De la petulancia y otras ocupaciones

Como envasador y luego repartidor de una empresa de productos químicos para automotores, además de enchastrarse hasta el alma supo ganarse el menosprecio de empleados de ferreterías, barracas y talleres mecánicos. Al día de hoy continúa culpando a su arrogancia, que se refleja principalmente en una mirada altiva y en el registro lingüístico que suele emplear a manera de escudo. Sin querer justificarse recurriendo a argumentos endocrinológicos, suele decantar en hilos argumentativos que involucran su pituitaria y un mínimo sentido del gusto.

Como profesor particular ha sabido lo que es hablarle a una pared. Recuerda con añoranza los caminos lógicos transitados en las explicaciones, paso lento, paracaídas para el pobre ente aterrado, mano en mano. ¿Entendés? Sí. ¿Entendés? Sí. ¿Entendés? Sí. Finalizada la cadena de silogismos, QED mediante, ¿entendiste? No. Vamos de nuevo entonces. Varios años de comercio con rocas, simpáticas y hasta queribles rocas, le dejan el placer de haberlos visto, misterio mediante, aprobar exámenes.

En tanto vendedor puerta a puerta de insumos informáticos, tuvo el dudoso privilegio de aprenderse de memoria la Ciudad Vieja y también de mojarse hasta los huesos. El relativo puerta a puerta se limitaba a ciertas empresas que su jefe iba seleccionando para cada día según martingalas cuyo discernimiento le ha permanecido siempre vedado. Pese a su insuperable timidez no le fue tan mal. Sin embargo, no disponer de sueldo base y una comisión tan exigua que ni un negrero, resultó en un primer mes en que ni siquiera logró cubrir el gasto en transporte. Su jefe, falsamente apiadado, en un gesto memorable aumentó la paga. ¿Resultado? Un mes de trabajo gratis.

Fue como inspector de cursos que sintió por primera vez poder y comprendió por qué Platón insistía con aquello de que el poder corrompe, sentencia que sigue sin aceptar. El poder te muestra tal cual sos, continúa murmurando de cuando en cuando. Intentó la equidad, esa muchacha escotada, no tanto por añorar el descanso de los justos, sino por una cuestión mínima de hacer relativamente bien las cosas, sabiendo que del informe que escribiera y firmara podía depender que se renovara la licitación, y por lo tanto un ingreso significativo para el instituto inspeccionado. Vio docentes temblar, tartamudear, dudar de lo que decir; estudiantes quejarse de tan llenos que estaban; secretarias anunciarlo como si llegara la Santa Inquisición; directores de institutos invitarlo a conversar en privado —pese a que estaba estrictamente prohibido— para asegurarle, en conversaciones altamente ambiguas, que lo ayudarían en lo que necesitase, que no dudase en pedir. El poder no corrompe, sigue repitiendo hoy sin mácula, te muestra tal cual sos.

Se recuerda vagamente ayudando a una novia a vender ropa de niños en la feria. Retrospectiva curiosa, se pregunta cómo él, que tardó más de diez años en comprender la diferencia entre un pantalón a la cintura y uno a la cadera, pudo vender alguna vez ropa. ¡Y de niños! Siendo que sufre reacciones alérgicas severas ante la baba emanada por las recientes madres al evocar sus tiernos retoños.

Una consultoría para una empresa vinculada a la Aduana le dejó, además de un dinero interesante, un savoir faire apreciable sobre las diferentes maneras de realizar estafas. Recuerda, aunque nunca supo si es cierto o pertenece al registro de la leyenda urbana, un cuento sobre Chele Calzados y una maniobra legal pero al límite. La historia sugiere que el simpático arachán realizó una compra importante de calzados en el exterior. La envió en dos containers de suerte que en uno vinieran los calzados del pie izquierdo y en el otro, los restantes. Al llegar a la Aduana, hizo el procedimiento de retiro para uno de los containers, pagando los impuestos correspondientes, pero dejó que el otro se pudriera en depósito. Tiempo después, pasado el límite de estadía en depósito, la mercadería se remató a un precio ridículo, dado el contenido, que le interesaba a una sola persona.

Un semestre de cocinero en un centro español que vendía tapas lo acercó a cierto tipo de cocina española, en especial la extremeña. Puede jactarse, sin saber muy bien qué gana con ello, de poder limpiar sardinas y pulpos en tiempo récord; de saber cocinar orejas y morros —oh monstruos inmundos, terrorismo culinario—, gambas, un buen bacalao a la vizcaína, entre otras delicias muy sanas y nutritivas. Además de fines de semana extenuantes, guarda en el recuerdo el almuerzo que le preparó a un camionero portugués: picada de fiambres (jamón serrano, chorizo ibérico, queso manchego) y boquerones de entrada, lomo de cerdo con fritas y seis huevos fritos de plato principal (todavía se ve asomando la cabeza por la ventana para confirmar que eran seis huevos), acompañado de una botella de vino tinto. De postre, el famélico portugués, se papó un flan casero, himno menor al colesterol. Evoca los seis huevos fritos y vuelve a sentirse un criminal.

En cierta medida tiene la impresión de haberse columpiado entre el overol y la gabardina sin mayores fisuras. Se dice que debe de haber algo genético, que sus hermanos también se han ido del país y han intentado diversos oficios.

—Gonzalo, sin ir más lejos y sin ser exhaustivo —comenta—, ha trabajado en bases petroleras en Brasil, en astilleros en Centroamérica, de camionero en USA, donde también hizo una licenciatura en prótesis, fue chacarero en Canadá, se dedicó con su esposa a escribir libros para niños, y hoy, agente de seguros especializado en accidentes marítimos, está calculando crear una empresa de sistemas de seguridad. Álvaro, el más col blanc de todos y hoy gerente en cierta empresa importante, tuvo también su época de transportador de valores, de ir armado, de viajar en avión con una valija esposada a la muñeca.

En el fondo no se queja sino todo lo contrario, se ha divertido bastante y ha conocido gente diversa. Pero se aburre rápido y se arma líos enormes cuando tiene que escribir un CV.
Javier CoutoJavier Couto (Montevideo, 1974) es narrador. En 2010 obtuvo una mención de honor por Voces (cuentos) en el XVII Premio Nacional de Narrativa “Narradores de la Banda Oriental”. Su novela Thot fue finalista del Premio Minotauro 2013 (Editorial Planeta). En 2014 obtuvo una mención de honor con su libro de cuentos Del otro lado, en el Concurso Literario Juan Carlos Onetti 2014 y la primera mención en el Concurso Internacional de cuentos Julio Cortázar.

5 comentarios:

Circe dijo...

Rodé por muchos caminos,
la bolita se gastó,
quien me diga “siete oficios”,
pa’ mí se queda rabón.

Zeta dijo...

Ahhh, que lindo esto. (¿Es verdad lo de Chele? es un maestro)

Javier Couto dijo...

sinceramente no sé si es verdad...

Zeta dijo...

Pero es un maestro, ¿no?

Javier Couto dijo...

a la vista del éxito que tuvo gracias a o pese a su estilo publicitario, cualquier profesional de la comunicación estaría de acuerdo contigo