En un camping uno se hace amigo del viento, de los grillos y de los baños todavía operacionales. Y es que por ahí, además del fogón, la guitarra, el porro y el repelente de mosquitos, el espíritu campamentista consiste también en educar auditivamente a un pueblo a base de la sonora borinquen en raciones de 140 dB; o tal vez emular el sistema comunicacional de las cotorras pero tomando como fonema universal el eructo, esa bola de aire y felpa con aroma a chorizo y vino lija. Y corre la lija. Y crece el barullo.
—¿Y para cuándo ese post sobre las tres canciones que mencionan a los yacumenza, negro? —me recrimina Arturito de los tres pelitos, a quien no pudimos sacarnos de encima y levantó iglú cerca pero lo más lejos que pudo. El balance que evita el golpe de péndulo, como suele decir el energúmeno.
Desde la hamaca paraguaya en la que escribo estas líneas, a mitad del primer café salvador y detrás de la inevitable cortina de lagañas, yo me pregunto si lo que más me molesta a esta maldita hora es la barba o la barbie de la carpa de enfrente, que no tiene barba pero vino en modelo carpincho, oh diosa hirsuta de las costas rochenses, morituri te salutant, danos una hora más para honrarte y un día sin viento, de ser posible. ¿Los toldos? Bien, gracias, ahora que el siroco amainó un poco. El siroco no nos dejó un ceroka porque se reventaron un par de cuerdas, pero más se perdió en la guerra, cariño. ¿El siroco? Una marca de jugos, bebé. ¿El ceroka? Un amigo del barrio. Stop.
—¿Y para cuándo ese post sobre las tres canciones que mencionan a los yacumenza, negro? —me recrimina Arturito de los tres pelitos, a quien no pudimos sacarnos de encima y levantó iglú cerca pero lo más lejos que pudo. El balance que evita el golpe de péndulo, como suele decir el energúmeno.
Desde la hamaca paraguaya en la que escribo estas líneas, a mitad del primer café salvador y detrás de la inevitable cortina de lagañas, yo me pregunto si lo que más me molesta a esta maldita hora es la barba o la barbie de la carpa de enfrente, que no tiene barba pero vino en modelo carpincho, oh diosa hirsuta de las costas rochenses, morituri te salutant, danos una hora más para honrarte y un día sin viento, de ser posible. ¿Los toldos? Bien, gracias, ahora que el siroco amainó un poco. El siroco no nos dejó un ceroka porque se reventaron un par de cuerdas, pero más se perdió en la guerra, cariño. ¿El siroco? Una marca de jugos, bebé. ¿El ceroka? Un amigo del barrio. Stop.
2 comentarios:
Por todas esas razones y muchas más, las incursiones campamentistas de la familia eran en zona virgen. Supongo que al ojo de los demás seríamos otro grupo de gitanos. Pero sin dudas que era mucho, pero mucho mejor que acampar entre la multitud que puebla los camping de este bendito país.
Y de ahí me quedó la costumbre de acampar en el monte. Y sinceramente le digo, ir a un camping no es acampar: sólo es dormir en carpa y le aseguro que no es lo mismo.
lo sé, lo sé.. además estos apuntes son de una zona muy particular de rocha
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