Salgo no sé si muy vivo pero al menos coleando de una breve temporada en el infierno. Dos semanas de nudo en el estómago, de volver a trabajar más de sesenta horas semanales, fines de semana incluidos. Largos días de perro acorralado, de buscarle la vuelta a algo que no podía no suceder y que, como todo lo que no puede no suceder, sucedió: el veranillo se termina en dos meses. Mi estado de situación coaguló en menos de un segundo: no existe reconciliación posible, no compass, no map, no reasons to get back. Es decir que el veranillo se termina y me urge continuarlo. Entonces, como dijo Lenin: ¿qué hacer? La respuesta es obvia y se resume en una palabra: quedarse. Nueva pregunta: ¿cómo?
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En mi mesa de luz un desorden de libros, todos a medio leer, calco perfecto del otro desorden y una mala costumbre que lleva años de leer varios libros al mismo tiempo: François Miterrand, Serge Bramly, Abbé Pierre, Raymond Devos, Vladimir Jankélevitch, Alexandre Soljénistyne, Boris Vian, José Emilio Pacheco, Néstor Sánchez, John Fowles, Juan Martín Castellonese, William Yeats. Y pese a la temporada y a la mala costumbre pude, sin embargo, terminar Oro, de Cizia Zykë. Libro de aventuras que cuesta situar en el siglo XX, libro de un aventurero que, viviendo sin leyes, por una carambola desembarca arruinado a Costa Rica y se dedica, entre otras cosas, a buscar oro. Quienes hayan disfrutado las aventuras contadas por Sepúlveda o Paternain, para no caer en el trillado ejemplo de Coloane, disfrutarán del libro y al mismo tiempo se enterarán de la corruptela existente en Centroamérica a comienzos de los años ochenta. Dicho sea al pasar, varios pasajes de Oro me hicieron pensar en el libro La llanura de Dotán, de Castellonese. El otro libro terminado se llama Bernard Pivot. Le métier de lire y se lo recomiendo a quien no conozca a Pivot, director del programa de televisión Apostrophes, referente para la literatura en Francia durante quince años. Para decirlo breve: por Apostrophes pasaron casi todos. A modo de ejemplo, además de casi todos los autores de los libros que atorran en mi mesa de luz, asistieron Nabokov, Dumézil, Yourcenar, Bukowski, Lévi-Strauss, Vargas Llosa, Le Carré, Perec, Modiano, Barthes, Sagan, Hagège, Simenon, Eco, Kundera, Wolfe, Miller, Mailer, Sontag... O sea que andá llevando.
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Y decía que salgo de una temporada. Creo al menos que salgo. La agonía deja un plan apenas esbozado. No muy minucioso, sin duda, pero un plan. Un plan que recuerda a los chinos, esos devotos del principio de optimalidad. Un plan que honra al Tao, a aquello de que más que planificar a muy largo plazo, lo que optimiza es aprovechar el potencial de cada situación. Un plan al fin.