeta de Úbeda en su Más de cien mentiras. Por suerte.
Etiquetas:
ciclotimias,
il lavoro,
ombliguismos
Primavera
Como siempre que termino un curso, además del cansancio me quedan más dudas que otra cosa. Restaurante universitario. Almuerzo solo. Zitarrosa canta por encima de mi espalda doblada.
Madre, por los médanos blancos, sin decir nada, se fue mi padre.
Hay que ser un tipo infinitamente quebrado por dentro para entender a ese gran monstruo que cada vez que canta deja huellas. Salud, viejo, a vos tampoco te conoceré. Pero sin duda es más fácil conversar contigo que con algunos estudiantes, signo de que por los salones que frecuento el único que cambia de edad soy yo.
Dudas, decía. Me pregunto si esta indolencia generalizada es real, resultado de una generación absolutamente idiotizada por la tecnología o simplemente la proyección de alguien que cada vez cree menos en todo. Ayer fue la segunda vuelta de las elecciones regionales. La derecha se comió una trompada muy disfrutable. El Primer Ministro dice que asume su parte de responsabilidad y que las reformas continuarán su curso. ¿Por qué nos toman? Ah, nostalgia de un mayo del '68 que no viví.
Madre, por los médanos blancos viene descalzo ese dios verde.
Y pese a todo salió el sol. Dieciséis grados, París excedido, escotes y minifaldas como si hubiera un tiempo a recuperar. Leo La décroissance est-elle souhaitable ? (de Stéphane Lavignotte) convencido de principio a fin de que el ser humano es, ante todo, profundamente inmediato y por ende idiota. Pienso en Thoreau, en Nietzsche, en Zerzan, en Chomsky, la soledad es atroz. Pan y circo, escotes, minifaldas, la vieja Europa va tan mal como cualquiera.
Madre, por los médanos blancos han remontado tres barriletes.
Mis amigos se casan y descasan, tienen hijos, plantan banderas preciosas, ajenas, inalcanzables. Yo compro una guitarra, desempolvo el método de Sinópoli, que tras quince años de sueño me devuelve las mismas partituras, vuelvo a tocar valses, estudios y preludios de Tárrega, de Sor, de Villa-Lobos, me divierto como un chico. Falto de banderas, intento los puentes. Mi madre era profesora de música. En casa siempre hubo un piano, guitarras, un acordeón-piano, un arpa y kilos y kilos de partituras que yo leía casi estúpidamente sentado en el jardín.
Madre, por los médanos blancos viene bajando un carro de mimbre.
Alguien tendría que haberme explicado, hace muchos años, que la vejez es exógena aunque el cuerpo traicione. Lo constato, aunque yo me sienta igual que hace quince años, en el trato que se me dispensa a veces. Pero me siento igual, o casi, pese a creer cada vez menos, huellas de otra canción, más antigua, más de fondo.
Madre, me he vuelto viejo.
Etiquetas:
ciclotimias,
il lavoro,
ombliguismos
Tan fácil, fácil, no es...
Viejo y cansado, el hocico tibio no se despega del ventanal. Séptimo piso. Más allá el gris, la monotonía de autos y paraguas, los cuervos como manchas, dueños de los árboles. Como siempre, más allá del ventanal pero más acá de la insulsa lamida del Sena que me deja sin ganas de nada, estúpida manera de ahogarse en una ciudad que durante meses no ofrece tregua ni sol. Todo para ver, todo para hacer, pero seguir en cambio debajo de la coraza y la escarcha, filtrando a diario café y vino y vodka y oporto y muscat y kilómetros de letra impresa frente al mismo rostro ajeno repetido en mil gestos. Es cierto, Europa no está tan lejos. Pero Chinaski murió hace tiempo. Gran prostituta, paraíso de las mujeres, infierno de caballos... Aire, por favor.
Polizón en un barco de carga, mi abuelo llegó a Montevideo buscando oro. Venía de Galicia. Tenía catorce años. Mucho antes de que yo naciera él ya había vivido sus mil oficios, sus mujeres y penurias, el desarraigo. Sé que murió en su cama, el corazón indiferente ante la aguja y la adrenalina, sin piernas, viejo y cansado, añorando las rías, la muñeira, un buen pulpo á feira. No lo conocí.
Hoy de mañana volví al consulado español. Es fácil ser polizón con diplomas y cuentas en el banco. Desde hace meses pienso en mi abuelo, siento de nuevo la curiosidad de conocerlo, de vivir algo que acaso se pareciera al arraigo. Esta mañana, en contrapartida a ese gran silencio, un funcionario español con quien terminé hablando en francés por motivos desconocidos me extendió un papelito. Dice que en diez días recibiré otro papelito en el que podré continuar amontonando sellos de colores. Me aseguran que debería sentir algo positivo. Sonrío en silencio, sabiendo con una tristeza absurda que en realidad hubiera preferido conocer a mi abuelo.
Y así sigo, viejo y cansado, la manta hasta las rodillas y el hocico tibio pegado al ventanal. Aire, por favor.
Polizón en un barco de carga, mi abuelo llegó a Montevideo buscando oro. Venía de Galicia. Tenía catorce años. Mucho antes de que yo naciera él ya había vivido sus mil oficios, sus mujeres y penurias, el desarraigo. Sé que murió en su cama, el corazón indiferente ante la aguja y la adrenalina, sin piernas, viejo y cansado, añorando las rías, la muñeira, un buen pulpo á feira. No lo conocí.
Hoy de mañana volví al consulado español. Es fácil ser polizón con diplomas y cuentas en el banco. Desde hace meses pienso en mi abuelo, siento de nuevo la curiosidad de conocerlo, de vivir algo que acaso se pareciera al arraigo. Esta mañana, en contrapartida a ese gran silencio, un funcionario español con quien terminé hablando en francés por motivos desconocidos me extendió un papelito. Dice que en diez días recibiré otro papelito en el que podré continuar amontonando sellos de colores. Me aseguran que debería sentir algo positivo. Sonrío en silencio, sabiendo con una tristeza absurda que en realidad hubiera preferido conocer a mi abuelo.
Y así sigo, viejo y cansado, la manta hasta las rodillas y el hocico tibio pegado al ventanal. Aire, por favor.
Etiquetas:
ciclotimias,
lejana tierra mía,
ombliguismos
De teorías poco graciosas
Cuando me imagino viejo, barbudo y cansado, querido apenas por algún gato, pseudo filósofo de cantina del estilo misántropo a conciencia, me veo escribiendo un vomitivo tratado cuyo título es Teoría del humor. Me centro en los famosos one-liners y escribo el tratado entero en ese registro (intuyo que responde a una tipología textual más que a un registro, pero igual, a esa altura soy viejo y creo haber ganado el derecho de decir lo que se me antoja). Para honrar a Nietzsche quisiera escribirlo en alemán pero aun a esa edad sigo sin dominar tal engendro.
Nunca nadie lo leerá por completo. Ni siquiera yo mismo pues, siguiendo la sombra del Chapulín Colorado y de Mozart, usaré un generador automático de one-liners para escribir el cincuenta por ciento del mamotreto. Tengo en mente, si no le reventó el hígado a esa altura, pedirle un veinticinco por ciento a Arturito. Será la parte más subterránea. El resto será mío, supongo. Pero todo esto no importa porque en el fondo el libro es un chiste privado, es decir no gracioso. Como subtítulo manejo: "Lo que calló Jaimito" o "De la primera costilla a Jim Carrey, historia de una larga digresión". Como decía, un chiste privado.
Si para esa época, barbudo y cansado, tal vez algo canoso, la ley de Pareto me sigue amparando, el veinte por ciento de los lectores (tres, con suerte) se encargará de lanzarme los cuatro quintos de pedradas correspondientes. No es una mala perspectiva, después de todo. Indiferente, me limitaré a mencionar a Vonnegut y, entre bastones y gagueras, sabré que es por lejos mejor ser despreciado que caer en el olvido.
So it goes.
Nunca nadie lo leerá por completo. Ni siquiera yo mismo pues, siguiendo la sombra del Chapulín Colorado y de Mozart, usaré un generador automático de one-liners para escribir el cincuenta por ciento del mamotreto. Tengo en mente, si no le reventó el hígado a esa altura, pedirle un veinticinco por ciento a Arturito. Será la parte más subterránea. El resto será mío, supongo. Pero todo esto no importa porque en el fondo el libro es un chiste privado, es decir no gracioso. Como subtítulo manejo: "Lo que calló Jaimito" o "De la primera costilla a Jim Carrey, historia de una larga digresión". Como decía, un chiste privado.
Si para esa época, barbudo y cansado, tal vez algo canoso, la ley de Pareto me sigue amparando, el veinte por ciento de los lectores (tres, con suerte) se encargará de lanzarme los cuatro quintos de pedradas correspondientes. No es una mala perspectiva, después de todo. Indiferente, me limitaré a mencionar a Vonnegut y, entre bastones y gagueras, sabré que es por lejos mejor ser despreciado que caer en el olvido.
So it goes.
Etiquetas:
arturito,
ombliguismos
Espectador
En estas conferencias es frecuente percibir una tenue niebla que huele a trigo, rastrear el origen, chocar visualmente con el molino de viento perseguido por el investigador que habla y gesticula en la tarima de turno, vagos recuerdos del speakers' corner. Y cuando de inteligencia artificial se trata, las posturas e imposturas se ofrecen como un abanico y a mí me da la oportunidad de evadirme para revisar un titubeante camino que lleva ya poco más de diez años.
Porque, se sabe, todo depende del cristal con que, a buen entendedor sobran, etc. Con ojos cosmogónicos, si cabe, el frío y la soledad son tan crueles que sólo se puede ceñir el sayo al cuerpo y seguir empujando en el desierto el carrito de supermercado pleno de cachivaches, creyendo que realmente se va a algún lado pero sabiendo en el fondo que hasta el templo de Salomón supo desaparecer un día hoy olvidado.
Un enfoque religioso murmurará vanitas vanitatum y se retirará, presumiblemente a misa.
Cuando el investigador es modesto, cuando asume la desigual lucha como un signo inequívoco de sus (nuestras) propias limitaciones, sueña en voz alta y sus sueños suelen ser compartibles, deseables, a veces nobles.
Pero cuando el desgraciado es uno de esos egos Zeppelin que acostumbra ventilar sus perlitas como si hubiera encontrado el Santo Grial o las notas destruidas por Einstein con la clave del campo unificado, entonces la charla degenera en monstruo soporífero y a mí me vienen esas ganas indecibles de también murmurar vanitas vanitatum y salir a ver si terminó la misa y quedó algo de la sangre del Cristo que sirva para acompañar una buena picada y algo de música.
Hasta hace un par de años me fastidiaba la impostura. Hoy me apena ver gente así, consumida por un circo que no es ni mejor ni peor que otros, pero es, en definitiva, un circo. Una amiga insiste en que esa condición oculta un agrio fracaso en el plano personal. No lo sé y creo que tampoco me importa: para conjurar la pena que me da, recuerdo la oveja que comía la corona de hiedra de Zaratustra y decía Zaratustra ya no es un docto. Pobre estúpida.
Por lo demás, la enseñanza y la investigación se me antojan ocupaciones verdaderamente útiles, como la medicina o la carpintería o la música, por mencionar algunos ejemplos. Pero Jeremy Rifkin tiene razón: trabajar como un burro es indecente. Además del riesgo de convertirse en uno y terminar en una noria, fatigando molinos que no de viento pero molinos al fin.
Porque, se sabe, todo depende del cristal con que, a buen entendedor sobran, etc. Con ojos cosmogónicos, si cabe, el frío y la soledad son tan crueles que sólo se puede ceñir el sayo al cuerpo y seguir empujando en el desierto el carrito de supermercado pleno de cachivaches, creyendo que realmente se va a algún lado pero sabiendo en el fondo que hasta el templo de Salomón supo desaparecer un día hoy olvidado.
Un enfoque religioso murmurará vanitas vanitatum y se retirará, presumiblemente a misa.
Cuando el investigador es modesto, cuando asume la desigual lucha como un signo inequívoco de sus (nuestras) propias limitaciones, sueña en voz alta y sus sueños suelen ser compartibles, deseables, a veces nobles.
Pero cuando el desgraciado es uno de esos egos Zeppelin que acostumbra ventilar sus perlitas como si hubiera encontrado el Santo Grial o las notas destruidas por Einstein con la clave del campo unificado, entonces la charla degenera en monstruo soporífero y a mí me vienen esas ganas indecibles de también murmurar vanitas vanitatum y salir a ver si terminó la misa y quedó algo de la sangre del Cristo que sirva para acompañar una buena picada y algo de música.
Hasta hace un par de años me fastidiaba la impostura. Hoy me apena ver gente así, consumida por un circo que no es ni mejor ni peor que otros, pero es, en definitiva, un circo. Una amiga insiste en que esa condición oculta un agrio fracaso en el plano personal. No lo sé y creo que tampoco me importa: para conjurar la pena que me da, recuerdo la oveja que comía la corona de hiedra de Zaratustra y decía Zaratustra ya no es un docto. Pobre estúpida.
Por lo demás, la enseñanza y la investigación se me antojan ocupaciones verdaderamente útiles, como la medicina o la carpintería o la música, por mencionar algunos ejemplos. Pero Jeremy Rifkin tiene razón: trabajar como un burro es indecente. Además del riesgo de convertirse en uno y terminar en una noria, fatigando molinos que no de viento pero molinos al fin.
Etiquetas:
cotidianas,
il lavoro,
ombliguismos
Espejo
Yo también lo noto cada vez más. Cuenta Borges en "El congreso":
Noto que estoy envejeciendo; un síntoma inequívoco es el hecho de que no me interesan o sorprenden las novedades, acaso porque advierto que nada esencialmente nuevo hay en ellas y que no pasan de ser tímidas variaciones.
Noto que estoy envejeciendo; un síntoma inequívoco es el hecho de que no me interesan o sorprenden las novedades, acaso porque advierto que nada esencialmente nuevo hay en ellas y que no pasan de ser tímidas variaciones.
Etiquetas:
de otras cosechas,
maestros,
ombliguismos
Cuadernos
Año 95, anotado en el margen de la última carilla, casi como al descuido, una frase que refleja una época aforística y lejana.
Hasta la nuez más hueca quiere ser cascada.
