«Con el tiempo el liceo 26 ha dejado de ser lo que solía», se había dicho Santiago Strada la última vez que había ido a votar. Comienzo obligado de frase oliendo a nostalgia, recordando las pujas entre Líber Arce y Acosta y Lara, la indignación estudiantil y la postura oficial que prolongaba el tiempo de los muchachos, la impune bota sucia de mierda clavada en la nuca durante doce años. En ese entonces Sol no trabajaba en el liceo, era estudiante y creía que los muchachos eran los empleados que tenía su padre a cargo en la barraca que comenzaba a declinar. Hubiera sido imposible explicarle los motivos de aquellas reverencias de pelo corto y mirada gacha que continuaban pese a que ya se estaba, oficialmente, en democracia. Ni que hablar del pecho insuflado por el himno patrio, donde el tiranos temblad era un emblema para quienes todavía pensaban que en cualquier momento se iban a abrir las grandes alamedas, como si se estuviera yendo a algún lado y no deambulando como carne de cañón en un fuego cruzado del que mejor ni empezar a hablar.
O sea que mejor volver al liceo 26 hoy, con su legión de ventanas rotas, las dos escaleras que comunican las diferentes plantas, el terreno con el pasto generalmente crecido. El liceo 26 con sus aulas deslucidas y la última reforma de la educación a cuestas. Si bien la vida sigue siendo como un trompo, los graffitis en las paredes han cambiado sus mensajes, la protesta es otra, y los yuyos han ido ganándole superficie a las baldosas con una indiferencia elogiable. El liceo sigue con su patio enorme y un muro corto donde Sol está apoyada, asistiendo ausente al primer recreo de la mañana.
No muy lejos unos niños juegan con el busto de Artigas, le ponen una bufanda, tapándole los ojos, y le acercan un cigarrillo encendido a los labios de bronce. Mientras uno de ellos, agachado al costado de la peana, mantiene el cigarrillo junto a la boca del prócer, otros tres simulan fusilarlo. Se ríen cuando uno comenta «A éste no le entran ni las balas», y se alternan en la complacencia del deseo final. No ha terminado la tercera ronda de fusilamientos cuando un adscripto acude expeditivo a aplicar el rezongo de rigor y todos se dispersan salvo el dueño de la bufanda, que permanece obligado para escuchar que es una vergüenza nacional vilipendiar (y el niño no se muestra propenso a expandir su vocabulario) a nuestro héroe patrio. La próxima vez, una sanción.
O sea que mejor volver al liceo 26 hoy, con su legión de ventanas rotas, las dos escaleras que comunican las diferentes plantas, el terreno con el pasto generalmente crecido. El liceo 26 con sus aulas deslucidas y la última reforma de la educación a cuestas. Si bien la vida sigue siendo como un trompo, los graffitis en las paredes han cambiado sus mensajes, la protesta es otra, y los yuyos han ido ganándole superficie a las baldosas con una indiferencia elogiable. El liceo sigue con su patio enorme y un muro corto donde Sol está apoyada, asistiendo ausente al primer recreo de la mañana.
No muy lejos unos niños juegan con el busto de Artigas, le ponen una bufanda, tapándole los ojos, y le acercan un cigarrillo encendido a los labios de bronce. Mientras uno de ellos, agachado al costado de la peana, mantiene el cigarrillo junto a la boca del prócer, otros tres simulan fusilarlo. Se ríen cuando uno comenta «A éste no le entran ni las balas», y se alternan en la complacencia del deseo final. No ha terminado la tercera ronda de fusilamientos cuando un adscripto acude expeditivo a aplicar el rezongo de rigor y todos se dispersan salvo el dueño de la bufanda, que permanece obligado para escuchar que es una vergüenza nacional vilipendiar (y el niño no se muestra propenso a expandir su vocabulario) a nuestro héroe patrio. La próxima vez, una sanción.
6 comentarios:
En mi época era "Acosta y Lara" vs. "Liber Falco".
Y yo hice 4to en el mítico "submarino" antes que pasara a ser biblioteca.
Recuerdo con envidia ver la clase de Educación Física de los varones que era sólo jugar al fútbol, mientras que a nosotras nos hacían hacer ridículas series.
Curioso lo que decís, que se haya pasado de Arce a Falco. Este último era del barrio pero en realidad lo que se batallaba era de orden político.
Recuerdo el submarino. Qué salón...
Artigas es una de las pesonas que más me intriga.
Hace ya años lograba sacar de quicio a un cyberpersonaje cada vez que le decía que para mí Artigas no pasaba de un mujeriego contrabandista.
Claro que no pensaba eso sino que fue un anarquista de talla, gran traicionado, cabeza de turco usado hasta por los milicos como figurín de turno. Pero me daba placer molestar a aquel hombre que (mal) citaba de memoria a Quevedo y se creía digno de la patafísica.
Sabés que yo no sé qué fue Artigas.
Me cuesta muchísimo imaginarme su dimensión real.
Tengo, sí, clarísimo, que Artigas no quería al Uruguay. Y es perfectamente lógica la paradoja de elegir como héroe máximo a un tipo que no quería, que nunca quiso saber nada con el Uruguay.
Creo que además eso le da el estatus de mito que tiene y que el tipo se merece, además.
A Artigas lo inventaron en 1840. En el fondo está bien que Artigas, como Gardel, como Quiroga, como Víctor Hugo (Morales, claro) (vale no?), no sean uruguayos.
Supongo que querés decir que no quería *el* Uruguay, en tanto salida política a un conflicto. No sé si es que los que mencionás no son uruguayos o más bien nosotros no asumimos nuestra condición de provincia argentina. No sé...
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