Allan Hobson, catedrático de psiquiatría en la Escuela de Medicina de Harvard, afirma, entre otras cosas, que las pesadillas no son sueños. Química cerebral mediante, lo que científicamente parece ser una hipótesis bien fundada, tiene también resonancia romántico-kitsch y cierto efecto alegórico facilitado por una semántica de bajo presupuesto.
Mi última pesadilla refiere muy vagamente a la Navidad y termina como casi todas mis pesadillas épicas, termina con exagerado sudor, con taquicardia, con la garganta imposiblemente seca, termina con ese dolor en el pecho que se prolonga aún más que el desvelo posterior. Arrancado violentamente de una emulsión inmunda a otra más inmunda aún, sucede entonces el descargo obligado y frenético en la primera hoja encontrada, cuestión de sacudir lo que quede de pesadez. Y luego horas de mirar el techo, reconstruir la pesadilla, buscar indicios, recordar voces o caras o lugares, asistir mudo a la lenta congregación de cicatrices y caprichos.
La Navidad no es una mierda. La Navidad es una gran mierda. Y no lo creo así por renegar del espíritu gregario occidental, por no querer ser cómplice de una costumbre inocente y entrañable como Lassie pero que hace agua apenas se la sopesa un poco, por renunciar voluntariamente al orgasmo consumista. No. Es algo que siento desde tiempos en los que, falto de una dialéctica más o menos elaborada, simplemente sentía.
Últimamente escucho menos música de lo habitual, lo que indefectiblemente mina mi estado de ánimo. Emilio Oribe, en su libro Teoría del Nous, anotaba: “Pensar es necesario. Vivir no es necesario.” Últimamente debo ocuparme de situaciones que califico de prescindibles pero que resultan fundamentales para moverse en las tres dimensiones cotidianas. Así, los días pasan pero el tiempo no; lo incierto permanece incierto y a mí me es imposible moverme inmerso en esta falsa reconciliación. Últimamente se congregan cicatrices y caprichos en algo a lo que sólo puedo asistir en tanto testigo. Tengo la certeza de que todo es debido al síndrome pre Navidad. Allan Hobson, científico ante todo, dirá que lo mío no pasa de ser una inferencia arbitraria. Allan Hobson, para quien la Navidad no es una pesadilla, se equivoca y lo sabe. Sabe bien que todo esto es a causa del síndrome pre Navidad. Y sabe igualmente que en momentos así me reconforta la leyenda de Salomón, sabe que me alivia recordar que esto también pasará.
Mi última pesadilla refiere muy vagamente a la Navidad y termina como casi todas mis pesadillas épicas, termina con exagerado sudor, con taquicardia, con la garganta imposiblemente seca, termina con ese dolor en el pecho que se prolonga aún más que el desvelo posterior. Arrancado violentamente de una emulsión inmunda a otra más inmunda aún, sucede entonces el descargo obligado y frenético en la primera hoja encontrada, cuestión de sacudir lo que quede de pesadez. Y luego horas de mirar el techo, reconstruir la pesadilla, buscar indicios, recordar voces o caras o lugares, asistir mudo a la lenta congregación de cicatrices y caprichos.
La Navidad no es una mierda. La Navidad es una gran mierda. Y no lo creo así por renegar del espíritu gregario occidental, por no querer ser cómplice de una costumbre inocente y entrañable como Lassie pero que hace agua apenas se la sopesa un poco, por renunciar voluntariamente al orgasmo consumista. No. Es algo que siento desde tiempos en los que, falto de una dialéctica más o menos elaborada, simplemente sentía.
Últimamente escucho menos música de lo habitual, lo que indefectiblemente mina mi estado de ánimo. Emilio Oribe, en su libro Teoría del Nous, anotaba: “Pensar es necesario. Vivir no es necesario.” Últimamente debo ocuparme de situaciones que califico de prescindibles pero que resultan fundamentales para moverse en las tres dimensiones cotidianas. Así, los días pasan pero el tiempo no; lo incierto permanece incierto y a mí me es imposible moverme inmerso en esta falsa reconciliación. Últimamente se congregan cicatrices y caprichos en algo a lo que sólo puedo asistir en tanto testigo. Tengo la certeza de que todo es debido al síndrome pre Navidad. Allan Hobson, científico ante todo, dirá que lo mío no pasa de ser una inferencia arbitraria. Allan Hobson, para quien la Navidad no es una pesadilla, se equivoca y lo sabe. Sabe bien que todo esto es a causa del síndrome pre Navidad. Y sabe igualmente que en momentos así me reconforta la leyenda de Salomón, sabe que me alivia recordar que esto también pasará.
