"Ardua tarea la fellatio entre conejos", alcanzo a leer en esta deficiente versión de Desandarás el desierto, ópera prima de Slim Ahamed, célebre moralista argelino, elegante traductor del Corán y cunicultor de estirpe en sus ratos libres. Las ilustraciones en sepia resultan por demás reveladoras.
Librado a extrapolaciones de bajo presupuesto, me quedo pensando en Tales de Mileto y en los castores, y aprovecho para cambiar de canción porque hace exactamente tres horas y media que vengo escuchando Van Diemen's Land. Nada que hacerle, del ritual de siempre a averiguar sobre la isla de Tasmania, un paso. Luego vienen las historias de convictos, la comprensión de la canción de U2, el granito más de arena a un bagaje florido e inútil que cada vez pesa más y sirve para menos. Hoy todo está en Internet. Y si no se encuentra en Internet, siempre se puede intentar con el DSM IV. Los escapismos están a la orden del día y se compran por catálogo.
Puede ser la edad, el cambio de estación o la falta de hierro, pero de cuando en cuando me da por trenzarme de los pelos con los recuerdos. En la ruleta de las pelotudeces al por mayor, hoy salió el tema moradas. Noto, con no poca tristeza y mirando de reojo el blíster de supradyn, que los recuerdos se mezclan y confundo fácilmente rostros y geografías. Una frase que rememoro en un jardín, la ubico posteriormente en un entrepiso y en boca de otra persona. El sillón en el que conocí lo más parecido a la felicidad en realidad nunca existió. Podría hacer el esfuerzo por hilvanar todo correctamente, pero se me ocurre un lujo de funámbulo en seguro de paro.
Por eso, ahora que me mudé una-vez-más voy a intentar catalogar un poco mejor, cuestión de seguir apilando un montoncito que después, en cualquier noche de insomnio como ésta, se pueda golpear despacito con la palma de la mano para sentir que después de todo algo se tiene realmente.
De momento sigo pensando que la portera del edificio al que me mudé tiene algo de títere perverso. Quizá sea la sonrisa de dientes chiquitos y apretados, o el pelo encrespado y prendido como rabioso al cuero cabelludo; apostaría más a esos ojos de raposa indecisa. En todo caso tiene algo que me hace pensar en la prima mayor de Chucky o en una sobrina de Jorge Pacheco Areco.
¿Blasfema Borges cuando postula que lo único que no existe es el olvido? Habría que preguntarle a Slim Ahamed, a ver qué piensa. Arturito de los tres pelitos está vacacionando en el primer mundo, y su opinión no sorprendería a nadie.
Librado a extrapolaciones de bajo presupuesto, me quedo pensando en Tales de Mileto y en los castores, y aprovecho para cambiar de canción porque hace exactamente tres horas y media que vengo escuchando Van Diemen's Land. Nada que hacerle, del ritual de siempre a averiguar sobre la isla de Tasmania, un paso. Luego vienen las historias de convictos, la comprensión de la canción de U2, el granito más de arena a un bagaje florido e inútil que cada vez pesa más y sirve para menos. Hoy todo está en Internet. Y si no se encuentra en Internet, siempre se puede intentar con el DSM IV. Los escapismos están a la orden del día y se compran por catálogo.
Puede ser la edad, el cambio de estación o la falta de hierro, pero de cuando en cuando me da por trenzarme de los pelos con los recuerdos. En la ruleta de las pelotudeces al por mayor, hoy salió el tema moradas. Noto, con no poca tristeza y mirando de reojo el blíster de supradyn, que los recuerdos se mezclan y confundo fácilmente rostros y geografías. Una frase que rememoro en un jardín, la ubico posteriormente en un entrepiso y en boca de otra persona. El sillón en el que conocí lo más parecido a la felicidad en realidad nunca existió. Podría hacer el esfuerzo por hilvanar todo correctamente, pero se me ocurre un lujo de funámbulo en seguro de paro.
Por eso, ahora que me mudé una-vez-más voy a intentar catalogar un poco mejor, cuestión de seguir apilando un montoncito que después, en cualquier noche de insomnio como ésta, se pueda golpear despacito con la palma de la mano para sentir que después de todo algo se tiene realmente.
De momento sigo pensando que la portera del edificio al que me mudé tiene algo de títere perverso. Quizá sea la sonrisa de dientes chiquitos y apretados, o el pelo encrespado y prendido como rabioso al cuero cabelludo; apostaría más a esos ojos de raposa indecisa. En todo caso tiene algo que me hace pensar en la prima mayor de Chucky o en una sobrina de Jorge Pacheco Areco.
¿Blasfema Borges cuando postula que lo único que no existe es el olvido? Habría que preguntarle a Slim Ahamed, a ver qué piensa. Arturito de los tres pelitos está vacacionando en el primer mundo, y su opinión no sorprendería a nadie.
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