Te comento al pasar que la sola mención de la palabrita intelectual ya me genera repulsión. Mi visión de la afamada intelectualidad es por demás negativa. ¿Formador de opinión? ¿Punto de vista crítico? Mirá, jamás ha existido algo como la objetividad. El intelectual comprometido no deja de ser un peón que se cree alfil y tiene pretensiones de rey. Y aún así, varios de ellos se me antojan imprescindibles.
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Modelo económico
A sokon y Zeta les gustan estas cosas. Para hacer morir de envidia a camellos y dromedarios, y —vaya ironía— para hacer morir de hambre a dietólogos de variado pelaje, un asceta indio de 83 pirulines afirma que hace unos setenta años que vive sin comida ni agua. ¡Haber avisado antes, varón!
Dejando de lado que merece el más alto repudio de la sociedad de consumo y yendo a lo que nos interesa, el tipo es un transgresor innato. Dice que una diosa lo bendijo a los ocho años para permitirle vivir sin alimento. Claro.
Para seguir el ritmo de este florido carnaval, los científicos de la armada india se desparraman cual mariposas en celo (?) para comprender cómo hace el fulano, cuestión de que sus soldados puedan sacar provecho de. En el colmo del ridículo dicen comprender que los soldados no podrán meditar (me imagino la escena y me río solo) pero que al menos, cualquier monedita, ya se sabe.
Un imberbe que vivió hasta hace unos diez años afirmaría a capa y espada que el yogui es sincero, que no necesita alimento porque obtiene toda su energía del prana y que si ustedes, oh simples mortales, siguen ciegos tras el velo de maya, tant pis pour vous. Pero hoy James Randi marca el paso. Y el petisito barbudo diría que el otro barbudo, el asceta del siglo 21, una hoja de perfil y mucha barba de frente, no hizo nada que un huelguista de hambre no haya hecho: no comió durante dos semanas y aprovechó a beber agua cuando hacía gárgaras. Porque hay que leer la noticia: el asceta, por motivos que se nos escapan, necesita hacer gárgaras. Yo conozco los ejercicios de respiración que otro gran yogui (Ramacharaka, que en realidad era William Walker Atkinson) indicaba para templar el garguero. Pero este otro yogui prefiere las gárgaras.
Es que últimamente hasta el misterio está de saldos...
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Estilo
Porque no sucede sólo en literatura. Acalorando la gola de la 12 descamisada, Palermo realizó ciento cincuenta goles más que Maradona. Nadie inferiría, sin embargo, que Palermo es mejor jugador que el barrilete cósmico: cualquier mortal que aprecie el deporte sabe que Maradona es por lejos el mejor fútbol que jamás haya honrado una cancha. Sería igualmente curioso oír a alguien cuestionar que la canción Aserejé es más conocida que la Música Funeral Masónica de Mozart. Lo que tampoco creo que cuestione un individuo con un mínimo de sensibilidad es que esta última convoca un estado espiritual que la primera ignora. En un plano más prosaico, disfruto comprando mi baguette en la panadería de la esquina porque tiene el mejor pan del barrio, mucho mejor que el de la panadería del Monoprix, que también es pan.
Es cuestión de gustos, sin duda, pero sobre todo es cuestión de estilo. El de Maradona, el de Mozart y el del maestro panadero de la mencionada boulangerie. Y como otras veces, hoy es igual: siempre que voy a escribir sobre la cuestión del estilo literario, abandono el ejercicio por considerarlo de perogrullo, palabra repulsiva si las hay. Luego me doy cuenta de que el carácter de trivial se lo concedo yo: me resulta superficial proponerme un mal calco de lo que Castillo afirmó con lucidez: el estilo de un escritor es su manera de vivir, no de escribir. Yo creo, ingenuamente acaso, que el estilo es una voluntad que se corresponde con una manera de percibir un idioma y su expresión. ¿Manera de percibir la vida? No lo sé, pero no me extrañaría. En todo caso, en el juego de fronteras que se da entre lengua y habla deambula alguien que se proponga escribir decentemente.
No hablo ni de género ni de corrientes literarias; considero al estilo transversal a ambas supersticiones. Tampoco hablo del estilo como incapacidad. Promover floripondios como los que hace un tiempo cité de Federico Andahazi no constituye una toma de posición sino una falencia: ese hombre no puede –aunque quiera– escribir mejor (Woody Allen dice que la ventaja de ser inteligente es que siempre se puede simular ser imbécil, mientras que lo contrario es absolutamente imposible). Tampoco importa a estas líneas, por secundario, que esa incapacidad sea aplaudida en plaza pública y festejada edición tras edición. Eso es ceniza y sombras de las que se encarga el tiempo.
Hablo entonces del estilo como voluntad de escritura. Si la función de un escritor –la que él se atribuye– consiste sólo en vehicular información para lograr que un mensaje llegue a un receptor determinado, el estilo puede considerarse un ornamento, un estorbo, posiblemente un capricho. En este limitado paisaje, un Pollock literario estaría condenado al fracaso. La conclusión sería desoladora: el libro Exercices de style de Queneau resultaría un exceso, las acrobacias de Perec se calificarían de herejía, el resumen de la obra de Neruda cabría en el espacio de una página. No me molesta que un escritor se permita un lenguaje coloquial: me desagrada que no se dé cuenta y que en el texto se note esa ignorancia. Propongo como ejercicio contar cuántas veces fruncen el ceño los personajes de la novela El código Da Vinci.
En su Teoría del túnel, Cortázar contrapone el escritor-Balzac al escritor-Flaubert. Puesto a elegir, simpatizo largamente con el segundo grupo: sufro la superstición según la cual un escritor de narrativa cuya prosa sea más bien llana (léxico pobre, construcciones gramaticales simples, tropiezos en el ritmo, escasa intuición para juegos pragmáticos) es, en el mejor de los casos, un escritor correcto. Hay ciertas construcciones que deploro y que pueblan páginas de bestsellers y de la última promisoria opera prima. Emir Rodríguez Monegal desprecia a Felisberto Hernández como escritor. Entre sus vagos argumentos anota que Hernández escribe “parados” por “de pie”, lo cual le parece inadmisible. Igualmente inadmisible me parece a mí ese error de principiante, pero ojalá los errores más graves que se ven fueran de ese calibre. El leísmo deferente de las traducciones españolas es insultante, y poco me importa lo que diga la RAE.
Si, al mismo tiempo, la función que se atribuye un escritor es escribir como se debe escribir, Fortuna nos castiga con cosas como: “En medio del páramo se alzaba, como una torta abandonada, la gran casa de la Compañía Ganadera, rodeada por un césped absurdo, defendido contra los abusos del clima por la esposa del administrador, quien no pudo resignarse a vivir fuera del corazón del Imperio Británico y siguió vistiéndose de gala para cenar a solas con su marido, un flemático caballero sumido en el orgullo de obsoletas tradiciones.” Aire, por favor.
Me aburren los escritores que antes de sentarse a escribir sacan el frac del armario, se ajustan la corbata y miran al horizonte. Ejemplos, mal que me pese, abundan, y el citado en el párrafo anterior no es de los peores. Lo que sucede en el fondo es que detesto la novela puramente informativa, logorrea de predicaciones y de cuando en cuando un desliz de “buena literatura”, el adjetivo cantado, las descripciones de siempre (siluetas que se recortan, fisonomías al detalle, masturbaciones paisajísticas). Es decir que siento repulsión frente al lenguaje malamente llamado literario, la necesidad de reducir (rebajar) a metáforas de cartón para el gran público un texto que podría ser algo como: "repetirlo repetirlo repetirlo hasta la afonía un solo grito frente al barranco a lo lejos el valle sólo el valle luego una tribu el fuego el posible encuentro". ¿Por qué no dejarlo así?
Difícil continuar porque estas apreciaciones me resultan evidentes. Es preferible referirse de nuevo a Castillo, a dos mínimas de su libro Ser escritor:
- Lo que llamamos estilo sucede más allá de la gramática. No es lo mismo decir: "ahí está la ventana" que "la ventana está ahí". En un caso se privilegia el espacio; en el otro, el objeto. Toda sintaxis es una concepción del mundo.
- Cuidado con Borges, Kafka, Proust, Joyce, Arlt, Bernhard. Cuidado con esas prosas deslumbrantes o esos universos demasiado intensos. Se pegan a tus palabras como lapas. Esa gente no escribía así: era así.
