Milo llega arrastrando su lenta marea de caracoles. Cambio de perfil obligatorio. Segundo café mientras discutimos unos cinco minutos sobre si Carla Bruni es música edulcorada o de la postalina. Mientras yo me inclino por lo primero y Milo vacila, Arturito interrumpe su lectura (Zazie dans le métro, cuarta o quinta vez) para decir al pasar que en su modesta opinión es mierda líquida. Nos interrumpe un grito y los tres desviamos la vista. Vemos entonces cómo el muchacho de la carpa de al lado, no, esa no, la otra, la que está cerca del camping car de los nórdicos (hiperbóreos perdidos; profundamente mudos), se agacha a lavar una cacerola y primero es la espalda, tupida, demasiado tupida y blandengue, pero luego descendemos y para qué explicarte que la ruta se bifurca en razones más bien cavernosas. Arturito cita de memoria un verso del Corán. Milo ensaya su gesto de comerciante javanés sorprendido por un tsunami. Como ya la veo tentada a iniciar una danza kecak (que tanto le fascinan) para ahuyentar la perniciosa imagen, me digo que lo mejor será realizar un breve balance de estos primeros quince días.
Y en el principio fue una tarde entre navidad y fin de año, llegar y comprobar que los mejores predios ya estaban tomados, horas de pesquisas hasta dar con uno más o menos decente. La deformación profesional quiso que levantar el campamento tuviera pretensiones de obra perenne, salvo por Arturito que, indiferente, armó su iglú en quince minutos y bajó a la playa. Dos horas más tarde, faltaba hablar en codos para emular la hazaña del patriarca Noé cuando cayó la primera visita. Vecino cordial y sanducero, torso desnudo que permitía establecer que más que grávido estaba de diez meses. Nos informaba sin preámbulos sobre los desplazamientos solares y las sombras implicadas durante la jornada. En criollo, la carpa estaba muy mal ubicada.
Y en el principio fue una tarde entre navidad y fin de año, llegar y comprobar que los mejores predios ya estaban tomados, horas de pesquisas hasta dar con uno más o menos decente. La deformación profesional quiso que levantar el campamento tuviera pretensiones de obra perenne, salvo por Arturito que, indiferente, armó su iglú en quince minutos y bajó a la playa. Dos horas más tarde, faltaba hablar en codos para emular la hazaña del patriarca Noé cuando cayó la primera visita. Vecino cordial y sanducero, torso desnudo que permitía establecer que más que grávido estaba de diez meses. Nos informaba sin preámbulos sobre los desplazamientos solares y las sombras implicadas durante la jornada. En criollo, la carpa estaba muy mal ubicada.
2 comentarios:
Sí. Puedo imaginarme cuál verso del Corán.
La del Corán es la parte más bien fácil. Lo complicado es emular a un javanés (comerciante y ante inminente tsunami)
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