Etiquetas:
de otras cosechas,
ombliguismos
Groucho
—Vos siempre el mismo anacrónico, negro —me apostrofa Arturito de los tres pelitos, que volvió de un largo invierno y desde hace media hora investiga mi nuevo apartamento—. Ahora te colgás con la genialidad de Groucho Marx y no hay quien te soporte, leés encerrado en el baño del hotel para no joder a aquélla, como si contigo no tuviera suficiente, buscás durante horas en Internet, arrasás youtube cual pichón del azote de Dios, vos que de huno no tenés ni medio, si me permitís chascarrillo y figura por el mismo precio. Che, linda cueva tenés ahora, qué andarás fabricando.
Lo interrumpo para comentarle que lo que el tipo le hace a Bill Cosby es para sacarse el sombrero.
—Y vos de seguro te sacarías el chambergo o el jipijapa, sin querer ofenderte. Naciste en el siglo equivocado, mi viejo —me alcanza un vaso de vino—. Catame este tinto Rioja que te traje de España. Es crianza y propiamente un asco, mejor sería masticar roble o la sordina del piano. Lo que es un milagro es que no te gusten los vestidos de muselina y no honres ajenjo y rapé como debería alguien con tu perfil. A ver, nombrame un filósofo, un músico, un humorista y un escritor que veneres y estén vivos.
Vacilo algunos segundos, digo que eso de venerar habría que verlo en detalle, luego cito en orden y poco convencido a Sloterdijk, Gad Elmaleh, Abelardo Castillo y me quedo en blanco, pensando en un músico posible. El vino es intragable. ¿Smith? ¿Waits? ¿Buarque? ¿Calamaro? ¿Jarrett? ¿Tiersen? Decisión imposible, queda poco y lo que llega, cuando no es mierda en polvo, apenas se acerca a lo aceptable.
—Mirá —me dice canchereando, mientras revisa todos los armarios de la cocina en busca de algún sólido—, el germano te gusta por provocador, decís Gad sabiendo que Pettinato es más brillante y que a Ryan Stiles no le llega ni a los tobillos, fijate un poco. Y Castillo, maestro, se lo merece, pero tanto como Peri Rossi. Pero no sabés qué más decir porque vos en realidad hubieras querido decir Nietzsche, Mozart, Groucho y Poe, o, por qué no, llenarte la boca con Thoreau, Gainsbourg, Coluche y Borges, u otras variantes similares, figuritas que, mal que te pese, están más manoseadas que las remeras con el Che estampado.
Me limito a acotar que tal vez no se equivoque.
—Gran amante del litote saliste, perlita de arrabal. Tu problema no admite demasiadas soluciones. Dejando de lado el suicidio, que negás andá a entender por qué, tenés la nostalgia, el polo norte y el rummy canasta.
No recordaba que le gustara tanto cansar los maxilares. Además no es exactamente un litote por el rasgo condicional del tal vez. Pero lo sabe, me está toreando. Cito de memoria a Luis Rosales: como sé que al morir terminará la muerte.
—Y mi tía Gregoria —me dice antes de abrir la heladera—. Bueno, pizpireta dama de organdí, hasta la heladera está vacía. Rajo al súper a comprar algo porque ya veo que vos mucho Groucho pero para picar ni un queso pasado de época como vos, esas franchuterías que te gustan tanto y que además de abundar en grasas saturadas sirven para espantar cucarachas y mosquitos. Aguantame. Te dejo masticando el vino.
Tal vez vuelva. Difícil saberlo con Arturito. Por lo demás, tiene razón, cada lectura de un suplemento cultural, cada acercamiento a los estantes de novedades en librerías y disquerías confirman lo que la bestia de los tres pelitos dice con tanta dulzura. Dejando de lado otras decadencias que plagan los cuatro vientos, la que más difícil me hace la vida es una de orden estético. No creo que cambie. Ni la situación ni Arturito. No es grave, el polo norte no está nada mal, lo cual, además de confesión, califica como litote.
Lo interrumpo para comentarle que lo que el tipo le hace a Bill Cosby es para sacarse el sombrero.
—Y vos de seguro te sacarías el chambergo o el jipijapa, sin querer ofenderte. Naciste en el siglo equivocado, mi viejo —me alcanza un vaso de vino—. Catame este tinto Rioja que te traje de España. Es crianza y propiamente un asco, mejor sería masticar roble o la sordina del piano. Lo que es un milagro es que no te gusten los vestidos de muselina y no honres ajenjo y rapé como debería alguien con tu perfil. A ver, nombrame un filósofo, un músico, un humorista y un escritor que veneres y estén vivos.
Vacilo algunos segundos, digo que eso de venerar habría que verlo en detalle, luego cito en orden y poco convencido a Sloterdijk, Gad Elmaleh, Abelardo Castillo y me quedo en blanco, pensando en un músico posible. El vino es intragable. ¿Smith? ¿Waits? ¿Buarque? ¿Calamaro? ¿Jarrett? ¿Tiersen? Decisión imposible, queda poco y lo que llega, cuando no es mierda en polvo, apenas se acerca a lo aceptable.
—Mirá —me dice canchereando, mientras revisa todos los armarios de la cocina en busca de algún sólido—, el germano te gusta por provocador, decís Gad sabiendo que Pettinato es más brillante y que a Ryan Stiles no le llega ni a los tobillos, fijate un poco. Y Castillo, maestro, se lo merece, pero tanto como Peri Rossi. Pero no sabés qué más decir porque vos en realidad hubieras querido decir Nietzsche, Mozart, Groucho y Poe, o, por qué no, llenarte la boca con Thoreau, Gainsbourg, Coluche y Borges, u otras variantes similares, figuritas que, mal que te pese, están más manoseadas que las remeras con el Che estampado.
Me limito a acotar que tal vez no se equivoque.
—Gran amante del litote saliste, perlita de arrabal. Tu problema no admite demasiadas soluciones. Dejando de lado el suicidio, que negás andá a entender por qué, tenés la nostalgia, el polo norte y el rummy canasta.
No recordaba que le gustara tanto cansar los maxilares. Además no es exactamente un litote por el rasgo condicional del tal vez. Pero lo sabe, me está toreando. Cito de memoria a Luis Rosales: como sé que al morir terminará la muerte.
—Y mi tía Gregoria —me dice antes de abrir la heladera—. Bueno, pizpireta dama de organdí, hasta la heladera está vacía. Rajo al súper a comprar algo porque ya veo que vos mucho Groucho pero para picar ni un queso pasado de época como vos, esas franchuterías que te gustan tanto y que además de abundar en grasas saturadas sirven para espantar cucarachas y mosquitos. Aguantame. Te dejo masticando el vino.
Tal vez vuelva. Difícil saberlo con Arturito. Por lo demás, tiene razón, cada lectura de un suplemento cultural, cada acercamiento a los estantes de novedades en librerías y disquerías confirman lo que la bestia de los tres pelitos dice con tanta dulzura. Dejando de lado otras decadencias que plagan los cuatro vientos, la que más difícil me hace la vida es una de orden estético. No creo que cambie. Ni la situación ni Arturito. No es grave, el polo norte no está nada mal, lo cual, además de confesión, califica como litote.
