Otra vez en un tren, allez hop. Gare de Lyon. TGV. Avignon en 2h37’. Me espera una jornada y media de reuniones con semiólogos y lingüistas para trabajar en torno a la mediación actual en sitios Web, teniendo en cuenta el potencial que brinda la tecnología hoy. Se hará particular hincapié, a lo largo del proyecto, en la noción de traza de uso que, por ahora, nadie nos ha sabido definir formalmente.
Zitarrosa en el palm, camisa, olor a after shave y un par de guantes porque se vino un frío nórdico que te la debo.
En la última reunión de este proyecto, bastante adormecido, había atinado a anotar en un papel que encuentro ahora mientras preparo la media jornada de hoy: “¿Todo es una traza? Una tribu de escribas en Armani. Visión final: un reloj roto, el desierto, la marca de la soga. La paz.”
Estaba cansado y exageraba, porque en realidad la temática del proyecto me gusta. Y más aún me gusta viajar. De Avignon me quedo con el mistral, la luz, el puente mil veces caído, el palacio de los Papas donde pude asistir al poder del clero, sus bajezas, quizá el pináculo de su hipocresía. Deuda pendiente: el museo de pintura del Petit Palais, que me lo han mentado como grandioso.
Son las diez y media de la mañana. Fiel a un carácter contradictorio, odio las mañanas pero las disfruto enormemente y suelo ser productivo en las primeras horas, incluso soñoliento y titubeante.
Y hablando de productividad, a causa de una exposición temporal, estuve por el Pompidou el fin de semana pasado. A Giacometti lo conocí en el Museo Lousiana, en Copenhague. Admiro incondicionalmente algunas de sus obras. Y por eso mismo al salir de la exposición me quedo pensando, algo triste, si se repitió el artista en sus fantasmas o el museo en sus obras. Y luego el resto del Pompidou, lo moderno y lo contemporáneo, que siempre tomo con pinzas, sopesándolo con cuidado. Seguramente suceda con todo el arte, pero hay cierto tipo de expresión artística que no puede ni decodificarse ni valorarse si no se tiene en cuenta su contexto histórico, mal que le pese a krahd, quien opina, no sin cierta razón, que el punk no pasa de un peinado y tres acordes. Contextos. La famosa frase de Lennon en el Royal Variety no deja de ser una tontería, una ocurrencia infantil con una sonrisa que la amortiguaba; pero la reina estaba en el público. En sus orígenes en Europa, el tenedor no pasaba de un capricho, un capricho digno de abominación en algunos casos extremos. La foto del soldado negro saludando la bandera francesa, en tanto expresión artística, es otro ejemplo, bien explicado por Barthes, de contextualización obligatoria.
Por eso el Pompidou me genera siempre sentimientos que se mueven entre la emoción y el rechazo. Me sigo quedando con mis escasos gustos, algunos Miró y Braque, casi todos los Kandinsky, Zao, los desnudos de Balthus, mi venerado Modigiliani, con suerte algún Mondrian, Pollock monstruo nocturno, algo de Picasso, de Malevitch, el surrealismo en todas sus formas, aún las más trilladas y Bretón repetido, sin ideas, intelectualmente arruinado. Pero por el resto, que caigan ranas del cielo y se abra la tierra.
Sin embargo ahora debo concentrarme en los seis textos que se discutirán en la jornada y media que me espera, en Avignon, luego de 2h37’ de atravesar el interior de Francia, de ver transcurrir bosques, montes, pequeñas ciudades, innúmeros campos sembrados y pensar en la canción de Zitarrosa, que sigue en el palm, y preguntarme yo también, aunque sepa en gran medida la respuesta, por qué, en Uruguay, si hay tanto campo hay tanta gente pobre.
Zitarrosa en el palm, camisa, olor a after shave y un par de guantes porque se vino un frío nórdico que te la debo.
En la última reunión de este proyecto, bastante adormecido, había atinado a anotar en un papel que encuentro ahora mientras preparo la media jornada de hoy: “¿Todo es una traza? Una tribu de escribas en Armani. Visión final: un reloj roto, el desierto, la marca de la soga. La paz.”
Estaba cansado y exageraba, porque en realidad la temática del proyecto me gusta. Y más aún me gusta viajar. De Avignon me quedo con el mistral, la luz, el puente mil veces caído, el palacio de los Papas donde pude asistir al poder del clero, sus bajezas, quizá el pináculo de su hipocresía. Deuda pendiente: el museo de pintura del Petit Palais, que me lo han mentado como grandioso.
Son las diez y media de la mañana. Fiel a un carácter contradictorio, odio las mañanas pero las disfruto enormemente y suelo ser productivo en las primeras horas, incluso soñoliento y titubeante.
Y hablando de productividad, a causa de una exposición temporal, estuve por el Pompidou el fin de semana pasado. A Giacometti lo conocí en el Museo Lousiana, en Copenhague. Admiro incondicionalmente algunas de sus obras. Y por eso mismo al salir de la exposición me quedo pensando, algo triste, si se repitió el artista en sus fantasmas o el museo en sus obras. Y luego el resto del Pompidou, lo moderno y lo contemporáneo, que siempre tomo con pinzas, sopesándolo con cuidado. Seguramente suceda con todo el arte, pero hay cierto tipo de expresión artística que no puede ni decodificarse ni valorarse si no se tiene en cuenta su contexto histórico, mal que le pese a krahd, quien opina, no sin cierta razón, que el punk no pasa de un peinado y tres acordes. Contextos. La famosa frase de Lennon en el Royal Variety no deja de ser una tontería, una ocurrencia infantil con una sonrisa que la amortiguaba; pero la reina estaba en el público. En sus orígenes en Europa, el tenedor no pasaba de un capricho, un capricho digno de abominación en algunos casos extremos. La foto del soldado negro saludando la bandera francesa, en tanto expresión artística, es otro ejemplo, bien explicado por Barthes, de contextualización obligatoria.
Por eso el Pompidou me genera siempre sentimientos que se mueven entre la emoción y el rechazo. Me sigo quedando con mis escasos gustos, algunos Miró y Braque, casi todos los Kandinsky, Zao, los desnudos de Balthus, mi venerado Modigiliani, con suerte algún Mondrian, Pollock monstruo nocturno, algo de Picasso, de Malevitch, el surrealismo en todas sus formas, aún las más trilladas y Bretón repetido, sin ideas, intelectualmente arruinado. Pero por el resto, que caigan ranas del cielo y se abra la tierra.
Sin embargo ahora debo concentrarme en los seis textos que se discutirán en la jornada y media que me espera, en Avignon, luego de 2h37’ de atravesar el interior de Francia, de ver transcurrir bosques, montes, pequeñas ciudades, innúmeros campos sembrados y pensar en la canción de Zitarrosa, que sigue en el palm, y preguntarme yo también, aunque sepa en gran medida la respuesta, por qué, en Uruguay, si hay tanto campo hay tanta gente pobre.
4 comentarios:
hay unos lindos giacomettis en el museo de strasbourg y en basilea; si andás en la vuelta la fondation beyeler muy recomendabile... q ganas de andar en tgv,
gracias por el dato; muy linda ciudad strasbourg (basilea la conozco de paso nomás).. y qué invento el tgv, como los abuelos, otro gran invento
Enternece que alguien piense que el arte puede ir separado de su contexto. Es signo de una fe envidiable.
Los fantasmas de los artistas se repiten en tanto no son exorcizados en las obras precedentes. El problema es que con ellos, desaparece también el arte.
Debe estar bueno andar por el interior de la France un día y medio tras otro...
Comparto lo del exorcismo, salvo que en este caso parece como si Giacometti le hubiera agarrado el xeito a una técnica y la hubiese aplicado hasta la saturación.
El interior de Francia vale la pena, sí. Claro que es imposible referir con "interior" algo homogéneo dado que cada zona resulta en sí compleja.
Publicar un comentario