Gabón

El morocho es gabonés. Lo delata su color casi azul, su acento y, sobre todo, que a cada rato refiere a su nacionalidad. Gabón, tierra de pigmeos; aunque el tipo, justo es decirlo, es enorme. La problemática evocada en su presentación es que el país es un crisol de etnias, pueblitos con variaciones lingüísticas propias, y, como si tuvieran poco ya, el idioma hablado viene a complicar aún más las cosas. Lo olvidamos a menudo, pero un idioma se adquiere, es una herramienta y puede ser al mismo tiempo una característica de pertenencia, un signo de. Pero en tanto signo puede también revelarse estigmatizador, como ya veremos.

El país está partido al medio; o algo así. Por un lado los pueblitos, en los que se hablan lenguas vernáculas, y por otro lado la capital, en la que la que rige el mambo es el francés. Los niños, tema principal de la ponencia del morocho, adquieren el idioma del padre “culturalmente más fuerte”. Ni siquiera tengo tiempo a mentalizar mi duda porque este buen hombre explica de inmediato que la noción de “cultura” está íntimamente ligada, o más bien supeditada, a una noción de “políticamente conveniente”. ¿Un ejemplo? Una pareja de etnias diferentes se casa. Etnia diferente significa idioma diferente. ¿Cuál idioma se habla en casa? ¿Cuál hablarán los niños? Bueno, si resulta que la mujer tiene un hermano que está casado con la hija de un ministro, y el hombre, al contrario, es monsieur n’importe qui, entonces el idioma que prevalece es el de la mujer. Así lo explica el morocho.

Pero eso no le parece tan grave. Grave le parece que lo que más se esté hablando últimamente sea el francés, fenómeno ligado a que todos se van a la capital. ¿Por qué se habla sólo francés en la capital? Cuestión de que ninguna lengua vernácula tenga lugar, lo cual lograría que una etnia prevalezca. Y entonces, para asegurar ese todos-al-fondo-del-tacho, hacemos que el idioma oficial sea el francés y que, por lo tanto, la educación se imparta en dicha lengua. Siguiendo un razonamiento mínimo: si querés “ser alguien” (i.e. salir de la miseria de los pueblitos), tenés que estudiar, ergo hablar francés. ¿Prospección del morocho? La muerte de las lenguas gabonesas, a saber: feng, gisir, ikota, inzebi, insangu, tsogo, lembaama, liduma, myene, pove, punu, teke, vii, wumvu. Su estudio, realizado sobre mil doscientos niños, parece apoyar este presagio.

Confieso que me distraje imaginando combinaciones graciosas, tales como feng ikota punu punu, liduma teke teke. Pero esto no viene al caso, porque, mientras yo divagaba, el morocho se extendía en un discurso sobre el doble discurso de Francia, que por un lado habla de querer ayudar al Gabón y por otro lado promueve una educación en francés.

Tiene razón. Le faltó decir –pero el lugar no da, tiene que hablar de otra cosa– que Francia retrocede. Y lo hace, principalmente, por un temor indecible a, cuando menos, tres países: Brasil, China e India. Estos tres países, denominados “emergentes”, disponen de enormes cantidades de mano de obra barata, situación combinada con patéticas lagunas en materia de derechos laborales y humanos en general. ¿Solución a esto? Para Francia, completamente obsesionada e idiotizada por estos fantasmas, la solución es retroceder unas cuantas casillas en la Historia. Y por ello Sarkozy, alguien capaz de pisotear décadas o siglos de derechos ganados, asumirlo y, mejor aún, sentirse orgulloso de.

Y una cosa no está tan lejos de la otra. Los pueblitos se vacían. Francia retrocede. El santo y seña es el mismo: globalización, esa gran degenerada. Pero el morocho no puede decirlo. Realmente no puede. Y es una lástima.
Javier CoutoJavier Couto (Montevideo, 1974) es narrador. En 2010 obtuvo una mención de honor por Voces (cuentos) en el XVII Premio Nacional de Narrativa “Narradores de la Banda Oriental”. Su novela Thot fue finalista del Premio Minotauro 2013 (Editorial Planeta). En 2014 obtuvo una mención de honor con su libro de cuentos Del otro lado, en el Concurso Literario Juan Carlos Onetti 2014 y la primera mención en el Concurso Internacional de cuentos Julio Cortázar.

2 comentarios:

Zeta dijo...

Si los chinos hablaran inglés, ya seríamos todos chinos.
No te amargues, Jahey. Hay cosas en las que no se puede retroceder.
Si pensás en China, los trabajadores han avanzado mucho últimamente en tema de derechos.
En un par de generaciones los nuevos reclamos van a ser insoslayables.
Y la globalización, bueno, creo que se exagera un poco. Si lo pensás un poco, ya la Divina Comedia era una protesta antiglobalización. Y no fue la primera ni mucho menos.

Javier Couto dijo...

No me amarga que los gaboneses hablen de más en más francés. Me amarga sin embargo, y mucho más de lo imaginable, cosas como esta.

Por otro lado, no estoy tan seguro de que haya coswas en las que no se puede retroceder. Nuestras dictaduras no están tan lejos. Situaciones como Kenya o Sudán, Rusia o Guantánamo, China o Gaza-Cisjordania (como para variar geográficamente), me hacen pensar qué tanto se avanza. Y si se avanza, hacia adónde.

Y mientras tanto, payasadas como la ONU o RSF siguen existiendo. Bono en Davos. Un "socialista" a la cabeza del FMI (bue, DSK también...).

Esto que te escribo me hace recordar un aforismo del Maestro, que no tengo a mano; luego lo posteo.