Es cuestión de gustos, sin duda, pero sobre todo es cuestión de estilo. El de Maradona, el de Mozart y el del maestro panadero de la mencionada boulangerie. Y como otras veces, hoy es igual: siempre que voy a escribir sobre la cuestión del estilo literario, abandono el ejercicio por considerarlo de perogrullo, palabra repulsiva si las hay. Luego me doy cuenta de que el carácter de trivial se lo concedo yo: me resulta superficial proponerme un mal calco de lo que Castillo afirmó con lucidez: el estilo de un escritor es su manera de vivir, no de escribir. Yo creo, ingenuamente acaso, que el estilo es una voluntad que se corresponde con una manera de percibir un idioma y su expresión. ¿Manera de percibir la vida? No lo sé, pero no me extrañaría. En todo caso, en el juego de fronteras que se da entre lengua y habla deambula alguien que se proponga escribir decentemente.
No hablo ni de género ni de corrientes literarias; considero al estilo transversal a ambas supersticiones. Tampoco hablo del estilo como incapacidad. Promover floripondios como los que hace un tiempo cité de Federico Andahazi no constituye una toma de posición sino una falencia: ese hombre no puede –aunque quiera– escribir mejor (Woody Allen dice que la ventaja de ser inteligente es que siempre se puede simular ser imbécil, mientras que lo contrario es absolutamente imposible). Tampoco importa a estas líneas, por secundario, que esa incapacidad sea aplaudida en plaza pública y festejada edición tras edición. Eso es ceniza y sombras de las que se encarga el tiempo.
Hablo entonces del estilo como voluntad de escritura. Si la función de un escritor –la que él se atribuye– consiste sólo en vehicular información para lograr que un mensaje llegue a un receptor determinado, el estilo puede considerarse un ornamento, un estorbo, posiblemente un capricho. En este limitado paisaje, un Pollock literario estaría condenado al fracaso. La conclusión sería desoladora: el libro Exercices de style de Queneau resultaría un exceso, las acrobacias de Perec se calificarían de herejía, el resumen de la obra de Neruda cabría en el espacio de una página. No me molesta que un escritor se permita un lenguaje coloquial: me desagrada que no se dé cuenta y que en el texto se note esa ignorancia. Propongo como ejercicio contar cuántas veces fruncen el ceño los personajes de la novela El código Da Vinci.
En su Teoría del túnel, Cortázar contrapone el escritor-Balzac al escritor-Flaubert. Puesto a elegir, simpatizo largamente con el segundo grupo: sufro la superstición según la cual un escritor de narrativa cuya prosa sea más bien llana (léxico pobre, construcciones gramaticales simples, tropiezos en el ritmo, escasa intuición para juegos pragmáticos) es, en el mejor de los casos, un escritor correcto. Hay ciertas construcciones que deploro y que pueblan páginas de bestsellers y de la última promisoria opera prima. Emir Rodríguez Monegal desprecia a Felisberto Hernández como escritor. Entre sus vagos argumentos anota que Hernández escribe “parados” por “de pie”, lo cual le parece inadmisible. Igualmente inadmisible me parece a mí ese error de principiante, pero ojalá los errores más graves que se ven fueran de ese calibre. El leísmo deferente de las traducciones españolas es insultante, y poco me importa lo que diga la RAE.
Si, al mismo tiempo, la función que se atribuye un escritor es escribir como se debe escribir, Fortuna nos castiga con cosas como: “En medio del páramo se alzaba, como una torta abandonada, la gran casa de la Compañía Ganadera, rodeada por un césped absurdo, defendido contra los abusos del clima por la esposa del administrador, quien no pudo resignarse a vivir fuera del corazón del Imperio Británico y siguió vistiéndose de gala para cenar a solas con su marido, un flemático caballero sumido en el orgullo de obsoletas tradiciones.” Aire, por favor.
Me aburren los escritores que antes de sentarse a escribir sacan el frac del armario, se ajustan la corbata y miran al horizonte. Ejemplos, mal que me pese, abundan, y el citado en el párrafo anterior no es de los peores. Lo que sucede en el fondo es que detesto la novela puramente informativa, logorrea de predicaciones y de cuando en cuando un desliz de “buena literatura”, el adjetivo cantado, las descripciones de siempre (siluetas que se recortan, fisonomías al detalle, masturbaciones paisajísticas). Es decir que siento repulsión frente al lenguaje malamente llamado literario, la necesidad de reducir (rebajar) a metáforas de cartón para el gran público un texto que podría ser algo como: "repetirlo repetirlo repetirlo hasta la afonía un solo grito frente al barranco a lo lejos el valle sólo el valle luego una tribu el fuego el posible encuentro". ¿Por qué no dejarlo así?
Difícil continuar porque estas apreciaciones me resultan evidentes. Es preferible referirse de nuevo a Castillo, a dos mínimas de su libro Ser escritor:
- Lo que llamamos estilo sucede más allá de la gramática. No es lo mismo decir: "ahí está la ventana" que "la ventana está ahí". En un caso se privilegia el espacio; en el otro, el objeto. Toda sintaxis es una concepción del mundo.
- Cuidado con Borges, Kafka, Proust, Joyce, Arlt, Bernhard. Cuidado con esas prosas deslumbrantes o esos universos demasiado intensos. Se pegan a tus palabras como lapas. Esa gente no escribía así: era así.
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Triple seis
Y su nombre es Thierry. Vagos rasgos de lechuza marcan sin clemencia su rostro y su bien ganado apodo de El autista –un máximo de diez palabras intercambiadas cada día– no oculta, al buen observador, un carácter particularmente abyecto. He sentido más aprecio por ciertos insectos que por él (pienso, por ejemplo, en las innúmeras arañitas desalojadas por la ventana con una servilleta). He tenido, me consta, niveles de comunicación más elevados con algunos insectos que con él. Baste observar que en el juego de apagar la luz para que el mosquito zumbe prenderla y plaf hijo de puta estás muerto hay una complicidad lustral y en cierto modo lúdica. Pero no, imposible, ardua tarea será el plaf en plena oficina, ver a Thierry como una hoja de palma contra la pared, descender indeciso en su deceso, darse contra el suelo, aplastado, hijo de puta estás muerto.
El autista hace lo que quiere y como quiere, y suele querer muy mediocre, solución a caballo entre ley de mínimo esfuerzo y mongolismo. Su andar de camello sin bozal refleja esa fofa y traicionera actitud frente a la vida. Incapaz de aceptar un error, se ríe nerviosamente de todo. En situaciones de alto estrés, cuando el cliente está a media hora de distancia y él no terminó lo suyo, incapaz de tirar la esponja dignamente, se ríe entre dientes y busca un compañero al que culpar. Experto en el arte de despejar el balón sin contemplaciones, encuentra en Clément una blanda cabeza de turco.
Entre él y yo apenas si cenizas, desprecio mutuo obliga. Soy su superior jerárquico pero no puedo despedirlo a causa de un complejo encadenamiento de relaciones personales y favores. Lo sabe. Pero lo que no sabe, siquiera remotamente, es el significado que quien garabatea estas líneas en un ferry camino a Tenerife atribuye a la palabra paciencia.
Confieso que cada vez que su cara de lechuza regordeta llega a la oficina –siempre tarde, siempre como un poco sucio y con aire de ir de compras al mercado–, murmuro mentalmente el proverbio árabe: siéntate a la puerta de tu casa y verás el cadáver de tu enemigo pasar. El que tiene entendimiento, cuente el número de la bestia, pues es número de hombre. Y su nombre es Thierry. Y como hasta el último testigo de este mundo, de cierto, de cierto te digo que contados están sus días.
El autista hace lo que quiere y como quiere, y suele querer muy mediocre, solución a caballo entre ley de mínimo esfuerzo y mongolismo. Su andar de camello sin bozal refleja esa fofa y traicionera actitud frente a la vida. Incapaz de aceptar un error, se ríe nerviosamente de todo. En situaciones de alto estrés, cuando el cliente está a media hora de distancia y él no terminó lo suyo, incapaz de tirar la esponja dignamente, se ríe entre dientes y busca un compañero al que culpar. Experto en el arte de despejar el balón sin contemplaciones, encuentra en Clément una blanda cabeza de turco.
Entre él y yo apenas si cenizas, desprecio mutuo obliga. Soy su superior jerárquico pero no puedo despedirlo a causa de un complejo encadenamiento de relaciones personales y favores. Lo sabe. Pero lo que no sabe, siquiera remotamente, es el significado que quien garabatea estas líneas en un ferry camino a Tenerife atribuye a la palabra paciencia.
Confieso que cada vez que su cara de lechuza regordeta llega a la oficina –siempre tarde, siempre como un poco sucio y con aire de ir de compras al mercado–, murmuro mentalmente el proverbio árabe: siéntate a la puerta de tu casa y verás el cadáver de tu enemigo pasar. El que tiene entendimiento, cuente el número de la bestia, pues es número de hombre. Y su nombre es Thierry. Y como hasta el último testigo de este mundo, de cierto, de cierto te digo que contados están sus días.
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Sabato
No me gusta como escritor. Bastante menos como ensayista o presunto filósofo. Respeto, sin embargo, su integridad política y humana, su sentido del compromiso, aunque a veces huela un ansia de figurar, un políticamente correcto. En septiembre de 1999, compartí la lectura de El túnel con el descubrimiento del metro, en París. Por mera coyuntura sentimental, supe comulgar con la alienación de su personaje principal. Tengo un buen recuerdo de sus páginas, pero a su culminación siguió el alivio. Los dos últimos libros que leí de Sabato son Antes del fin y El escritor y sus fantasmas. El primero me pareció digno de abominación, por arrogante y patético. El segundo, terminado hace algo más de un mes, un inclasificable, calificación debida más al tiempo que me supondría ahora encontrar un buen adjetivo que a una hipérbole oculta y festejable. Hace algunos años, indefenso, comencé la lectura de Sobre héroes y tumbas. En un cuaderno, a modo de ficha, anoté: “oh là ! no sabría bien qué decir. Barato y cursi por momentos. Interesante en otras ocasiones.” Su lectura me regaló un adjetivo: sarmentoso, empleado para describir una mano. Pasada la página doscientos, el libro cayó de mis no sarmentosas manos, y como un caído regresó a la biblioteca del Instituto Cervantes. Sobre la relación de Sabato y Borges me enteré leyendo el libro de Orlando Barone, titulado Diálogos: Borges/Sábato. No suelo formar filas en el clan de los arrepentidos, pero no consigo perdonarme no haber comprado, esta última vez en Montevideo, la biografía de Borges escrita a escondidas por Bioy durante años. Aquí algunos extractos en relación con esta entrada.
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Del mal gusto
Dejemos de lado que Ratos de padre, escrito por Julio C. da Rosa, fue un feliz hallazgo y procedamos a la repulsa que nos convoca. Leo -en una madrugada de insomnio y aplicando un método de lectura rápida perfeccionado por los años- el mamotreto Milagro en los Andes, de Nando Parrado, muy a tono con mi estadía en tierras chilensis. Decir mamotreto no denosta la historia relatada sino la historia del libro. Siquiera empezado, en plena dedicatoria, tropiezo con un vosotras que reclama una breve meditación sobre el uso particular del idioma español con el que arranca el autor. Concedo el beneficio del desacierto. Hojeo rápido. Los personajes desdeñan del voseo. Un par de hojas más hasta atestiguar el abominable uso del vosotros, persona bastarda en nuestras tierras gozosas de desinencias más amenas. La indignación como primera respuesta. Luego, una perversidad casi imposible. Busco al principio del libro y la corroboro: el libro fue publicado inicialmente en inglés y estoy leyendo una traducción al español. Pasmado, me digo que ese libro hay que terminarlo y aplicarle la gran Pepe Carvalho. Dicho sea al pasar, no me extraña leer más tarde en el diario El País (de Uruguay) que con este libro Parrado se ha convertido en el escritor uruguayo con más libros vendidos "en el lejano, codiciado y difícil mercado estadounidense". Ha de ser otro milagro, me digo junto a la salamandra, satisfecho.
El otro libro no es un mamotreto sino un mamarracho hecho y derecho. Al leerlo (este sí fue abandonado como merecía) sentí vergüenza ajena. Federico Andahazi ha ganado premios en concursos de cuentos. El hombre ganó el premio Fortabat y el premio Planeta, y ha vendido mucho. Seleccioné un fragmento de La ciudad de los herejes que da perfectamente la clave del adefesio. Anoto al margen que, en una entrevista, el autor, ante la pregunta de si se leía a sí mismo, respondió jamás, lo cual, curiosamente, no deja de ser una muestra de buen gusto. La reflexión sobre el statu quo en el mundillo de la literatura pop queda como ejercicio. Pasemos al fragmento.
El otro libro no es un mamotreto sino un mamarracho hecho y derecho. Al leerlo (este sí fue abandonado como merecía) sentí vergüenza ajena. Federico Andahazi ha ganado premios en concursos de cuentos. El hombre ganó el premio Fortabat y el premio Planeta, y ha vendido mucho. Seleccioné un fragmento de La ciudad de los herejes que da perfectamente la clave del adefesio. Anoto al margen que, en una entrevista, el autor, ante la pregunta de si se leía a sí mismo, respondió jamás, lo cual, curiosamente, no deja de ser una muestra de buen gusto. La reflexión sobre el statu quo en el mundillo de la literatura pop queda como ejercicio. Pasemos al fragmento.
Así, en esa posición, Christine lo tomó fuertemente del pelo y fue guiando la cabeza de él a su gusto y placer, de aquí para allá entre sus muslos, hasta que lo condujo hasta el exacto centro de sus piernas.
-¡Dios mío! -gritó ella, en alusión al Hijo, no al Padre ni, menos aún, al Espíritu Santo, cuando sintió cómo la lengua de Aurelio recorría los silenciosos labios que estaban completamente húmedos.
Al oír las invocaciones a Dios en semejante circunstancia, lejos de sentirse un hereje, Aurelio se dijo que tenía a las Escrituras de su lado. Perdido entre el follaje de los campos de Venus, recordaba los versos bíblicos de los amantes del Cantar de los Cantares.
Soplad en mi huerto, despréndanse sus aromas
Venga mi amado a su huerto,
Y coma de su dulce fruta.
¡Cuán hermosos son tus pies en las sandalias,
Oh hija de príncipe!
Los contornos de tus muslos son como joyas,
obra de mano de excelente maestro.
Y mientras comía de aquella dulce fruta, Aurelio se despojaba de todo sentimiento de culpabilidad. Igual que en el libro sagrado, él hubiese podido decir como Salomón:
He aquí que tú eres hermosa, amiga mía;
He aquí que eres bella; tus ojos son como palomas.
Y ella, mientras gemía y se entregaba, sentada como estaba sobre la horqueta del abeto, podía haber contestado:
He aquí que tú eres hermoso, amado mío, y dulce;
Nuestro lecho es de flores.
¿Quién podría condenarlos por ser fieles a la palabra sagrada? Y así, mientras hacían lo que Dios mandaba, Christine retiró suavemente la cabeza de Aurelio de entre sus piernas, se deslizó de la rama y bajó suavemente hasta la cintura de Aurelio. Tomó entre sus manos la protuberancia que pugnaba por escapar de las calzas, la acarició, la liberó y por fin la llevó hacia su boca. Y así, en cuclillas, a la sombra de la rama del árbol, la animaba el mismo espíritu que surgía del Cantar de los Cantares:
Como el manzano entre los árboles silvestres,
Así es mi amado entre los jóvenes;
Bajo la sombra del deseado me senté,
Y su fruto fue dulce a mi paladar.
¿Quién podía ser dueño de la suficiente autoridad moral para reprobarlos? ¿Ante los ojos de quién podrían estar cometiendo sacrilegio? Aquellos pasajes bíblicos constituían la celebración divina del amor y del placer, el más hermoso elogio poético de la relación entre el hombre y la mujer. Aurelio veía cómo la lengua de Christine recorría cada palmo de su sexo.
Miel y leche hay debajo de tu lengua;
Tus dos pechos, como gemelos de gacela,
Que se apacientan entre lirios.
Luego Aurelio tomó a Christine suavemente por debajo de los brazos y la recostó sobre la hierba. Con la misma delicadeza se posó sobre ella; no le alcanzaban las manos para acariciarla y los labios para besarla.