Etiquetas:
arturito,
maestros,
ombliguismos
Embrión en formol
Como siempre, todo sucede en un tren. Difícil explicarte, a vos que cada vez venís menos porque últimamente hay poco y nada, difícil decirte que en realidad hay bastante pero se parece mucho a un embrión en formol: futuro asegurado, calidad de vida dudosa. ¿Triste borrón? Y travesía del desierto también.
Jornada agotadora en Grenoble. Presentación. Charla. Contactos. Y la eterna impostura, lujo de mariposa empalada en plena lepidoteca, brillo de roble apolillado, mirar de reojo el reloj, desear el techo, aire, sentir los hombros pesados, Atlas y otros oscuros.
En el palm suena la Bersuit. La argentinidad al palo. Milo es argentina, porteña, incapaz de decir championes o agua jane, cosas tan naturales, y quizá porque ahora pienso en ella sean estas líneas, estos garabatos que se arrastran frente a mí mientras me digo que no es ni la Argentina ni el Uruguay ni el dulce de leche ni un buen asado de tira –pero qué bien vendría un poco de picanha– sino un detalle de calendario. No hace mucho cumplí cinco años de residencia en Francia. Es cierto, hubo un impasse oriental de casi dos años en el medio, largo martirio de escenas repetidas, distimia como látex y también papelerío, jueza y finalmente un acta de divorcio que hoy ocupa un lugar privilegiado junto a otros diplomas que, justo es decirlo, también en buena ley he ganado.
Pero no es sólo un detalle de calendario. Me es triste escribirlo pero conozco mucho más Francia que Uruguay. Excepción hecha de la Corse y del DOM-TOM, he puesto un pie en cada región francesa. Difícil explicarte los motivos. Cuestión de trenes, tal vez. Sin embargo, la única vez que crucé el Río Negro fue para ir a San Gregorio de Polanco. Y todo era clandestino, clandestino e inocente, un imberbe de veintidós años mirando cómo una niña de dieciséis lo afeitaba frente al espejo del baño.
Pausa. Parada de quince minutos en Lyon. Y baila, baila, baila una danza rara. Tan Beatles, arreglos perfectos, tema de Bersuit, gran descubrimiento.
Y quisiera decir que es sólo una ignorancia geográfica. Quisiera. Por supuesto que desde esto que también es una burbuja sigo las noticias, me sigo enfureciendo y alegrando en medidas aleatorias, mando la papeleta, espero que llegue. ¿Y si hay plebiscito? Quiero creer que no viviré, desde lejos, una remake del voto amarillo.
Hace no mucho, en Montevideo murió Eros, un gato que vivió con nosotros más de quince años. Te parecerá estúpido pero la burbuja tiene esas cosas, las ausencias te golpean más, porque si imaginás que la ausencia acumulada como un silencio insoportable te prepara mejor… A la distancia, la certeza de la ausencia es la certeza del vacío aunque vuelvas, oh borrón de Ulises. Y eso se digiere despacio, rumiando, como la prosa de Nietzsche o el strudel. Zitarrosa dice que si estar vivo es viajar hacia la muerte, la vida es una viuda que sonríe. Actualmente estoy leyendo Morirás lejos, de José Emilio Pacheco. Zitarrosa, inmenso, canta murió mi madre, yo estaba ausente. Difícil que pase un día sin que piense en cosas así. Por eso me resulta curioso escribir que en general voy bien, que las ciclotimias han –tenuemente– entregado las armas, que esto es realmente una burbuja y yo disto mucho de ponerme a escribir mi Walden, pese a que con Milo cada vez pensemos más en un pavillon alejado de tanto ruido.
Te parecerá trivial y sin embargo tendrías que ver hasta qué punto están sembrados los campos franceses. Y si supieras hasta dónde ciertos lugares de la Camargue se parecen a Rocha (nota: hacer abstracción de caballos blancos y flamencos; otra: recordar el verso de Cortázar: de un vuelo de flamencos quemando un horizonte de bañados).
Y esto termina por aquí, sabrás comprender, incompleto, larvario, desordenado, cuestión de estar a tono con el sintagma que Rodia poco apreciará, no tanto por lo de embrión sino por el complemento preposicional, justo él, que suele entregarse a los caprichos de la morfotáctica y de la última tontería tecnológica, mientras lee a Shakespeare, gran quimera, y disfruta como una perra en celo.
Jornada agotadora en Grenoble. Presentación. Charla. Contactos. Y la eterna impostura, lujo de mariposa empalada en plena lepidoteca, brillo de roble apolillado, mirar de reojo el reloj, desear el techo, aire, sentir los hombros pesados, Atlas y otros oscuros.
En el palm suena la Bersuit. La argentinidad al palo. Milo es argentina, porteña, incapaz de decir championes o agua jane, cosas tan naturales, y quizá porque ahora pienso en ella sean estas líneas, estos garabatos que se arrastran frente a mí mientras me digo que no es ni la Argentina ni el Uruguay ni el dulce de leche ni un buen asado de tira –pero qué bien vendría un poco de picanha– sino un detalle de calendario. No hace mucho cumplí cinco años de residencia en Francia. Es cierto, hubo un impasse oriental de casi dos años en el medio, largo martirio de escenas repetidas, distimia como látex y también papelerío, jueza y finalmente un acta de divorcio que hoy ocupa un lugar privilegiado junto a otros diplomas que, justo es decirlo, también en buena ley he ganado.
Pero no es sólo un detalle de calendario. Me es triste escribirlo pero conozco mucho más Francia que Uruguay. Excepción hecha de la Corse y del DOM-TOM, he puesto un pie en cada región francesa. Difícil explicarte los motivos. Cuestión de trenes, tal vez. Sin embargo, la única vez que crucé el Río Negro fue para ir a San Gregorio de Polanco. Y todo era clandestino, clandestino e inocente, un imberbe de veintidós años mirando cómo una niña de dieciséis lo afeitaba frente al espejo del baño.
Pausa. Parada de quince minutos en Lyon. Y baila, baila, baila una danza rara. Tan Beatles, arreglos perfectos, tema de Bersuit, gran descubrimiento.
Y quisiera decir que es sólo una ignorancia geográfica. Quisiera. Por supuesto que desde esto que también es una burbuja sigo las noticias, me sigo enfureciendo y alegrando en medidas aleatorias, mando la papeleta, espero que llegue. ¿Y si hay plebiscito? Quiero creer que no viviré, desde lejos, una remake del voto amarillo.
Hace no mucho, en Montevideo murió Eros, un gato que vivió con nosotros más de quince años. Te parecerá estúpido pero la burbuja tiene esas cosas, las ausencias te golpean más, porque si imaginás que la ausencia acumulada como un silencio insoportable te prepara mejor… A la distancia, la certeza de la ausencia es la certeza del vacío aunque vuelvas, oh borrón de Ulises. Y eso se digiere despacio, rumiando, como la prosa de Nietzsche o el strudel. Zitarrosa dice que si estar vivo es viajar hacia la muerte, la vida es una viuda que sonríe. Actualmente estoy leyendo Morirás lejos, de José Emilio Pacheco. Zitarrosa, inmenso, canta murió mi madre, yo estaba ausente. Difícil que pase un día sin que piense en cosas así. Por eso me resulta curioso escribir que en general voy bien, que las ciclotimias han –tenuemente– entregado las armas, que esto es realmente una burbuja y yo disto mucho de ponerme a escribir mi Walden, pese a que con Milo cada vez pensemos más en un pavillon alejado de tanto ruido.
