Cuando me imagino viejo, barbudo y cansado, querido apenas por algún gato, pseudo filósofo de cantina del estilo misántropo a conciencia, me veo escribiendo un vomitivo tratado cuyo título es Teoría del humor. Me centro en los famosos one-liners y escribo el tratado entero en ese registro (intuyo que responde a una tipología textual más que a un registro, pero igual, a esa altura soy viejo y creo haber ganado el derecho de decir lo que se me antoja). Para honrar a Nietzsche quisiera escribirlo en alemán pero aun a esa edad sigo sin dominar tal engendro.
Nunca nadie lo leerá por completo. Ni siquiera yo mismo pues, siguiendo la sombra del Chapulín Colorado y de Mozart, usaré un generador automático de one-liners para escribir el cincuenta por ciento del mamotreto. Tengo en mente, si no le reventó el hígado a esa altura, pedirle un veinticinco por ciento a Arturito. Será la parte más subterránea. El resto será mío, supongo. Pero todo esto no importa porque en el fondo el libro es un chiste privado, es decir no gracioso. Como subtítulo manejo: "Lo que calló Jaimito" o "De la primera costilla a Jim Carrey, historia de una larga digresión". Como decía, un chiste privado.
Si para esa época, barbudo y cansado, tal vez algo canoso, la ley de Pareto me sigue amparando, el veinte por ciento de los lectores (tres, con suerte) se encargará de lanzarme los cuatro quintos de pedradas correspondientes. No es una mala perspectiva, después de todo. Indiferente, me limitaré a mencionar a Vonnegut y, entre bastones y gagueras, sabré que es por lejos mejor ser despreciado que caer en el olvido.
So it goes.
Nunca nadie lo leerá por completo. Ni siquiera yo mismo pues, siguiendo la sombra del Chapulín Colorado y de Mozart, usaré un generador automático de one-liners para escribir el cincuenta por ciento del mamotreto. Tengo en mente, si no le reventó el hígado a esa altura, pedirle un veinticinco por ciento a Arturito. Será la parte más subterránea. El resto será mío, supongo. Pero todo esto no importa porque en el fondo el libro es un chiste privado, es decir no gracioso. Como subtítulo manejo: "Lo que calló Jaimito" o "De la primera costilla a Jim Carrey, historia de una larga digresión". Como decía, un chiste privado.
Si para esa época, barbudo y cansado, tal vez algo canoso, la ley de Pareto me sigue amparando, el veinte por ciento de los lectores (tres, con suerte) se encargará de lanzarme los cuatro quintos de pedradas correspondientes. No es una mala perspectiva, después de todo. Indiferente, me limitaré a mencionar a Vonnegut y, entre bastones y gagueras, sabré que es por lejos mejor ser despreciado que caer en el olvido.
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