Alopecia

« La carrera que se desató en la comunidad científica, dio a conocer una sustancia que provoca la alopecia: la Dihidrotestosterona o DHT. Su inhibición sería la clave del éxito en la lucha contra la calvicie. »

De un recorte de diario


Leo en esta deficiente traducción de “Desandarás el desierto”, opera prima de Slim Ben Ahamed, moralista tunisino, elegante traductor del Corán y poeta de ocasión, que “los peores errores parecen repetirse en la Historia al amparo de un carbónico macabro”. Esta tesis, respaldada hoy mismo por Ricardo Bálsamo, mi vecino de enfrente, admite varios reparos y sin embargo, creo, no hace sino confirmar la condición humana.

No recuerdo cómo encontré el artículo periodístico, pero el estilo refinado de ciertas elucidaciones y, sobre todo, su materia principal, me hicieron pensar en mi vecino y aprovechando el domingo y el escampe crucé a llevárselo. Confieso que también crucé porque don Bálsamo practica la testarudez a guisa de deporte extremo y yo quería poder darme el lujo de preludiar un relato con el célebre alea iacta est: es sabido que cuando alguien se convence de que para eliminar el flagelo mundial de la alopecia, más conocida como calvicie y denominada comúnmente pelada por nuestros congéneres poco proclives a nomenclaturas pomposas, es necesario inhibir a DHL, se encuentra desde el vamos en serios problemas. Resulta indiscutible también que podemos establecer, con un mínimo margen de error, los pasos que seguirá de aquí en más el señor Bálsamo.

A los evidentes e iniciales cuestionamientos morales, puesto que un sistema de mensajería no es más que un incesante trazar de puentes, se sucederán otros de orden más bien organizativo, pues este vecino siente y sentirá en su fuero más íntimo que la moral está muy bien, pero ser pelado es un castigo repudiable.

Como primera medida, no calvo pero atormentado por la caída de cabellos, comenzará por editar uno a uno sus perfiles de comprador cibernético, procediendo a la sustitución de la forma de envío de los productos en cuestión. Sustituirá el servicio a inhibir por otros similares, resignándose, llegado al caso, a la entrega por vía normal. Luego de horas de navegación entre menús confusos, formularios mal diseñados y consideraciones ininteligibles en cuanto a la seguridad de la transacción a realizarse, comenzará a darse cuenta de que una actitud tan arrojada y consecuente como unilateral y feble no le servirán para desbancar como si nada a un servicio de envergadura mundial.

Este ser mortificado procederá entonces a un plan más acorde a la situación y se decidirá a cercar al enemigo en su ciudad, presumiendo que su éxito conllevará a la gestación espontánea y mundial de otros fenómenos similares, y el efecto dominó logrará un rotundo paf que resonará en todos los rincones del globo, para que de esa manera todos podamos festejar, al fin y como corresponde, el fin de la calvicie.

Así, apelará -verbo por demás oportuno- a sus amigos más cercanos y a su fiel esposa, ilustre conocedora de sus deambulares nocturnos e insistentes observaciones frente al espejo (llegando incluso al colmo del doble espejo para lograr una imagen más cruenta de su cada-vez-más-despejada realidad). Planteará el caso claramente y sus amigos darán un sí falto de dilación alguna, a lo que su esposa, cuyo sí es tácito e irrevocable, descorchará un buen champán y todos brindarán por el éxito de la misión.

La fase de entrenamiento del comando se verá precipitada por el aumento inesperado de la pérdida de cabello del jefe, debido a los nervios que sufrirá nuestro paladín, por aquello de los evidentes e iniciales cuestionamientos morales, que no resultarán tan evidentes y de iniciales tendrán poco, sumados al fresco olfatear del peligro inherente a la causa emprendida.

Las primeras medidas, consistentes en profusas intentonas por entorpecer la movilización de la flota de los vehículos de entrega de la empresa, se mostrarán rápidamente insatisfactorias al ya casi calvo héroe, quien optará por prácticas más disuasivas. El comando sesionará y casi por unanimidad (un voto en contra y dos abstenciones) llegarán a una resolución de corte conmovedor. Sin embargo, el primer secuestro a un distribuidor le mostrará al grupo la honda preocupación de la empresa por sus empleados y tras semanas de sordos intentos de negociación, lo devolverán a la sede central, a las cinco de la mañana, desnudo y encapuchado con un sobre manila tamaño gigante, sellado al peso para entrega local, en clara muestra de reprobación.

Dos días más de cavilaciones serán suficientes para que nuestro tan querido vecino pierda el último cabello, arrancado por él mismo en un arrebato de furia ante la indiferencia de la empresa causante de la calvicie. Esto lo llevará a tomar una decisión extrema: en tanto jefe del movimiento de liberación de los pelados notificará a sus auxiliares la fecha del emplazamiento de un coche bomba frente a la sede de la maléfica compañía.

Es claro que sus auxiliares, respaldados por el amor de su amistad y el voto de matrimonio, lo enviarán redondamente a freír espárragos y le sugerirán la concurrencia a un psiquiatra, palideciendo el sentimiento de camaradería y la irrevocabilidad misma del apoyo conyugal. Su esposa, presumiblemente, aprovechará la ocasión para abandonarlo de una vez, yéndose con un miembro del disuelto comando, profuso en cabellos y poco afecto a los espejos.

Él, como un verdadero defensor de causas no perdidas sino por ganar, proseguirá imperturbable su camino de gloria, pero su accionar solitario será tan desafortunado que este santo patrón de los desposeídos de frondosas cabelleras será sorprendido en pleno acto por los oficiales dispuestos para estos (y otros) casos, quienes tendrán la amabilidad de conducirlo a patadas a la seccional más próxima (entre protestas, porque después de todo era un artículo periodístico el que hablaba de inhibir a DHL), y de allí a una cárcel, donde, cada vez que su pelambrera pretenda siquiera asomar para ver si hace frío, el peluquero de turno (ese monstruo frío y mecanizado) lo alivianará en cinco minutos de sus complejos. El juicio que condenará a nuestro guerrero será seguido implacablemente por la prensa. Su esposa volverá con él al grito de siempre estuve, cuestión de no perder sus quince minutos de fama. La gente no se pondrá de acuerdo sobre la culpabilidad y el tema se tratará en el parlamento. Será, de seguro, objeto de charla en peluquerías.

Como al señor Bálsamo le profeso muchísimo cariño y simpatía, quizá algún día un guardia le entregue un paquete de mi parte, enviado vía DHL, indicándole de seguro: « Dale pelado, firmá la entrega ». En lo que a mí respecta, desde ya voy pensando qué enviarle. De momento, y a modo de emblema de esperanza, estoy pensando en un peine verdeazulado.
Javier CoutoJavier Couto (Montevideo, 1974) es narrador. En 2010 obtuvo una mención de honor por Voces (cuentos) en el XVII Premio Nacional de Narrativa “Narradores de la Banda Oriental”. Su novela Thot fue finalista del Premio Minotauro 2013 (Editorial Planeta). En 2014 obtuvo una mención de honor con su libro de cuentos Del otro lado, en el Concurso Literario Juan Carlos Onetti 2014 y la primera mención en el Concurso Internacional de cuentos Julio Cortázar.

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