Esa paloma con los huevos desparramados sobre la azotea, esa paloma de papel y mármol, esos huevos de papel y mármol, o de cal y yema, de donde saldrán más gallinas sagradas que crucen la medianoche, con un ala baja y la otra abierta. Mientras, yo, también, me presento y viajo, el pelo hasta el suelo, el vestido que me sigue por los suelos, y en la mano, la luna de ayer, el alhelí embrujado, de los años sesenta.
Marosa di Giorgio/Papeles salvajes
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Yo esperaba a Clide en la esquina de la academia, vos me pediste fuego y a esta altura ya no nos queda la menor alternativa: esa escena íntegra un poco golpeada por el viento, un poco la primera entre nosotros, está a media cuadra de los fogonazos del cine, apenas algo adelantada a ese carro-carro con la yegua blanca o bastante después porque si mal no recuerdo hubo cartas (algún par de ellas), hubo eyaculación precoz y arrepentimiento, montones de caras, de manos, cierto clínico infinito que me palmeaba un hombro para despedirme en el crepúsculo contra unos vidrios opacos, camas desiguales y orgullo con voz alta y sonora, el timbrado y dejá, volvete, el mártir, no puedo con tanto resplandor en el camino de cintura, me hace mal, las ganas barco a la manera muy simple de Gonzalito.
Néstor Sánchez/Siberia blues
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