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Pseudo ranas
Había una pseudo rana. Eso acaba de decir la mujer: había una pseudo rana. ¿Cómo llegué, en nombre de Dios y todos los santos, a esta reunión? Y ella sigue hablando de la falsa disección de ranas, mientras yo pienso en la inmortalidad del cangrejo. Pero ella no habla de decápodos highlanders. Ella habla de ranas. De pseudo ranas. Hablar. Son las 15:25. Comenzamos a las 10. Terminaremos a las 18. En algún lado de mi organismo anda el conejo con spaghetti del mediodía. Parece vivo. Y bastante inquieto. Otro highlander, quizá. Y luego esa crème brulée que fue imposible terminar. Y ahora las ranas. Las pseudo ranas. Terminaremos a las 18. ¿Cómo llegué, Dios mío, a esta reunión? Pero ella sigue hablando de ranas, de escalpelos virtuales, de las épocas de l'école (ah, quand on était à l'école, hein...). De pseudo ranas. Y así.
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Navidad
Allan Hobson, catedrático de psiquiatría en la Escuela de Medicina de Harvard, afirma, entre otras cosas, que las pesadillas no son sueños. Química cerebral mediante, lo que científicamente parece ser una hipótesis bien fundada, tiene también resonancia romántico-kitsch y cierto efecto alegórico facilitado por una semántica de bajo presupuesto.
Mi última pesadilla refiere muy vagamente a la Navidad y termina como casi todas mis pesadillas épicas, termina con exagerado sudor, con taquicardia, con la garganta imposiblemente seca, termina con ese dolor en el pecho que se prolonga aún más que el desvelo posterior. Arrancado violentamente de una emulsión inmunda a otra más inmunda aún, sucede entonces el descargo obligado y frenético en la primera hoja encontrada, cuestión de sacudir lo que quede de pesadez. Y luego horas de mirar el techo, reconstruir la pesadilla, buscar indicios, recordar voces o caras o lugares, asistir mudo a la lenta congregación de cicatrices y caprichos.
La Navidad no es una mierda. La Navidad es una gran mierda. Y no lo creo así por renegar del espíritu gregario occidental, por no querer ser cómplice de una costumbre inocente y entrañable como Lassie pero que hace agua apenas se la sopesa un poco, por renunciar voluntariamente al orgasmo consumista. No. Es algo que siento desde tiempos en los que, falto de una dialéctica más o menos elaborada, simplemente sentía.
Últimamente escucho menos música de lo habitual, lo que indefectiblemente mina mi estado de ánimo. Emilio Oribe, en su libro Teoría del Nous, anotaba: “Pensar es necesario. Vivir no es necesario.” Últimamente debo ocuparme de situaciones que califico de prescindibles pero que resultan fundamentales para moverse en las tres dimensiones cotidianas. Así, los días pasan pero el tiempo no; lo incierto permanece incierto y a mí me es imposible moverme inmerso en esta falsa reconciliación. Últimamente se congregan cicatrices y caprichos en algo a lo que sólo puedo asistir en tanto testigo. Tengo la certeza de que todo es debido al síndrome pre Navidad. Allan Hobson, científico ante todo, dirá que lo mío no pasa de ser una inferencia arbitraria. Allan Hobson, para quien la Navidad no es una pesadilla, se equivoca y lo sabe. Sabe bien que todo esto es a causa del síndrome pre Navidad. Y sabe igualmente que en momentos así me reconforta la leyenda de Salomón, sabe que me alivia recordar que esto también pasará.
Mi última pesadilla refiere muy vagamente a la Navidad y termina como casi todas mis pesadillas épicas, termina con exagerado sudor, con taquicardia, con la garganta imposiblemente seca, termina con ese dolor en el pecho que se prolonga aún más que el desvelo posterior. Arrancado violentamente de una emulsión inmunda a otra más inmunda aún, sucede entonces el descargo obligado y frenético en la primera hoja encontrada, cuestión de sacudir lo que quede de pesadez. Y luego horas de mirar el techo, reconstruir la pesadilla, buscar indicios, recordar voces o caras o lugares, asistir mudo a la lenta congregación de cicatrices y caprichos.
La Navidad no es una mierda. La Navidad es una gran mierda. Y no lo creo así por renegar del espíritu gregario occidental, por no querer ser cómplice de una costumbre inocente y entrañable como Lassie pero que hace agua apenas se la sopesa un poco, por renunciar voluntariamente al orgasmo consumista. No. Es algo que siento desde tiempos en los que, falto de una dialéctica más o menos elaborada, simplemente sentía.
Últimamente escucho menos música de lo habitual, lo que indefectiblemente mina mi estado de ánimo. Emilio Oribe, en su libro Teoría del Nous, anotaba: “Pensar es necesario. Vivir no es necesario.” Últimamente debo ocuparme de situaciones que califico de prescindibles pero que resultan fundamentales para moverse en las tres dimensiones cotidianas. Así, los días pasan pero el tiempo no; lo incierto permanece incierto y a mí me es imposible moverme inmerso en esta falsa reconciliación. Últimamente se congregan cicatrices y caprichos en algo a lo que sólo puedo asistir en tanto testigo. Tengo la certeza de que todo es debido al síndrome pre Navidad. Allan Hobson, científico ante todo, dirá que lo mío no pasa de ser una inferencia arbitraria. Allan Hobson, para quien la Navidad no es una pesadilla, se equivoca y lo sabe. Sabe bien que todo esto es a causa del síndrome pre Navidad. Y sabe igualmente que en momentos así me reconforta la leyenda de Salomón, sabe que me alivia recordar que esto también pasará.
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Ultimátum
Pero este fue un ultimátum en serio, no uno de novela. Esto no es Sol reclamándole blandamente un vástago a Santiago. Esto es un extraño enviando un cedulón sentimental a otro extraño que se encuentra a ocho años de distancia, bastante perdido en el tiempo y definitivamente titubeante ante la novedad.
¿Qué se le puede exigir a un fantasma? ¿Polvo y viento? ¿Un carnet de identidad? ¿Un racconto de renuncias, fracasos y nuevos mares pese a todo? No soy el que era ni soy el que seré. Y en tus manos, hélas, con suerte un fantasma o tal vez un gólem de tiza bastante desdibujado por tu fijación en un tiempo ya caduco.
Porque todo está muerto y muerto el tiempo en que ha vivido. Quizá mañana, en el tiempo circular de los estoicos. No hoy, seguramente. Paso de confidentes y menudo haber es una amistad de doble filo, de la que paso también.
¿Qué se le puede exigir a un fantasma y quién te ha dado potestad, después de todo?
La sombra.- Hace mucho tiempo que no te oigo hablar; quisiera ahora ofrecerte ocasión para ello.
El viajero.- Alguien habla: ¿dónde?, ¿quién?, me parece que me oigo hablar a mí mismo pero con una voz más débil que la mía.
Ni vos ni yo sino dos sombras conversando a espaldas nuestras. ¿Y quién te ha dado potestad, después de todo? Martí decía que los grandes derechos no se compran con lágrimas sino con sangre. Aquí poco se ha derramado. Tristes los ultimátums boomerang. Tristes los pingüinos, tristes los espejos, tristes tus miserias que pretenden ser las mías.
¿Qué se le puede exigir a un fantasma? ¿Polvo y viento? ¿Un carnet de identidad? ¿Un racconto de renuncias, fracasos y nuevos mares pese a todo? No soy el que era ni soy el que seré. Y en tus manos, hélas, con suerte un fantasma o tal vez un gólem de tiza bastante desdibujado por tu fijación en un tiempo ya caduco.
Porque todo está muerto y muerto el tiempo en que ha vivido. Quizá mañana, en el tiempo circular de los estoicos. No hoy, seguramente. Paso de confidentes y menudo haber es una amistad de doble filo, de la que paso también.
¿Qué se le puede exigir a un fantasma y quién te ha dado potestad, después de todo?
La sombra.- Hace mucho tiempo que no te oigo hablar; quisiera ahora ofrecerte ocasión para ello.
El viajero.- Alguien habla: ¿dónde?, ¿quién?, me parece que me oigo hablar a mí mismo pero con una voz más débil que la mía.
Ni vos ni yo sino dos sombras conversando a espaldas nuestras. ¿Y quién te ha dado potestad, después de todo? Martí decía que los grandes derechos no se compran con lágrimas sino con sangre. Aquí poco se ha derramado. Tristes los ultimátums boomerang. Tristes los pingüinos, tristes los espejos, tristes tus miserias que pretenden ser las mías.
