Por supuesto que es fácilmente refutable, pero lo mismo me toca. Sucede que ayer dije misceláneas y alguien me preguntó qué quería decir. Me vi aclarando una palabra cuyo significado me parecía por demás trivial. El año pasado me sucedió algo similar con la palabra digresión y terminé hablando de figuras retóricas y de Aristóteles. No hace mucho utilicé abstruso con una muy querida amiga psicóloga y se quedó mirándome como el venado al tigre, esperando la estocada o la palmadita en la espalda. Y hay más ejemplos; los peores son los que involucran galicismos. En momentos así me siento primero un inepto, luego un arrogante, y finalmente desconectado, fuera de foco; tengo una sensación de fractura e irrealidad que dura unos segundos y que yo tiendo a extrapolar a lo que sería un satori.
Hace poco más de un año tomaba a solas una cerveza (un tubo) en Cáceres, en un bar que me parecía ejemplarmente Pasiva. Para ese entonces hacía más de un año y medio que no pisaba tierras orientales. Más de una cosa me hizo recordar Montevideo. En el exterior leía prensa uruguaya y escuchaba tangos y canto popular al mango, cuestión de que, de paso, los vecinos agarraran el gustito extranjero. Aquí la prensa me aburre y la realidad me parece menos real que cuando estaba en el exterior. Desde hace poco más de un año estoy en Uruguay y de cuando en cuando se me da por añorar las veces que estaba allá y añoraba con estar acá. Son temas harto trillados, lo sé, pero ¿dónde está la unidad, entonces? ¿Y la distancia? La distancia se traduce en tiempo y la ecuación se resuelve con facilidad. Claro que hay paradojas. El 468 tarda una hora en llevarme a Sayago y Lan Chile tarda dos en llevarme a Santiago. Y hablando de paradojas, quizá la del cuervo sirva para explicar mi relación con el país.
No se puede vivir así y pretender encima ser aceptado en ciertas filas. Sé que estoy condenado al fracaso y eso es lo que más me motiva a continuar. Porque el problema, mi problema, en definitiva, consiste en aspirar a seguir de esta manera y algún día sentir una especie de unidad, algo que de una vez por todas cuaje como un lago de mercurio o un bebé mirando un sonajero, y entonces sea la paz, una especie de salir al jardín a tomar el sol y leer un poco y reencontrarme con mis muertos y saber que están vivos y que están bien y que todo ya ha pasado, evocación del Hades o del Gran Aliento, el Día y la Noche de Brahma, vago big-bang-big-crunch adelantado, y otros deseos igualmente edénicos y cursis y necesarios para que no sufras, el día menos pensado, un episodio psicótico o te dediques a jugar fervientemente al 5 de oro creyendo que por ahí viene la salvación.
En Corea es de mala educación dar la espalda a alguien “superior” en una escala que se me escapa ahora. Cuenta Marie, una amiga francesa que fue a dar clases de francés a Corea, que cada vez que se encontraba con la señora de la casa en la que se quedaba, la pobre mujer se despedía caminando hacia atrás y haciendo leves reverencias de cabeza. Marie, ante la duda y obedeciendo a su natural politesse française, inclinaba también la cabeza y sonreía. Yo, ante ciertas preguntas, en lugar de responder me muero por inclinar la cabeza y sonreír.
Sabrán disculparse estas misceláneas pero hoy el día promete un buen buche de azogue.
Hace poco más de un año tomaba a solas una cerveza (un tubo) en Cáceres, en un bar que me parecía ejemplarmente Pasiva. Para ese entonces hacía más de un año y medio que no pisaba tierras orientales. Más de una cosa me hizo recordar Montevideo. En el exterior leía prensa uruguaya y escuchaba tangos y canto popular al mango, cuestión de que, de paso, los vecinos agarraran el gustito extranjero. Aquí la prensa me aburre y la realidad me parece menos real que cuando estaba en el exterior. Desde hace poco más de un año estoy en Uruguay y de cuando en cuando se me da por añorar las veces que estaba allá y añoraba con estar acá. Son temas harto trillados, lo sé, pero ¿dónde está la unidad, entonces? ¿Y la distancia? La distancia se traduce en tiempo y la ecuación se resuelve con facilidad. Claro que hay paradojas. El 468 tarda una hora en llevarme a Sayago y Lan Chile tarda dos en llevarme a Santiago. Y hablando de paradojas, quizá la del cuervo sirva para explicar mi relación con el país.
No se puede vivir así y pretender encima ser aceptado en ciertas filas. Sé que estoy condenado al fracaso y eso es lo que más me motiva a continuar. Porque el problema, mi problema, en definitiva, consiste en aspirar a seguir de esta manera y algún día sentir una especie de unidad, algo que de una vez por todas cuaje como un lago de mercurio o un bebé mirando un sonajero, y entonces sea la paz, una especie de salir al jardín a tomar el sol y leer un poco y reencontrarme con mis muertos y saber que están vivos y que están bien y que todo ya ha pasado, evocación del Hades o del Gran Aliento, el Día y la Noche de Brahma, vago big-bang-big-crunch adelantado, y otros deseos igualmente edénicos y cursis y necesarios para que no sufras, el día menos pensado, un episodio psicótico o te dediques a jugar fervientemente al 5 de oro creyendo que por ahí viene la salvación.
En Corea es de mala educación dar la espalda a alguien “superior” en una escala que se me escapa ahora. Cuenta Marie, una amiga francesa que fue a dar clases de francés a Corea, que cada vez que se encontraba con la señora de la casa en la que se quedaba, la pobre mujer se despedía caminando hacia atrás y haciendo leves reverencias de cabeza. Marie, ante la duda y obedeciendo a su natural politesse française, inclinaba también la cabeza y sonreía. Yo, ante ciertas preguntas, en lugar de responder me muero por inclinar la cabeza y sonreír.
Sabrán disculparse estas misceláneas pero hoy el día promete un buen buche de azogue.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario