Del mal gusto

Dejemos de lado que Ratos de padre, escrito por Julio C. da Rosa, fue un feliz hallazgo y procedamos a la repulsa que nos convoca. Leo -en una madrugada de insomnio y aplicando un método de lectura rápida perfeccionado por los años- el mamotreto Milagro en los Andes, de Nando Parrado, muy a tono con mi estadía en tierras chilensis. Decir mamotreto no denosta la historia relatada sino la historia del libro. Siquiera empezado, en plena dedicatoria, tropiezo con un vosotras que reclama una breve meditación sobre el uso particular del idioma español con el que arranca el autor. Concedo el beneficio del desacierto. Hojeo rápido. Los personajes desdeñan del voseo. Un par de hojas más hasta atestiguar el abominable uso del vosotros, persona bastarda en nuestras tierras gozosas de desinencias más amenas. La indignación como primera respuesta. Luego, una perversidad casi imposible. Busco al principio del libro y la corroboro: el libro fue publicado inicialmente en inglés y estoy leyendo una traducción al español. Pasmado, me digo que ese libro hay que terminarlo y aplicarle la gran Pepe Carvalho. Dicho sea al pasar, no me extraña leer más tarde en el diario El País (de Uruguay) que con este libro Parrado se ha convertido en el escritor uruguayo con más libros vendidos "en el lejano, codiciado y difícil mercado estadounidense". Ha de ser otro milagro, me digo junto a la salamandra, satisfecho.

El otro libro no es un mamotreto sino un mamarracho hecho y derecho. Al leerlo (este sí fue abandonado como merecía) sentí vergüenza ajena. Federico Andahazi ha ganado premios en concursos de cuentos. El hombre ganó el premio Fortabat y el premio Planeta, y ha vendido mucho. Seleccioné un fragmento de La ciudad de los herejes que da perfectamente la clave del adefesio. Anoto al margen que, en una entrevista, el autor, ante la pregunta de si se leía a sí mismo, respondió jamás, lo cual, curiosamente, no deja de ser una muestra de buen gusto. La reflexión sobre el statu quo en el mundillo de la literatura pop queda como ejercicio. Pasemos al fragmento.

Así, en esa posición, Christine lo tomó fuertemente del pelo y fue guiando la cabeza de él a su gusto y placer, de aquí para allá entre sus muslos, hasta que lo condujo hasta el exacto centro de sus piernas.

-¡Dios mío! -gritó ella, en alusión al Hijo, no al Padre ni, menos aún, al Espíritu Santo, cuando sintió cómo la lengua de Aurelio recorría los silenciosos labios que estaban completamente húmedos.

Al oír las invocaciones a Dios en semejante circunstancia, lejos de sentirse un hereje, Aurelio se dijo que tenía a las Escrituras de su lado. Perdido entre el follaje de los campos de Venus, recordaba los versos bíblicos de los amantes del Cantar de los Cantares.

Soplad en mi huerto, despréndanse sus aromas
Venga mi amado a su huerto,
Y coma de su dulce fruta.
¡Cuán hermosos son tus pies en las sandalias,
Oh hija de príncipe!
Los contornos de tus muslos son como joyas,
obra de mano de excelente maestro.

Y mientras comía de aquella dulce fruta, Aurelio se despojaba de todo sentimiento de culpabilidad. Igual que en el libro sagrado, él hubiese podido decir como Salomón:

He aquí que tú eres hermosa, amiga mía;
He aquí que eres bella; tus ojos son como palomas.

Y ella, mientras gemía y se entregaba, sentada como estaba sobre la horqueta del abeto, podía haber contestado:

He aquí que tú eres hermoso, amado mío, y dulce;
Nuestro lecho es de flores.

¿Quién podría condenarlos por ser fieles a la palabra sagrada? Y así, mientras hacían lo que Dios mandaba, Christine retiró suavemente la cabeza de Aurelio de entre sus piernas, se deslizó de la rama y bajó suavemente hasta la cintura de Aurelio. Tomó entre sus manos la protuberancia que pugnaba por escapar de las calzas, la acarició, la liberó y por fin la llevó hacia su boca. Y así, en cuclillas, a la sombra de la rama del árbol, la animaba el mismo espíritu que surgía del Cantar de los Cantares:

Como el manzano entre los árboles silvestres,
Así es mi amado entre los jóvenes;
Bajo la sombra del deseado me senté,
Y su fruto fue dulce a mi paladar.

¿Quién podía ser dueño de la suficiente autoridad moral para reprobarlos? ¿Ante los ojos de quién podrían estar cometiendo sacrilegio? Aquellos pasajes bíblicos constituían la celebración divina del amor y del placer, el más hermoso elogio poético de la relación entre el hombre y la mujer. Aurelio veía cómo la lengua de Christine recorría cada palmo de su sexo.

Miel y leche hay debajo de tu lengua;
Tus dos pechos, como gemelos de gacela,
Que se apacientan entre lirios.

Luego Aurelio tomó a Christine suavemente por debajo de los brazos y la recostó sobre la hierba. Con la misma delicadeza se posó sobre ella; no le alcanzaban las manos para acariciarla y los labios para besarla.

Javier CoutoJavier Couto (Montevideo, 1974) es narrador. En 2010 obtuvo una mención de honor por Voces (cuentos) en el XVII Premio Nacional de Narrativa “Narradores de la Banda Oriental”. Su novela Thot fue finalista del Premio Minotauro 2013 (Editorial Planeta). En 2014 obtuvo una mención de honor con su libro de cuentos Del otro lado, en el Concurso Literario Juan Carlos Onetti 2014 y la primera mención en el Concurso Internacional de cuentos Julio Cortázar.

4 comentarios:

circe dijo...

"¿Ante los ojos de quién podrían estar cometiendo sacrilegio?"

Ante los míos, hermano, mirá lo que me hacés leer.

Jahey, no tenés perdón.

Dónde se vio un hombre del cual se diga: "Con la misma delicadeza se posó sobre ella"?

Las mariposas son las únicas que se posan delicadamente, varón.

Javier Couto dijo...

Te juro que ni las escenas eróticas del Volpi de en busca de Klingsor son tan malas.

Desconozco eso de posarse delicadamente, pero Andahazi es psicólogo, por ahí entiende más estas cuestiones que me resultan tan ajenas.

krahd dijo...

¿gemelos de gacela?

Javier Couto dijo...

mejor que los buñuelos de acelga

ojo, que son gemelos de gacela que se apacientan entre lirios