Misceláneas (2)

Por supuesto que es fácilmente refutable, pero lo mismo me toca. Sucede que ayer dije misceláneas y alguien me preguntó qué quería decir. Me vi aclarando una palabra cuyo significado me parecía por demás trivial. El año pasado me sucedió algo similar con la palabra digresión y terminé hablando de figuras retóricas y de Aristóteles. No hace mucho utilicé abstruso con una muy querida amiga psicóloga y se quedó mirándome como el venado al tigre, esperando la estocada o la palmadita en la espalda. Y hay más ejemplos; los peores son los que involucran galicismos. En momentos así me siento primero un inepto, luego un arrogante, y finalmente desconectado, fuera de foco; tengo una sensación de fractura e irrealidad que dura unos segundos y que yo tiendo a extrapolar a lo que sería un satori.

Hace poco más de un año tomaba a solas una cerveza (un tubo) en Cáceres, en un bar que me parecía ejemplarmente Pasiva. Para ese entonces hacía más de un año y medio que no pisaba tierras orientales. Más de una cosa me hizo recordar Montevideo. En el exterior leía prensa uruguaya y escuchaba tangos y canto popular al mango, cuestión de que, de paso, los vecinos agarraran el gustito extranjero. Aquí la prensa me aburre y la realidad me parece menos real que cuando estaba en el exterior. Desde hace poco más de un año estoy en Uruguay y de cuando en cuando se me da por añorar las veces que estaba allá y añoraba con estar acá. Son temas harto trillados, lo sé, pero ¿dónde está la unidad, entonces? ¿Y la distancia? La distancia se traduce en tiempo y la ecuación se resuelve con facilidad. Claro que hay paradojas. El 468 tarda una hora en llevarme a Sayago y Lan Chile tarda dos en llevarme a Santiago. Y hablando de paradojas, quizá la del cuervo sirva para explicar mi relación con el país.

No se puede vivir así y pretender encima ser aceptado en ciertas filas. Sé que estoy condenado al fracaso y eso es lo que más me motiva a continuar. Porque el problema, mi problema, en definitiva, consiste en aspirar a seguir de esta manera y algún día sentir una especie de unidad, algo que de una vez por todas cuaje como un lago de mercurio o un bebé mirando un sonajero, y entonces sea la paz, una especie de salir al jardín a tomar el sol y leer un poco y reencontrarme con mis muertos y saber que están vivos y que están bien y que todo ya ha pasado, evocación del Hades o del Gran Aliento, el Día y la Noche de Brahma, vago big-bang-big-crunch adelantado, y otros deseos igualmente edénicos y cursis y necesarios para que no sufras, el día menos pensado, un episodio psicótico o te dediques a jugar fervientemente al 5 de oro creyendo que por ahí viene la salvación.

En Corea es de mala educación dar la espalda a alguien “superior” en una escala que se me escapa ahora. Cuenta Marie, una amiga francesa que fue a dar clases de francés a Corea, que cada vez que se encontraba con la señora de la casa en la que se quedaba, la pobre mujer se despedía caminando hacia atrás y haciendo leves reverencias de cabeza. Marie, ante la duda y obedeciendo a su natural politesse française, inclinaba también la cabeza y sonreía. Yo, ante ciertas preguntas, en lugar de responder me muero por inclinar la cabeza y sonreír.

Sabrán disculparse estas misceláneas pero hoy el día promete un buen buche de azogue.
Javier CoutoJavier Couto (Montevideo, 1974) es narrador. En 2010 obtuvo una mención de honor por Voces (cuentos) en el XVII Premio Nacional de Narrativa “Narradores de la Banda Oriental”. Su novela Thot fue finalista del Premio Minotauro 2013 (Editorial Planeta). En 2014 obtuvo una mención de honor con su libro de cuentos Del otro lado, en el Concurso Literario Juan Carlos Onetti 2014 y la primera mención en el Concurso Internacional de cuentos Julio Cortázar.

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