Sólo los Beatles pueden calmar un poco esto que se parece mucho a una fractura incurable. Tres semanas canadienses más tarde, vuelta a la oficina, agitada pecera sin rumbo, tarima ocasional por la cual es conveniente honorar piruetas de cuando en cuando porque —después de todo— para algo a uno le pagan lo que le pagan.
Hace poco le contaba a un amigo —que tiene la curiosa costumbre de abortar unilateralmente las conversaciones— que la crisis es vieja, estructural (la voz de Lennon en Anna (go to him) es conmovedora) y tiene demasiado gusto a insatisfacción. Es cierto. Otro amigo dice que su hermano dice que ningún trabajo es bueno. También es cierto.
En uno de los mejores momentos de su carrera, Gabriel Batistuta declaró que el fútbol no le gustaba sino que era su profesión. De inmediato suavizó lo declarado pero ya había mostrado la hilacha. Tout compte fait, diez años de estudios universitarios y de postgrado para descubrir que todo te importa tres huevos, hay que ser un perfecto imbécil. Diez páginas de currículum que hace un buen rato me parecen más un acta de defunción que un motivo de alegría de madre que habla del nene o de profesional que cuelga su abanico de diplomas por la casa, cuestión de que el visitante vaya entendiendo qué terrenos transita.
Por suerte existen los Beatles, capaces de rescatar esta mañana. Por suerte existen otros salvavidas, algunos ya mencionados por el viejo poeta de Úbeda en su Más de cien mentiras. Por suerte.
Hace poco le contaba a un amigo —que tiene la curiosa costumbre de abortar unilateralmente las conversaciones— que la crisis es vieja, estructural (la voz de Lennon en Anna (go to him) es conmovedora) y tiene demasiado gusto a insatisfacción. Es cierto. Otro amigo dice que su hermano dice que ningún trabajo es bueno. También es cierto.
En uno de los mejores momentos de su carrera, Gabriel Batistuta declaró que el fútbol no le gustaba sino que era su profesión. De inmediato suavizó lo declarado pero ya había mostrado la hilacha. Tout compte fait, diez años de estudios universitarios y de postgrado para descubrir que todo te importa tres huevos, hay que ser un perfecto imbécil. Diez páginas de currículum que hace un buen rato me parecen más un acta de defunción que un motivo de alegría de madre que habla del nene o de profesional que cuelga su abanico de diplomas por la casa, cuestión de que el visitante vaya entendiendo qué terrenos transita.
Por suerte existen los Beatles, capaces de rescatar esta mañana. Por suerte existen otros salvavidas, algunos ya mencionados por el viejo poeta de Úbeda en su Más de cien mentiras. Por suerte.
2 comentarios:
We'll always have Paris.
s'envole une chansonnnnn mhhh mhhh
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