Ocupa a esta página el autor de Die jüdische Frage und der rap (Pendo Verlag, 2008), extensa vindicación del rap judío y testimonio de una retórica cuyo linaje puede rastrearse hasta los versos de Gilgamesh y, parcialmente, al perfecto Cantar de Salomón. Confieso haber frecuentado con inquietud de quiróptero las setecientas setenta y siete lentas páginas en las que el germano revela, a igual tiempo, identidad religiosa y pasión por los juegos de anacronías. La tesis central de Joseph von Furstenberg sostiene que el origen del rap, establecido por el vulgo en el continente negro, se sitúa indiscutiblemente en la Torá. Los dos corolarios principales, tal cual los he entendido, promueven el recobro inmediato del territorio musical rapero usurpado por el mundo goim, en especial por moros y gitanos, y la aceptación de la identidad enseñanza-rap, que lleva al autor a afirmar, desde el prefacio hasta el punto final, que todo es rap.
No nos intimida el posible panfleto. Tampoco nos desagrada la revelación de Moisés como primer hombre de rap. Baste recordar que en su versión folletinesca del judío errante, Eugène Sue prefigura elementos que hoy nos resultan cotidianos: el castigo a la falsa adoración, el pecado eterno, la diáspora como fenómeno aglutinante, referencias obligadas —es sabido— en las canciones de rap que plagan hoy los cuatro vientos. Sin embargo, las aflicciones registradas por Sue fueron expiadas muy anteriormente por griegos y sumerios —Sísifo, Prometeo, Gilgamesh tras la serpiente, son algunos breves ejemplos de nuestra inevitable tendencia a la épica—, por cuanto tampoco sería absurdo postular que el rap fue incluso antes que Moisés.
El libro se excede en referencias. Generoso, otorga la amistad a figuras tan disímiles como el Rabbi Jacob de Louis de Funes, Paul Dundes Wolfowitz, José de Arimatea y los grupos raperos judíos de fama internacional Before Lilith y The kosher boys. Estas variaciones de orfebre parecen refutadas por un detalle acaso trivial: el docto alemán incurre en un error grave al desconocer —o simular desconocer— que la estructura rítmica clásica del rap no puede coincidir con la de los muchos versos que pueblan nuestro Pentateuco.
Sus escasas intervenciones públicas no son más soberbias que su obra. Invitado por Thomas Kausch a su emisión cultural hebdomadaria en Arte para compartir panel con Sinik —rapero francés de origen magrebí—, Jack Lang —ministro de cultura de Miterrand— y un ex agente del Mossad que participó vía teleconferencia desde un lugar incierto, von Furstenberg supo defender los argumentos capitales de su libro: la aliteración como evidencia de rap impuro, el ritmo natural de las lenguas semíticas, las primeras Parasha Hashavua como sesiones musicales encubiertas, el silencio largamente guardado por los escribas. Inútil que Jack Lang refutase la tesis, por espuria, y procediera a relatar su último viaje oficial a Jerusalén. Insuficientes los versos improvisados en dialecto kabyle por Sinik a fin de demostrar no sabemos muy bien qué. Los mejores diálogos quisieron ser los de von Furstenberg y el oscuro ex agente, quienes, obedeciendo las costumbres talmúdicas que obligan sus raíces, incurrieron en arengas sin descanso. Un auditorio de dudosa mansedumbre agregó la tensión restante a la emisión, que registró un récord de audiencia.
A la luz de tantos siglos de exégesis, juzgamos avara la afirmación del ex agente, experto en teología, según quien Moisés, al término de una alquimia imposible en el monte Sinaí, concibió a dos manos doctrina y destino único. Lo hemos dicho anteriormente: la unicidad es un privilegio divino. En la antigüedad, frente al movimiento de los mares la única explicación admisible fue la divina. Igual suerte compartieron viento, sol y luna. Evite el lector la falacia de negación del antecedente. Las mitologías manejan múltiples caprichos y son propensas a los juegos geométricos. Asimov, en su elogio de la escuela jónica, por ejemplo, refiere la dualidad en la mitología babilónica: Tiamat, diosa del agua salada, es escindida en dos por su descendiente Marduk. Como en toda muerte mitológica hay nacimiento, de una mitad fue el cielo; de la otra, la tierra firme. La historia ha querido que el curioso Tales de Mileto, verdadero padre de la ciencia, tenga mejor destino que los sofistas. Todo es agua, equivocó, sin embargo. Todo es número, se aseguró luego. Las variantes de este juego son innúmeras y meramente paradigmáticas: basta cambiar el sustantivo para obtener resultados más o menos conocidos, más o menos verdaderos: energía, movimiento, caos, luz, música, cartas todas de la misma baraja en la que soñamos desde hace milenios, como hoy sueña el docto alemán al asegurar que todo es rap.
Joseph von Furstenberg vive actualmente en Heidelberg y es profesor de teología en la Ruprecht-Karls-Universität.
No nos intimida el posible panfleto. Tampoco nos desagrada la revelación de Moisés como primer hombre de rap. Baste recordar que en su versión folletinesca del judío errante, Eugène Sue prefigura elementos que hoy nos resultan cotidianos: el castigo a la falsa adoración, el pecado eterno, la diáspora como fenómeno aglutinante, referencias obligadas —es sabido— en las canciones de rap que plagan hoy los cuatro vientos. Sin embargo, las aflicciones registradas por Sue fueron expiadas muy anteriormente por griegos y sumerios —Sísifo, Prometeo, Gilgamesh tras la serpiente, son algunos breves ejemplos de nuestra inevitable tendencia a la épica—, por cuanto tampoco sería absurdo postular que el rap fue incluso antes que Moisés.
El libro se excede en referencias. Generoso, otorga la amistad a figuras tan disímiles como el Rabbi Jacob de Louis de Funes, Paul Dundes Wolfowitz, José de Arimatea y los grupos raperos judíos de fama internacional Before Lilith y The kosher boys. Estas variaciones de orfebre parecen refutadas por un detalle acaso trivial: el docto alemán incurre en un error grave al desconocer —o simular desconocer— que la estructura rítmica clásica del rap no puede coincidir con la de los muchos versos que pueblan nuestro Pentateuco.
Sus escasas intervenciones públicas no son más soberbias que su obra. Invitado por Thomas Kausch a su emisión cultural hebdomadaria en Arte para compartir panel con Sinik —rapero francés de origen magrebí—, Jack Lang —ministro de cultura de Miterrand— y un ex agente del Mossad que participó vía teleconferencia desde un lugar incierto, von Furstenberg supo defender los argumentos capitales de su libro: la aliteración como evidencia de rap impuro, el ritmo natural de las lenguas semíticas, las primeras Parasha Hashavua como sesiones musicales encubiertas, el silencio largamente guardado por los escribas. Inútil que Jack Lang refutase la tesis, por espuria, y procediera a relatar su último viaje oficial a Jerusalén. Insuficientes los versos improvisados en dialecto kabyle por Sinik a fin de demostrar no sabemos muy bien qué. Los mejores diálogos quisieron ser los de von Furstenberg y el oscuro ex agente, quienes, obedeciendo las costumbres talmúdicas que obligan sus raíces, incurrieron en arengas sin descanso. Un auditorio de dudosa mansedumbre agregó la tensión restante a la emisión, que registró un récord de audiencia.
A la luz de tantos siglos de exégesis, juzgamos avara la afirmación del ex agente, experto en teología, según quien Moisés, al término de una alquimia imposible en el monte Sinaí, concibió a dos manos doctrina y destino único. Lo hemos dicho anteriormente: la unicidad es un privilegio divino. En la antigüedad, frente al movimiento de los mares la única explicación admisible fue la divina. Igual suerte compartieron viento, sol y luna. Evite el lector la falacia de negación del antecedente. Las mitologías manejan múltiples caprichos y son propensas a los juegos geométricos. Asimov, en su elogio de la escuela jónica, por ejemplo, refiere la dualidad en la mitología babilónica: Tiamat, diosa del agua salada, es escindida en dos por su descendiente Marduk. Como en toda muerte mitológica hay nacimiento, de una mitad fue el cielo; de la otra, la tierra firme. La historia ha querido que el curioso Tales de Mileto, verdadero padre de la ciencia, tenga mejor destino que los sofistas. Todo es agua, equivocó, sin embargo. Todo es número, se aseguró luego. Las variantes de este juego son innúmeras y meramente paradigmáticas: basta cambiar el sustantivo para obtener resultados más o menos conocidos, más o menos verdaderos: energía, movimiento, caos, luz, música, cartas todas de la misma baraja en la que soñamos desde hace milenios, como hoy sueña el docto alemán al asegurar que todo es rap.
Joseph von Furstenberg vive actualmente en Heidelberg y es profesor de teología en la Ruprecht-Karls-Universität.
Esteban Castillo/Apuntes de una enciclopedia patafísica
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