Arturito me telefoneó ayer para ir a la primera clase de un curso cuyo temario le había interesado bastante. Como no tenía nada mejor que hacer, accedí a acompañarlo. Nos sentamos bien atrás, cuestión de poder zafar si la cosa se ponía pesada porque ya el intitulado del curso prometía una buena ducha de plomo. El salón no ayudaba: escasa luz, frío, tamaño reducido de las transparencias proyectadas...
Si bien el docente nos resultó pastoso (se movía demasiado lento, como midiendo las palabras con un ph natural tendiente a cero), la clase estuvo aceptable. Arturito opina que el tipo habla con lengua de gasterópodo furtivo y que de seguro sufre del hígado y no lo sabe. Sin embargo, casi alucinamos cuando vimos un texto prácticamente desconocido de Cortázar, titulado “Por escrito gallina una”. Apenas lo consiga, lo posteo.
La mejor parte de la presentación fue la relacionada con la ambigüedad. Principalmente a nivel fonético, ya que se presentaron varios calambures. Palabra novedosa, quizá. Con Arturito la teníamos gracias a Aznavour: « On déballe des vérités / sur des gens qu'on a dans le nez. On les lapide. / Mais on fait ça avec humour / Enrobé dans des calembours mouillés d'acide » (Comme ils disent).
El calambur es una figura retórica, definida por la RAE como: "Agrupación de las sílabas de una o más palabras de tal manera que se altera totalmente el significado de estas; p. ej., plátano es/plata no es."
Los ejemplos que vimos ayer son los siguientes:
(1) Ató dos palos. / A todos, palos.
(2) Yo lo coloco y ella lo quita. / Yo loco, loco, y ella loquita.
(3) Tú llámame a servir. / Tu llama me hace hervir.
(4) El dulce lamentar de los pastores. / El dulce lamen tarde los pastores. (Garcilaso de la Vega)
(5) Entre el clavel y la rosa, su majestad escoja. (Quevedo)
Lo interesante es que “tú llámame a servir” es una parte de una misa, lo que hace que reagrupar los fonemas de suerte que quede “tu llama me hace hervir” suena a pecado concebido.
En fin, la famosa historia de Quevedo no le movió un pelo a nadie. Se habla de una apuesta. Animarse a refregarle en plena cara a la reina su condición de coja. Arturito duda de que Isabel de Borbón fuera realmente coja y atribuye la historia a una leyenda urbana. Quevedo aceptó. Se le acercó a la reina con un clavel en una mano y una rosa en la otra. Le dijo:
Y calambur mediante, Quevedo ganó la apuesta.
Si bien el docente nos resultó pastoso (se movía demasiado lento, como midiendo las palabras con un ph natural tendiente a cero), la clase estuvo aceptable. Arturito opina que el tipo habla con lengua de gasterópodo furtivo y que de seguro sufre del hígado y no lo sabe. Sin embargo, casi alucinamos cuando vimos un texto prácticamente desconocido de Cortázar, titulado “Por escrito gallina una”. Apenas lo consiga, lo posteo.
La mejor parte de la presentación fue la relacionada con la ambigüedad. Principalmente a nivel fonético, ya que se presentaron varios calambures. Palabra novedosa, quizá. Con Arturito la teníamos gracias a Aznavour: « On déballe des vérités / sur des gens qu'on a dans le nez. On les lapide. / Mais on fait ça avec humour / Enrobé dans des calembours mouillés d'acide » (Comme ils disent).
El calambur es una figura retórica, definida por la RAE como: "Agrupación de las sílabas de una o más palabras de tal manera que se altera totalmente el significado de estas; p. ej., plátano es/plata no es."
Los ejemplos que vimos ayer son los siguientes:
(1) Ató dos palos. / A todos, palos.
(2) Yo lo coloco y ella lo quita. / Yo loco, loco, y ella loquita.
(3) Tú llámame a servir. / Tu llama me hace hervir.
(4) El dulce lamentar de los pastores. / El dulce lamen tarde los pastores. (Garcilaso de la Vega)
(5) Entre el clavel y la rosa, su majestad escoja. (Quevedo)
Lo interesante es que “tú llámame a servir” es una parte de una misa, lo que hace que reagrupar los fonemas de suerte que quede “tu llama me hace hervir” suena a pecado concebido.
En fin, la famosa historia de Quevedo no le movió un pelo a nadie. Se habla de una apuesta. Animarse a refregarle en plena cara a la reina su condición de coja. Arturito duda de que Isabel de Borbón fuera realmente coja y atribuye la historia a una leyenda urbana. Quevedo aceptó. Se le acercó a la reina con un clavel en una mano y una rosa en la otra. Le dijo:
Majestad, permitidme que os obsequie con una flor digna de vos; pero absorto por vuestra belleza no acierto con la flor más bella, así que entre el clavel y la rosa, su Majestad escoja.
Y calambur mediante, Quevedo ganó la apuesta.
1 comentario:
Sí, unos maestros. El cuarteto tapicero, por ejemplo. Les luthiers también tiene unos cuantos. Claro que es otro registro.
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