Mi madre termina su mensaje aconsejándome que para no desvelarme cruce las chancletas. No pude evitar reírme temiendo despertar a un vecino. Recuerdo cuando la lluvia se cortaba clavando un hacha en la tierra. O el nudo en el pañuelo para que algo sucediera (pero tenía que ser un evento como un partido de fútbol o las elecciones nacionales, por ejemplo). Si hiciera un poco de memoria recordaría muchos rituales más. Unos cuantos años luego veo que no fue tan fácil escindirme de ese legado cultural del campo codificado bajo la forma de cábalas o ritos incomprensibles, tan incomprensibles como el que ejecuta el pibe que le lleva la raíz a Maradona en el documental "El camino de San Diego".
Y no logré la emancipación sin mojarme la camisa a nivel familiar. Para serte sincero, no sé si quedarme con la simpleza y vaga candidez de mis tíos por parte materna o con lo que viene por lado paterno, con mis dos tías patricias, descendientes de franceses, tardes de té y masitas y charlas en las que el preludio de la Suite nº1 para Cello de Bach, recordado gracias al documental de Tristan Bauer sobre Cortázar y que suena en este momento, acompañaba perfectamente un ambiente en el que, por ejemplo, el mobiliario en mármol y roble es moneda común. La primera entrada de esta bitácora enumera unas preferencias marcadas por mi infancia híbrida: los payasos rusos, los gatos, los libros, las manos de las mujeres, el mobiliario antiguo. La música, sin embargo, viene por lado materno. Mi madre, además de cruzar las chancletas y cortar la lluvia con un hacha, es profesora de piano. Hasta los once años, momento en el que me regalaron mi primera radio con casetera, mis insistencias para que tocara el piano eran, lo veo ahora, impertinentes. Ciertas sonatas de Mozart, en particular el allegro de la 15, me retrotraen a ese momento sagrado. Los valses y nocturnos de Chopin fomentaron largamente un carácter taciturno. El vals nº 7 en do sostenido menor, mi preferido, es de una factura perfecta. Y el nocturno nº 19 en mi menor es, creeme lo que te digo, inigualablemente triste. Y no me vengas con Mahler o con toda la agonía rusa: inigualable. Escuchalo y hablamos. Ese hombre sufría en el piano y sufría el piano con él.
Todos nos formamos, sin duda. Resuena la frase de Fidel, que dice que no nacemos con valores, que se inculcan, se aprenden. Lo que dice no deja de ser una trivialidad tanto como una idea que suena patriarcal viniendo de él. Y no digo patriarcal gratuitamente. Me parece adivinar en Oliver Stone una actitud de provocación muy limitada que quizá intenta ocultar una extraña evocación filial. Y se consume un buen rato de documental cuando el dos veces herido de guerra dice que la cerrazón de Fidel en cuanto a relaciones sentimentales le hace recordar a su padre. Tu parles... Ya lo dijo la que te dije: tendrías que haberte dedicado a la psicología.
Y podemos volver a los valores. Por algún motivo evoco los estudios sobre la monogamia de los lobos, que siempre me pareció digna de elogio. Estepario Hesse post Nietzsche descubierto a la salida de la crisis adolescente, preámbulo de otra crisis en las que se jugaban, tardé en comprenderlo, partidos más jodidos. Pero los libros vienen de antes, vienen de la enorme biblioteca nutrida principalmente por mi padre, en la que el esoterismo ocupaba la mayor parte. Y por eso Bailey, Blavatsky, Besant, Ramacharaka, Sri Ramakrishna, Spencer-Lewis, Allan Kardek, rosacruces, masonería, tratados secretos, numerología y quiromancia, las vidas de los Maestros, y cuarenta explicaciones diferentes de la existencia con las que hice un cóctel sincrético que me tuvo años bailando como un trompo.
¿Y por qué los payasos rusos? Porque me arrancaban de la tristeza. Disfruto enormemente un buen chiste de Quino, por ejemplo. Ciertas frases de Groucho se me antojan un prodigio. Pero es un placer intelectual. Puedo, sin embargo, reírme lo indecible con Harold Lloyd, llegar a llorar de risa con la escena en la que Chaplin tiene la crisis en la fábrica en Tiempos Modernos o mientras canta "A nonsense song".
Se entenderá entonces por qué ciertas cosas. Sólo musicalmente tardé años en ir más allá de la música clásica, el canto popular y los Beatles, por quienes sigo profesando una admiración incondicional.
Hoy no miré el reloj y coincidí con él en las dos veintidós aeme. Hoy me dormí, asombro entre asombros, a las doce y media. Habrás comprobado que cuando, luego de comer, nos dormimos sin tomar una cantidad suficiente de líquido, tenemos pesadillas. En la de esta noche estaba encerrado con alguien en una especie de cripta repleta de serpientes, intentando salir, ver en la penumbra, hasta que una serpiente me muerde. Me despierto aterrado, recordando incomprensiblemente el cuento de Quiroga. La pesadilla y la sed, buen título para un boliche sadomasoquista, me digo ahora, más tranquilo. Son más de las cinco de la mañana y en pocas horas tengo que estar más o menos presentable. No pretendía robarte tu tiempo, sólo trataba de sobrellevar el insomnio. En cuanto al contenido, comprenderás que a esta hora es poco lo que se puede apuntar.
