Primavera

Como siempre que termino un curso, además del cansancio me quedan más dudas que otra cosa. Restaurante universitario. Almuerzo solo. Zitarrosa canta por encima de mi espalda doblada. 

Madre, por los médanos blancos, sin decir nada, se fue mi padre. 

Hay que ser un tipo infinitamente quebrado por dentro para entender a ese gran monstruo que cada vez que canta deja huellas. Salud, viejo, a vos tampoco te conoceré. Pero sin duda es más fácil conversar contigo que con algunos estudiantes, signo de que por los salones que frecuento el único que cambia de edad soy yo.

Dudas, decía. Me pregunto si esta indolencia generalizada es real, resultado de una generación absolutamente idiotizada por la tecnología o simplemente la proyección de alguien que cada vez cree menos en todo. Ayer fue la segunda vuelta de las elecciones regionales. La derecha se comió una trompada muy disfrutable. El Primer Ministro dice que asume su parte de responsabilidad y que las reformas continuarán su curso. ¿Por qué nos toman? Ah, nostalgia de un mayo del '68 que no viví. 

Madre, por los médanos blancos viene descalzo ese dios verde.

Y pese a todo salió el sol. Dieciséis grados, París excedido, escotes y minifaldas como si hubiera un tiempo a recuperar. Leo La décroissance est-elle souhaitable ? (de Stéphane Lavignotte) convencido de principio a fin de que el ser humano es, ante todo, profundamente inmediato y por ende idiota. Pienso en Thoreau, en Nietzsche, en Zerzan, en Chomsky, la soledad es atroz. Pan y circo, escotes, minifaldas, la vieja Europa va tan mal como cualquiera. 

Madre, por los médanos blancos han remontado tres barriletes.

Mis amigos se casan y descasan, tienen hijos, plantan banderas preciosas, ajenas, inalcanzables. Yo compro una guitarra, desempolvo el método de Sinópoli, que tras quince años de sueño me devuelve las mismas partituras, vuelvo a tocar valses, estudios y preludios de Tárrega, de Sor, de Villa-Lobos, me divierto como un chico.  Falto de banderas, intento los puentes. Mi madre era profesora de música. En casa siempre hubo un piano, guitarras, un acordeón-piano, un arpa y kilos y kilos de partituras que yo leía casi estúpidamente sentado en el jardín. 

Madre, por los médanos blancos viene bajando un carro de mimbre.

Alguien tendría que haberme explicado, hace muchos años, que la vejez es exógena aunque el cuerpo traicione. Lo constato, aunque yo me sienta igual que hace quince años, en el trato que se me dispensa a veces. Pero me siento igual, o casi, pese a creer cada vez menos, huellas de otra canción, más antigua, más de fondo. 

Madre, me he vuelto viejo.
Javier CoutoJavier Couto (Montevideo, 1974) es narrador. En 2010 obtuvo una mención de honor por Voces (cuentos) en el XVII Premio Nacional de Narrativa “Narradores de la Banda Oriental”. Su novela Thot fue finalista del Premio Minotauro 2013 (Editorial Planeta). En 2014 obtuvo una mención de honor con su libro de cuentos Del otro lado, en el Concurso Literario Juan Carlos Onetti 2014 y la primera mención en el Concurso Internacional de cuentos Julio Cortázar.

3 comentarios:

z dijo...

Como siempre, me hace llorar, casi.

Javier Couto dijo...

El espejo, amigo, el espejo.

basilia dijo...

!!!!!!!!!!