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Políticamente incorrecto
Mediante una carambola musical, llego a un sitio que recomienda otro, sito en : www.elmanifiesto.com, que se califica como políticamente incorrecto. De entrada: sospechas varias; porque cuando el volatinero necesita anunciarse él mismo a los cuatro vientos como tal, ya se sabe.
Hay quienes creen que ser políticamente incorrecto es arrimarse a la plaza pública con cara de trasnochado y expectorar algo que vaya contra las buenas costumbres, los lugares comunes y las ideas recibidas. Con tapones en los oídos para lograr un efecto sordina sobre platillos, redoblantes y bombo, estuve navegando el sitio hasta dar con un artículo en el que ofrecen pan y rosas a Pérez-Reverte (no hay como leerte) y ahí mismo me dije que había sido suficiente. Logré soportar un artículo sobre el 11-M y otro sobre el conflicto vasco que incluye unas diapositivas que dejan traslucir un poder de análisis de un niño de ocho años (con trisomía del vigesimoprimer cromosoma), pero cuando llegué al de Pérez-Reverte (no hay como leerte), la detención fue obligatoria.
Hay quienes creen que ser de derecha o izquierda está vinculado a la afiliación a un determinado partido político y son incapaces de ver que es algo que responde a una actitud de vida y que la política ha dado suficientes ejemplos de esto.
Y entonces, recordando aquello de que los amigos de mis amigos, vuelvo al sitio recomendador y constato que peor que lo anterior es encontrar un libro en el que se habla de que el amor debería encontrar un camino político claro. Algo así como el G8 entonando all you need is love. Ya prefiguro a Sarkozy agitando la pandereta e intentando disimular su borrachera. Una grandiosa boludez, si se me permite. Su autor se disculpa anticipadamente de un planteo presumiblemente inocente. Más que inocente, se me antoja irresponsable. Lo salva, quizás, su condición de intrascendente. No deja de ser, bien visto, un buen comienzo para manual de autoayuda para políticos (incorrectos, supongo).
Y mientras yo pierdo el tiempo con cuestiones así, lejano, recostado en el sillón de mimbre, Arturito baja el libro que está leyendo (Primo Levi/Si c’est un homme) y me mira con las cejas levantadas y un principio de sonrisa, sin decir palabra. Y eso que el energúmeno en cuestión dista mucho de ser políticamente correcto.
Hay quienes creen que ser políticamente incorrecto es arrimarse a la plaza pública con cara de trasnochado y expectorar algo que vaya contra las buenas costumbres, los lugares comunes y las ideas recibidas. Con tapones en los oídos para lograr un efecto sordina sobre platillos, redoblantes y bombo, estuve navegando el sitio hasta dar con un artículo en el que ofrecen pan y rosas a Pérez-Reverte (no hay como leerte) y ahí mismo me dije que había sido suficiente. Logré soportar un artículo sobre el 11-M y otro sobre el conflicto vasco que incluye unas diapositivas que dejan traslucir un poder de análisis de un niño de ocho años (con trisomía del vigesimoprimer cromosoma), pero cuando llegué al de Pérez-Reverte (no hay como leerte), la detención fue obligatoria.
Hay quienes creen que ser de derecha o izquierda está vinculado a la afiliación a un determinado partido político y son incapaces de ver que es algo que responde a una actitud de vida y que la política ha dado suficientes ejemplos de esto.
Y entonces, recordando aquello de que los amigos de mis amigos, vuelvo al sitio recomendador y constato que peor que lo anterior es encontrar un libro en el que se habla de que el amor debería encontrar un camino político claro. Algo así como el G8 entonando all you need is love. Ya prefiguro a Sarkozy agitando la pandereta e intentando disimular su borrachera. Una grandiosa boludez, si se me permite. Su autor se disculpa anticipadamente de un planteo presumiblemente inocente. Más que inocente, se me antoja irresponsable. Lo salva, quizás, su condición de intrascendente. No deja de ser, bien visto, un buen comienzo para manual de autoayuda para políticos (incorrectos, supongo).
Y mientras yo pierdo el tiempo con cuestiones así, lejano, recostado en el sillón de mimbre, Arturito baja el libro que está leyendo (Primo Levi/Si c’est un homme) y me mira con las cejas levantadas y un principio de sonrisa, sin decir palabra. Y eso que el energúmeno en cuestión dista mucho de ser políticamente correcto.
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Presentaciones
Y luego del preámbulo inútil, la mujer va y se sienta y comienza una de esas presentaciones en las que hablan media hora de corrido y uno no ve pasar ni una mísera transparencia. Y encima leen pegados a la mesa como si estuvieran jugando al scrabble. Ergo veda de comunicación gestual. Pero la presentación me interesaba y por eso mismo me había dejado martillar por las dos previas sobre no recuerdo muy bien qué del árabe pero que al menos ameritó una reflexión mínima sobre el velo de la muchacha y me permitió imaginarme a mí mismo con una burka calzada a fondo comprando un pancho en la tribuna olímpica del estadio centenario ("Le bal masqué", de la Compagnie Créole, sonaría de fondo).
O sea que se sentó y lo primero que dijo fue que dividiría su presentación en dos partes que le dieran sentido a eso del "análisis del discurso político: el lugar de la reformulación". Cuestión que primero, al grito de aura, se larga con un discurso sobre el discurso. Resumiendo, su metadiscurso versaba sobre la doble categorización del discurso. Alguna que otra cara. Citas a Harris, Dubois, Pécheux. Caras ya más definidas. Luego viene Culioli. Más caras; varias no ambiguas. Finalmente la mujer hace una verónica espectacular y pasa al aspecto reformulativo. Ahí mismo cita a una tal Martinot (mucho gusto, encantado), quien dice en 1994, palabras más, palabras menos, que: todo proceso de retoma de un enunciado que mantiene en el enunciado reformulado una parte invariante de la cual se articula el resto del enunciado, parte variante en relación con el enunciado fuente, es una reformulación. Si yo fumara, habría prendido un pucho en el acto y habría pitado mirando ligeramente al cielo, mientras meditaba en la definición. Pero no fumo, hélas, así que simplemente me quedo pensando en el engendro, para concluir rápidamente que la trampa es semántica y tiene que ver con el sentido que se le atribuye a "variante" e "invariante". Perras negras, como siempre. Entretanto, la mujer se apuraba a analizar las reformulaciones que los medios habían hecho al discurso de De Gaulle del 58 sobre Argelia (cita a Maldidier en el 71). Inmediatamente decanto por lo visual. Me imagino, y no sé por qué, que un cangrejo color verde piedra con una peluca castaña debería ser una reformulación de la vecina de enfrente, sesentona sin complejos, al menos de la parte que veo cuando ella cocina por las noches. Intuyo que me vendría mejor una reformulación puramente antropomórfica en el momento exacto en el que empiezo a oír a Sabina, que no viene de ninguna parte pero está ahí. Y sin embargo cuando duermo sin ti, contigo sueño. Y luego de eso vuelvo a la presentación, justo cuando la mujer está explicando, con un antiizquierdismo demasiado notorio al que sólo le falta emular a Thierry Le Luron cuando cantó l’emmerdant c’est la rose (que era, de hecho, una reformulación de l’important c’est la rose), cómo Chirac había destruido una frase de Miterrand por la simple variación de una preposición en una reformulación, si se me permite la cacofonía y la frase sofocante. Logro olvidar la leve sonrisa de la mujer pensando en Olivia, Popeye, un tallarín verde de pie y en la biografía que saqué de Prévert y que estoy leyendo más episódicamente de lo que quisiera.
La mujer finaliza. Una sola pregunta. En realidad, un uppercut disfrazado de sugerencia disfrazada de pregunta. Nada más, como sucede en casos así. Próxima presentación. Tema: métodos de oralización y escrituración de los locutores francófonos expertos. Que no sorprenda la traducción por “escrituración”: en francés también está así y adivino un juego de palabras de alguien muy, muy inteligente y muy, pero muy interesante. Me levanto y me voy.
El tono de este post podría asombrar. Pero cualquiera con un poco de agudeza notará que no es sino una de las tantas posibles reformulaciones del discurso que este antro ha tenido siempre.
