Está nevando, repitió el hombre, apelando de nuevo al chiste que lo exonera del tipo que está sentado esperando a que lo atienda el médico y justo el aire acondicionado empieza a escupirle en la cabeza pedazos de corcho o hielo, no se sabe bien qué, una sustancia viscosa y blanca que le cae en el pelo, en la cara –un copito en la punta de la nariz–, en los hombros, se le desliza por la ropa y sigue cayendo en su pantalón, en los brazos de la butaca, en el piso. Está nevando, dijo por tercera vez y cambió de asiento. Claro, si está nevando, cómo no va a cambiarse.
Ahora el temporal amainó y el tipo volvió a su lugar inicial. Quizá quiso ir y sentarse y decir (sentir) como Miguelito: ¡já!, gané. Muy bien, señor, muy bien. Y cómo no ganar si casualmente vino el dios del clima disfrazado de secretaria y decidió que no nevaría más, control remoto mediante. El tipo fue y se sentó tranquilo, miró a la secretaria con algo que bien podía ser agradecimiento, hizo un gesto nervioso, quizá orgulloso, seco, casi marcial, como si se acomodase el cuello de una camisa apretada y molesta, miró hacia delante y se sintió vencedor, mientras sacaba con disimulo un sombrero del bolso.
Ahora el temporal amainó y el tipo volvió a su lugar inicial. Quizá quiso ir y sentarse y decir (sentir) como Miguelito: ¡já!, gané. Muy bien, señor, muy bien. Y cómo no ganar si casualmente vino el dios del clima disfrazado de secretaria y decidió que no nevaría más, control remoto mediante. El tipo fue y se sentó tranquilo, miró a la secretaria con algo que bien podía ser agradecimiento, hizo un gesto nervioso, quizá orgulloso, seco, casi marcial, como si se acomodase el cuello de una camisa apretada y molesta, miró hacia delante y se sintió vencedor, mientras sacaba con disimulo un sombrero del bolso.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario