Sol interno

No detesto a los niños que sufren sus terrible twos. Criaturitas. Pero les guardo un pero. Uno rojiblanco, erguido, infranqueable y manso al mismo tiempo. Me sobran los motivos y el de ahora es un buen ejemplo: tren, mañana de frío, libro en el pecho, todo demasiado bien como para ser columpiado violentamente desde cierta blandura a este iluminado vagón por un berrido impertinente y de dos años y medio máximo. Criaturita. Dios lo guarde. Y, de ser posible, lejos de mí.

En la duermevela divagaba sobre la teoría del sol interno tan atendida por los nazis, repasaba la Sociedad Thule, me mezclaba con las enseñanzas del Don Juan de Castaneda, recordaba a René, médium-chamanista-curandera que me crió una buena parte de mi infancia, mientras mi madre se dejaba explotar por un circunciso, rasgo que mi padre insistía en recalcar al menos una vez al día.

Como siempre, en los trenes y en los aviones la nostalgia es implacable. Hoy vuelve tu imagen y con ella todos tus caprichos, todos los berretines que René jamás supo anticipar. Tal vez no sea culpa de nadie. Cómo ibas a saber que, al igual que Don Juan para domar la Yerba del Diablo, alguna vez, a escondidas, planté un bulbo en tu honor. Estabas muy ocupada mirando tu adolescencia pasar frente al espejo, planificando salidas con los chicos del colegio, weekends en Punta del Este, Navidades en Nueva York, cenas con papá en restaurantes comilfó, mientras un servidor, sin credenciales ni modales, sin un mango e imposiblemente imberbe, la veía pasar desde un gallinero inmundo.

Estúpida y triste confesión. Yo, que te guardaba como al hermano más querido, no conseguía evitar murmurar un no seas hija de puta, no me dejes así, aunque no tenga feudo o religión, linaje presentable, semilla y viento. De víctima tengo poco: fui también un gran hijo de puta. No se puede leer tanto Nietzsche a los dieciocho años, anoto mentalmente como un vago atenuante. Ignoro si las diferencias sirven de algo en estos casos. Me consta que en la arena dejé una oreja que te alcanzó un secretario enviado por papá. Me consta también que la recibiste y la guardaste en tu cofre, bajo llave.

Pese a los dieciséis años pasados, pese a los diez que elegimos para desangrarnos lentamente, recuerdo tus pecas, tu pollera corta, un auto el carnaval del ‘93, todas las promesas que no pasaron de saliva. Recuerdo todo eso tanto como el chamanismo me lleva inevitablemente a un diciembre del ‘91, a un bulbo plantado y también a René, que jamás me habló de vos, jamás me sugirió siquiera, cuando volvía desde el santuario hacia la pieza gobernada por imágenes de indios cheyennes, sioux, apaches, que ibas a ser –perspectiva obliga– tan floja hija de puta, y que yo, para no ser menos, iba a aumentar la apuesta hasta el paroxismo, hasta volver rutina el turnarse en nuestra labor de esponjas, de recolectores nocturnos, de títeres bailando traiciones, aburrimientos y renuncias.

Y ahora que la pobre criaturita, que ha de tener un enorme sol interno, comienza de nuevo la serenata, no puedo evitar, a casi once mil kilómetros de distancia y en este vagón innundado de galos, murmurar de nuevo un no seas hija de puta, no me dejes así, aferrado a una vela sin lumbre, lleno de valijas y tan resentido.
Javier CoutoJavier Couto (Montevideo, 1974) es narrador. En 2010 obtuvo una mención de honor por Voces (cuentos) en el XVII Premio Nacional de Narrativa “Narradores de la Banda Oriental”. Su novela Thot fue finalista del Premio Minotauro 2013 (Editorial Planeta). En 2014 obtuvo una mención de honor con su libro de cuentos Del otro lado, en el Concurso Literario Juan Carlos Onetti 2014 y la primera mención en el Concurso Internacional de cuentos Julio Cortázar.

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