O sea que se sentó y lo primero que dijo fue que dividiría su presentación en dos partes que le dieran sentido a eso del "análisis del discurso político: el lugar de la reformulación". Cuestión que primero, al grito de aura, se larga con un discurso sobre el discurso. Resumiendo, su metadiscurso versaba sobre la doble categorización del discurso. Alguna que otra cara. Citas a Harris, Dubois, Pécheux. Caras ya más definidas. Luego viene Culioli. Más caras; varias no ambiguas. Finalmente la mujer hace una verónica espectacular y pasa al aspecto reformulativo. Ahí mismo cita a una tal Martinot (mucho gusto, encantado), quien dice en 1994, palabras más, palabras menos, que: todo proceso de retoma de un enunciado que mantiene en el enunciado reformulado una parte invariante de la cual se articula el resto del enunciado, parte variante en relación con el enunciado fuente, es una reformulación. Si yo fumara, habría prendido un pucho en el acto y habría pitado mirando ligeramente al cielo, mientras meditaba en la definición. Pero no fumo, hélas, así que simplemente me quedo pensando en el engendro, para concluir rápidamente que la trampa es semántica y tiene que ver con el sentido que se le atribuye a "variante" e "invariante". Perras negras, como siempre. Entretanto, la mujer se apuraba a analizar las reformulaciones que los medios habían hecho al discurso de De Gaulle del 58 sobre Argelia (cita a Maldidier en el 71). Inmediatamente decanto por lo visual. Me imagino, y no sé por qué, que un cangrejo color verde piedra con una peluca castaña debería ser una reformulación de la vecina de enfrente, sesentona sin complejos, al menos de la parte que veo cuando ella cocina por las noches. Intuyo que me vendría mejor una reformulación puramente antropomórfica en el momento exacto en el que empiezo a oír a Sabina, que no viene de ninguna parte pero está ahí. Y sin embargo cuando duermo sin ti, contigo sueño. Y luego de eso vuelvo a la presentación, justo cuando la mujer está explicando, con un antiizquierdismo demasiado notorio al que sólo le falta emular a Thierry Le Luron cuando cantó l’emmerdant c’est la rose (que era, de hecho, una reformulación de l’important c’est la rose), cómo Chirac había destruido una frase de Miterrand por la simple variación de una preposición en una reformulación, si se me permite la cacofonía y la frase sofocante. Logro olvidar la leve sonrisa de la mujer pensando en Olivia, Popeye, un tallarín verde de pie y en la biografía que saqué de Prévert y que estoy leyendo más episódicamente de lo que quisiera.
La mujer finaliza. Una sola pregunta. En realidad, un uppercut disfrazado de sugerencia disfrazada de pregunta. Nada más, como sucede en casos así. Próxima presentación. Tema: métodos de oralización y escrituración de los locutores francófonos expertos. Que no sorprenda la traducción por “escrituración”: en francés también está así y adivino un juego de palabras de alguien muy, muy inteligente y muy, pero muy interesante. Me levanto y me voy.
El tono de este post podría asombrar. Pero cualquiera con un poco de agudeza notará que no es sino una de las tantas posibles reformulaciones del discurso que este antro ha tenido siempre.
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La valse à sale temps
Desactivados los mecanismos de negación, le duele darse de frente, en pleno jardín, con dos estercoleros que nunca había siquiera prefigurado. Primero, a la derecha, la legión de veces en las que ella no estuvo a la altura de los hechos, el triste papel que supo jugar en momentos clave, asistiendo de brazos cruzados a muertes evitables, trombinoscopio de caras afligidas y renuncias silenciosas que no fueron sino un largo, inflexible desierto. Segundo, a la izquierda e igualmente importante, ciertas reacciones que evidencian un espíritu mal perdedor y ocasionalmente vulgar.
Constata, sin el menor asombro, que lo que más le duele es haberse dado cuenta tan tarde.
Constata, sin el menor asombro, que lo que más le duele es haberse dado cuenta tan tarde.
C’est la vie, c’est la vie / qui dit non, qui dit oui
C’est la valse à sale temps / reine des emmerdements
*
Éteins l’abat jour, mon amour.
C’est la valse à sale temps / reine des emmerdements
*
Éteins l’abat jour, mon amour.
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subterráneas
De semiólogos, la RAE y los gatos entre la leña
Siguiendo una idea de Mario Levrero (cf. Irrupciones II), me permito transcribir las siguientes definiciones extraídas de la RAE.
realidad.
1. f. Existencia real y efectiva de algo.
existencia.
existir.
1. intr. Dicho de una cosa: Ser real y verdadera.
real.
1. adj. Que tiene existencia verdadera y efectiva.
efectivo, va.
1. adj. Real y verdadero, en oposición a quimérico, dudoso o nominal.
verdadero, ra.
2. adj. Real y efectivo.
Y después viene un semiólogo a vaciarte su volqueta conceptual en el jardín, en plena mañana, cuando la química cerebral sigue en punto muerto. Y mientras vos resistís diversos embates floridos y algunos pasodobles sobre los presupuestos que realiza un sistema informático que muestra una información calculada (la mediatización de un objeto calculado a partir de otros objetos interpretados), de la boca del bípedo eucariota sale, como una gran pompa de jabón, la palabra objetividad. ¡Objetividad! Oh là... l'objectivité.. mais fous moi la paix, mi viejo. Y mientras pienso que lo suyo es un presupuesto real, verdadero, efectivo y oscuramente endócrino, me pregunto dónde podré conseguir más café, por favor, más café. Café real y efectivo y por ahí, si cuadra, arábigo.
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De teologías y literatura
El Vaticano abolió el limbo. Sí, señores, así nomás, creer o reventar. En un nuevo pase de prestidigitador, largamente alentados por el siempre activo, nuestro ya citado bombardero Ratzinger, la Comisión Teológica Internacional del Vaticano aduce que "la gran cantidad de factores que hemos considerado nos otorgan serios fundamentos teológicos y litúrgicos para tener la esperanza de que los niños no bautizados que mueren serán salvados y disfrutarán de la visión divina". Esperanzas tenemos todos, me digo, algo atónito y cabeceante. La cita es textual y lo de "fundamentos litúrgicos" casi me hace llorar de risa. Dios, intangible en quien sí creo, es realmente grande como para regalarnos un circo tan variopinto aunque no gratuito, mucho menos inocuo.
Pero todo suele explicarse y me permito avanzar una hipótesis. Yo creo que al Vaticano le gustan los niños. De hecho a algunos de sus miembros les gustan mucho los niños, sobre todo bajo el amparo de la mirada contemplativa y conciliadora del bombardero.
Urge resucitar al Dante para que haga una revisión de la Divina Comedia, relato que ha quedado, justo es decirlo, algo trasnochado.
Pero todo sea por los niños...
Pero todo suele explicarse y me permito avanzar una hipótesis. Yo creo que al Vaticano le gustan los niños. De hecho a algunos de sus miembros les gustan mucho los niños, sobre todo bajo el amparo de la mirada contemplativa y conciliadora del bombardero.
Urge resucitar al Dante para que haga una revisión de la Divina Comedia, relato que ha quedado, justo es decirlo, algo trasnochado.
Pero todo sea por los niños...
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In nomine patris...
Aunque en realidad no me sorprende en absoluto.
Leo en Le Monde que el Papa saca un libro titulado "Jesús de Nazareth", firmado por él mismo (por el pibe Ratzinger, no por el flaco Jesú). Se han previsto múltiples traducciones y detrás hay un acto abierto de proselitismo (es su trabajo, en definitiva) y otro un poco menos abierto de facturación. Lo que sí me asombra es que sea el primer Papa en la historia que, siendo Papa, saca un libro a título personal y no ventilando firmemente su indiscutible magisterio. Pero nada detiene al bombardero Ratzinger, exégeta de alma y, por sobre todo, profundamente alemán, lo cual ya es mucho decir.
Tarde o temprano el libro caerá en mis manos (algún amigo o conocido; la biblioteca municipal de enfrente; comprarlo jamás). Por ahora me limito a leer la crítica y sé que josesito intenta amigar historia y fe, vaya tarea. Yo creía que para eso estaban los concilios y que lo que se hacía era dictaminar y no amigar. Leo también que le da palo a Dan Brown sin mencionarlo. El bombardero se esfuerza, nada que hacerle.
Entre esta reseña, la muerte de Vonnegut y un documental que vi ayer sobre el Pentágono, en el que en una parte, al principio, decía "el Pentágono se ve muchas veces obligado a enviar sus tropas a..." (momento en el que cerré todo y borré el archivo en el acto), cómo explicarte.
Y así va el mundo. Ego te absolvo, claro que sí...
Leo en Le Monde que el Papa saca un libro titulado "Jesús de Nazareth", firmado por él mismo (por el pibe Ratzinger, no por el flaco Jesú). Se han previsto múltiples traducciones y detrás hay un acto abierto de proselitismo (es su trabajo, en definitiva) y otro un poco menos abierto de facturación. Lo que sí me asombra es que sea el primer Papa en la historia que, siendo Papa, saca un libro a título personal y no ventilando firmemente su indiscutible magisterio. Pero nada detiene al bombardero Ratzinger, exégeta de alma y, por sobre todo, profundamente alemán, lo cual ya es mucho decir.
Tarde o temprano el libro caerá en mis manos (algún amigo o conocido; la biblioteca municipal de enfrente; comprarlo jamás). Por ahora me limito a leer la crítica y sé que josesito intenta amigar historia y fe, vaya tarea. Yo creía que para eso estaban los concilios y que lo que se hacía era dictaminar y no amigar. Leo también que le da palo a Dan Brown sin mencionarlo. El bombardero se esfuerza, nada que hacerle.
Entre esta reseña, la muerte de Vonnegut y un documental que vi ayer sobre el Pentágono, en el que en una parte, al principio, decía "el Pentágono se ve muchas veces obligado a enviar sus tropas a..." (momento en el que cerré todo y borré el archivo en el acto), cómo explicarte.
Y así va el mundo. Ego te absolvo, claro que sí...
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De otros blogs o de cómo Pettinato también puede ser Willy Wonka
Un amigo me pasó el dato de que había vuelto cierto "icono" de este mundillo. Me pasó también el nuevo link, así que me tiré por el sitio para leerlo un poco y ver si había cambiado en algo el estilo en el que cuando escaseaban argumentos sobraban golpes de puño sobre la mesa o portazos convencidos y supuestamente convincentes. Aunque algunas cosas que dice son pertinentes y hasta eventualmente atendibles, no me gustaba antes y sigue sin gustarme ahora. Ni que hablar del séquito de bananas que suelen comentar sus entradas (hay pocas excepciones rescatables). En fin. A mí, de la gente que se compró la verdad, lo que más me genera curiosidad y desconfianza al mismo tiempo es el lugar en el que la compraron. Y así va el mundo.
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Tres acotaciones sobre el despecho
Uno
Un amigo docente me pide que postee el siguiente comentario realizado en referencia a un curso que dictó no hace mucho en una prestigiosa institución privada. Me pide que acote que es un curso de una carrera universitaria. El belicoso texto expectora así: "Un desastre. El peor profesor, inentendible. Se piensa que estamos en la facultad pública. Muy exigente. No se entendió nada durante todo el año. Además faltaba el respeto." Le pregunto a mi amigo qué hizo para merecer calificativos tan cargados de sentimientos. No me responde nada concreto y se limita más bien a reírse de la oración sobre la facultad pública. Una pena que no ahonde en detalles.
Dos
El problema de las nenas con complejo de lindas es que cualquier negativa a caer en sus garras les resulta, además de incomprensible, un desplante. Las peores son las de cara inocentona y aire Nightingale, esas que ganaban el primer premio al mejor peinado o al vestido más prolijo en las kermesses de escuela, las que llevaban la bandera y salían tan bien en la foto que hacían palidecer nuestro emblema. En el fondo da pena porque la ofídica generación de toxinas les arruina toda comida por un plazo mínimo de siete días. Y la venganza es terrible.
Tres
El más jodido de todos: el autodespecho. Pensaba escribir algo al respecto pero quizá en otra ocasión, cuando el monumento a la trisomía 21 que soy tenga algo interesante para decir. De momento prefiero seguir escuchando Take Five (Brubeck) y viendo cómo perfilarme mejor para darle la definitiva patada en el culo a este año que por suerte ya termina.
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la guitarra de lolo
...y entonces volviendo al tema del sexo y la música los temas de siempre en el fondo no es tan difícil darse cuenta luego de demasiados posts que dejando de lado el desencanto del mundo que es como una niebla de fondo de última siempre tratan de lo mismo música y sexo y entonces se me canta la real gana de buscar mezclas y sobre todo de intentar detectar lo falso o al menos lo vagamente falso y vengo y caigo en el tema el profe de miranda fijate vos un poco pero bueno la cosa es así y entonces dale que es tarde y desde el vamos rescatar que con esa manera de cantar el tipo no tiene la menor necesidad de confesar su orientación sexual lo cual a mí me da redondamente igual pero a lo que voy es a cómo maneja la sensualidad y la sexualidad y la primera palabra que me viene a la punta de los dedos mientras escribo esto es plástico sí sí eso mismo plástico porque en lo sexual falta la fuerza y en lo sensual la profundidad mi modesta opinión debería entenderse desde ya bueno claro que se me antoja un perfecto ejemplo de histerismo eso sí claro que sí porque si pienso en un cantante que una ambas cualidades morrison viene de inmediato pero claro morrison al lado de alejandro sergi o viceversa hasta parecería que no juego limpio en la comparación pero basta ver cualquier vídeo o escuchar un lament for my cock o un concierto en el que en pleno gloria el tipo se manda un wrap your lips around my cock mientras el sulfurado de manzarek aúlla desde los órganos vaya coincidencia y se pone a gritar en tiempo imperativo cosas que ahora no recuerdo pero creo recordar un lick it muy furioso así que bueno entonces centrándonos en miranda creo que hay algunas puntualizaciones a realizar sobre el tema en particular por ejemplo la primera es que el hecho de que cante yo quiero ser tu negro del camión con esa voz da bastante risa por no decir que la primera vez que lo escuché no pude aguantar la carcajada en pleno ómnibus y quedar como un freak porque acá la onda en los ómnibus es el mutismo total no vayas a saludar a un conductor y mejor no saludes porque esto es uruguay pero bueno eso sería tema de otro post y encima el tipo después se manda un yo quiero ser un cerdo picarón dejame de joder un poco el punto es que habría que preguntarle a algún negro de algún camión por más detalles sobre suinos cariñosos y tiernitos y que te guiñen un ojo mientras pasan la página de una sospechosa y pegoteada revista porkies y creo que la lascivia buscada en el tema claudica al menos ante dos frases la primera por su contenido en sí digamos que es la semántica la que la malogra y es cuando dice yo quiero hacerte las cosas más sucias de modo elegante dónde se habrá visto por dios la guarangada que dice el tipo este pero escuchame un poco siguiéndole el ejemplo un mecánico en tutú recorriendo cual gacela el taller y realizando un battement tendu de ardilla digno del Bolshoi para de inmediato emplearse a fondo porque hay que hacer cambio de aros endemoniada grasa cómo ensucia traeme ya el nécessaire ricardo que se me corrió el carefree no se puede vivir así me cago en puglia y la segunda frase no es por su contenido no todo lo contrario porque su contenido podría evidenciar el jugarse una ficha por ahí atrevida pero es digamos la prosodia la que la caga y la parte al medio y esa frase es quiero tocarme y acabar en ti porque cuando dice acabar el tipo que viene con la voz doblada o triplicada o andá a saber el punto es que si no me equivoco una está una octava más alta pero en el momento en el que dice acabar las lleva a ambas al tono más alto y eso le da el toque de escapismo porque por algo el falsete será falsete y me parece ridículo ese cambio de tono porque si quiere acabar en ella que lo diga y punto pero que lo diga bien no como pidiendo perdón porque la embarra la arruina no va negro no va me parece tan contradictorio como esa persona que en el momento preciso en el que te va a hacer una confesión importante como bueno están los que te tocan una tetita cambia el tono de voz a uno más agudo y aniña la voz como quien sabe que va a decir una picardía o algo que-no-está-bien y aunque el vocablo en el acto me hiciera acordar a la canción del cuarteto y todo fuera difícil de sobrellevar a nivel mental porque el que te dije iba a mil y aunque esa confesión terminase quedando más bien en una confusión pero bueno en qué estaba yo ah sí ya viste cómo es esto de la semántica y entonces ahora vengo y me pregunto si no seré muy exigente en ponerle a morrison al costado y me pongo a pensar que de repente tendría que apuntar a ejemplos que se le acerquen un poco más como quizá y por ahí un bowie o un smith o un love and rockets o un jesus and mary chain aunque sí ya sé que no o de repente un virus qué sé yo hasta un miguel abuelo salvando las distancias claro está y esta lista no debería considerarse exhaustiva y yo que de ácido hace buen rato ya que me doy asco a mí mismo para explicar ciertas psicologías siempre recurro a la tani perra con cara de buena e inocente lassie un poroto o un mengele según gustes pero que como cualquier perra no lo es y vos le pegás un grito y el canino veloz se va al rincón pero te sigue sigilosamente con la mirada hasta que zas hace contacto visual y te mueve la cola con esos ojos de esperanza verde que es el color de toda esperanza que se precie de tal y a vos te comienza a ganar la culpa de sobra se sabe que hay personas tani por no ir más lejos mi hermana tiene un ex novio tani y ella sin querer y por no saber cortar de raíz le está aplicando un método hueso-boomerang que es para alquilar balcones pero la flaca es así de una crueldad blanda sin precedentes y la verdad es que el pibe hasta ha superado a la tani quién hubiera dicho y digo que hay personas tani y quisiera decir habemos pero de sobra sé que apenas me mandan a la cucha me voy a la mierda y dejo un recuerdo road runner que te la debo porque aunque me gusta mucho el don’t look back in anger y todos los angry young men lo que más me gusta es el beep beep y seguir camino porque como creo haberlo dicho en otro post yo me ato al mástil y que me echen un galgo sí eso mismo que me echen un galgo y para ir finalizando y cerrar con miranda que es lo que misteriosamente motivó esto decime ahora que vinieron a la fiesta de la equis y me las cerceno aquí mismo emulando la gran mishima aunque desviando a voluntad el cuchillazo y en detrimento de la siliconada sensibilidad de rodia gran amigo gran pero a veces sh y otras veces patti smith y tiene toda la razón del mundo si por ahí se le da por insultarme por siquiera mencionar a miranda acá pero a mí como ya lo he dicho que me echen un galgo vieja galia lutecia querida fluctuat nec mergitur ah sí sí tres veces sí le fils prodige ouais allá voy...
