R.N.A.

Y no había caminado cincuenta metros cuando oí la sirena. Nítida. Inconfundible. Doce en punto. Como siempre, la piel de gallina golpeando contra la ropa. En menos de un segundo me di cuenta de que era primer miércoles de mes, por lo que el RNA (Réseau National d’Alerte) estaba probando las sirenas que alguna vez se usaron para alertar sobre bombardeos aéreos y que hoy se utilizan para notificar sobre una catástrofe inminente cualquiera. Un segundo más y comprendí que no estaba en París. Como por un tobogán el sonido se fue alejando hasta convertirse en una imbécil aspiradora utilizada en algún piso bajo de un edificio por una empleada de malhumor y con algo de reuma (me dije), que la pasaba mientras ahuyentaba al gato con un gesto o, por qué no, con una alpargata, pues cualquiera sabe que los gatos temen las alpargatas, sin fundamento mayor. Ahora, aplastado como cima de cumulus nimbus en mi silla, por momentos el piano detrás de Karma Police suena tan a Sexy Sadie que me pregunto si al rippear no hubo algún problema.

Y etcétera, si se me permite repetir la conjunción copulativa.

Por momentos se da esa especie de yoga entre dos objetos; luego se quiebra abruptamente y se produce la disonancia que me devuelve al frío. En días así tengo la sensación de vivir en un calco de la realidad, arrancado de mí mismo, algo resfriado y opaco, de disonancia en disonancia, a caballo entre una cámara de Gessel inversa y un panóptico de Foucault bien lustradito y presentable.

Sin embargo, malgré mis pretensiones elesedísticas intento ir de cuerpo entero contra la teoría de la disonancia cognitiva de Festinger. Mi motto es no ceder ante la realidad con un cambio de creencias a fin de lograr la armonía, lo que tiene demasiado gusto a sistema que acomoda plácidamente las nalgas aplicando la gran Chatelier, sino más bien reafirmarme en mis propias erratas, a riesgo de que el Karma realmente exista y un día se me pasen todas las facturas que fueron derechito a pasivos sin que yo dijera esta boca es mía. Primero en las filas de los popperianos, me aferro al mástil como aquel que no quiso utilizar cera para poder oír el canto. ¿Cuál canto? El de las sirenas, bien entendu, pero no las de la RNA, para bien o para mal.

Pero ahora, con 38º si tengo suerte, cuando no sé si en realidad soy yo quien está escribiendo o es otro el que escribe lo que a mí me gustaría callar (cf. Chuang Tzu), lo mejor va a ser ceder, sí, claudicar aunque sea por un día, pero no frente a la realidad sino ante el perifar grip, la cama caliente, todos los pasos necesarios para volver al sueño de anoche donde hablaba con ballenas que se deslizaban bajo pisos translúcidos, volver a tierras de Hipnos, donde la realidad y la ficción son una misma cosa, y a nadie le importa.
Javier CoutoJavier Couto (Montevideo, 1974) es narrador. En 2010 obtuvo una mención de honor por Voces (cuentos) en el XVII Premio Nacional de Narrativa “Narradores de la Banda Oriental”. Su novela Thot fue finalista del Premio Minotauro 2013 (Editorial Planeta). En 2014 obtuvo una mención de honor con su libro de cuentos Del otro lado, en el Concurso Literario Juan Carlos Onetti 2014 y la primera mención en el Concurso Internacional de cuentos Julio Cortázar.

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