Extraigo, no sin asombro, la siguiente cita del libro "Du papyrus à l'hypertexte", de Christian Vandendorpe:
« La lecture à haute voix fut longtemps la forme normale de lecture, et ce travail d’oralisation était souvent confié à des esclaves dans la Grèce et la Rome antiques. Au IVe siècle de notre ère, l’évêque d’Hippone rapporte dans ses Confessions combien il avait été surpris, rendant visite au vieil Ambroise, de constater que celui-ci lisait sans même remuer les lèvres. »
(La lectura en voz alta fue durante mucho tiempo la forma normal de lectura, y este trabajo de oralización era a menudo confiado a los esclavos en la Grecia y Roma antiguas. En el siglo cuarto de nuestra era, el obispo de Hippo Regius registra en sus Confesiones cuánto se había sorprendido, durante su visita al viejo Ambrosio, al constatar que éste leía sin siquiera mover los labios.)
El viejo Ambrosio es San Ambrosio, quien afirmaba que la guerra era el gran enemigo de la raza humana, no la virginidad. Supongo que el I want you to make love, not war, de Lennon lo desorientaría un poco.
De algún rincón mugriento del recuerdo emerge un comentario muy Piaget que me hizo al respecto una psicóloga que quiero mucho: a los niños se les enseña a leer oralizando y la eliminación del soporte oral se hace progresivamente. Interiorización del lenguaje, si recuerdo bien la lección tan inesperada como oportuna.
Entretanto, importándole un reverendo bledo si a la humanidad entera la niñez le duró más de treinta siglos, del otro lado del mostrador y en camiseta, Arturito de los tres pelitos se ríe de todo esto y me comenta que el problema de la oralización (el tono irónico es criminal) es, en el fondo, el mismo que el del pterodáctilo sub nocte: todo el mundo habló de las garras pero el mago se olvidó de pintarle las alas.
Como de costumbre, no entiendo qué quiere decir, pero le vuelvo a llenar el vaso, a ver si se tranquiliza un poco. Hay esas personas a las que basta decirles que uno tiene vocación de bonzo para que de inmediato se desnuquen por arrimarnos amablemente un fósforo, ese tipo de ayuda puñalada grácil, servilismos felones (fruta freferida de los gangosos), amores que matan.
Cuesta creer que los esclavos en la Grecia y Roma antiguas se viesen confinados a la lectura, cuando basta una lectura de la realidad cotidiana del Uruguay para elucidar en dos segundos que la cultura plancha (la correlación es alevosa, lo sé) se vería en problemas si tuviera que lidiar con La Eneida, por no poner más que un ejemplo que viene a colación del sub nocte que el mongoloide que tengo al lado acaba de expectorar impunemente. Apenas si pueden deletrear desafíos como "ferrocarril" (ferocaril, vo), "se" (si), "borracho" (hic); pronunciar las eses al final; etc.
—Los planchas: ¡qué desperdicio de dientes! —me comenta Arturito de los tres pelitos, que ya vació el vaso y mira la botella con cariño—. Los chilenos se comen las consonantes con más estilo y apetencia, si me permitís la comparación, negro.
Tiene razón. "Plancha se nace, no se hace", canta el bardo en el Cerro, con la mandíbula inferior tan amortiguada que sería la envidia de cualquier pithecantropus erectus que se precie de tal.
Queda como ejercicio imaginarse una tribu plancha encargada de difundir la cultura escrita, con la libertad del caso. Ante el aluvión de estos pintorescos pregoneros, los filólogos ya se van calzando las escafandras y ajustando los estribos. La exégesis corre riesgo de volverse un deporte extremo. Y Christian Vandendorpe difícilmente se entere: seguirá en Ottawa, muriéndose de frío, feliz en su ignorancia, y escribiendo buenos libros.
« La lecture à haute voix fut longtemps la forme normale de lecture, et ce travail d’oralisation était souvent confié à des esclaves dans la Grèce et la Rome antiques. Au IVe siècle de notre ère, l’évêque d’Hippone rapporte dans ses Confessions combien il avait été surpris, rendant visite au vieil Ambroise, de constater que celui-ci lisait sans même remuer les lèvres. »
(La lectura en voz alta fue durante mucho tiempo la forma normal de lectura, y este trabajo de oralización era a menudo confiado a los esclavos en la Grecia y Roma antiguas. En el siglo cuarto de nuestra era, el obispo de Hippo Regius registra en sus Confesiones cuánto se había sorprendido, durante su visita al viejo Ambrosio, al constatar que éste leía sin siquiera mover los labios.)
El viejo Ambrosio es San Ambrosio, quien afirmaba que la guerra era el gran enemigo de la raza humana, no la virginidad. Supongo que el I want you to make love, not war, de Lennon lo desorientaría un poco.
De algún rincón mugriento del recuerdo emerge un comentario muy Piaget que me hizo al respecto una psicóloga que quiero mucho: a los niños se les enseña a leer oralizando y la eliminación del soporte oral se hace progresivamente. Interiorización del lenguaje, si recuerdo bien la lección tan inesperada como oportuna.
Entretanto, importándole un reverendo bledo si a la humanidad entera la niñez le duró más de treinta siglos, del otro lado del mostrador y en camiseta, Arturito de los tres pelitos se ríe de todo esto y me comenta que el problema de la oralización (el tono irónico es criminal) es, en el fondo, el mismo que el del pterodáctilo sub nocte: todo el mundo habló de las garras pero el mago se olvidó de pintarle las alas.
Como de costumbre, no entiendo qué quiere decir, pero le vuelvo a llenar el vaso, a ver si se tranquiliza un poco. Hay esas personas a las que basta decirles que uno tiene vocación de bonzo para que de inmediato se desnuquen por arrimarnos amablemente un fósforo, ese tipo de ayuda puñalada grácil, servilismos felones (fruta freferida de los gangosos), amores que matan.
Cuesta creer que los esclavos en la Grecia y Roma antiguas se viesen confinados a la lectura, cuando basta una lectura de la realidad cotidiana del Uruguay para elucidar en dos segundos que la cultura plancha (la correlación es alevosa, lo sé) se vería en problemas si tuviera que lidiar con La Eneida, por no poner más que un ejemplo que viene a colación del sub nocte que el mongoloide que tengo al lado acaba de expectorar impunemente. Apenas si pueden deletrear desafíos como "ferrocarril" (ferocaril, vo), "se" (si), "borracho" (hic); pronunciar las eses al final; etc.
—Los planchas: ¡qué desperdicio de dientes! —me comenta Arturito de los tres pelitos, que ya vació el vaso y mira la botella con cariño—. Los chilenos se comen las consonantes con más estilo y apetencia, si me permitís la comparación, negro.
Tiene razón. "Plancha se nace, no se hace", canta el bardo en el Cerro, con la mandíbula inferior tan amortiguada que sería la envidia de cualquier pithecantropus erectus que se precie de tal.
Queda como ejercicio imaginarse una tribu plancha encargada de difundir la cultura escrita, con la libertad del caso. Ante el aluvión de estos pintorescos pregoneros, los filólogos ya se van calzando las escafandras y ajustando los estribos. La exégesis corre riesgo de volverse un deporte extremo. Y Christian Vandendorpe difícilmente se entere: seguirá en Ottawa, muriéndose de frío, feliz en su ignorancia, y escribiendo buenos libros.
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