Y no logré la emancipación sin mojarme la camisa a nivel familiar. Para serte sincero, no sé si quedarme con la simpleza y vaga candidez de mis tíos por parte materna o con lo que viene por lado paterno, con mis dos tías patricias, descendientes de franceses, tardes de té y masitas y charlas en las que el preludio de la Suite nº1 para Cello de Bach, recordado gracias al documental de Tristan Bauer sobre Cortázar y que suena en este momento, acompañaba perfectamente un ambiente en el que, por ejemplo, el mobiliario en mármol y roble es moneda común. La primera entrada de esta bitácora enumera unas preferencias marcadas por mi infancia híbrida: los payasos rusos, los gatos, los libros, las manos de las mujeres, el mobiliario antiguo. La música, sin embargo, viene por lado materno. Mi madre, además de cruzar las chancletas y cortar la lluvia con un hacha, es profesora de piano. Hasta los once años, momento en el que me regalaron mi primera radio con casetera, mis insistencias para que tocara el piano eran, lo veo ahora, impertinentes. Ciertas sonatas de Mozart, en particular el allegro de la 15, me retrotraen a ese momento sagrado. Los valses y nocturnos de Chopin fomentaron largamente un carácter taciturno. El vals nº 7 en do sostenido menor, mi preferido, es de una factura perfecta. Y el nocturno nº 19 en mi menor es, creeme lo que te digo, inigualablemente triste. Y no me vengas con Mahler o con toda la agonía rusa: inigualable. Escuchalo y hablamos. Ese hombre sufría en el piano y sufría el piano con él.
Todos nos formamos, sin duda. Resuena la frase de Fidel, que dice que no nacemos con valores, que se inculcan, se aprenden. Lo que dice no deja de ser una trivialidad tanto como una idea que suena patriarcal viniendo de él. Y no digo patriarcal gratuitamente. Me parece adivinar en Oliver Stone una actitud de provocación muy limitada que quizá intenta ocultar una extraña evocación filial. Y se consume un buen rato de documental cuando el dos veces herido de guerra dice que la cerrazón de Fidel en cuanto a relaciones sentimentales le hace recordar a su padre. Tu parles... Ya lo dijo la que te dije: tendrías que haberte dedicado a la psicología.
Y podemos volver a los valores. Por algún motivo evoco los estudios sobre la monogamia de los lobos, que siempre me pareció digna de elogio. Estepario Hesse post Nietzsche descubierto a la salida de la crisis adolescente, preámbulo de otra crisis en las que se jugaban, tardé en comprenderlo, partidos más jodidos. Pero los libros vienen de antes, vienen de la enorme biblioteca nutrida principalmente por mi padre, en la que el esoterismo ocupaba la mayor parte. Y por eso Bailey, Blavatsky, Besant, Ramacharaka, Sri Ramakrishna, Spencer-Lewis, Allan Kardek, rosacruces, masonería, tratados secretos, numerología y quiromancia, las vidas de los Maestros, y cuarenta explicaciones diferentes de la existencia con las que hice un cóctel sincrético que me tuvo años bailando como un trompo.
¿Y por qué los payasos rusos? Porque me arrancaban de la tristeza. Disfruto enormemente un buen chiste de Quino, por ejemplo. Ciertas frases de Groucho se me antojan un prodigio. Pero es un placer intelectual. Puedo, sin embargo, reírme lo indecible con Harold Lloyd, llegar a llorar de risa con la escena en la que Chaplin tiene la crisis en la fábrica en Tiempos Modernos o mientras canta "A nonsense song".
Se entenderá entonces por qué ciertas cosas. Sólo musicalmente tardé años en ir más allá de la música clásica, el canto popular y los Beatles, por quienes sigo profesando una admiración incondicional.
Hoy no miré el reloj y coincidí con él en las dos veintidós aeme. Hoy me dormí, asombro entre asombros, a las doce y media. Habrás comprobado que cuando, luego de comer, nos dormimos sin tomar una cantidad suficiente de líquido, tenemos pesadillas. En la de esta noche estaba encerrado con alguien en una especie de cripta repleta de serpientes, intentando salir, ver en la penumbra, hasta que una serpiente me muerde. Me despierto aterrado, recordando incomprensiblemente el cuento de Quiroga. La pesadilla y la sed, buen título para un boliche sadomasoquista, me digo ahora, más tranquilo. Son más de las cinco de la mañana y en pocas horas tengo que estar más o menos presentable. No pretendía robarte tu tiempo, sólo trataba de sobrellevar el insomnio. En cuanto al contenido, comprenderás que a esta hora es poco lo que se puede apuntar.
1 comentario:
un placer
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