Hasta la tristeza más profunda se termina evaporando como el thinner o las memorias de Ramsés II. Hoy duele verbalizar. Desbordado por licuados de fechas y situaciones inesperadas, el diálogo con el espejo se da almidonado, reverbera indeciso y decanta en gestos vagos, pasta de dientes y promesas de medio vuelo. La inminente primavera va haciendo su trabajo en una madrugada en la que me importa muy poco ser consciente de que posiblemente esté intentando la moneda de tres que cae de canto. Y lo peor no es no tener vino. Lo peor es sentirse tan bien en esta noche abierta y fría, noche que pide sin suerte su golpe de gracia, la palanca o el martillo que te pueden arrancar del vacío y la tristeza, de los malos recuerdos y las pobres experiencias. ¿Cómo perder ciertas batallas en las que me basta ser para marcar la diferencia? ¿Cómo sostener por días una sensación de felicidad sin sentir que estoy hiperventilando? ¿Cómo sentir que realmente encontré algo de valor sin observarlo y darle vueltas como Champollion a la Rosetta? ¿Y luego? ¿La gran José de Arimatea? ¿Huir y esconder? Testigos, todos necesitamos testigos, todos necesitamos atestiguar, decir yo he visto, confieso que he vivido. Incluso los puchos del montón, aplastados contra la cotidiana, soñando el pum para arriba y dale que la vida es corta. Todos. Y a mí nada me tranquiliza más que la certeza de saber que un día he de morir. Pero aún la perspectiva que logro con esa idea queda corta en una noche como ésta en la que la tristeza no quiere irse por una cuestión de desconfianza, en la que la tristeza no sabe que por más encepada que haya estado, termina evaporándose como el thinner o las memorias de Ramsés II, una noche en la que la tristeza no entiende, porque jamás podrá entender, que lo peor no es no tener vino: lo peor es sentirse tan bien.
2 comentarios:
la tristeza encepada,
buena imagen!
Cómo? Cuando lo encuentres lo sabrás.Cuando lo pierdas, lo confirmarás.
A.*
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