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This is absolutely disgusting
A vos que estás del otro lado, ¿no te parece que en el fondo el pibe algo de razón tiene? Que es jodido que, aunque intente evitarlo, en las reuniones las imágenes le caigan encima como excremento de murciélago, un guano rojizo y tibio, repulsivo y al mismo tiempo inevitable mancha en el charco de materia gris. El proyecto necesita un informe de avance, la conclusión nace como un hongo y está clarísimo y de pronto una mano gira y es una peluca de mimbre, curiosa imagen por su inutilidad, monumento de abejas condenado de antemano al vacío, justo ahora que lo que preocupa es armar los puntos a tratar en el informe. Pestañea rápidamente, se acomoda y se pregunta qué hace ahí a esa hora temprana y criminal en la que a nadie le interesa nada, mucho menos si él estornuda y le duele el esternón, o rememora el quinto encefalograma cuando niño, la dosis de comitoína, la buena cucharada de litio, vamos a tener que dividir, muchachos, que divide and conquer y la unión hace la fuerza, color de sangre tiene el fuego, color negro tiene el volcán, carajo. De su asombro nace un gesto involuntario que le deja el pescuezo como un anillo de moebius mientras se vuelve a preguntar qué mierda está haciendo ahí, con ese rostro imposiblemente Laika, orejas bajas, bigotes, lágrimas de aserrín y el santo torpedo escapándose por el culo del mundo. Pero es así, fácil ceder a las soluciones viscosas, a Torquemada en pijama en el Museo de la Tortura en Amsterdam ahora que lo mejor va a ser que la introducción la redacten los cuatro grupos consensuadamente, oh la vache, venganzas chez Dumas, pas le chat, quoi, Dumas the cat en aceite hirviendo nos hace saltar, recuerdos como penachos o restos de vino en el fondo de la copa, pero cómo que tiene que redactar todo eso, tous ces enculés, merde, Zitarrosa sinfónico, le tocó una sección entera pero a no preocuparse que hay bastante material escrito, raw material, claro, días asegurados de gárgaras de letra impresa, la misma letra que hará hincapié en la metodología y a no olvidar las recomendaciones, gente, que para eso nos gatillan. Vals de marionetas entonces, sus años de guitarra y Sinópoli, manotones de pulpo, de ahogado, de púgil ágil grácil y frágil, monólogos con abundante CH3.CH2-OH, cuántos naufragios tantos, bípedos mamalianos terrestres, anfibios frustrados, duchas frías de mierda líquida y vamos… ¿cómo vamos con la redirección del proyecto que se parece a la mano de abejas acariciando un gargajo de mármol? Es gratuito expresarse así, es mejor acariciar gamuza, le da lo mismo, hoy sí que se caga en todo porque no sólo durmió mal sino que está cabreado y punto, duda en atestiguar con sangre en cuero de cabra y pasarse para el otro bando, silbarse bajito un réquiem en re menor, lacrimosa y agnus dei, tú que quitas el pecado del mundo no te olvides de armar bien la bibliografía, referí que eso realza, negro, las masas se programan, rancunier del carajo, contesta mentalmente el pibe, Linda Lovelace de la tercera edad (pero se lo dice a él mismo), pajero de cuarta que todavía soñás con la gloriosa muerte y que sabías de antemano que alimentabas una tormenta que iba a terminar escupiendo recuerdos a corto plazo, entripados y ojeras en el espejo. Y ahora cae una bacante, una hora tarde, miel y leche, inclinada, cuadrúpeda, besándose las rodillas, ajustada como un tornillo, cómo pueden permitir esto, imposible concentrarse, parpadea otra vez, fosfenos, lagañas duras como grumos, la pieza comienza a dibujarse, recuerdos que vuelven y se disuelven en la resaca, el sol que lastima y el café con leche enfriándose en la taza, una canción, little fish big fish swimming in the water, sentir en el centro mismo del estómago un vacío de ciudad, de amor, de amigos, de todo, de mundo, antimateria revuelta y una oreja festejada por algún hijo de puta afortunadamente desconocido, sacarse el sombrero ante los ciclos espumosos a las 2:22 am, los dos espejos planos paralelos enfrentados… ¿Y qué pasa si la otra gente no está de acuerdo con el contenido del informe? Naaada, no pasa naaada, se dice desde la cueva y pensando en mandar un mensaje en cuentagotas, un resumen gestual, justo hoy que l’amour est anéanti y que sólo quiere abanderarse con los cínicos, revivirlos, rajarse un pedo como el Perro en cualquier lado, cagar en público, ser… ¿conciencia social?, se cuestiona levemente justo cuando alguien propone que se incluyan anexos técnicos, pero bien, bien técnicos, con diagramas y numeritos, chirimbolejos llamativos y que aseguren, che, hay que asegurar, poder palpar, seamos tangibles, les gars, que somos profesionales… ¿conciencia social?, pequeñas cuentas a pagar, facturas que nos pasó la raza al nacer y que se llaman buena educación, piensa bastante convencido en el momento exacto en que empieza a ser él mismo o alguien que se parece bastante a él, sí, ahora sí, un golem semierguido y no tan soñoliento, torpe, vagamente inquieto, agonía balcánica en la NASDAQ, Bregovic y Forbes, Mano Negra incendiando la estación de AFE, el borracho apodado El Arquitecto de la Torre de Pisa que se salvó de todas las cañitas voladoras, y se empieza a sentir mejor porque no está tan mal la idea que acaban de lanzar, le parece razonable porque la ética siempre debería llevar a recomendaciones de largo aliento y de ese tenor y quizá altisonantes pero el honor y la decencia, es sabido, razonable, tan razonable como mirar hacia arriba y constatar que los murciélagos le sonríen impersonalmente y él recuerda a Aristóteles y los diálogos socráticos y que no hay fenómenos morales sino interpretaciones morales de los fenómenos y quiere pensar algo más pero ya no sabe muy bien qué pensar y se dice que lo mejor sería acercarse a la bacante que tiene cara de vacante o hacerse a un costado porque a esa hora mejor no hablar y seguir el consejo salomónico o concentrarse en lo que le están diciendo y dejarse de joder un poco porque la reunión ya termina, por suerte ya termina pero mantener la figura y pasar la hoja y prestar atención y… y… y… siempre y… carajo y murciélagos y plop… merde alors ! merde !
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