9 comentarios:
Jahey… Jahey... (acá va ese disentimiento que se hace chasqueando la lengua cinco veces contra el borde anterior del paladar, según cierto ritmo, y que por inefabilidad tipográfica no puedo hacerseló –me es sugerido tzh, tzh, tzh, tzh tzh pero creo que no…)
No comparto el enfoque dialéctico del rito navideño, ni creo que la Navidad sea una costumbre inocente. Como todo Símbolo [verdadero] (o Mito, entendido como articulación de Símbolos y Símbolo a su vez), es expresión de una realidad de orden diferente a la cual accede la inteligencia racional.
Más, el Símbolo es una puerta que permite acceder a un conocimiento de orden superior, o supraindividual, mediante algún mecanismo que imagino similar a la simpatía.
Pero para esto, el individuo debe entregarse al rito sin hacer preguntas (permanecer en silencio, como sugiere la raíz griega de mito: muthos: mu, que también se encuentra en el latín mutus), sin tratar de entender racionalmente (quizá este es el principal motivo de que la fe es indispensable en toda experiencia mística).
La misma raíz tiene misterio, con un sentido principalmente vinculado a la iniciación.
No creo que sea necesario pensar para vivir. Y hay mucha gente que durante toda su vida sólo transmitió como enseñanza que para vivir, es necesario no pensar.
Pero, ya que persistirás en tu raciocinio, podés cambiar la foto del perfil por una del Grinch.
Mi estimado hierofante Zeta, habría que preguntarle a Saulo, ese gran demagogo, si la fe es indispensable en toda experiencia mística. El rito al que opongo un enfoque racional es el exotérico. Pero no el exotérico en un sentido pagano sino el que es burdamente exotérico a fuerza de globalización, consumismo y mucha fruta seca con champán. Porque a realidades de otro orden no se accede armando el pesebre o el arbolito, cantando villancicos, dándoles plata a los sin abrigo.
Si la realidad mencionada va por el lado de la comunión, el argumento es más atendible pero de inmediato surge lo hipócrita, y eventualmente inmoral, de un estado de espíritu que habría que cultivar a diario y no una vez al año. Y no creo que por decir esto sea yo un caído sino más bien lo contrario. He formado filas desde la infancia y, a mi modo, sigo haciéndolo hoy día.
Me es imposible disociar pensamiento de existencia. Supongo que a Oribe le pasaba algo similar, sólo que él, puesto a optar, prefería lo primero a lo segundo. Verba. Como cuando el maestro señalaba que el hombre prefiere preferir la nada a no preferir. Verba encore. (Dicho sea al pasar, nuestro amigo Rodia me ha prometido una disertación bloguística en torno a los conceptos de esencia y existencia.) Creo que quienes han predicado otro tipo de conocimiento más allá de la inteligencia, no han contrapuesto intuición y raciocinio sino más bien los han puesto en una escala, mostrando que el primero tiene mayor alcance que el segundo. Pero esas personas no pasaron de inquilinos en este mundo. No se puede patear el avispero así y salir ileso. Imagínese usted a Leonardo predicando la maravilla del sfumato y luego imagínese años y hordas de ingenuos ardientes intentando lograr el prodigio. Un resumen milenario posterior le mostrará lo previsible: Leonardo era único y únicos eran sus atributos.
Y aún así, la entrega irracional al rito existe y hay múltiples ejemplos de ello. Me atrevo a citar la entrega de los estadounidenses al rito de la democracia. Curioso que alguna gente reaccione mal cuando se dice que la democracia o el método científico no pasan de un acto de fe, malgré todos los griegos juntos y Popper himself. Acto de fe que se apoya, además, en una semántica ad-hoc puesto que la democracia y el método científico no existen.
Por lo demás, la actitud del Grinch es deplorable, robarle la Navidad a esas buenas gentes.
Lamentablemente tengo que decirlo: el sfumato no pasa de ser un producto tecnológico. No es un elemento de trascendencia, a menos que se entienda ésta por perpetuación en la memoria de una cultura. (Puede insultarme si gusta de ello.)
Y el campo de acción de la razón, es precisamente el de los meros avances tecnológicos. Más o menos es una profitable (¿como se dice en cristiano?!) herramienta de análisis y codificación de información, de cara a su acopio y fácil transmisión (¿está de más decir que todo aquello que es inefable para la codificación en cuestión, se pierde? Pero ojo, no deja de existir, aunque a nadie le importe.)