Te parecerá trivial y sin embargo tendrías que ver hasta qué punto están sembrados los campos franceses. Y si supieras hasta dónde ciertos lugares de la Camargue se parecen a Rocha (nota: hacer abstracción de caballos blancos y flamencos; otra: recordar el verso de Cortázar: de un vuelo de flamencos quemando un horizonte de bañados).
Y esto termina por aquí, sabrás comprender, incompleto, larvario, desordenado, cuestión de estar a tono con el sintagma que Rodia poco apreciará, no tanto por lo de embrión sino por el complemento preposicional, justo él, que suele entregarse a los caprichos de la morfotáctica y de la última tontería tecnológica, mientras lee a Shakespeare, gran quimera, y disfruta como una perra en celo.
Etiquetas:
ciclotimias,
il lavoro,
ombliguismos
Cotidiana
Cuestión que, como afirmaba el cantante del grupo “Los del ciscón”, hoy me cago en todo. Me dieron mi nuevo permiso de residencia, arreglé un malentendido por los impuestos, encaminé otros trámites. Por ahora va bien. Curioso que a la vuelta el único lugar en el que verificaron mi permiso de residencia haya sido Montevideo. Un imberbe empleado de Pluna. Simpático. Y en Barajas, ese aeropuerto para cíclopes, el gaita de inmigraciones me arruinó el denso discurso preparado y ni se mosqueó. Más aún, ni siquiera revisó la página de renovación de mi pasaporte. No es la primera vez. Intuyo que, mientras la buscan, se aburren de ver tanto sello y visa y permiso de residencia amontonado ahí y en un momento paf le encajan otro sellito y tomatelás, sudaca, que allá viene un peruano jugoso. Fin de semana (pasado) de randonnées en Mont Dore. Insolación grotesca, labios como empanadas, la lepra un poroto, fiebre. Probé las Vélib’. Gran invento. Milo prepara pastafrola. Alegría de hormigas. Suena “Gallo rojo, gallo negro”. Poetas. Estoy con Israfel (el de Castillo). Acudo de cuando en cuando a uno de Pessoa titulado “Escritos autobiográficos, automáticos y de reflexión personal”. El hombre era brillante y desentonaba con su propia mundanalidad, por cuanto (me digo) se vivía a sí mismo en varios carbónicos. En una de las sesiones mediúmnicas anota: “Eres tan misógino que te encontrarás moralmente impotente, y de esa forma no producirás ninguna obra completa en la literatura. Debes abandonar tu vida monástica y ya.” Sin saber por qué, recuerdo las cartas a Nora Barnacle, que son por lejos mejores que las de Mme. de Sévigné. Vi a Joyce denostado gratuitamente en un extenso texto, extraído quizá de un (espurio) manual de autoayuda. Hoy viché alguna cosa de Lugones y de Ingenieros, más que nada siguiendo consejos de Castillo. En el avión releí El juguete rabioso. El vocabulario de Arlt se me aparece como mucho más extenso que el de Borges. Leo luego que González Lanuza, lexicometría mediante, computó esta impresión años ha. Por acá están con la máquina Cannes. Aburre. El periodista estrella de France 2 le pide a Angelina Jolie que le confirme si va a tener gemelos. Bajo has caído, oh, Pujadas, tú que de alto ya tenías poco. El gobierno francés sigue a contramano pero la gente ya está agarrando la suficiente presión y no va a soportar mucho más. Con un poco de suerte y viento a favor, dentro de unos meses estaremos haciendo saltar hasta las tapas de las alcantarillas. Desobediencia civil pacífica my foot. Salir a la calle y destrozar alguna que otra cosa, cuestión de armar el suficiente quilombo como para que se den cuenta de que va en serio y la cosa no da para más, es infinitamente menos violento y criminal que un gobierno que canta la plutocracia. Volví al laburo. Ya tuve una reunión de esas antológicas. El que fue más indefenso llevó Lector in fabula, de Eco. Mi hermana en Nueva Zelanda. Pobres kiwis. Pobre flaca. Mundo loco, dijo una vez más la mujer, como remedando, como si lo tradujese. Esta breve y absurda comedia. Y sigue, qué más remedio.
Etiquetas:
cotidianas,
maestros,
ombliguismos
Montevideo
Las vacas que se escaparon
de los palos y los dueños
aún andan por las barriadas
vagando como en un sueño
de los palos y los dueños
aún andan por las barriadas
vagando como en un sueño
Fernando Solanas
*
Notas tomadas en 2004. Aún vigentes, duelen menos. No cambió la ciudad sino el torpe amanuense. Gallego, cachila y sombrero, sos extranjero tanto como yo. Nacido en A Coruña, mi abuelo llegó a principos del siglo veinte, de polizonte y catorce años, tras un Montevideo en cuyo puerto, según mentaban, se recogían pepitas de oro. No lo conocí. A mis otros abuelos tampoco. Mi desarraigo es, primero, familiar; luego, geográfico.
Llegué la semana pasada. Me juré que, un día, los ingenieros viales que han deshonrado a esta ciudad serán ejecutados en plaza pública, si no es que la muerte les ha otorgado antes otro destino, acaso más digno. En escasos cinco días fui fiel a mis rituales. Compré libros, mayormente por reflejo, y charlé un rato con los bouquinistes de Tristán Narvaja. Por momentos no pude evitar que me ganara esa tristeza que quemaba y venía de abajo, de algo que tenía que ser el píloro porque el spleen, según creo, es una superstición. Circe, que acertó a obsequiarme Valfierno, asocia mi gabardina a cierto personaje novelístico del cual, hoy, prefiero recordar una confesión: "Por más que me pese nunca seré un indiferente como Etienne".
*
Al otro día de haber vuelto de París, Santiago Strada iba en un taxi camino a una casa desconocida en el barrio Jacinto Vera, escuchando despreocupadamente al taxista, que lo ponía al día de las principales noticias del país. Mirando por la ventanilla, devolvía indiferente alguna pregunta sobre quién era ese jugador nuevo en Peñarol o cómo se podía entender que Uruguay pudiera quedar de nuevo descalificado para el mundial. «Y con lo mal que ligamos, maestro», se quejaba del otro lado de la mampara el conductor, mientras metía otro bocinazo y agregaba un «Laputaqueteparióporquénotefijáspordóndecarajomanejáshijodeputa.»
«La finesse autochtone, quoi…», se dijo Santiago sin que le causara gracia. Comenzaba a darse cuenta de que volver no era tanto un regreso sino un lento proceso de ajuste que en realidad le parecía un repliegue. La arquitectura, los ruidos y los olores, el trato de la gente, la falta de educación, los medios de transporte, la comida, los hurgadores, el jet set y la farándula que por momentos le parecían monigotes de mímicas parafinosas apareciendo en revistas y por el paralelepípedo detestable, la lentitud de los periodistas al hablar; en todo había algo nuevo que (y tomar conciencia de eso era lo que más le angustiaba) era en realidad una ausencia que siempre había estado pero que nunca había visto.
