Me despierto o algo así. Doy un manotazo y de casualidad se lanza el disco de la Compagnie Créole. Primer tema. Vive le douanier Rousseau. Cualquier domingo al mediodía recibe lagañoso y con los brazos abiertos un ritmo de estas características. Lo que queda de mí se arrastra hacia la cocina, imaginando el clima tropical, el agua, los cocos y (sobre todo) las morenas invariablemente en bikini. Capuccino mediante comienzan las dialectizaciones del caso. Sólo estos pibes pueden mencionar a un aduanero en una canción. Claro, les pesan años de colonia; eso no lo saca ni el mejor perfume. Ni colonia ninguna (me replico, intentando convencerme de que la ocurrencia es graciosa). Pobre gente. Mirá la tapa del disco, fijate cómo andan vestidos y eso que son famosos y todo. Bueno, eran famosos. Y Rousseau. De seguro una ironía hacia jacobito y su bendito bon sauvage. Claro que sí. Habrá que meditar en torno a la posible ironía. Pero por ahí surge un comme dans les tableaux du douanier Rousseau. Momento de duda. Otro sorbo, mordida a la tostada, ¿cuadros? Más hipótesis. Otra escucha de la canción. ¿Y qué carajo es un palétuvier, en todo caso? Ida al diccionario. Y de paso una búsqueda por douanier Rousseau. En el lapso de una wikipágina el aduanero al que secretamente le rinde pleitesía la compañía criolla se transforma en Henri Rousseau, el más célebre pintor naïf. En un segundo la tapa del disco (ver aquí) cuaja en una autoexplicación. Confieso que jamás me ha gustado el arte naïf. Recuerdo haber asistido a un par de exposiciones. La que más disgustó mi pituitaria (los cuadros han, necesariamente, de olerse) fue, si la memoria no me falla, en Nantes. Y el tema vuelve a repetirse. Bonjour, bonjour, je viens vous inviter, laissez tout tomber...
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A causa de alguna carambola sináptica recuerdo una película que vi de niño y que en su momento me impactó sobremanera. Se titulaba El Manitú. Me largo a buscar qué fue de ese gran filme gran y doy con el sitio de William Girdler, su director, que cualquiera puede visitar en http://www.williamgirdler.com/home.html. El tal William resulta ser un tipo muy sui generis y a ustedes también tiene que haberles sucedido: hay cosas que uno recuerda con admiración pero que bajo la mirada de hoy son sencillamente basura. Bueno, he aquí el caso. En el sitio del tape William, vayan a la sección de Movie Clips y vean el clip titulado Writer's Block. De niño esta escena me parecía formidable. El manitú se imponía grandiosamente. La explosión de la máquina de escribir era tal vez el punto más álgido y que de alguna manera demostraba que a ese ser (por supuesto que recién ahora lo razono) no lo podían bajar de un maquinazo, así que ni probaran con la chumbera, por ejemplo. Hoy en que todo o casi todo sucede in silico (evidentemente no es sólo eso, porque estética y buen gusto van por carriles diferentes), me parece, en el mejor de los casos, mierda líquida.
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Me pongo a bajar unas canciones de Manu Chao y por ahí aparece Tonino Carotone. Casi se me pianta un lagrimón y de inmediato recuerdo las muñecas de goma del vídeo Me cago en el amor. Aquella canción del mondo difficile y de la vita intensa. Una pena que los grandes poetas sean también grandes incomprendidos.
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