El problema aparece cuando (actitud très commun à ces temps-ci) esta herramienta (la razón, aka ego) se transforma en el Todo. No sé como es el proceso (supongo que por medio de una comodidad de similar especie a la que yace tras toda adicción), pero nos hace creer que ella y yo somos lo mismo.
Entonces ocurre que el destornillador nos convence de que es la única herramienta: los clavos dejan de existir (hoy todo lo que no es tecknei no existe). (Tan absurdo como creer que lo que no está en internet, n'est pas.)
No sé si no se accede a otra realidad armando el arbolito. Es posible que no. Pero no conozco más forma de averiguarlo que armándolo (o encontrando a un véritable hiérophante).
Sepa, por otro lado, que las promesas de disertación de Rodia, son enunciación y sustancia a una vez. Lo cual es una rara virtud y no un defecto como piensan algunos infieles.
Y, mal que le pese, levantaré yo también junto a Circe, una copa a su salud cuando suene la hora (que debido a esa rara coincidencia derivada de la esfericidad y otras propiedades geománticas, sonará a destiempo en su pueblo y en el nuestro, recordándonos que toda distancia no puede ser sino –cuando menos– tetradimensional). (No sé si sabía que Circe tiene un delantal nuevo. Es adecuado, sí. Exhibe una inscripción que alude unos Olivos… está bien).
A ninguno de los dos les suenan bien los términos en inglés. En francés sí. Ustedes lo que son es un par de franceses.
Y creo que no querer la navidad es una lástima. Yo mucho no la quiero, pero es una lástima.
navegare necese
navidad non necese
"un estado de espíritu que habría que cultivar a diario y no una vez al año"
Hace unos pocos días me preguntaba (y le preguntaba a los oyentes) ¿Qué hago para ser mejor persona? Pregunta que sorprendió a muchos porque no consideran necesario el esfuerzo de cultivar virtudes.
“cada uno es como es”
Es más, la virtud está asociada a los tontos y perdedores de este mundo. Sobre esto pienso escribir, cuando tenga tiempo y un minuto de lucidez.
Por otra parte, ahora sé que se siente ser la maga en el club de la serpiente (es tan violeta...) Pero no pienso preguntar y pasar por ignorante, no señores! Ahora tengo google que me rescata de la ignominia.
Tengo más para decir, pero me tengo que ir.
Sólo agrego dos cosas:
Zeta: no se burle de mis delantales!
Jahey: al menos una vez al año se les recuerda, a tamaños ingratos, que hay valores de los que carecen. ¿Qué no les importa?
Quien sabe...
Sinceramente creo que el sfumato es tan tecnológico como el descifrado de una centuria realizado por métodos estadísticos (tal vez cabría recordar los hermenéuticos bíblicos computarizados que inferían dislates varios) o los misterios del área 51. Sin pretensiones filológicas, no asimilo trascendencia a acervo.
Tecnología y ciencia van de la mano, y sobran ejemplos de descubrimientos realizados de chiripa, por lo que yo me permitiría rever la jurisdicción de la razón. Y no sé si a nadie le importa que las herramientas nieguen lo que no pueden registrar. Por eso mismo digo que el método científico es una forma de religión, bastante menor, dicho sea de paso. ¿Qué haremos si un día las lumbreras que hurgan el big bang desembocan directamente en los días y las noches del Brahma? Probablemente pasar la página o cambiar de canal.
Enunciación y sustancia a la vez, perfecta definición. Desconozco los delantales de Circe y sus vagas alusiones a Getsemaní. No estoy informado. Y navegare necesse, sin duda, sobre todo hacia fluctuact nec mergitur, pero no en esta época del año que hace un frío que te la debo.
En cuanto al esfuerzo por cultivar virtudes, no debería extrañarle, mi temida Circe. ¿Le suena la frase: “después de todo yo soy así”? O: “no puedo ser lo que no soy”. Esencia y existencia, Rodia, gran provocador gran, estás más que en deuda, perro. Violeta, todo violeta. El maestro decía algo como que el hombre ya quisiera hacer de lo que mejor hace, sus virtudes. Quizá un elemento de ayuda a la reflexión cuando escriba sobre las virtudes.
Ahora bien, en lo que respecta a brindar, no hay quien se oponga a ello. ¡Bien au contraire!
Me olvidaba de una cosa: yo conocí un verdadero hierofante. Pero tiempo ha desde que vio mejor día.
como sea, feliz navidad.
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