*
Para el período de aclimatación su lista de tareas se conformaba por (a) esperar a que se realizaran los trámites del puesto que le habían prometido, (b) recorrer disquerías y librerías, (c) visitar el Cementerio del Norte y (d) caminar Montevideo para ponerse al día, tarea que en dos días dio por concluida. Con no poca pesadumbre se iba sintiendo vencido por la oferta cultural, las formas de hablar, el lenguaje como un pez en un acuario, plagado de latiguillos detestables, una prosodia en la que le parecía vislumbrar un ruinoso calco del acento porteño que tan bien le queda a los porteños pero a los montevideanos para qué, la incómoda hermandad callejera, el desinterés y la desidia generalizadas, el régimen de la espera, el notemetás como método, las puertas que nadie se dignaba sostener, los ruidos del tránsito, la contaminación sonora de la ciudad, que notaba por primera vez. Ya tenía un equipo de audio (una de las primeras medidas que había tomado al llegar) y se había instalado austeramente en el apartamento de la calle Scosería que Gabriel le había conseguido, consciente hasta la médula de que su examen inicial no pasaba de superficial y pequeñoburgués, y no era nada que no pudiera solucionar una botella de buen oporto, un corrido de Los Tigres del Norte o un pasaje sólo ida a París.
*
No veía un sol como ése desde principios de agosto y hacía cuatro años que no sentía un calor tan pegado al cuerpo. Se subió al ómnibus en Bulevar Artigas y Colorado, y saludó instintivamente al conductor, que le devolvió una mirada y un silencio, mientras arrancaba antes de cerrar la puerta, y subía el volumen de la radio en la que sonaba una cumbia plancha que a Santiago le resultó vomitiva. Dudó en dirigirse a la gente con algo que bien podría comenzar: «contra la impermeabilidad hipopotámica del honorable público», pero, intuyendo un honorable público ejemplarmente hipopotámico y poco propicio a discursos ultraístas, decidió pagarle el boleto al guarda (que de seguro también era sordomudo), tomar asiento y camuflarse con el paisaje que le hacía recordar a los comedores de papas de Van Gogh. Al sentarse, ajeno a la cumbia plancha, a Ingrid, al par de mongoloides responsables de ese transporte capitalino, a Montevideo, y reviviendo la sensación de ahogo que le había causado el cuadro cuando lo vio por primera vez una Navidad en Amsterdam, sintió como si una mano le empujara la cabeza y lo forzara a mirar algo. Entonces vio por primera vez a Sol, con dos cuadernos bajo el brazo.
*
Y en ese pleno diciembre, con treinta y dos grados yo todavía traía el invierno en los huesos, en la mirada, en las imágenes de un Montevideo que iba redescubriendo sin misterio ni emoción, repitiéndome peccata minuta ante cada choque cultural que más bien me parecía una pasada de aplanadora, temiendo lo que me deparara la cotidiana, insoportable condición de existir.
*
En algún momento se metió en un bar a desayunar. Estuvo media hora leyendo un diario con desgano, enterándose de la novedad nacional, que le parecía que de novedad tenía poco y de nacional demasiado.
Etiquetas:
de otras cosechas,
lejana tierra mía,
ombliguismos,
textos
Navidad
Allan Hobson, catedrático de psiquiatría en la Escuela de Medicina de Harvard, afirma, entre otras cosas, que las pesadillas no son sueños. Química cerebral mediante, lo que científicamente parece ser una hipótesis bien fundada, tiene también resonancia romántico-kitsch y cierto efecto alegórico facilitado por una semántica de bajo presupuesto.
Mi última pesadilla refiere muy vagamente a la Navidad y termina como casi todas mis pesadillas épicas, termina con exagerado sudor, con taquicardia, con la garganta imposiblemente seca, termina con ese dolor en el pecho que se prolonga aún más que el desvelo posterior. Arrancado violentamente de una emulsión inmunda a otra más inmunda aún, sucede entonces el descargo obligado y frenético en la primera hoja encontrada, cuestión de sacudir lo que quede de pesadez. Y luego horas de mirar el techo, reconstruir la pesadilla, buscar indicios, recordar voces o caras o lugares, asistir mudo a la lenta congregación de cicatrices y caprichos.
La Navidad no es una mierda. La Navidad es una gran mierda. Y no lo creo así por renegar del espíritu gregario occidental, por no querer ser cómplice de una costumbre inocente y entrañable como Lassie pero que hace agua apenas se la sopesa un poco, por renunciar voluntariamente al orgasmo consumista. No. Es algo que siento desde tiempos en los que, falto de una dialéctica más o menos elaborada, simplemente sentía.
Últimamente escucho menos música de lo habitual, lo que indefectiblemente mina mi estado de ánimo. Emilio Oribe, en su libro Teoría del Nous, anotaba: “Pensar es necesario. Vivir no es necesario.” Últimamente debo ocuparme de situaciones que califico de prescindibles pero que resultan fundamentales para moverse en las tres dimensiones cotidianas. Así, los días pasan pero el tiempo no; lo incierto permanece incierto y a mí me es imposible moverme inmerso en esta falsa reconciliación. Últimamente se congregan cicatrices y caprichos en algo a lo que sólo puedo asistir en tanto testigo. Tengo la certeza de que todo es debido al síndrome pre Navidad. Allan Hobson, científico ante todo, dirá que lo mío no pasa de ser una inferencia arbitraria. Allan Hobson, para quien la Navidad no es una pesadilla, se equivoca y lo sabe. Sabe bien que todo esto es a causa del síndrome pre Navidad. Y sabe igualmente que en momentos así me reconforta la leyenda de Salomón, sabe que me alivia recordar que esto también pasará.
Mi última pesadilla refiere muy vagamente a la Navidad y termina como casi todas mis pesadillas épicas, termina con exagerado sudor, con taquicardia, con la garganta imposiblemente seca, termina con ese dolor en el pecho que se prolonga aún más que el desvelo posterior. Arrancado violentamente de una emulsión inmunda a otra más inmunda aún, sucede entonces el descargo obligado y frenético en la primera hoja encontrada, cuestión de sacudir lo que quede de pesadez. Y luego horas de mirar el techo, reconstruir la pesadilla, buscar indicios, recordar voces o caras o lugares, asistir mudo a la lenta congregación de cicatrices y caprichos.
La Navidad no es una mierda. La Navidad es una gran mierda. Y no lo creo así por renegar del espíritu gregario occidental, por no querer ser cómplice de una costumbre inocente y entrañable como Lassie pero que hace agua apenas se la sopesa un poco, por renunciar voluntariamente al orgasmo consumista. No. Es algo que siento desde tiempos en los que, falto de una dialéctica más o menos elaborada, simplemente sentía.
Últimamente escucho menos música de lo habitual, lo que indefectiblemente mina mi estado de ánimo. Emilio Oribe, en su libro Teoría del Nous, anotaba: “Pensar es necesario. Vivir no es necesario.” Últimamente debo ocuparme de situaciones que califico de prescindibles pero que resultan fundamentales para moverse en las tres dimensiones cotidianas. Así, los días pasan pero el tiempo no; lo incierto permanece incierto y a mí me es imposible moverme inmerso en esta falsa reconciliación. Últimamente se congregan cicatrices y caprichos en algo a lo que sólo puedo asistir en tanto testigo. Tengo la certeza de que todo es debido al síndrome pre Navidad. Allan Hobson, científico ante todo, dirá que lo mío no pasa de ser una inferencia arbitraria. Allan Hobson, para quien la Navidad no es una pesadilla, se equivoca y lo sabe. Sabe bien que todo esto es a causa del síndrome pre Navidad. Y sabe igualmente que en momentos así me reconforta la leyenda de Salomón, sabe que me alivia recordar que esto también pasará.
Etiquetas:
invectivas,
ombliguismos
Ibant obscuri sola sub nocte per umbras
Salgo no sé si muy vivo pero al menos coleando de una breve temporada en el infierno. Dos semanas de nudo en el estómago, de volver a trabajar más de sesenta horas semanales, fines de semana incluidos. Largos días de perro acorralado, de buscarle la vuelta a algo que no podía no suceder y que, como todo lo que no puede no suceder, sucedió: el veranillo se termina en dos meses. Mi estado de situación coaguló en menos de un segundo: no existe reconciliación posible, no compass, no map, no reasons to get back. Es decir que el veranillo se termina y me urge continuarlo. Entonces, como dijo Lenin: ¿qué hacer? La respuesta es obvia y se resume en una palabra: quedarse. Nueva pregunta: ¿cómo?
*
En mi mesa de luz un desorden de libros, todos a medio leer, calco perfecto del otro desorden y una mala costumbre que lleva años de leer varios libros al mismo tiempo: François Miterrand, Serge Bramly, Abbé Pierre, Raymond Devos, Vladimir Jankélevitch, Alexandre Soljénistyne, Boris Vian, José Emilio Pacheco, Néstor Sánchez, John Fowles, Juan Martín Castellonese, William Yeats. Y pese a la temporada y a la mala costumbre pude, sin embargo, terminar Oro, de Cizia Zykë. Libro de aventuras que cuesta situar en el siglo XX, libro de un aventurero que, viviendo sin leyes, por una carambola desembarca arruinado a Costa Rica y se dedica, entre otras cosas, a buscar oro. Quienes hayan disfrutado las aventuras contadas por Sepúlveda o Paternain, para no caer en el trillado ejemplo de Coloane, disfrutarán del libro y al mismo tiempo se enterarán de la corruptela existente en Centroamérica a comienzos de los años ochenta. Dicho sea al pasar, varios pasajes de Oro me hicieron pensar en el libro La llanura de Dotán, de Castellonese. El otro libro terminado se llama Bernard Pivot. Le métier de lire y se lo recomiendo a quien no conozca a Pivot, director del programa de televisión Apostrophes, referente para la literatura en Francia durante quince años. Para decirlo breve: por Apostrophes pasaron casi todos. A modo de ejemplo, además de casi todos los autores de los libros que atorran en mi mesa de luz, asistieron Nabokov, Dumézil, Yourcenar, Bukowski, Lévi-Strauss, Vargas Llosa, Le Carré, Perec, Modiano, Barthes, Sagan, Hagège, Simenon, Eco, Kundera, Wolfe, Miller, Mailer, Sontag... O sea que andá llevando.
*
Y decía que salgo de una temporada. Creo al menos que salgo. La agonía deja un plan apenas esbozado. No muy minucioso, sin duda, pero un plan. Un plan que recuerda a los chinos, esos devotos del principio de optimalidad. Un plan que honra al Tao, a aquello de que más que planificar a muy largo plazo, lo que optimiza es aprovechar el potencial de cada situación. Un plan al fin.
Etiquetas:
il lavoro,
ombliguismos
Todo es número
A veces me pregunto cómo llegué a esta situación. Hasta cierto momento yo era un estudiante, luego un ayudante, vinculado al ambiente universitario pero siempre viviendo en mi burbuja y en algún momento plop me encontré del otro lado del mostrador.
Me consta que el carácter excéntrico es endémico del ambiente en el que me muevo. No reniego de mi condición de chimpancé. Es sólo que no me gusta ser parte del circo. Cumplo con mi impostura pero me interesa que siga siendo precisamente eso: una impostura.
Las excepciones, que las hay, son lo que más rescato de esta zona nebulosa porque son personas que también se mueven a contramano del promedio, suponiendo que el término promedio tenga algún sentido.
Tardé años en darme cuenta de que la casi totalidad de mis amigos son universitarios. No escribe un clasista, escribe un sorprendido. Porque tardé todavía un poco más en darme cuenta de que había salido de una burbuja para meterme en otra.
En literatura se habla de registro lingüístico. En psicología, de habilidades sociales. En los amplios salones, de buenas costumbres. Mezclo, lo sé, soy consciente de que cruzo conceptos en el mejor de los casos amigos.
¿Alguna vez fuiste consciente de tus propias impostaciones? ¿Te preguntaste por qué te rodea la gente que te rodea? ¿Cómo llegaste a estar donde estás y en el estado en el que estás?
Me consta que el carácter excéntrico es endémico del ambiente en el que me muevo. No reniego de mi condición de chimpancé. Es sólo que no me gusta ser parte del circo. Cumplo con mi impostura pero me interesa que siga siendo precisamente eso: una impostura.
Las excepciones, que las hay, son lo que más rescato de esta zona nebulosa porque son personas que también se mueven a contramano del promedio, suponiendo que el término promedio tenga algún sentido.
Tardé años en darme cuenta de que la casi totalidad de mis amigos son universitarios. No escribe un clasista, escribe un sorprendido. Porque tardé todavía un poco más en darme cuenta de que había salido de una burbuja para meterme en otra.
En literatura se habla de registro lingüístico. En psicología, de habilidades sociales. En los amplios salones, de buenas costumbres. Mezclo, lo sé, soy consciente de que cruzo conceptos en el mejor de los casos amigos.
¿Alguna vez fuiste consciente de tus propias impostaciones? ¿Te preguntaste por qué te rodea la gente que te rodea? ¿Cómo llegaste a estar donde estás y en el estado en el que estás?
Etiquetas:
il lavoro,
ombliguismos
De búsquedas y encuentros
Este antro puede jactarse del peculiar orgullo que significa ser la primera respuesta, según Google, ante la búsqueda de "perifar grip". Alimentado en partes iguales por una curiosidad morbosa y por el deseo de cumplir una suerte de promesa, me dediqué a ver qué terminos de búsqueda utilizan aquellos que llegan al sitio como resultado de una búsqueda en Google. Algunos no dejan de sorprenderme. Los transcribo textualmente, ordenados decrecientemente según la sorpresa que me causaron.
- mengele maquina de empacar
- cama caliente en una familia desestructurada
- mapa mental de divina comedia
- ¿Por que Yuri Gagarin planto un arbol despues de venir del espacio?
- fotos carromatos de circo
- buscar el disco eclipse del grupo las soles la letra de la cancion el desamor
- POSTALES DE CUMPLEAÑOS ROMANTICAS COIN AUDIO
- letra de la cancion cariño mio de las torcazas
- esponjándose+diccionario+Aleman
- descargar el cordon de plata Lobsang Rampa
- mesa jardin zend
- CUANTO CUESTA REALIZAR EL BUNGEE JUMPING
- letra de la cancion HECHICERA GRUPO 5 SI ES ASI DEJALO IR HECHICERA
- CUERPO DE HOMBRE Y CABEZA DE PERRO+CINOCEFALO
- In Silico Vox: Speech
- CANCIÓN UN PAR DE ALMOHADAS EXTERMINADOR
- resumen de pelicula el pibe de charlie chaplin
- "cambio de aros" + novios + ritual
- Hay que ser mente idiota para... Julio Cortazar critica rincon del vago
- y penachos de sol, letras mariachi
- jumiles y nombre cientifico
- s fragmentos de la novla tres tristes tigres y analisis semantico
- diosincracia
- Vuelo Genève-Mexico mas barato
- herrajes para bota everest
- logistica+presentacion obra de teatro
- Jean Cocteau poème homophonique
- Rossi, p. apologia araña y hormigas
- letra de la cancion plastico de ohmio
Etiquetas:
ombliguismos
Promesas
Las promesas no comprometen sino a quienes creen en ellas. Anoto esta artesana traducción del dicho “Les promesses n’engagent que ceux qui y croient”, atribuida a un barbero que había puesto un cartel que decía: “Mañana se afeita gratuitamente”. Y el cartel estaba todos los días.
Otra leyenda urbana, me digo, como el amor o la cebada de malteada. Y van…
En los auriculares, Ray Charles, drown in my own tears, o in his own tears, peu importe… Y en el spleen mismo un blues que te la debo.
El domingo pasado salí a caminar por mi antiguo barrio. Sabía que había una misa televisada en Notre Dame pero llegué tarde. En algunas calles pude ver todavía el rastro de unos zapatos que regalé el año pasado. La puerta del edificio en el que vivía estaba (al fin) pintada. Sonreí satisfecho. En el supermercado de abajo seguía el mismo árabe dando órdenes y una nueva flota de extranjeros en las cajas. Perfectamente renovables, cual todo extranjero aquí y cual enano de Olmedo allá. La mejor panadería del barrio: intacta. Dos años ya, pensé. Todo un hueco, como el del estómago… pero debe de ser el spleen, mi viejo, el spleen de acá, mon semblable, mon frère. Un hueco de casi dos años que se resolvió en el instante mismo en que llegué al CDG. Ni hablar de lo que vino luego: olores, arquitectura, ritmo, cultura, costumbres, hijo pródigo… Dos años. Demasiado tiempo.
El otro día discutía con un par de amigos muy vagos, tomábamos cerveza y arreglábamos el mundo y por ahí surgió el tema de la fidelidad. No nos pusimos de acuerdo, como suele suceder cuando uno intenta arreglar el mundo cerveza mediante. Yo recordaba todo el tiempo la frase de Píndaro: llega a ser quien eres. Y aunque tan fácil, fácil no es...
I know it's true, into each life some rain, rain must pour… Y por ahí también revolotea el "Promises" de Clapton, cuya letra es todo lo contrario de la de Charles pero viene bien porque yo no sé por cuál de ellas decantar todo esto que sigue haciendo bulto y ya no da para más. Y ahora viene el "No saben qué decir", de Buitres, fijate vos un poco. Y mirá qué pertinente, che. Aunque hace rato ya que creer en juramentos no está de moda.
Volviendo al tema de las promesas, en mi barrio de infancia, Venancio, un quiosquero alcohólico y bastante peculiar, tenía un cartel siempre presente que decía: “Mañana se fía”. Gracias a él constaté un día que el mañana no existe realmente. Pero ahora pienso que por ahí, después de todo, el mañana sí existe.
Esta entrada tiene un aire jironado que no deja de ser un atavío fiel. En última instancia no había prometido nada. Y aunque lo hubiera hecho, ya se sabe, las promesas no comprometen...
I'm so blue here without you. It keeps raining more and more…
Otra leyenda urbana, me digo, como el amor o la cebada de malteada. Y van…
En los auriculares, Ray Charles, drown in my own tears, o in his own tears, peu importe… Y en el spleen mismo un blues que te la debo.
El domingo pasado salí a caminar por mi antiguo barrio. Sabía que había una misa televisada en Notre Dame pero llegué tarde. En algunas calles pude ver todavía el rastro de unos zapatos que regalé el año pasado. La puerta del edificio en el que vivía estaba (al fin) pintada. Sonreí satisfecho. En el supermercado de abajo seguía el mismo árabe dando órdenes y una nueva flota de extranjeros en las cajas. Perfectamente renovables, cual todo extranjero aquí y cual enano de Olmedo allá. La mejor panadería del barrio: intacta. Dos años ya, pensé. Todo un hueco, como el del estómago… pero debe de ser el spleen, mi viejo, el spleen de acá, mon semblable, mon frère. Un hueco de casi dos años que se resolvió en el instante mismo en que llegué al CDG. Ni hablar de lo que vino luego: olores, arquitectura, ritmo, cultura, costumbres, hijo pródigo… Dos años. Demasiado tiempo.
El otro día discutía con un par de amigos muy vagos, tomábamos cerveza y arreglábamos el mundo y por ahí surgió el tema de la fidelidad. No nos pusimos de acuerdo, como suele suceder cuando uno intenta arreglar el mundo cerveza mediante. Yo recordaba todo el tiempo la frase de Píndaro: llega a ser quien eres. Y aunque tan fácil, fácil no es...
I know it's true, into each life some rain, rain must pour… Y por ahí también revolotea el "Promises" de Clapton, cuya letra es todo lo contrario de la de Charles pero viene bien porque yo no sé por cuál de ellas decantar todo esto que sigue haciendo bulto y ya no da para más. Y ahora viene el "No saben qué decir", de Buitres, fijate vos un poco. Y mirá qué pertinente, che. Aunque hace rato ya que creer en juramentos no está de moda.
Volviendo al tema de las promesas, en mi barrio de infancia, Venancio, un quiosquero alcohólico y bastante peculiar, tenía un cartel siempre presente que decía: “Mañana se fía”. Gracias a él constaté un día que el mañana no existe realmente. Pero ahora pienso que por ahí, después de todo, el mañana sí existe.
Esta entrada tiene un aire jironado que no deja de ser un atavío fiel. En última instancia no había prometido nada. Y aunque lo hubiera hecho, ya se sabe, las promesas no comprometen...
I'm so blue here without you. It keeps raining more and more…
Etiquetas:
cotidianas,
lejana tierra mía,
ombliguismos
Aproximación a la felicidad
VISA F53491248
Valable pour: FRANCE (+1 TRANSIT SCHENGEN)
Du: 29-03-07
Au: 27-06-07
Type de visa: D
Nombre d'entrées: MULT
Delivré à: MONTEVIDEO
Le: 09-03-07
(...)
CARTE DE SÉJOUR À SOLLICITER DANS LES DEUX MOIS SUIVANT L'ARRIVÉ
y que me echen un galgo...
Valable pour: FRANCE (+1 TRANSIT SCHENGEN)
Du: 29-03-07
Au: 27-06-07
Type de visa: D
Nombre d'entrées: MULT
Delivré à: MONTEVIDEO
Le: 09-03-07
(...)
CARTE DE SÉJOUR À SOLLICITER DANS LES DEUX MOIS SUIVANT L'ARRIVÉ
***
y que me echen un galgo...
Etiquetas:
ombliguismos
Hacete gay
Luego de catorce grappamieles, el consejo más certero, sensato y sano que me hayan dado en años.
Etiquetas:
cotidianas,
ombliguismos
Suscribirse a:
Entradas (Atom)